Dohko les sale al paso, subido sobre la cordillera de rocas que conforma el camino por el que Shion de Aries y los santos de Bronce y el de Plata avanzan. Se presenta con el semblante compungido, severo. Más Tigre que Dragón, como se le conoce. Con los puños apretados con fuerza, observa al grupo con mueca de desaprobación, y les grita:
-¡Qué te crees que haces, Shion! ¡Detente ahora mismo!
Shion se detiene. Extiende el brazo derecho, indicando a los demás que se detengan. Éstos lo hacen al instante, todas las miradas fijas en el Santo de Libra, más es Shion el que toma la palabra.
-Dohko. ¿Qué haces aquí? ¿Hay nuevas órdenes del Santuario? -porque... ¿qué otro motivo podría tener el Santo de Libra para estar allí, si no?
-No, no hay nuevas órdenes -Desciende de un salto, acercándose a la comitiva de Santos con el mismo temperamento mostrado anteriormente.- ¿Te das cuenta de que todo esto es un terrible error? ¡Tenemos que ir a buscar a los demás y salir de aquí!
-¿Un error? -el Santo de Aries estaba realmente perplejo por aquellas palabras. ¿Qué error? Él mismo había sido el encargado de comprobar que el ataque a las amazonas había sido una declaración de guerra. Ya habían perdido tres caballeros en aquel enfrentamiento que aún no empezaba-. No hay ningún error, Dohko. Dos amazonas violadas y asesinadas. Pegaso muerto y Oso malherido. No, no hay ningún error. Y las órdenes han sido claras. -Ambos las habían desobedecido en más de una ocasión, pero por un buen motivo. Y allí no lo había. O al menos él no lo ve.
-No quieres escucharme. ¿Verdad? He dicho... ¡Que es un error! -vocifera, enrabiado. Siente la cólera en su cuerpo y echando los brazos hacia atrás con los puños apretados con fuerza, se prepara para convencer a Shion de la mejor forma posible. Obligándole- ¡Os iréis de aquí!
Shion da un paso atrás ante aquella desproporcionada reacción del Santo de Libra.
-Dohko... ¿qué te ocurre? Si tan convencido estás de que es un error, dime tus motivos. Porque si no es así, lo siento, amigo mío, pero esta vez no puedo estar de tu lado. -y le cuesta no confiar en el criterio de Dohko, precisamente en el suyo más que en el de nadie. No lo comprende. Y por nada del mundo quiere tener que enfrentarse a él.
-Si no quieres entenderlo, te haré comprenderlo. -El Santo de Libra comienza a proyectar su poder, y espeta-: ¡Cien Dragones de Rozan! -El aura de su cosmos lo envuelve y sale disparada hacia adelante con gran potencia. Éste, toma la forma de multitud de dragones que rodean y flanquean a todos los Santos allí presentes.
Los dragones, como si gozaran de vida propia, se estrellan contra las paredes del angosto desfiladero, derrumbándolo todo a su paso. Rugen de forma ensordecedora, y hambrientos del cosmos y la vida de los aliados que, sin previo aviso, ha convertido Dohko en sus enemigos. Y no parece que al Santo de Libra le importe terminar con sus miserias para conseguir expulsarlos de allí.
La sorpresa ante el repentino ataque de Dohko -el más cercano a él de todos los demás Santos-, impide una rápida reacción del Santo de Aries.
-Muro de Cristal -Extiende los brazos al frente, con las manos abiertas, las palmas apuntando a su improvisado enemigo, para concentrar su cosmos en repeler el ataque. Sin embargo, esas décimas de segundo perdidas hacen que su barrera no detenga por completo a los Dragones de Rozan y éstos alcancen a los caballeros que le acompañaban. Perseo logra cubrirse con el escudo de la Medusa, pero Leon menor y Lince salen despedidos, varios metros hacia atrás, levantando rocas del fondo marino a su paso. -Dohko!! Detende!! ¿A qué se debe este ataque?
Dohko mantiene la postura tras lanzar el ataque, con la cara extrechamente vinculada a su estado de humor.
-¡Ahora es tarde para discutir sobre esto! ¡Haberme escuchado cuando debías! -Le grita, preparándose para terminar el combate lo antes posible.- ¡Dragón Ascendente! -De su puño, en el que concentra todo sus cosmos en la más terrible técnica del Santo de Libra, nace la potencia personificada en un poderoso dragón que avanza inexorable hacia Shion. A su paso, quiebra el suelo y amenaza con llevarse por delante todo cuanto encuentre a su paso, igual que si se tratara de un terrible torrente.
Leon Menor consigue erguirse, aturdido por el impacto recibido. Se sorprende de seguir vivo, un ataque directo de Dohko debería haberle matado a él y a su compañero, Lince, al que ayuda a erguirse y salir de entre los escombros y cascotes. Deben ayudar a Shion en la dura batalla con el Santo de Oro: de entre todos los temores que pudieran llevar consigo, este duelo los supera a todos.
Shion intenta por todos los medios comprender los motivos de Dohko, pero no lo consigue. "Céntrate en el combate, Shion", se dice a sí mismo. Y tiene que hacerlo, pues no está solo. En ese instante desea haber hecho como Albafika y haber venido solo, porque una batalla de mil días es demasiado destructiva para tener caballeros de plata y bronce alrededor.
Sin detenerse a pensar demasiado, concentra su cosmos entre sus manos, para responder al Dragón ascendente con otro ataque.
-Revolución de la luz estelar.
Lanza la mano hacia adelante, para que su potente cosmos choque contra el del Santo de Libra. La vibración es irregular y no tan intensa como cabe esperar de un Caballero de Oro. Pero sus sentimientos le traicionan. No es capaz de desplegar todo su poder ante Dohko. Por ello no emplea la última de sus técnicas ni con todo su poder.
El choque de ambos ataques produce una fuerte explosión. Perseo toma distancia, junto a los caballeros de bronce. No tiene sentido intervenir en ese combate, no están a la altura y los tres lo saben. El Carnero Blanco fija los ojos en Dohko y eso le hace flaquear, su cosmos se debilita un breve instante, que permite que el Dragón Ascendente llegue hasta él, impactando de lleno en el pecho de su armadura dorada, lanzándole varios metros más allá.
Dohko no da por finalizado el combate, pero avanza hacia Shion con paso calmado y una leve sonrisa en los labios. Se puede apreciar la burla y la ironía en su forma de mirar al Santo de Aries. Ni se molesta en cotemplar a los otros caballeros, que con su sola presencia logra intimidar. Ha resultado todo demasiado fácil, y pensar que éste hombre venció a Hipocampo le provoca una ligera risa.
-¿Qué ocurre, Shion? ¿Acaso eso es todo lo que puedes hacer? -cuando se planta delante de él, elevado ante un caído Santo de Aries que aún se resiente por el impacto, se cruza de brazos.- Te creía más resistente, más poderoso. Me decepcionas, y nos decepcionas a todos. Siempre encerrado en tus pensamientos, siempre dispuesto a sacrificarlo todo. Y te haces llamar Guardián de la Primera Casa.
Shion apoya las manos en el suelo para levantarse, sentado sobre sus talones, humillado ante Dohko. Varias gotas de sangre caen sobre el metal que cubre sus manos. Las observa unos segundos antes de erguirse ante el que, a pesar de todo, es su hermano.
-Tú conoces perfectamente mi poder, Dohko -y por tanto debe saber que no ha empleado con él todo su potencial. -No comprendo qué es lo que te lleva a actuar así, a rebelarte contra el Santuario y defender a aquellos que han asesinado a tres de los nuestros. Explícamelo, porque no llego a comprenderlo.
-El Santuario nos ha traicionado a nosotros. El Patriarca es un impostor, aliado con Poseidón para debilitarnos y dividirnos antes del ataque de Hades. ¿No te das cuenta? ¡Es todo una mentira! ¡Una gran mentira! -Dohko no deja que acabe de levantarse, y mientras le grita, le suelta un fuerte puñetazo en toda la cara.
Shion encaja el golpe, ladeando la cabeza para tratar de amortiguarlo. La fuerza de Dohko le hace tambalearse, por lo que da un par de vacilantes pasos hacia atrás para mantener el equilibrio.
-Eso no es posible. El Patriarca es el que más preocupado está por la seguridad del Santuario. ¿Qué es lo que te lleva a dudar de él, Dohko? Comparte conmigo tus temores, amigo mío.
-¡Estás ciego! -Vuelve a golpearle, esta vez con el puño izquierdo.- ¡No lo entiendes! ¿Por qué enviar sólo a tres Caballeros Dorados? ¿Y por qué enviarles con Caballeros de Bronce y de Plata a una muerte casi segura? ¡No lo ves! -De nuevo, vuelve a dirigirle otro puñetazo, esta vez directo al estómago.- ¡Despierta, Shion! ¡Albafika fue el único de nosotros en darse cuenta del engaño! Y tú... Tú no puedes ver más allá de tus propias limitaciones. ¡No mereces ser portador de una Armadura Dorada! -Se prepara para lanzar un nuevo ataque, y poner punto y final a esta absurda disputa.
Ninguno de los golpes es evitado. Ni devuelto. Shion parece más perdido en sus pensamientos que en la pelea. ¿Y si Dohko tenía razón? Después de todo, Albafika había dicho lo mismo, que era ir a una muerte segura. ¿Realmente tenían al enemigo justo al lado de la Diosa? Si era así, en verdad era indigno de llamarse caballero, pues no estaba luchando para defenderla.
-Acabemos con esto. Si no eres capaz de servir a Atenea, no eres digno de ser considerado mi hermano. ¡Y por ello pondré fin a tu miserable existencia! -Dohko retrocede el puño como ya hizo antes, pero en esta ocasión no va a golpearle con él: va a exterminarlo con otra peligrosa técnica-: ¡Furia del Dragón!
Como ya ocurrió con otras de sus técnicas, un nuevo dragón nace de su puño. Tan próximo a Shion, que lo arrastra con él varios metros más atrás, lo eleva y lo estrella contra el suelo. Debería haberlo matado, haberle quitado la vida y no obstante, Shion conserva la armadura intacta y apenas sufre heridas leves. O Dohko se contiene en poder, o su cosmos se ha debilitado por alguna razón.
Perseo es el primero en notar aquella inusual vibración en el cosmos de Dohko. Un caballero de oro jamás dudaría al ejecutar sus técnicas, ni siquiera contra otro caballero. Algo fallaba allí. Y, fuese lo que fuese, estaba haciendo que Shion no pelease como era debido. Sin media palabra con los caballeros de bronce que están a su lado, mirando el combate, avanza con paso firme hasta colocarse entre el caído Shion y Dohko de frente a éste último, protegiendo al Carnero.
-Maestro Shion, somos caballeros de Atenea, y es por ella por quién debemos pelear, no entre nosotros. Dígame, Maestro Dohko, si son ciertas sus palabras y el peligro está en el Santuario, ¿por qué está aquí y no allí arriba, luchando para defender la Séptima Casa?
Shion abre los ojos, como si acabase de caer en la cuenta de la verdad que contenían las palabras de su subordinado. Dohko, el Dohko que él conocía, jamás habría abandonado la casa de Libra ante la llegada de un enemigo. Si hubiese necesitado avisarles de que volviesen, habría enviado un caballero de rango inferior y se habría mantenido en la brecha, en la batalla. Se levanta, tras Perseo, poniendo su mano en la hombrera de plata
-Eso es, Dohko, ¿por qué no estás tú peleando en el Santuario? -En los ojos del Santo de Aries vuelve a brillar la confianza en sí mismo, en Sage, en Atenea, en el Santuario.
-P-porque tenía que venir a dete... -Es inutil, en los ojos de Shion ve la pasión hacia sus creencias. La devoción por Atenea le da fuerza y convicción; su respeto hacia el Maestro Sage le ofrece la seguridad y la firmeza necesarias para superar la trampa. Es ridículo, pero ese Santo de Plata va a pagarlo caro-: ¡Por qué te entrometes! ¡Sufre la ira de los Cien Dragones de Rozan!
-Aparta -susurra Shion a Perseo. Su voz firme, seria, cargada de la confianza propia de un hombre que sabe que la razón está de su lado, que sus creencias merecen la pena, que la victoria es suya. -Revolución -sus manos concentran ante él su cosmos, como una esfera dorada, brillante, que se refleja en su armadura y los restos de su destrozada capa, que ondean por la energía que desprende -de Polvo -levanta las manos, apuntando a Dohko -Estelar. -La última sílaba parece una señal para que su energía salga disparada hacia los Cien Dragones. Pero en esta ocasión no duda, no vacila. Arrasa como un ariete entre las escamas del dragón, abriéndose paso hasta el Caballero, directo hacia su pecho.
-¡Maldición! -exclama en el último momento el falso Caballero de Libra, que trata de cubrirse inútilmente detrás del escudo de su armadura. Éste se hace añicos y la potencia del ataque de Shion lo arrolla casi sin dificultad. Los dragones son desintegrados, su armadura se deshace durante el trayecto que lo estrella contra la roca e incrustado en ella, sufre la explosión final del ataque. Todo queda envuelto por una densa polvoreda, y las piedras caen al suelo cual lluvia de rocas. Y se hace el silencio.