-Hay veces que me pregunto qué la ha llevado a querer ser caballero.
-Bueno, tú la entrenaste para ese propósito, ¿no? Según tenía entendido tu la escogiste, ¿o fue ella la que acudió a ti? -preguntó. Aquella duda en Dohko comenzó a provocarle curiosidad.
-La traje conmigo en una de mis misiones, cuando salíamos a buscar a Atenea. Su familia fue asesinada y no tenía con quien ir. Me dio pena dejarla sola. Supongo que el haber pasado tanto tiempo entre guerreros la ha hecho querer ser uno de nosotros. Y cuando me lo pidió, tampoco pude decirle que no. Me pone ojitos.
-Ojitos ¿eh? -Albafika se echó a reír por las palabras de Dohko-. Te entiendo perfectamente. ¿Sabes quién o quienes fueron los asesinos de sus padres?
-Generales Marinos. Nunca se lo he contado, no sé cómo se tomaría que los asesinos de su familia sean como nosotros, guerreros al servicio de un Dios. Supongo que le he cogido cariño y me da miedo que deje de tratarme como a su "adorado maestro".
-¿Qué razón tendrían los generales marinos para querer asesinar a los padres de Casyopea? -se frotó la barbilla pensativo.
-Eso es algo que nunca llegué a averiguar. Al final lo di por imposible. Puede que sólo fuera un daño colateral. Pero el caso es que ella está aquí ahora y es caballero. Y sólo espero no tener que despedirla como a Sertan.
-Bueno, de momento resiste bien el veneno que aún queda en la armadura de Andrómeda. Por el resto no debes preocuparte, aunque si que es cierto que todos los caballeros estamos expuestos a morir en alguna batalla, pero hemos jurado dar la vida por Atenea si fuera necesario.
-Lo sé, lo sé. Supongo que el hecho de que sea mujer me hace ser más protector con ella. No sé.
-Deberías haberla visto luchar en Asgard -sonrió al recordarlo. El Santo de Piscis había estado presente en su combate contra los guerreros divinos, pero había esperado hasta el último momento para intervenir-. Es digna merecedora de la armadura de Andrómeda, puedes estar seguro.
-No sé si la habría dejado luchar -rió-. Pero me alegro de que pienses eso. Así no es sólo orgullo de maestro. XD Por cierto... ¿ha habido algún incidente más con el Dragón?
-Nada después de nuestro pequeño encuentro en la Última Casa. Creo que ese chico tiene un problema serio, además de una suerte tremenda de que no me estimule nada matar a niñatos engreídos.
-Si, ha tenido mucha suerte. Sus celos no justifican la insubordinación.
-No creo que vuelva a pasar, aunque si ocurre no seré tan benévolo como la última vez. ¿Por? ¿Hablaste con él?
-Si. Y parecía bastante alterado. Venía del pueblo como si le hubiesen pisado la cola. Hay algo en ese chico que no termina de encajar aquí.
-¿Alterado? No se por... -se detuvo a pensar un instante-. Oh, ya entiendo. Es posible que me viese ayer cuando acompañaba a Casyopea al Santuario.
-¿Que te vio con Casyopea? ¿Y qué tiene eso que ver? Ese niño no es su dueño -frunció el ceño, no le gustaba esa actitud.
-Está claro que Píntocles siente por Casyopea algo más que simple compañerismo, como te dije el otro día. Es bastante probable que me vea como un rival para conseguir el corazón de la chica a la que ama simplemente por haberle salvado yo la vida,
-Ummm. Rival... Puede que él lo vea así, pero aquí no importante no es como él lo vea, sino si lo eres o no en realidad.
-Oh, vamos Dohko. No estarás insinuando en serio que siento algo por tu joven discípula, ¿verdad? Solo evité que la matasen porque noté que su cosmos estaba descendiendo peligrosamente. Habría hecho lo mismo con cualquiera de ellos.
-Yo no insinúo nada, sólo pregunto si las sospechas de Píntocles son o no fundadas. Aunque eso no justifique lo que ha hecho.
-Lo realmente importante no es lo que piense Píntocles. Casy no es ningun trofeo por el que tengan que combatir dos caballeros. Llegado el momento ella escogerá a aquel que la haga más feliz y nadie puede afirmar que no vaya a ser ninguno de nosotros. Quien sabe, igual se enamora de un general marino -bromeó.
-Por encima de mi cadáver.
El incidente de Asgard parecía ya olvidado. El Templo de Libra y el Coliseo estaban reconstruidos y ni rastro quedaba del ataque y robo de la Égida y la lanza de Atenea, salvo la tumba de Sertan, un triste tributo a su última misión sirviendo a su Diosa.
Sin embargo, la paz no duró demasiado, pues el único Guerrero Divino que quedaba no se conformó con la derrota y regresó para tomar venganza. Observó varios días, oculto en Rodorio, hasta que por fin se le presentó la oportunidad de atacar a uno de aquellos que regresaron de Asgard: Andrómeda.
El combate no fue demasiado largo, porque la muchacha no estaba sola. Un fulgor dorado apareció apenas tuvieron lugar los primeros golpes, envuelto en el suave y dulce perfume de las flores. Un aroma que se extendía a su alrededor y revelaba la llegada de uno de los 12 guerreros más poderosos del Santuario, el guardián de la última Casa.
Lucharon intensamente unos minutos, que parecieran horas, pero, sorprendentemente, el nórdico no quiso alargar el combate y, como había ocurrido la vez anterior, huyó al verse en clara desventaja.
-Lo siento, por mi culpa has tenido que pelear de nuevo -dijo Casyopea cuando estuvieron a solas. Se quitó la máscara para limpiarse un hilillo de sangre que caía de un corte en la raíz del pelo.
Albafika se acercó a ella y le levantó el mentón con suavidad, comprobando la herida.
-Eh. No debes avergonzarte por eso, Casy. Me ha venido de maravilla para desentumecer los músculos y, para mí, nunca será un estorbo el pelear para protegerte -sonrió de medio lado.
Casyopea se estremeció. El roce, la voz, la situación... Fue un impulso, algo que no podría explicar. Como si alguien la empujase, eliminó la distancia que existía entre ella y el Santo de Piscis y lo besó. Tope y tímidamente, pero lo hizo.
Albafika se sorprendió por aquel movimiento. Jamás antes había sentido una sensación tan agradable como aquella y, probablemente, no volvería a sentirla, por lo que cerró los ojos para sentir aun más profundamente el beso.
Casyopea se separó al cabo de un momento. Abrió los ojos, escrutó el rostro de Albafika un instante y se sintió tan avergonzada por lo que acababa de hacer, que le dio la espalda, mirando al suelo, con las mejillas ardiendo.
-Lo... lo siento. Yo... -tartamudeó, no sabía ni qué decir, por lo que ocultó su rostro tras su máscara.
Albafika no pudo decir nada, pues sintió el cosmos de Dohko acercándose. ¿Les habría visto? Procuró mantener la compostura Si el Santo de Libra había sido testigo de aquella escena, lo disimuló a la perfección.
De regreso en el Santuario...
-Oh, no. Mirad allí -dijo Albafika señalando con el dedo; a pocos metros de ellos se encontraba la armadura del Dragón ligeramente manchada de sangre, aunque no había rastro de Píntocles.
Casyopea se acercó a la armadura y la observó, conteniendo la respiración.
-Píntocles... No, tú no...
-¿Quién puede haber hecho esto? -indagó Dohko.
-El mismo que nos atacó en Rodorio. El Guerrero Divino de Alcor.
Los días siguientes, Casyopea y Albafika se evitaban. Parecía que les quemaba estar en la misma habitación. Ni siquiera el funeral de Píntocles fue una tregua. Un funeral que se celebró sin haber encontrado el cuerpo del Dragón. Los Santos de Piscis y Libra no estaban demasiado conformes con lo ocurrido, por lo que el primero decidió emprender el camino a Asgard, para buscar allí alguna pista de lo ocurrido.
-Ya puedes dejar de ocultarte, Casy -dijo Albafika sin detenerse.
Casyopea se sonrojó bajo la máscara, tanto que casi rivalizaría con el color de su armadura. Se acercó a él, cabizbaja. Se le encogió el corazón cuando la llamó Casy en lugar de por su nombre completo.
-Lo siento, no debería haberte seguido, pero... -se calló. Sería mejor.
-No importa, me vendrá bien un poco de ayuda. ¿Qué haces tan lejos de la casa de Libra?
Casyopea sintió arder las mejillas. Suspiró. ¿Para qué mentir? Si era a lo que iba...
-Iba a buscarte, quería pedirte disculpas por... bueno... por -estaba nerviosa y le temblaba la voz- lo que pasó en el Rodorio. No debí hacerlo, lo siento.
-Supongo que la poca, o más bien nula, experiencia que tengo en cuanto a besos se refiere, no juega a mi favor. Soy yo quien debería disculparme -dijo para restarle importancia, aunque, para ser exactos, no había podido olvidarlo.
-¡¡Que!! No. Pero si fue genial -exclamó como si hubiese dicho una burrada. Al instante cayó en la cuenta de su reacción y volvió a bajar la cabeza-. Quiero decir que... bueno... que estuvo bien -no sabía dónde meterse.
Albafika no pudo evitar sonrojarse por lo que ella dijo:
-Oh, vaya... si, debo admitir que estuvo bastante bien -sonrió de medio lado-. Aunque... debo preguntarte si fue un simple impulso o... si por el contrario... supuso algo más -estaba tan nervioso como ella, aunque no dejó de caminar.
Casyopea en cambio, sí se paró. Se quitó la máscara y esperó a que la mirase. Quería que viese sus ojos y no el inexpresivo rostro blanco que mostraba siempre.
-No voy besando a cuanto caballero se cruza en mi camino -ya no podía ocultar ni el sonrojo ni el brillo de sus ojos verdes, a punto de echarse a llorar, de puro nervio.
Albafika se giró al dejar de oírla caminar y se sorprendió al verla sin máscara. Había olvidado lo bonito que era el rostro del caballero de Andrómeda.
-En ese caso, me siento bastante afortunado -dijo acercándose a ella y dedicándole una sonrisa. Pensándolo bien, ella era la única que podía soportar su veneno, y quizás no volviese a existir nadie más que pudiese soportarlo.
El cerebro de Casyopea emitió un "¿y?". Tembló, bajó la cabeza, volvió a ponerse la máscara y puso los ojos en blanco. Resopló. ¡Maldito pescado congelado! Echó a andar de nuevo.
-Gracias, pero no quiero que te sientas incómodo ni obligado a nada por ello. Vamos, o se nos hará de día.
Albafika la miró pasar delante de él. No parecía querer continuar aquella conversación.
Ninguno dijo nada mientras se adentraban en el santuario de Odín. Subieron la nevada ladera, envueltos en un silencio sólo roto por el silbar del viento. Pero el frío glaciar del norte no les dejó tan helados como la sorpresa que les esperaba en la cima.
-¡¡Píntocles!! ¡¡Estás vivo!!
Sí, vivo. Y portando la armadura del Tigre Vikingo de Mythar.
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