jueves, 20 de diciembre de 2012

GS VII. Combates en los Pilares I. Shion vs. Lymnades.


Dohko les sale al paso, subido sobre la cordillera de rocas que conforma el camino por el que Shion de Aries y los santos de Bronce y el de Plata avanzan. Se presenta con el semblante compungido, severo. Más Tigre que Dragón, como se le conoce. Con los puños apretados con fuerza, observa al grupo con mueca de desaprobación, y les grita: 
-¡Qué te crees que haces, Shion! ¡Detente ahora mismo!
Shion se detiene. Extiende el brazo derecho, indicando a los demás que se detengan. Éstos lo hacen al instante, todas las miradas fijas en el Santo de Libra, más es Shion el que toma la palabra. 
-Dohko. ¿Qué haces aquí? ¿Hay nuevas órdenes del Santuario? -porque... ¿qué otro motivo podría tener el Santo de Libra para estar allí, si no?
-No, no hay nuevas órdenes -Desciende de un salto, acercándose a la comitiva de Santos con el mismo temperamento mostrado anteriormente.- ¿Te das cuenta de que todo esto es un terrible error? ¡Tenemos que ir a buscar a los demás y salir de aquí!
-¿Un error? -el Santo de Aries estaba realmente perplejo por aquellas palabras. ¿Qué error? Él mismo había sido el encargado de comprobar que el ataque a las amazonas había sido una declaración de guerra. Ya habían perdido tres caballeros en aquel enfrentamiento que aún no empezaba-. No hay ningún error, Dohko. Dos amazonas violadas y asesinadas. Pegaso muerto y Oso malherido. No, no hay ningún error. Y las órdenes han sido claras. -Ambos las habían desobedecido en más de una ocasión, pero por un buen motivo. Y allí no lo había. O al menos él no lo ve.
-No quieres escucharme. ¿Verdad? He dicho... ¡Que es un error! -vocifera, enrabiado. Siente la cólera en su cuerpo y echando los brazos hacia atrás con los puños apretados con fuerza, se prepara para convencer a Shion de la mejor forma posible. Obligándole- ¡Os iréis de aquí!
Shion da un paso atrás ante aquella desproporcionada reacción del Santo de Libra. 
-Dohko... ¿qué te ocurre? Si tan convencido estás de que es un error, dime tus motivos. Porque si no es así, lo siento, amigo mío, pero esta vez no puedo estar de tu lado. -y le cuesta no confiar en el criterio de Dohko, precisamente en el suyo más que en el de nadie. No lo comprende. Y por nada del mundo quiere tener que enfrentarse a él.
-Si no quieres entenderlo, te haré comprenderlo. -El Santo de Libra comienza a proyectar su poder, y espeta-: ¡Cien Dragones de Rozan! -El aura de su cosmos lo envuelve y sale disparada hacia adelante con gran potencia. Éste, toma la forma de multitud de dragones que rodean y flanquean a todos los Santos allí presentes.
Los dragones, como si gozaran de vida propia, se estrellan contra las paredes del angosto desfiladero, derrumbándolo todo a su paso. Rugen de forma ensordecedora, y hambrientos del cosmos y la vida de los aliados que, sin previo aviso, ha convertido Dohko en sus enemigos. Y no parece que al Santo de Libra le importe terminar con sus miserias para conseguir expulsarlos de allí.
La sorpresa ante el repentino ataque de Dohko -el más cercano a él de todos los demás Santos-, impide una rápida reacción del Santo de Aries. 
-Muro de Cristal -Extiende los brazos al frente, con las manos abiertas, las palmas apuntando a su improvisado enemigo, para concentrar su cosmos en repeler el ataque. Sin embargo, esas décimas de segundo perdidas hacen que su barrera no detenga por completo a los Dragones de Rozan y éstos alcancen a los caballeros que le acompañaban. Perseo logra cubrirse con el escudo de la Medusa, pero Leon menor y Lince salen despedidos, varios metros hacia atrás, levantando rocas del fondo marino a su paso. -Dohko!! Detende!! ¿A qué se debe este ataque?
Dohko mantiene la postura tras lanzar el ataque, con la cara extrechamente vinculada a su estado de humor.
-¡Ahora es tarde para discutir sobre esto! ¡Haberme escuchado cuando debías! -Le grita, preparándose para terminar el combate lo antes posible.- ¡Dragón Ascendente! -De su puño, en el que concentra todo sus cosmos en la más terrible técnica del Santo de Libra, nace la potencia personificada en un poderoso dragón que avanza inexorable hacia Shion. A su paso, quiebra el suelo y amenaza con llevarse por delante todo cuanto encuentre a su paso, igual que si se tratara de un terrible torrente. 
Leon Menor consigue erguirse, aturdido por el impacto recibido. Se sorprende de seguir vivo, un ataque directo de Dohko debería haberle matado a él y a su compañero, Lince, al que ayuda a erguirse y salir de entre los escombros y cascotes. Deben ayudar a Shion en la dura batalla con el Santo de Oro: de entre todos los temores que pudieran llevar consigo, este duelo los supera a todos.
Shion intenta por todos los medios comprender los motivos de Dohko, pero no lo consigue. "Céntrate en el combate, Shion", se dice a sí mismo. Y tiene que hacerlo, pues no está solo. En ese instante desea haber hecho como Albafika y haber venido solo, porque una batalla de mil días es demasiado destructiva para tener caballeros de plata y bronce alrededor. 
Sin detenerse a pensar demasiado, concentra su cosmos entre sus manos, para responder al Dragón ascendente con otro ataque.
-Revolución de la luz estelar. 
Lanza la mano hacia adelante, para que su potente cosmos choque contra el del Santo de Libra. La vibración es irregular y no tan intensa como cabe esperar de un Caballero de Oro. Pero sus sentimientos le traicionan. No es capaz de desplegar todo su poder ante Dohko. Por ello no emplea la última de sus técnicas ni con todo su poder.
El choque de ambos ataques produce una fuerte explosión. Perseo toma distancia, junto a los caballeros de bronce. No tiene sentido intervenir en ese combate, no están a la altura y los tres lo saben. El Carnero Blanco fija los ojos en Dohko y eso le hace flaquear, su cosmos se debilita un breve instante, que permite que el Dragón Ascendente llegue hasta él, impactando de lleno en el pecho de su armadura dorada, lanzándole varios metros más allá.
Dohko no da por finalizado el combate, pero avanza hacia Shion con paso calmado y una leve sonrisa en los labios. Se puede apreciar la burla y la ironía en su forma de mirar al Santo de Aries. Ni se molesta en cotemplar a los otros caballeros, que con su sola presencia logra intimidar. Ha resultado todo demasiado fácil, y pensar que éste hombre venció a Hipocampo le provoca una ligera risa.
-¿Qué ocurre, Shion? ¿Acaso eso es todo lo que puedes hacer? -cuando se planta delante de él, elevado ante un caído Santo de Aries que aún se resiente por el impacto, se cruza de brazos.- Te creía más resistente, más poderoso. Me decepcionas, y nos decepcionas a todos. Siempre encerrado en tus pensamientos, siempre dispuesto a sacrificarlo todo. Y te haces llamar Guardián de la Primera Casa.
Shion apoya las manos en el suelo para levantarse, sentado sobre sus talones, humillado ante Dohko. Varias gotas de sangre caen sobre el metal que cubre sus manos. Las observa unos segundos antes de erguirse ante el que, a pesar de todo, es su hermano. 
-Tú conoces perfectamente mi poder, Dohko -y por tanto debe saber que no ha empleado con él todo su potencial. -No comprendo qué es lo que te lleva a actuar así, a rebelarte contra el Santuario y defender a aquellos que han asesinado a tres de los nuestros. Explícamelo, porque no llego a comprenderlo.
-El Santuario nos ha traicionado a nosotros. El Patriarca es un impostor, aliado con Poseidón para debilitarnos y dividirnos antes del ataque de Hades. ¿No te das cuenta? ¡Es todo una mentira! ¡Una gran mentira! -Dohko no deja que acabe de levantarse, y mientras le grita, le suelta un fuerte puñetazo en toda la cara.
Shion encaja el golpe, ladeando la cabeza para tratar de amortiguarlo. La fuerza de Dohko le hace tambalearse, por lo que da un par de vacilantes pasos hacia atrás para mantener el equilibrio. 
-Eso no es posible. El Patriarca es el que más preocupado está por la seguridad del Santuario. ¿Qué es lo que te lleva a dudar de él, Dohko? Comparte conmigo tus temores, amigo mío.
-¡Estás ciego! -Vuelve a golpearle, esta vez con el puño izquierdo.- ¡No lo entiendes! ¿Por qué enviar sólo a tres Caballeros Dorados? ¿Y por qué enviarles con Caballeros de Bronce y de Plata a una muerte casi segura? ¡No lo ves! -De nuevo, vuelve a dirigirle otro puñetazo, esta vez directo al estómago.- ¡Despierta, Shion! ¡Albafika fue el único de nosotros en darse cuenta del engaño! Y tú... Tú no puedes ver más allá de tus propias limitaciones. ¡No mereces ser portador de una Armadura Dorada! -Se prepara para lanzar un nuevo ataque, y poner punto y final a esta absurda disputa.
Ninguno de los golpes es evitado. Ni devuelto. Shion parece más perdido en sus pensamientos que en la pelea. ¿Y si Dohko tenía razón? Después de todo, Albafika había dicho lo mismo, que era ir a una muerte segura. ¿Realmente tenían al enemigo justo al lado de la Diosa? Si era así, en verdad era indigno de llamarse caballero, pues no estaba luchando para defenderla.
-Acabemos con esto. Si no eres capaz de servir a Atenea, no eres digno de ser considerado mi hermano. ¡Y por ello pondré fin a tu miserable existencia! -Dohko retrocede el puño como ya hizo antes, pero en esta ocasión no va a golpearle con él: va a exterminarlo con otra peligrosa técnica-: ¡Furia del Dragón!
Como ya ocurrió con otras de sus técnicas, un nuevo dragón nace de su puño. Tan próximo a Shion, que lo arrastra con él varios metros más atrás, lo eleva y lo estrella contra el suelo. Debería haberlo matado, haberle quitado la vida y no obstante, Shion conserva la armadura intacta y apenas sufre heridas leves. O Dohko se contiene en poder, o su cosmos se ha debilitado por alguna razón.
Perseo es el primero en notar aquella inusual vibración en el cosmos de Dohko. Un caballero de oro jamás dudaría al ejecutar sus técnicas, ni siquiera contra otro caballero. Algo fallaba allí. Y, fuese lo que fuese, estaba haciendo que Shion no pelease como era debido. Sin media palabra con los caballeros de bronce que están a su lado, mirando el combate, avanza con paso firme hasta colocarse entre el caído Shion y Dohko de frente a éste último, protegiendo al Carnero. 
-Maestro Shion, somos caballeros de Atenea, y es por ella por quién debemos pelear, no entre nosotros. Dígame, Maestro Dohko, si son ciertas sus palabras y el peligro está en el Santuario, ¿por qué está aquí y no allí arriba, luchando para defender la Séptima Casa? 
Shion abre los ojos, como si acabase de caer en la cuenta de la verdad que contenían las palabras de su subordinado. Dohko, el Dohko que él conocía, jamás habría abandonado la casa de Libra ante la llegada de un enemigo. Si hubiese necesitado avisarles de que volviesen, habría enviado un caballero de rango inferior y se habría mantenido en la brecha, en la batalla. Se levanta, tras Perseo, poniendo su mano en la hombrera de plata 
-Eso es, Dohko, ¿por qué no estás tú peleando en el Santuario? -En los ojos del Santo de Aries vuelve a brillar la confianza en sí mismo, en Sage, en Atenea, en el Santuario.
-P-porque tenía que venir a dete... -Es inutil, en los ojos de Shion ve la pasión hacia sus creencias. La devoción por Atenea le da fuerza y convicción; su respeto hacia el Maestro Sage le ofrece la seguridad y la firmeza necesarias para superar la trampa. Es ridículo, pero ese Santo de Plata va a pagarlo caro-: ¡Por qué te entrometes! ¡Sufre la ira de los Cien Dragones de Rozan!
-Aparta -susurra Shion a Perseo. Su voz firme, seria, cargada de la confianza propia de un hombre que sabe que la razón está de su lado, que sus creencias merecen la pena, que la victoria es suya. -Revolución -sus manos concentran ante él su cosmos, como una esfera dorada, brillante, que se refleja en su armadura y los restos de su destrozada capa, que ondean por la energía que desprende -de Polvo -levanta las manos, apuntando a Dohko -Estelar. -La última sílaba parece una señal para que su energía salga disparada hacia los Cien Dragones. Pero en esta ocasión no duda, no vacila. Arrasa como un ariete entre las escamas del dragón, abriéndose paso hasta el Caballero, directo hacia su pecho.
-¡Maldición! -exclama en el último momento el falso Caballero de Libra, que trata de cubrirse inútilmente detrás del escudo de su armadura. Éste se hace añicos y la potencia del ataque de Shion lo arrolla casi sin dificultad. Los dragones son desintegrados, su armadura se deshace durante el trayecto que lo estrella contra la roca e incrustado en ella, sufre la explosión final del ataque. Todo queda envuelto por una densa polvoreda, y las piedras caen al suelo cual lluvia de rocas. Y se hace el silencio.

GS V. Llegada al Reino Submarino II. Shion de Aries.


Shion ha reunido, como su Diosa y el Patriarca han ordenado, a un grupo de caballeros de plata y bronce. Ha dudado mucho a la hora de elegirlos, pero, finalmente, todos están frente a él, en el interior del Templo del Carnero Blanco: Grulla y Perseo, caballeros de plata, Unicornio, León menor y Lince, santos de bronce. Todos han acudido puntuales a la cita y perfectamente uniformados. Listos para partir en pos del Santo de Aries hacia los dominios del Dios del Mar. Los ojos del lemuriano no ocultan su preocupación y la desazón que le provoca la idea de una guerra. No quiere ver caer a más compañeros, amigos, hermanos. Pero es para lo que han nacido y vivido hasta ahora, para defender la paz y la justicia. 
-En marcha. No nos separaremos del grupo hasta llegar al Reino Submarino. Una vez allí, Yato y Yuzuriha permanecerán en la retaguardia, para garantizar que el camino de vuelta esté despejado para todos los demás. El resto seguirá conmigo.
Bajo la máscara de amazona, la Grulla frunce el ceño. No le gusta quedarse atrás. Mas no puede responder, ni ella ni Yato, ya que Shion continúa hablando:
-Albafika va solo. Quiero que vosotros dos -señala a ambos con un gesto de la mano- esteis atentos. Es un Santo de Oro y es perfectamente capaz de vencer él sólo a los Generales, pero no me fío de que jueguen limpio, así que os quiero dispuestos a intervenir si es necesario. 
La mirada cargada de significado que dedica a la amazona deja claro que es ella la que está al mando, por su mayor rango y experiencia. Y, ¿por qué no? Por la mayor confianza que les une a ambos. Ambos asienten. Son órdenes claras y precisas. Lo único que tienen es que limitarse a cumplirlas. 
Dando por terminado su alegato, Shion da la espalda a los demás caballeros y echa a andar hacia la entrada principal de su Casa. Degel y Albafika se reunirán con él en el Coliseo, para partir todos juntos hacia el Reino Submarino.




El Santuario bajo el mar era casi tan impresionante como el de Atenea en la tierra. Desde el lugar al que habían llegado podía verse en la lejanía el pilar central y, más allá, los siete pilares que guardaban cada uno de los siete Generales. Seis, después de su combate contra el Hipocampo. 
-Bien. Ha llegado el momento de separarnos. Yo iré hacia el pilar del Océano Antártico.
Cada Caballero había decidido sus pilares antes de partir, por lo que ahora sólo deben concentrarse en su misión. Aries encabeza la marcha, seguido de Perseo, León Menor y Lince. Yato y Yuzuriha se quedan atrás, viendo partir al resto, para defender aquella posición, que les permitirá volver a la superficie.
Ninguno dijo nada mientras avanzaban por los dominios del General de Lymnades. Por mucho que Shion tate de ocultar su cosmos, sabe que los Santos de bronce no están tan entrenados como él en ocultarse y que tarde o temprano, serán descubiertos. Mucho antes de llegar a los pies del pilar. La preguntar era: ¿les permitiría el General llegar hasta él o enviaría a sus acólitos a cortarles el paso antes?

martes, 18 de diciembre de 2012

GS VI. Mientras tanto, en el Santuario... IV.


Después de superar sin dificultades las cuatro primeras Casas, Gioca y Manigoldo se dirigen a la Casa de Leo. Nadie ha osado decirles nada en el camino, aunque sí les han dirigido miradas de incertidumbre y curiosidad. A fin de cuentas, el Santo de Cáncer lleva la capa desgarrada y lleva consigo a una hermosa muchacha semidesnuda que se cubre como buenamente puede con la porción de tela que le falta al Caballero.
-Regulus te caerá bien -comenta distraído, ya separado de ella. Incluso a una distancia prudencial-. El leoncito es un buen chaval. ¿Sabes? Me cae bien, aunque no habla demasiado. Siempre me escucha, aunque no siempre se entera de lo que le estoy diciendo.
Gioca se permite ahora observar con detalle el Coliseo y cada uno de los Templos que han atravesado. Van despacio, el camino es largo y la resistencia de ella dista mucho de la de cualquier caballero.
-Seguro que es un buen tipo, aunque tampoco es que pueda hablar mucho con él. Todavía no he aprendido mucho de cómo habla esta gente. ¿Cómo pueden entenderse?
Aunque lo que de verdad le sorprendía era cómo se entendían en el Santuario, pues cada uno provenía de un lugar del mundo. Pero la respuesta era muy sencilla, el que llegaba, aprendía griego en detrimento de su lengua natal, que sólo empleaban con otros que también la conociesen. Estaría atenta para aprender lo más rápidamente posible. No le gustaba depender de nadie.
Manigoldo se encoge de hombros. La cosa es preguntar siempre por todo.
-Desde niños nos traen aquí y nos enseñan a hablar griego. No es tan complicado. (En realidad hablamos japonés, y nos entendemos por los subtítulos.) Mira, ya hemos llegado -Al detenerse al pié de la escalera que conduce a la quinta Casa, el más joven de los Santos de Oro les espera con una cálida e inocente sonrisa al final de la escalera. Regulus saluda con un ademán de mano a su parlanchín y alocado compañero-. ¿Qué hay, Regulus?
-No sabes lo que me alegro de que seas italiano -sonríe, mientras alcanzan el Templo del León. La muchacha se detuvo un par de escalones por debajo de Regulus y lo miró hacia arriba, con una cálida sonrisa-. Hola.
-Hola Mani -le saluda al Santo, pero observa con detenimiento a la muchacha que lleva consigo. No menciona nada al respecto, y se limita a inclinar ligeramente la cabeza ante ella. De nuevo, posa su atención en el Cáncer-. Tú combatiste en Rodorio. Sentí una vibración muy intensa, y un agresivo cosmos que se extinguió. ¿Qué ha ocurrido?
El Santo de Cáncer responde la pregunta de Regulus con una forzada sonrisa. <<Ahora sí te da por hablar. ¿No? Me vas a dejar mal delante de la chica, idiota.>> Y decide responder:
-Voy a ver al viejo para contarle lo que ha pasado. Que luego te haga un resumen, ¿sí?
-Tampoco hay mucho que contar –interviene Gioca-. Ha llegado, ha acabado con él y fin -su visión de los hechos está un tanto distorsionada por las circunstancias-. No podía esperarse menos de un Caballero de Atenea, ¿no? Seguramente tú habrías hecho lo mismo -se metió en la conversación, dirigiéndose a Regulus, sin perder la sonrisa.
-¿Está bien? ¿Sufrió algún daño? -la cálida sonrisa de Regulus persiste, y más al ver que la acompañante de Manigoldo es tan locuaz y atrevida como el Caballero-. Puedo suponer que se vio envuelta en el altercado.
-Por supuesto que está bien, yo la salvé -espeta Manigoldo, cogiendo a la muchacha de la muñeca para atravesar la casa de Leo sin más dilación. ¿Qué se ha creído este?-. Vamos, que tenemos cosas que hacer.
-En realidad fue un poco culpa mía. Tengo tendencia a meterme en lí... ¡Eh! -se queja Gioca cuando se ve arrastrada por Manigoldo hacia el interior del templo, tropezándose en el último escalón-. ¡¡Pero no ves que casi me tiras!! ¡¡Yo no tengo las piernas tan largas como tú!! -gira la cabeza hacia el León de nuevo-. ¡Hasta luego, Regulus!
-Hasta la vista -Incluso ante la desfachatez de Manigoldo, el Santo de Leo es incapaz de molestarse o de perder la sonrisa. Ése no va a cambiar nunca, y ojalá nunca lo haga.
-¡Calla ya! –el Caballero de Cáncer coge a la muchacha en brazos para poder dar un potente salto que lo lleve a la sexta casa. Irá por los tejados, que así se ahorra perder más el tiempo y que los encantadores Caballeros sonrían una y otra vez a Gioca. A él no le sonríen tanto-. ¡Agárrate bien! ¡No te salvé de Rodorio para que ahora te despanzurres contra el suelo!
-Ahhhh -se queja ella infantilmente, al tiempo que se agarra al cuello del Caballero de Cáncer. No puede evitar sonreír aunque él no pueda verlo. La fuerza que desprende, el olor a polvo, sudor y sangre, la energía de su cosmos, la forma en que apareció ante ella. Definitivamente ha merecido la pena hacer el viaje desde Venecia para verle una vez más.
Manigoldo se siente bien con ella en brazos, siendo el héroe de turno. Nunca sienta mal hacer algo bien, correcto y que acabe sorprendiendo a una mujer bonita. Y a esta mujer bonita la tiene ahora pegada a él. La velocidad a la que avanzan sobre los templos es imposible de concebir. Saltos tan enormes e inhumanos que rompen la relación hacia cualquier explicación. En apenas unos minutos se encuentran ante las últimas escaleras del Santuario.
-Próxima parada, la Cámara del Gran Patriarca, jovencita. ¿Lista?
Gioca asiente. Sólo le apena que el trayecto haya sido tan corto. Se sentía tan a gusto ahí. Afloja el abrazo que mantenía alrededor de su cuello, pero sin soltarse hasta que la deja en el suelo.
 -Seguro que no se enfadará porque me hayas traído?
-Te explico lo que pasará -Echa a andar, subiendo peldaño a peldaño la larga escalera, y en tanto, le va explicando-. Entraremos. Él estará serio y ni me saludará. Me preguntará por lo ocurrido en Rodorio, me llamará inconsciente o algo parecido, dirá que me retire y se quedará contigo charlando. Y entonces será simpático. ¿Te apuestas algo?
-¿Me tengo que quedar a solas con él? No sé... Si no es simpático contigo, ¿por qué iba a serlo conmigo? -la verdad es que la idea de estar ante alguien tan importante le incomoda un poco. No sabe cómo comportarse. Después de todo, no es más que una ladronzuela de las calles de Venecia, que no sabe ni leer.
-¡Tsé! ¿Aún te sorprende que no sea simpático conmigo? ¡Es mi Maestro! Si sólo le doy disgustos al pobre -al atravesar el umbral que conduce a una amplia y vacía recepción, que a su vez conduce a la Gran Sala, se detiene-. Confías en mí. ¿Verdad?
-Sí -asiente.
Inspira profundamente, para darse ánimo, y se alisa la tela que la cubre, como si fuese un vestido que pudiese adecentar. Sólo espera que el Patriarca pase por alto sus pintas, sus pelos revueltos, las manchas de sangre y polvo y el hecho de que vaya medio desnuda y cubierta con los jirones de la capa de Manigoldo.
-Pues venga, vamos. -Y con estas palabras de aliento, reemprende la marcha hacia el salón donde les espera el Patriarca: el mortal más cercano a Atenea, y el mentor de Manigoldo. Éste, por cierto, delante de los portones todavía cerrados, se manifiesta-. Se presenta el Caballero de Cáncer, Manigoldo.
Gioca arquea la ceja al verlo en una actitud tan solemne, lo que hace que tema un poco más el momento de ver a Sage o quedarse a solas con él. Guarda silencio, esperando a que el Patriarca les dé permiso para entrar.
-Adelante, podéis pasar –se escucha la voz de Sage a través de la puerta. Sabe que Manigoldo viene acompañado, pero eso no es ninguna sorpresa para el Santo de Cáncer. Sage lo sabe todo en todo momento, y es por esa razón por la que todos los Caballeros e incluso la mismísima Diosa Atenea lo tienen en tanta consideración. Su voz no indica severidad, aunque sí seriedad. Casi se puede palpar la preocupación.
-Tú tranquila, bonita –le susurra Manigoldo a Gioca. Puede que éste sea el primer piropo que le ha soltado desde que está en el Santuario. Siempre la ha llamado niña, en ocasiones seguido o precedido por una palabra no tan inocente. La necesita entera, y Sage también. Nerviosa lo va a pasar peor todavía.
Gioca se sorprende de la voz del Patriarca. Se tensa y mira a Manigoldo con cara de "¿De verdad tenemos que hacer ésto?". Suelta con fuerza el aire de los pulmones, con resignación, dispuesta a cruzar la puerta de Cámara y ver por fin al Patriarca.
Al abrir los portones, la claridad de la habitación del Patriarca ciega un tanto. Los espléndidos ventanales iluminan por completo la gigantesca sala. A los pies de Gioca se extiende una alfombra roja que sube hasta el trono, a varios escalones de altura, y a los lados, escoltándola, los gruesos pilares que sostienen el techo. Sage se encuentra cerca de una de las ventanas, admirando el paisaje.
-Imagino que vienes a explicarme lo sucedido en Rodorio -habla de espaldas a ambos, recto y firme.
Gioca mira, quizás con cierto descaro aprovechando que no les mira, a Sage. Aquél hombre la intimida, de modo que se detiene junto a Manigoldo, un par de pasos por detrás, como si buscase su protección. En completo silencio, sus ojos echan un vistazo a la estancia, pero vuelven a enfocarse en el anciano.
-Claro, Maestro. Esta muchacha fue atacada por un tipo muy poderoso, aunque no era un siervo ni de Poseidón ni un espectro de Hades. Pero puedes estar tranquilo, lo eliminé -Con orgullo, esboza una amplia sonrisa y adopta una cómica postura al sacar pecho con los brazos en jarras. ¡Qué talante tiene!
-Eres un imprudente, Manigoldo. Si no era un siervo de Poseidón, ni un espectro de Hades, deberías haberlo traído contigo preso para conocer sus verdaderos planes -Sólo entonces Sage se vuelve hacia él, con una mueca de desaprobación-. Aunque mucho me temo, que el mal presentimiento que tenía... Era cierto.
-Pero Maestro, yo sólo pretendía salvar a... -trata de explicarse, pero Sage se lo impide.
Gioca se esconde tras Manigoldo en el momento en que ve que Sage se gira, asomándose por detrás del caballero. Tiene el ceño ligeramente fruncido. ¿Por qué regaña a Manigoldo?
-Déjanos solos, Manigoldo. Hablaré contigo después. -Ni un gesto, sólo su palabra basta para que el Caballero de Cáncer se retire.
-Sí, Maestro. -Con una ligera inclinación de cabeza, se retira-. Te lo dije... ¿Eh? -Ni molesto ni preocupado, sonríe a Gioca y le guiña un ojo antes de abandonar la sala y cerrar la puerta tras él.
Gioca le mira de soslayo. ¿Por qué la deja sola? Pero apenas se va, vuelve a posar sus ojos sobre el Patriarca. Un instante, porque se siente demasiado pequeña y frágil y baja la mirada. Con él no le sale ser tan descarada.
-Acércate, joven. No temas. -Hay un cambio radical e incluso brusco en su forma de hablar con la joven. Su voz suena ahora tranquila, apaciguada y amable. Con gentileza, pero sin perder esa postura erguida y solemne, espera inmóvil a que se acerque.
Gioca duda un poco. Desconfía. ¿Por qué ahora parece simpático? Pero Manigoldo dijo que lo haría... Con cierta reticencia, se acerca unos metros más, pero todavía mantiene la distancia de un par de metros.
-Seguramente te estarás preguntando a qué es debido mi cambio de actitud. ¿Verdad? -Sonríe bajo ese dorado yelmo, y se contiene una ligera risa-. Manigoldo es... Una persona muy especial. Y por lo tanto, también precisa de un trato especial.
Gioca asiente. Sopesa sus palabras y finalmente las corrobora.
-Sí. Es especial. Aunque difícil de tratar. ¿Por eso es así con él? -A lo mejor tendría que tomar nota de esa actitud.
Sage eleva la mirada hacia el techo del templo, con una sonrisa nostálgica al recordar su primer encuentro con "Manigoldo el Verdugo".
-Cuando sólo era un niño, los ejércitos de Hades destruyeron su aldea y sólo sobrevivió él. Se escondió entre los escombros y los muertos durante días, huyendo de los espectros del Dios del Inframundo. Perdió el miedo a la muerte, y dejó de valorar la vida. Yo lo encontré y lo traje al Santuario para enderezarle y convertirlo en un digno defensor de la Diosa Atenea -habla sosegado, y su voz y sus palabras mecen a Gioca con suavidad-. Siempre ha sido un muchacho enérgico, lleno de vitalidad. Y aunque en ocasiones problemático, doy gracias a que se encuentra entre nosotros -Sage recuerda al joven Manigoldo, siendo sólo un niño, rodeado de los fuegos fatuos de las almas que, perdidas, acuden a él buscando cómo encontrar el camino al Inframundo-. Después de su trágica infancia, puedo darme por satisfecho de que esté de nuestro lado. Y ahora dime, joven. ¿Qué ha sucedido exactamente en el pueblo de Rodorio? ¿Cómo te has visto envuelta en el problema? -Parece que Sage sepa la respuesta, y sólo lo pregunta para probar cuan sincera es.
Gioca no conocía esa parte de la historia. Ni esa, ni ninguna, en realidad. Pero sonríe al pensar la suerte que ha tenido Manigoldo de encontrarse con un hombre bueno que le ha convertido en el magnífico hombre que es.
-Pues... verá... yo... -Bah, ¿para qué intentar adornar la verdad? -Yo le robé al tipo ése su bolsa. Él la emprendió a golpes conmigo y Manigoldo me salvó. Si no hubiese llegado... -no estaría viva, pero deja la frase en el aire. -Lo siento, es culpa mía.
Sage apoya despacio su mano en el hombro de la joven y, sin perder la entrañable sonrisa, la mira fijamente. Le recuerda demasiado a Manigoldo. Impetuosa y desvergonzada.
-No querida niña, no ha sido culpa tuya. Ese tipo no estaba allí para hacerte daño sólo a ti, pero gracias a ti ahora sabemos algo importante. El Santuario está en deuda contigo.
Gioca sostuvo la mirada de Sage, insegura.
-¿Conmigo? Yo no he hecho nada, señor. De hecho, todo lo ha hecho Manigoldo. Él le descubrió, él le venció. Y fue realmente impresionante. -Y ese sentimiento se refleja no sólo en la pasión de sus palabras al referirse al Santo Dorado, sino en el brillo de sus ojos. Admiración. O más allá.
Sage ataca cabos, y comprende lo que puede resultar para una joven de su edad haber visto algo como lo que ella ha presenciado.
-Si tú no hubiese robado a ese enemigo del Santuario, podría haberse escapado o haber conseguido lo que se propusiera. Así que... Indirectamente, has contribuído.
-Genial –ríe Gioca-. Así Manigoldo no podrá decirme que no hago nada útil aquí. Muchas gracias, señor. De cerca no da usted tanto miedo.
Sage ríe el comentario de la chiquilla, y la deja irse.
-Ahora ve, ya te he molestado bastante. Y por favor, dile a Manigoldo que cuando pueda, acuda a verme. Solicito su presencia.
Gioca asiente y se dirige alegremente hacia la puerta. Ya parece mucho más relajada. Aunque todavía está dolorida y cansada, al menos ya no está asustada o intimidada. El abuelete le ha caído bien. Ahora, a buscar a Manigoldo, que está afuera, apoyado en un pilar, como de costumbre. Desde aquí goza de la visión más bonita del Santuario; quitando la que el Patriarca y Atenea disfrutan desde la Gran Sala. Pero qué demonios, a él le gusta más con la brisa y la amplitud que éste le proporciona. Uno de sus lugares favoritos.
Gioca se detiene junto a él.
-Es precioso. No me extraña que os guste vivir aquí. -avanza un poco más hasta sentarse en el primer escalón.
Manigoldo no media palabra alguna, por raro que resulte. Sólo sonríe el comentario y nada más. Después de observar largamente la lejana puesta de Sol, se decide a preguntar:
-¿Cómo ha ido? ¿Ah? Bien, espero. Sage es bueno con las buenas personas.
Gioca le mira, por encima de su propio hombro.
-Es simpático, tenías razón. Por cierto, te está esperando.
-Lo sé. -Le devuelve la mirada y se la sostiene unos segundos. Después suspira-. Ya nos veremos. ¿Eh?
No le dice ni cuándo, ni dónde. Ya se la volverá a encontrar, o quizás no. Quizás es una despedida a la que le quita todo el hierro posible. Y se aleja con un ademán de mano hacia la joven. Gioca se levanta y le sonríe
-Claro. Ya nos veremos -le despide con la mano, con un deje de tristeza, y empieza a bajar los escalones pesadamente. Aun tiene un largo camino por delante para regresar a Rodorio.

GS VI. Mientras tanto, en el Santuario... III

Han pasado varios días desde que Gioca se topó con Manigoldo en el Santuario. Grises, a pesar de que el sol brillaba. Pero ha hecho un viaje largo para encontrarse cara a cara con la decepción.
"Bienvenida al mundo de los adultos, Gioca", se dijo.
Ahora lo único que le queda es reunir dinero para poder empezar el viaje de vuelta a Venecia. ¿Qué la retiene allí? Nada. No conoce a nadie, ni siquiera el idioma más allá de un puñado de frases sueltas con las que pedir comida y una cama. Y algún que otro insulto, que eso se aprende rápido. Así que allí está, escondida en una de las bocacalles que dan a la plaza de Rodorio, en un pequeño y estrecho callejón entre dos casas, con un objetivo claro, desplumar a algún inconsciente.
Un hombre que observa el Santuario parado en mitad de la plaza, atrae la atención de la ladrona. Va cubierto por una andrajosa capa oscura que cubre prácticamente todo su cuerpo. Sólo los pies y manos están libres de dicha cobertura.
-Maldita sea... –masculla el desconocido, con voz áspera y despectiva. Tiene demasiado cerca el Santuario como para poder contener sus ganas de arrasar con todo. La rabia le quema desde el interior, como si por sus venas corriera puro fuego-. ¿Por qué demonios siguen todos ahí dentro? ¿A qué están esperando? ¡Parezco idiota! -La rabia se apodera de él y le resulta imposible controlarse. Los dientes le crujen al apretarlos con fuerza. Por más que lo intenta, es inútil. Su sed de sangre aumenta cuanto más se aproxima a la Diosa-. Aurgh... Me iré... -demente, habla consigo mismo. Decide alejarse de allí antes de cometer una imprudencia y que su Dios le castigue. No desea morir si no es asesinando a un Santo de Atenea.
Gioca observa aquella figura embozada. Parece estar esperando algo, y eso le conviene, pues estará distraído. Se mueve. Si con un poco de suerte va a hacia el callejón donde está ella, podrá chocarse con él en la esquina, meter la mano, pequeña y ágil, entre sus ropas, y robarle la bolsa.
Efectivamente, el hombre encapuchado se dirige hacia el estrecho callejón. Su oscuridad, pese a ser todavía le día, le ayudará a desaparecer por completo en caso de que alguien se haya percatado de su presencia. Recuerda las palabras de su Dios: "Si te descubren y lo echas todo a perder, te mataré. Y lo haré de la forma más horrible que puedas imaginar". Así que toca cumplir.
Gioca casi se frota las manos al ver que se dirige hacia ella. Embozada, con la capa cubriendo sus ropas, y con la máscara veneciana cubriendo lo poco de su rostro que pudiera dejar ver la tela, espera, escuchando los pasos para saber cuándo tiene que salir tras la esquina para propiciar el choque. Apenas su cuerpo impacta y nota como sus dedos rozan la tintineante bolsa, la agarra.
-Lo siento -murmura sin levantar la vista, siguiendo su camino como si no hubiese pasado nada.
La gran y fuerte mano del hombre atrapa la muñeca de ella al segundo de verse ya a salvo de él. Y sin media palabra, es arrastrada y lanzada al interior del callejón. La joven vuela por los aires como si se tratara de un miserable bulto y aterriza estrepitosamente contra el suelo, rodando varios metros hasta detenerse.
-¡No puedo creer que tenga tantísima suerte! ¡Jajajajaja! –el coloso, que duplica en todos los sentidos a la ladrona, avanza pesadamente hacia ella y al hablar, la propia ansiedad genera una enorme cantidad de saliva que resbala de su boca a la barbilla. Ya saborea la muerte de esa estúpida-. ¡Te voy a destrozar!
Un grito de sorpresa escapa de los labios de la muchacha. La han pillado. Pero su sorpresa se transforma en miedo en décimas de segundo, que es lo que tarda en salir volando hacia atrás y caer sobre los duros adoquines. Aturdida, se sienta en el suelo, para levantarse. Lo tiene ya demasiado cerca cuando levanta la vista. La capucha cae hacia atrás y la máscara, en dos mitades, al suelo. Un hilillo de sangre brota de su labio inferior.
Como un relámpago, la gigantesca mano del hombre vuelve a atraparla, esta vez por la cabeza. Gioca es un juguete en las brutas manos del animal, que la levanta del suelo y mantiene suspendida sin el menor esfuerzo.
-¡¿Esa máscara es de tu armadura?! ¡Tu cosmos es ridículo! -le habla tan cerca, que las babas le salpican la cara a la joven-. ¡Voy a divertirme contigo!
Gioca se cubre pero no puede evitar que la coja. Es demasiado grande, demasiado fuerte. La vapulea como una hoja de papel. Intenta agarrarle de la muñeca, para liberarse de su enorme mano, pero no tiene fuerza. Y además le hace mucho daño. Asustada y temblorosa, no quiere darle el gusto de gritar o llorar.
El hombre la golpea violentamente contra la pared, donde la tendrá más inmovilizada y, una vez así, le agarra la ropa que cubre su pecho para romperla como si fuera de papel. Algo que provoca que vuelva a reirse.
-¡Jajajaja! ¡¿Todas las mujeres de aquí tienen este cuerpo?! ¡Hoy verdaderamente es mi día de suerte! ¡Y el tuyo!
-No... me... toques -tartamudea ella con asco, impotente, pero está tan dolorida por el golpe que no puede ni intentar cubrirse.
Intenta retorcerse para evitar que la toque. La piel se le eriza del asco que siente en ese momento, cuando nota como le lame del cuello a la cara, impregnándola de su asqueroso aliento, y como la mano que le sostiene la cabeza aprieta cada vez más y parece que esté a punto de hacerla estallar.
-¡Ohhh! ¡¿Y qué harás?! ¡¿Ehh?! ¡Jajajaja! ¡Sólo eres un miserable insec...!
Un destello ciega a la muchacha. Un destello fulminante que ilumina todo el callejón por completo; como si el mismo Sol hubiese emergido ante ella. El oro, el blanco y el azul se presentan con un impacto de tal magnitud que la pared en la que ella está, se sacude y vibra. Y ella cae, sin sujeción ninguna, pues su agresor vuela como ella hizo antes, por lo largo del angosto escenario.
El enemigo barre el suelo durante varios segundos, levantando en su trayecto todos los adoquines que encuentra a su paso y dejando tras él el surco de su cuerpo. Con los ojos desorbitados, la mandíbula totalmente destrozada y una expresión de asombro, se queda tendido sin saber qué demonios acaba de pasar.
Una figura dorada cae despacio ante Gioca, grácil y liviana cual pluma. La capa lo hace después, con mayor ligereza y lentitud.
Gioca se pega contra la pared. Ante ella sólo ve la ondeante tela blanca, bajo la que se intuye el metal dorado. Se le encoge el corazón mientras sus ojos recorren hacia arriba la capa, hasta detenerse en las hombreras y la nuca del caballero. Reconocería aquella silueta en cualquier parte. Aquella fuerza, aquella energía, aquellos fuegos fatuos que flotaban alrededor. Sólo podía ser él.
-Manigoldo.
El Oro de su armadura se ve matizado por una envoltura de color azul de forma gaseosa. En el estado anímico en que se encuentra Manigoldo, mezcla de nerviosismo y rabia, este cosmos se mueve a su alrededor frenético, fuera de sí. No hay sonrisa, ni broma, ni sorna, ni burla. Sólo rabia. Por primera vez en mucho tiempo, no hay cabida en el combate para la máscara defensiva con la que ocultar los sentimientos más profundos. Hoy no podría, aunque quisiera.
La ladrona no es capaz de despegar los ojos de la nuca de Manigoldo, manteniéndose en la incómoda postura en la que ha caído contra el muro, pero no le importa, ni siquiera se plantea si tiene algo roto o está herida. Su mundo se ha reducido al espacio que ocupa el hombre que tiene delante. Nada más existe. Nada más importa. Si el corazón le latía rápido con la tensión de verse indefensa ante aquella mole que la atacaba y descargaba contra ella su violencia y sus ansias de sangre, ahora parece que le quiera atravesar el pecho, de fuerte que late. Tan absorta está en Manigoldo que no ve que, unos metros más allá, el titánico guerrero se levanta y se despoja de la oscura tela que cubría su cuerpo, embozándole. Dejando a la vista las piezas de una armadura roja como la sangre y negra como la noche. Un berseker. Uno de los guerreros a las órdenes de Ares, el Dios de la Guerra.
-Un perro del Santuario.
-El que te va a quitar la vida... Basura -su voz se vuelve profunda, gutural. Habla con la ira tiznando cada palabra que escupe-. ¡Te voy a matar!
-¿Matarme? ¡No me hagas reír! Ni todos vosotros juntos tenéis poder para derrotar al más débil de nosotros. Servís a una Diosa débil. Y sois tan débiles como ella.
Manigoldo eleva su cosmos por encima del séptimo sentido, siendo prácticamente encerrado por las intensas llamas infernales que lo rodean. No puede contenerse. Ese malnacido ha herido y humillado a Gioca; la niña, su niña. Va a pagarlo con lo único que tiene que a él le importe: su vida. No volverá a vivir jamás, porque va a quemar su alma hasta que sólo sea ceniza.
El berseker separa las piernas para aumentar su superficie de apoyo. El cosmos de ese caballero es impresionante. No en vano los Santos de Oro tienen fama de ser poderosos. Pero él es un orgulloso berseker de Ares, está por encima de ellos, y lo sabe. El propio Dios de la Guerra da las órdenes en su entrenamiento, y no se permiten fallos, no hay piedad. Por eso ninguno la muestra, porque tampoco la recibe. El enemigo es eso, el enemigo. Y el suyo no es más que un hombre envuelto en papel dorado. Será un bonito regalo para su señor. Además de la noticia de que las tropas del Santuario están divididas y que su táctica de las máscaras marcadas ha funcionado. Eleva su cosmos, que, si bien no es tan aplastante como el de Cáncer, sí es muy poderoso.
-Vamos. Muéstrame qué sabes hacer. Acabemos pronto, no quiero que esa zorrita se enfríe.
-¡Te vas a tragar tus palabras! -grita con agónica lucidez, pues va a perder los estribos de su raciocinio con cada insulto que dirige a Gioca. Las almas que le envuelven comienzan a concentrarse en una única esfera de pura energía en la palma del Santo de Cáncer. Todo a su alrededor comienza a arder, salvo Gioca, que queda rodeada como si ésta pudiera repelerlas. Pero hay más. El berserker comienza a sentir el gélido abrazo de las almas que emergen del suelo y las paredes y se abrazan a él con fuerza. Son las almas de aquellos pobres diablos que ha asesinado a lo largo de su vida; que gracias al poder de Manigoldo, pueden manifestarse movidos por la tristeza y la venganza.
El servidor del Dios de la Guerra mira hacia sus pies y sus manos, lo primero en verse recubierto del brillo de las almas.
-¿Qué es esto? ¿Pretendes hacerme brillar como una luciérnaga? ¡¡Vaya mierda de poder!! Vete a esconderte entre tus columnas, que yo me buscaré un entretenimiento mejor.
Avanza hacia él, tratando de ignorar las almas, mientras en sus manos chisporrotea un cosmos rojizo. Prepara un ataque.
Manigoldo sonríe por fin, pero es una sonrisa perversa y sádica. Las almas que envuelven al berserker tratan de arrebatarle el alma sin que éste se percate, y a él ya le viene bien toda esa cantidad de pólvora para hacer unos bonitos fuegos artificiales. Sin miedo a qué pueda estar preparando ese gigantesco rival, retira el brazo y lanza su potente ataque:
-¡Llamas Demoniacas!
El berseker lanza contra Manigoldo un enorme rayo de cosmos rojizo, que se abre en un amplio abanico, como si fuese la enorme hoja de un hacha que avanza hacia él. En los extremos, roza las paredes del callejón y las destroza a su paso. Pero al mismo tiempo, cae presa de las llamas demoníacas, viéndose envuelto por un abrasador fuego azul.
Manigoldo toma una rápida decisión: proteger a Gioca. Podría saltar y evitar el ataque del enemigo, o probar de repelerlo con alguna técnica, pero podría fallar y la vida de Gioca estaría en peligro. Como único pensamiento en su cabeza, se agacha a recoger a la joven ladrona y la cubre con su propio cuerpo; dándole en ese instante la espalda al rojizo cosmos que se le aproxima.
-¡No tengas miedo! -le grita a Gioca, abrazándola con fuerza.
Los alaridos del berseker -porque aquello no eran gritos, si no alaridos- se extendieron por el callejón. En un vano intento de llevarse consigo al Santo Dorado, lanzó contra él un nuevo ataque, aunque menos intenso que el anterior, el dolor y las llamas no le dejaban concentrar su cosmos tanto. Se retuerce de dolor mientras intenta avanzar hacia ellos, tambaleante. Gioca se mueve, lo justo para agarrarse a Manigoldo, escondida tras su cuerpo, temblando como una hoja de papel, mientras el golpe de cosmos rojizo pasa alrededor de ellos. La capa blanca queda hecha jirones y el ataque consigue abrir una brecha en la armadura dorada, una fina línea que se extiende desde la hombrera hasta el costado contrario. Nada que Shion no pueda reparar, aunque sí es un indicio del poder que puede tener ese nuevo enemigo. Además del impacto del cosmos, el ataque del berseker ha hecho caer sobre ellos algunos cascotes, pero nada importante. Las armaduras de Oro están hechas para resistir golpes mucho más duros.
El Caballero de Cáncer recibe el segundo impacto que, aunque de menor potencia que el primero, no deja de ser un gran golpe. Un ataque que fácilmente podría partir en dos una armadura de Bronce. Sólo después de recibirlo, se pone en pié dejando a Gioca tendida en el suelo. La contempla unos instantes, y se gira a encarar al agresor. La muchacha se queda en el suelo, tal y como Manigoldo la ha dejado, siguiendo con los ojos cada uno de sus movimientos.
El siervo de Ares se encuentra en el suelo, arrodillado, sentado sobre los talones, con los codos apoyados y la cabeza escondida entre las manos. Su cuerpo se calcina, al igual que su alma, pero ya no se mueve, ya no queda vida en él. Sólo un débil rastro de su cosmos que las llamas de Cáncer se encargarán de eliminar.
-Arde, gilipollas de mierda -deja que termine de deshacerse, hasta que sólo quede un montículo de polvo. Poco ha sufrido ese bastardo. Con ese pensamiento se inclina a recoger la mitad de su capa, caída en el suelo, y con ella cubre a la pobre Gioca; con la ropa desgarrada y la cara ensangrentada-. Se acabó, pequeña.
Gioca tira de los extremos de la capa para cubrirse. Acaba de darse cuenta de la situación. Y no puede estar más roja. Siente que las mejillas le arden y ni siquiera es capaz de mirar a Manigoldo a la cara.
-Gra... gracias.
Manigoldo suspira, finalmente tranquilo. Gioca está a salvo aunque herida, y es lo que mantiene severo el semblante del Santo de Cáncer. Se ha visto vulnerable al verla sufrir, débil ante un sentimiento de impotencia.
-No me las des. Déjame ver tus heridas.
Gioca niega con la cabeza, muerta de vergüenza.
-No son más que unos rasguños. Estoy bien. Tú eres el que ha recibido el ataque de ese... ese... -ni siquiera sabe cómo llamarle. Por un momento se permite mirarle a los ojos, con una mezcla de admiración, agradecimiento y otra cosa que... Que queda oculta por las lágrimas que no caen.
-Bah -muy característico de él restarle importancia a las cosas que no la tienen-. No ha sido nada. ¿Has visto la cara que ha puesto? ¡Menudo idiota! -ríe, con un esfuerzo sobrehumano de volver a colocarse esa máscara tan personal. Y de paso, intentar que ella sonría. Se queda con ella con una rodilla clavada en el suelo, todavía cubriéndola con la capa; tratando tanto de protegerla, como de impedir ver algo que altere el momento. Sólo le faltaba eso. ¡Y ese maldito hijo de puta la ha visto desnuda! ¡Si no le hubiera matado, lo volvería a matar!-. Ahora... Debemos salir de aquí. ¿Vale, niña?
Gioca lo mira, todavía sin saber muy bien cómo reaccionar. Pero al ver su sonrisa socarrona y sus comentarios altaneros, esboza una sonrisa, aunque las lágrimas caen por sus mejillas. Asiente. Es mejor marcharse de allí. Se pone en pie, sujetándose la tela para cubrirse, pasándosela bajo los brazos y atándola sobre su pecho.
-Fíjate, lo último en Rodorio. Top hecho con la tela auténtica de los Santos de Oro de la mismísima Diosa Atenea. ¡Toma ya! –bromea el caballero, pasando un brazo por la espalda de Gioca y colocando su mano en el hombro desnudo al otro extremo. La quiere tener cerca, y más después del susto. Aunque una sombra turba sus pensamientos; ese hombre, no era un siervo de Poseidón: era un siervo de Ares.
Gioca mira los dedos de Manigoldo sobre su hombro y su sonrisa se amplía. Es agradable el calor de su piel.
-Lo pondré de moda en el próximo Carnaval -de Venecia, se entiende. Aunque duda mucho que vaya al próximo o al siguiente. A lo mejor ahora no tiene tanta prisa por volver a casa.
 Manigoldo ríe su comentario a pesar de tener en la cabeza todavía lo sucedido allí atrás. Si el Dios de la Guerra Ares atacara el Santuario, sería el fin. Por lo tanto, Gioca corre peligro aquí.
-¿Qué harás? -le pregunta de forma distraída, rompiendo un poco el hielo. Aún recuerda las discusiones sucedidas en la Casa de Cáncer. Un recuerdo agridulce-. Me refiero, a si te quedarás en Rodorio o vendrás conmigo al Santuario.
Gioca lo mira con estupor. Está claro que no se esperaba aquella pregunta. Y mucho menos tenía clara una respuesta. Si por ella fuera, iría sin pensarlo con él. Al Santuario, a la Casa de Cáncer, al mismísimo Yomutsu. Pero sabía, porque algo había logrado deducir de los pocos dias que había pasado en Rodorio, rodeada de griegos, que en el Santuario no entraba cualquiera.
-No quiero causarte molestias.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Irte sin más? Háh -el canceriano se detiene, mas no se desprende de ella. Y no sólo por miedo a que le flaqueen las fuerzas y se desplome. Es algo más íntimo-. El viaje hasta Venecia es un viaje largo y difícil. Además, tienes que acompañarme a ver al Gran Patriarca. Hay que contarle lo sucedido.
-¿Al... Patriarca? -de repente esa idea le parecía aterradora. ¿Y si la echaba de allí? ¿Y si se enfadaba con ella por haber puesto en peligro a uno de los Caballeros? -No... no sé... -está reticente, mucho, aunque no ha dicho que no.
Manigoldo siente la preocupación de Gioca, tal y como si se la leyera en la frente escrita. Tranquilizador, la aprieta contra él.
-Eh, tranquila. ¡Sé que suena demasiado importante y todo eso! Pero el viejo es un buen hombre. Además... Es mi maestro -le revela, como dato a tener en cuenta. Es el discípulo del mismísimo Patriarca, el anterior Cáncer durante la Guerra Santa contra el Dios Hades.
Gioca se siente tontamente reconfortada cuando la acerca a él.
-Bueno... si es tu maestro... -con razón se da esos aires, si es el niño mimado del Patriarca. Sonríe al pensarlo, pero no se lo dice. Se lo guardará para más adelante, que seguro que le hace falta-. Pero tendré que ponerme algo decente. No puedo ir a verle así.
-Yo creo que vayas como vayas, te encontrará encantadora.
Y así emprenden el camino hacia el Santuario, con la difícil misión de entregar una desalentadora noticia sobre la presencia de los subordinados del Dios de la Guerra Ares en las cercanías al Templo de la Diosa. Algo que seguro, cambiará el destino de nuestros héroes en esta Guerra Santa.

GS VI. Mientras tanto, en el Santuario... II


Asmita se mantenía en su peculiar y casi eterna posición de loto. El silencio reinaba en aquel momento en la que era su casa. La guerra había comenzado y Poseidón no era lo único que amenazaba el mundo y a su Diosa. De espaldas a la puerta, con suma tranquilidad buscaba sus propias respuestas. Algo fuera del alcance de sus conocimientos estaba pasando, pero no conseguía averiguar el qué. Suspira, pensando en ir a hacerle una visita la Diosa.
La diosa Atenea suspira, encerrada en la Cámara del Patriarca. La Guerra ha comenzado y ya no pueden detenerla, sólo librarla del mejor modo posible. Se pasea de un lado a otro, hasta detenerse junto a los amplios ventanales, pensando. Debe enviar a otros Santos fuera de su fortaleza, el Santuario. Eso implica exponerlos al peligro, a la posibilidad de no regresar. Pero confía plenamente en ellos, en su fuerza y su coraje.
-¿Preocupada? -pregunta el Patriarca, aproximándose hacia la Diosa desde detrás. Apenas se ha percibido su llega al gran salón, y acude a Atenea con una serena y tranquilizadora sonrisa.
Ella no aparta la vista de la ventana, aunque no mira nada en concreto, sólo tiene los ojos fijos en algún punto indeterminado del paisaje. Puede que incluso más lejos, en el infinito. 
-Todo esto es demasiado extraño, Sage. Poseidón nunca había atacado de esta manera. Sospecho que hay algo más tras este ataque, pero temo enviar a Caballeros fuera del Santuario y que estén lejos si la guerra nos alcanza.
-En toda guerra se corren riesgos, y por ende, se cometen errores. Debemos desplegar nuestras fuerzas para saber a qué nos enfrentamos. Además -se interrumpe para reconfortarla al ponerle la mano en el hombro, con lentitud y delicadeza-, eres la Diosa Atenea, la Diosa de la Guerra. Nadie es tan estúpido como para venir directamente a por ti. Y de hacerlo, no estás sola. Trata de despejar tus dudas y traquilízate.

Asmita- se tensa levemente, desapareciendo de su casa. Para reaparecer delante del Templo de Atenea. Abandona su postura para dejar los pies en el suelo. Con la cabeza semi gacha, sus mechones rubios movidos por el viento, enmarcan su rostro, sereno. Golpea la puerta con los nudillos:
-Asmita de Virgo se presenta -habla tras el portón. Esperando paciente.
Atenea deja salir el aire que retenía en sus pulmones. 
-Sé que tienes razón, Sage. No podemos simplemente esperar a que vengan a por nosotros. Demasiada gente podría sufrir las consecuencias -los golpes en la puerta hacen que desvíe la mirada de la ventana hacia la hoja de madera y de ahí a Sage-. Tendremos que decidir a quiénes enviamos fuera, pero eso podrá esperar unos minutos más -con ello le indicaba que diera orden de entrar a Asmita.
-Por supuesto -liberando a Atenea de la ligera presión de su hombro, se vuelve hacia la puerta con el semblante más severo y con voz grave, alienta al Santo de Virgo a pasar al interior del gran salón-. Adelante, Asmita.
Asmita empuja la puerta al escuchar la voz del Patriarca. Camina hasta quedar a un par de metros de ambos y se agacha, clavando una rodilla en el suelo, haciendo una reverencia con la cabeza.
-Mi Diosa, Gran Patriarca -saluda, respetuosamente. Para luego volver a alzarse-. Espero no importunar.
-Tu presencia siempre es bienvenida -respondió Sage, volviendo a mostrar una suave sonrisa. Con las manos en su espalda, cruzadas una sobre la otra, espera qué es lo que viene a decirles el joven Santo de Oro.
Atenea esboza una leve sonrisa de bienvenida para el Santo de Virgo. Se separa de la ventana y baja los pocos peldaños que la separan de estar a la altura del Santo de Oro. No le dice que se levante, él ya sabe que tiene que hacerlo. 
-¿Ha ocurrido algo en las 12 Casas? -pregunta abiertamente. si se trata de un nuevo ataque, no quiere andarse por las ramas.
Asmita suspira imperceptiblemente. "Mirando" a ambos. -He sentido un cosmos. Extraño -hace una leve pausa. Está seguro de que había sido así-, Ha sido demasiado breve. Apenas unos segundos. He intentado localizarlo, pero no he podido. -su tono sigue siendo paciente y sereno. Imperturbable. O al menos, eso parece.
El semblante de Sage se endurece más en lo posible. Rara vez Asmita se equivoca, y su percepción y comprensión del cosmos es admirable. Si el Santo de Virgo ha sentido una perturbación, por mínima que sea la vibración, es que algo está sucediendo. Apesadumbrado, el Patriarca deja caer despacio la cabeza, y contempla las posibilidades en silencio.
-Enviaré a Sísifo y a Manigoldo a buscar indicios en las cercanías. Si encuentran algo, lo sabremos. Mientras tanto, Asmita de Virgo, trata de encontrar la fuente de dicho cosmos. Cuanto antes sepamos a qué nos enfrentamos, antes podremos prepararnos.

Atenea pasa los ojos de Asmita a Sage. Sostiene la mirada del Patriarca un momento. Sus temores empiezan a hacerse realidad y, a pesar de ser la diosa de la guerra, nota flaquear su ánimo. Una suave oscilación de su cosmos que no pasa desapercibida para el antiguo Caballero de Cáncer. Posiblemente hasta Asmita pueda sentirlo. Sin media palabra, pues las órdenes ya han sido dadas, se dirige, seria y solemne, tratando de mantener su entereza, a la puerta que se alza tras el Trono, que lleva a aquellas estancias que sólo el Patriarca y ella visitan con asiduidad: su Templo.
-Ahora ve. Informa a Manigoldo, yo iré a avisar a Sísifo -Sage, con un suspiro en los labios, sigue con la mirada a la Diosa Atenea alejarse, y pasa por el lado de Asmita hacia las puertas del gran salón-. Desearía que no fuera más que una equivocación, pero sé que tú jamás te equivocas. Vamos, en marcha.
Asmita asiente a las palabras de Sage con un movimiento de cabeza. 
- Os informaré tan pronto sepa algo -Enfoca su rostro hacia La Diosa expulsando el aire lentamente pero no dice nada. Vuelve a centrar su atención en Sage, recibiendo las ordenes-. Entonces no me demoraré -inclina la cabeza en señal de respeto y de despedida, sopesando las palabras del Patriarca, sobre que él jamás se equivoca. Les da la espalda, saliendo por la puerta. Camino hacia la cuarta casa.



Manigoldo se encuentra apoyado en una de las columnas que sostiene el peso de su Templo, con las manos detrás de la nuca y la mirada puesta en el cielo. Allí, donde sus pensamientos se mezclan con las blancas nubes; y recuerda aquella sonrisa de niña y esos grandes ojos. Cuando se sorprende así mismo pensando en la ladrona, sacude la cabeza.
- ¡Venga ya, Mani! ¿En qué demonios piensas? ¡La guerra! ¡Eso sí es importante!
Asmita desaparece nada más salir por la puerta, apareciendo así en mitad de las escaleras que llevaban a la casa del Santo de Cáncer. Sube con total tranquilidad escuchando los murmullos del hombre, hablando consigo mismo. 
- Manigoldo - saluda, haciendo notar su presencia. Dirigiéndose hacia él. La noticia seguro lo pondrá de buen humor. Cosa que escapaba a su raciocinio.
-¿Eh? ¡Pero si es el bueno de Asmita! -El júbilo es su mejor carta en este cordial saludo, pues no está muy acostumbrado a las visitas y está cansado de darle collejas al idiota de Junkers. Y con una gran sonrisa en los labios, se acerca al Santo de Virgo apresuradamente-. ¿Qué haces aquí? Dudo que vengas a saludarme así como así. ¿A que no me equivoco? ¡Nah! Tú no vendrías a decirme un sosísimo "hola". ¿A que no?
Asmita  casi ladea la cabeza. Aquel hombre le recuerda a veces a un niño impertinente y curioso, con ganas de comerse el mundo. Y sobre todo impaciente. 
- No. Traigo noticias y una misión para ti y para Sísifo. - Se frena frente a él. En silencio. Esperando una reacción o quizás sabe que lo va a interrumpir.
Manigoldo abre los ojos hasta el punto que parece que se le van a caer de las órbitas. 
-¿Una misión? ¡Eso es incluso mejor que un "hola" tuyo! Oye, ¿por qué nunca vienes a verme? -vuelve al tema de la misión-. ¡Menos mal! ¿Tú sabes lo aburrido que es estar aquí sin hacer nada? -Habla de forma enérgica, desentumeciéndose el brazo derecho, haciéndolo girar. Luego se detiene y la sospecha asoma en su aguda mirada-. Pero eh. ¡Eh! ¿Dónde está la trampa? Porque me lo huelo. ¿Sabes? Si te envían a mandarme de misión... No será proteger a algún "santito" de Bronce. ¿No? O qué.
Asmita relaja los hombros expulsando el aire lentamente.
- Sí, una misión. He percibido un cosmos. Extraño. No he sido capaz de reconocerlo y menos aún de localizarlo. Apenas duró unos segundos. -Eso lo tiene algo desconcertado, pero su tono seguía siendo tranquilo. Y monótono. Al contrario que el de Manigoldo. Desprende energía por cada poro. Ignora una de las preguntas. - Sage os ha encomendado a ti y a Sísifo que busquéis algún indico. Alguna señal, en los al rededores. -Él tampoco sabe por qué lo habían enviado él. Ni había preguntado. Era una orden sencilla. Sin más.
-¿Buscar un dichoso cosmos que ni siquiera tú has averiguado dónde está? ¿Pero qué locura es esta...? -Se rasca la mejilla, sin acabar de comprender nada de lo que le dice el Santo de Virgo. Pero sonríe igualmente, ¿de qué sirve preocuparse por algo que posiblemente sea una tontería? Puede que algún joven de Rodorio haya despertado su cosmos, o vete a saber. ¿Qué importancia puede tener?- Y dime, así en confianza. ¿Era... poderoso?
-Si tienes algún inconveniente, háblalo con El Patriarca. -Comenta sin más. Este hombre siempre tiene alguna queja. Asiente con la cabeza ante su última pregunta. - Lo poco que pude percibir, lo era. Bastante. No se me habría escapado así como así -traga saliva manteniendo ese mar de calma que era y alza la cabeza hacia Manigoldo - No augura nada bueno.
-Así que un cosmos poderoso... ¡Jáh! -Vaya noticia, eso sí le sienta bien. Ya era hora de que le sucediera algo bueno. Que si no vas a por Poseidón, que si te vas a quedar custodiando el Santuario, que si nada de salir sin permiso, que si no se te ocurra irte a escondidas... ¡Prf!- Bien, bien... Tranquilo, partiré ahora mismo. Dale recuerdos al viejo de mi parte, ¿quieres? Y gracias por la visita.
Asmita asintió con la cabeza. Al menos el caballero no perdía el tiempo. 
- Ten cuidado. No sabemos a lo que nos enfrentamos todavía. -Decirle que no hiciera locuras sí era una pérdida de tiempo. -De nada. -Le da la espalda despidiéndose con un gesto de la mano. Él también tiene trabajo que hacer. A mitad de las escaleras, desaparece en un círculo rojizo.
-¡Tú también! -acierta a decir antes que desaparezca, y se queda con la mano alzada de la despedida. Luego se queda allí quieto, con la mano en el mentón y en la cabeza dándole vueltas la idea de buscar una posible amenaza. ¿Pero buscar dónde? ¡Si no le ha dicho dónde tiene que ir! Camina hacia la entrada al Templo de Cáncer, taciturno-. Pero si no sé dónde van a ir Sísifo y él, ¿dónde demonios voy yo? Bueno, yo voy a Rodorio. Y si me los encuentro allí, el que llega antes se queda. ¡Já! 
Y con estas palabras desaparece dando un portentoso salto hacia el cielo. ¿Un cosmos poderoso? Tiene que ser para él. No va a dejar que se le adelanten y le quiten la poca diversión que hay últimamente en el Santuario. Sage estará orgulloso de él, o eso espera. ¿Es cosa suya o el viejo está un poco gruñón estos últimos días? ¡Bah!

viernes, 14 de diciembre de 2012

GS VI. Mientras tanto, en el Santuario... I.


En las 12 Casas...

Casyopea no cabía en sí de alegría. Por fin veía el Santuario. La montaña, las escaleras, la estatua de la Diosa, las 12 Casas. Sonrió ampliamente y se apresuró para alcanzar por fin su hogar. Porque aquel lugar era su hogar. Sin dilación, empezó a subir las largas escaleras, atravesando los diferentes templos. El de Aries estaba vacío, igual que el de Tauro.
Sadr se encontraba practicando su polvo de diamantes para hacerlo aun más poderoso. En ausencia de Degel, él se había propuesto defender la undécima casa con su propia vida, aun apesar de ser solo un caballero de bronce.
Casyopea atravesó la Tercera Casa, con la caja de su armadura de bronce a la espalda. No veía la hora de alcanzar por fin la de Libra y saludar a su Maestro. Se alegraría de volver a verle. Aunque no se entretendría demasiado, su objetivo ese día estaba mucho más arriba, casi al final de las escaleras.
Sadr había decidido hacía algun tiempo que entrenaría sin armadura. Bajo su punto de vista, en una batalla contra un poderoso enemigo que enventualmente pudiese destrozar su armadura, si previamente se entrenase sin ella, tendría más probabilidades de vencer. Se detuvo un instante, alguien se acercaba. Alguien con un cosmos poderoso, aunque no había podido reconocer de quien se trataba.
Ya liberada del peso de su armadura y tras haber saludado a su Maestro y sus compañeros en la Casa de Libra, Casyopea continuó su ascenso, casi a la carrera, hacia el último Templo, aunque antes de eso tendría que atravesar los anteriores. Salía en ese momento de la Casa del español, para dirigirse a la del francés.
Sadr salió a la entrada de la Casa de Acuario al notar como se acercaba aquel cosmos, aunque no llevaba su armadura puesta. Al ver de quien se trataba lanzó un bufido. 
-Debí imaginarlo -dijo cruzándose de brazos.
Casyopea levantó los ojos hacia el Templo de Acuario y chasqueó la lengua. De todos los caballeros que allí vivian, ¿por qué tenía que toparse precisamente con éste? Se detuvo tres o cuatro escalones por debajo. 
-Hola -saludó con resignación. Por suerte, no tenía obligación de quedarse allí, hablando con él, ¿verdad?
-¿Qué has venido a hacer aquí, Casyopea de Andrómeda? Tu casa está cuatro tramos de escaleras más abajo. ¿Acaso has vuelto de tu misión más despistada de lo que te fuiste? -no le gustaba que las amazonas fuesen consideradas igual de importantes que los Caballeros.
Casyopea puso los ojos en blanco, aunque bajo la máscara que ocultaba su rostro, Sadr no podía verlo. Imbécil. 
-Sé perfectamente dónde se encuentra la Casa de mi Maestro. Mas es a la Casa de Piscis a la que me dirijo. Si me disculpas, tengo que seguir mi camino -subió los pocos escalones que le faltaban para estar a su altura y poder pasar así junto a él y atravesar el Templo.
Sadr la detuvo con la mano y la miró directamente a los ojos. 
-No puedo permitírtelo. Esta es la casa de Acuario, y en ausencia de Degel, yo la defenderé. Lo siento, pero en este momento soy la última defensa del Santuario.
-¿Tú estás tonto? -le salió hasta un gallo al exclamar aquella frase, de la rabia que sintió por dentro. Alargó la mano para apartar la de Sadr y continuar su camino -Soy un Caballero de Atenea, no soy una amenaza para el Santuario. Así que déjame pasar, haz el favor -apretó los dientes, dejando claro que el "haz el favor", era en realidad un "o te quitas, o te quito".
-Creo que no me has escuchado, asi que, y sin que sirva de precedente, te lo repetiré una vez más. Soy la última defensa en estos momentos que hay antes de llegar a la Cámara de Patriarca, así que o tienes una buena excusa para querer atravesar la casa de Acuario o vuelve por donde has venido.
-Ya te he oído, pesado. Eres quien va a hacer las funciones de tu maestro, bla, bla, bla. Bla. -Le había oído, pero no le había escuchado, su mente estaba puesta en el siguiente Templo, en su guardián. -¿Qué motivo voy a tener? Voy a ver a Albafika, ¿qué si no?
-Es inútil. Albafika no está en el Santuario. Ha partido junto a Degel y Shion hacia el reino submarino - sonrió de medio lado -. Aunque aun te quedan otros nueve caballeros de oro para que te quiten el frío -. La veía como lo más bajo del Santuario, alguien que había seducido a un caballero de oro solo para escalar posiciones en el Santuario.
-¿Qué? Maldita sea. -por un momento, estuvo a punto de pasar por alto el insulto velado de Sadr. Pero estar a punto no es dejarlo pasar. -¿Qué insinúas? -le daría la oportunidad de disculparse.
-Sabes demasiado bien a lo que me refiero y creo que no tengo por qué decirlo de forma explícita. Ahora márchate, nada tienes que hacer en la undécima casa del Santuario. Degel no está aquí, pero el siguiente más abajo es El Cid. Quizás esté dispuesto -el haber tenido que interrumpir su entrenamiento específico con Degel y el que no hubiese sido elegido por su maestro como parte de la espedición le hacían estás más mosqueado que de costumbre con Casy.
Casy se mordió el labio y su cosmos estalló, lleno de rabia y frustración. ¿Quién se creía que era ese idiota para cuestionar sus decisiones o sus relaciones? La intensidad de su energía se sentiría más allá de la Casa de Capricornio y, seguramente, en la Cámara del Patriarca. 
-Retira eso. -No debían iniciar un combate, y menos en el Santuario. Pero acababa de llamarla zorra de un modo muy sutil.
-Calmate, gatita. Opino que el camino que escogiste para ser reconocida en el Santuario es tan válido como otro cualquiera, solo que es tan sencillo para las amazonas como denigrante para los que nos hacemos llamar Caballeros de Atenea. Bien, ya que tu propósito de ver a Albafika se ha fastidiado, vuelve a casa. Aquí no tienes nada que hacer -le dió la espalda, adentrándose en la casa de Acuario para continuar con la mejora del polvo de diamantes.
Casy sintió arder su interior un poco más. Apretó los puños con fuerza, hasta clavarse las uñas en las palmas. 
-Tienes suerte de que tenga mejores cosas que hacer que malgastar mi tiempo y mi cosmos contigo, Sadr. Pero te lo advierto, no voy a permitir que ensucies mi relación con Albafika con tus asquerosas patrañas. -le dio la espalda y comenzó a bajar las escaleras de nuevo. La fuerza de su cosmos todavía hacía ondear su larga melena castaña a su espalda.


En la Cámara del Patriarca...

Manigoldo de Cáncer hace su espectacular aparición ante la Diosa de la Guerra, irradiando esa aura mágica y mística que lo envuelve al caer desde el cielo; siendo transportado por sus propias Ondas Infernales. La capa cae majestuosa, cual cascada de oro blanco, pero no obstruye la visión de su provocativa y chulesca pose. 
-¡Señora! -la saluda, llevándose la mano al pecho y golpeándose el peto de oro.
Atenea sonríe a Manigoldo. De no haber podido percibir su inmenso y vibrante cosmos, se habría sobresaltado por su repentina aparición. Pero el aura del Santo de Cáncer es inconfundible, tan llena de fuerza y de vida, la misma que irradia la sonrisa canalla que le sirve de máscara. 
-Manigoldo. ¿Qué haces aquí? ¿Ocurre algo?
-¿Que si ocurre algo? -Trata de aparentar una aparente calma, que se ve mermada por la imapciencia y la incertidumbre. Aún no concibe el motivo por el que debe quedarse en el Santuario, en vez de ir con sus camaradas al reino submarino. Sigue llevando por sello su impertinencia clásica, su galantería y esa sonrisa canalla que tan bien sabe lucir-. Mi Señora, no consigo convencer a Sage. ¡Maldito vie...! -Se corrije.
Atenea arquea la ceja levemente, en un gesto de desaprobación por aquellas palabras dirigidas al Patriarca, que se suaviza casi al instante. -Manigoldo, sé que deseas más que nadie entrar en batalla, pero si Sage y yo hemos decidido que permanezcas en el Santuario es porque tenemos motivos para ello. Te necesitamos aquí.
-¿Necesitarme aquí? ¡Señ...! -Casi vuelve a gritar, y decide respirar hondo y relajarse. Al menos su tono de voz, que su cuerpo parece que esté sufriendo descargas eléctricas-. Señora... -acierta a decir, más calmado. Aún y así, se pinza el entrecejo y suspira-, aquí no hay nada que hacer. ¿Para qué retener aquí a nueve caballeros de oro? ¡Si el enemigo está allí abajo!
Atenea alarga la mano suavemente hasta posar sus dedos sobre el antebrazo de la armadura dorada, dejando que la caricia de su cosmos, cálido y tranquilo, envolviese al Santo. 
-Confía en mí y, sobre todo, confia en tu maestro. Un peligro incierto se cierne sobre el Santuario. 
Si os enviase a todos a luchar al Reino de Poseidón, el Santuario quedaría desprotegido. Si Hades despertase por fin, yo sola no podría batirle. No sin vosotros a mi lado, Manigoldo. -busca con los ojos los de él -Te necesito aquí, a mi lado, preparado para luchar.

GS V. Llegada al Reino Submarino I. Degel de Acuario.


Degel había sido mandado al reino de Poseidon junto con Albafika, Shion y algunos caballeros de plata y bronce. La muerte de el santo de Pegaso había dejado bien claras las intenciones de aquellos que sirven a Poseidon y las de éste. Sin duda le habían declarado la guerra al Santuario y el Santuario respondería. Aquellos enviados eran la primera respuesta, bastaba con que hubiese un momento de apacible paz y tranquilidad para que alguien apareciese arruinándola, y aquello no le gustaba a Degel. 
Éste era un caballero serio y calmado, aunque, como todos, reía o se enfadaba cuando tocaba. Sobre todo cuando herían a alguno de sus hermanos. Había llegado a temprana edad al santuario y se había entrenado con esfuerzo y gran dedicación junto a su maestro, así que sí, consideraba a aquellos caballeros como hermanos. ¿Cómo no hacerlo? 
Mientras avanzaba con ellos, pensaba en todo eso, en eso y en los "hermanos" que tenía en Blue Gard, Unity y Seraphina. Para suerte o desgracia, los indicios de la aparición o próxima aparición de Poseidón eran cercanos a esta zona, aquello le daba mala espina. Negó y liberó su mente, debía centrarse en el ahora y ahora andaban en misión. Necesitaba todos sus sentidos alerta y así los mantendría. Ya le jugó una mala pasada no estar alerta en una pasada misión y acabó con un par de costillas rotas y bastante magulladuras por el cuerpo, pero el espectro no escapó nada bien de aquella contienda. 
Una vez andaban cerca de la zona indicada de la pasada contienda, decicieron ir por separado para abarcar más terreno, cada caballero iría por un camino diferente, obedeciendo la orden de abarcar más terreno. 
Degel llevaba como acompañantes a Agora de Lotus y a Spika, ambos caballeros de plata, de bronce le acompañaban June de Camaleon y Geki de la Osa Mayor. Eran más que ciertas las palabras de Atenea, ellos habían sido entrenados para pelear y habían ganado sus armaduras con esfuerzo, aunque eso no quitaba que estuviese preocupado por los combates que se avecinaban y los resultados de estos. 
Los generales de Poseidon serían fuertes y todos lucharían con sus mayores fuerzas contra éstos. Una vez estuviesen derrotados, Poseidón se vería más desprotegido o todo lo desprotegido que pudiese encontrarse un dios... En silencio caminaban hacia uno de los pilares, el cual ya se veía a lo lejos. Todos sabían a lo que iban, así que no hacía falta decir nada más. 
Un par de oscuros cosmos comenzó a hacerse notar cada vez más.  
-Sentís eso ¿verdad?  -preguntó el caballero de Acuario sin dudar de que lo sentían-.  Vamos a tener que dividirnos. Quiero que no le deis tregua a esos generales, y que regresemos juntos al santuario, así que ya sabéis lo que debemos hacer, -mientras el caballero de Acuario hablaba, su mirada se mantenía en el frente, y su voz aunque parecía calmada se denotaba sin duda alguna fuerte y firme-. Agora, Geki y June iréis juntos, Spika vendrá conmigo.
Había elegido al más joven para acompañarle, aunque no pelearía, no si Degel podía evitarlo, quería que viera lo que era aquello, lo que era jugarse la vida por la diosa y por el bien de la humanidad, que comprobase en persona lo que implicaba ser un caballero de Atenea, intentando que no se arriesgase mucho, al menos no por ahora, no si podía evitarlo. Consigo se habría llevado a su alumna Carina, amazona de plata que formaba parte de la constelación del Argo Navis, pero si el Escorpión ya estaba quejándose al igual que su compañero el Cangrejo de no poder ir a la misión, más aun se quejaria, así que prefirió dejarla en el Santuario, aunque mayormente era por que se preocupaba por ésta, la había visto crecer a su lado entrenamiento tras entrenamiento al igual que a Sadr, éste tampoco lo podía acompañar ya que debía quedarse en el Santuario y en parte lo agradecía pues seguro se preocuparía de más por ambos si estuviesen allí pelando y no estaría concentrado del todo, además ya tendrán tiempo de pelear si aquello salía mal. 
Dos figuras negras comenzaron a hacerse más visibles, habían llegado a su destino, y ahora pelearían por el destino de sus propias vidas, por el del santuario, por sus hermanos, por su amada diosa y por la humanidad, Degel y Spika caminaban hacia uno de ellos mientras, el caballero de Acuario mostraba un rostro serio e impasible, el joven Spika caminaba a su lado, un tanto más nervioso. Por otro lado agora, June y Geki se acercaban al otro, a ninguno de aquel par de generales les pilló por sorpresa su llegada, pues del mismo modo que los caballeros de Atenea sintieron aquel maligno cosmos, los generales de Poseidón sintieron sin duda el de ellos. 

Dilema de un Caballero.


martes, 11 de diciembre de 2012

GS IV. Reunión en la Cámara del Patriarca.


Tras el regreso de Shion de Aries, las cosas en el Santuario han estado en constante movimiento. La aparente paz que se respira, no es más que una superficial fachada para apaciguar los ardientes corazones de los jóvenes Santos que se preparan para el fin de los tiempos. Y allí, en aquella amplia y solitaria sala, espera paciente el Patriarca junto a su Diosa, Atenea. Las misiones se han llevado a cabo con éxtio, y por el momento apenas se han sufrido pérdidas. Es hora de mover ficha, y pese a ser algo precipitado, deben actuar consecuentemente. Lo sucedido en el Reino Submarino, debe solventarse de un modo u otro.
-Santos de Oro -La voz grave y áspera de Sage rompe el silencio reinante entre los caballeros allí reunidos, invocados por el mismo Patriarca-. Ha llegado el momento de actuar. Durante años os habéis preparado para la Guerra Santa y la guerra ha llegado a nuestras puertas. Voraz, inflexible. Debemos contraatacar.
La joven Diosa está sentada en el trono que otras veces ocupa el Patriarca. Se lo cede a pesar de su negativa y termina siempre aceptando ocupar ese lugar, al frente de sus caballeros, que están en dos filas, ordenados pares a un lado, impares a otro. Suspira antes de hablar.
-Desearía poder retrasar este momento y apartaros de la lucha. Pero debemos presentar batalla, luchar nosotros, para proteger el mundo en el que vivimos, para salvar a la humanidad -sus ojos van hacia Sage, le cuesta mantenerse entera.
Albafika suspira. Odia aquellas reuniones y más aun si por la condición ponzoñosa de su sangre pone en preligro al resto de sus compañeros.
-¿Guerra Santa? Según tengo entendido a Hades aún no le toca despertar. ¿A quién nos enfrentamos en esta ocasión?

-Así es, Albafika de Piscis. No es con Hades esta Guerra Santa. Otro enemigo ha surgido en la sombra, y debe ser aplacado -responde Sage, volviendo después su atención hacia el Santo de Virgo, que al parecer, tiene algo que decir.
Asmita mantiene los ojos cerrados, como siempre. Firme, como el resto de sus compañeros, entre Manigoldo y Kardia. Con expresión tranquila y apaciguada. Como si el tema no fuese con él.
-Mmmm... ¿De quién se trata ahora, si no es Hades? -su voz suena monótona. Inexpresiva. Mantiene la cabeza semigacha, mientras escucha a sus compañeros, al Patriarca y a la Diosa.
Sage suspira largamente, inclinando levemente la cabeza ante la gravedad de la situación y de la Guerra Santa en ciernes. Y habla:
-Nuestro enemigo... No es nada más y nada menos, que el Dios Poseidón.
-¡Poseidón! -Exclama Manigoldo. Y está a muy poco de abandonar su puesto en la fila. Se le hace un nudo de la garganta ante la emoción, que se atraganta incluso-. ¿En serio? ¿El mismísimo Poseidón? ¡No me lo puedo creer! -Mira a sus compañeros, a ver si alguno de ellos comparte su júbilo. Por fin, algo a su altura. Nada de marionetas estúpidas e insignificantes. ¡No, un Dios! ¡Toma ya!-. ¿Y a qué demonios estamos esperando? ¡Qué hacemos aquí!
-¡Manigoldo! -espeta Sage, perdiendo la santísima paciencia que le caracteriza. Sólo ese estúpido alumno suyo consigue sacarle de sus casillas-. Han muerto ya fieles Santos de Atenea en este conflicto. Creo que no eres consciente de la gravedad de la situación. Guarda silencio, y no vuelvas a importunar más con tus brabuconerías.
-¡Pero maestro! -Va a replicar éste, cuando un gesto por parte de Sage, un mero ademán, lo termina de silenciar. Tampoco es inteligente poner a Sage de los nervios, y menos en presencia de la Diosa Atenea, así que guarda silencio. Por ahora.
Atenea fija sus ojos en el guardián de la Cuarta Casa. Siempre dispuesto a combatir, a pelear por la vida, él que es el Caballero de la Muerte. Esboza una leve sonrisa al ver cómo Sage le frena. 
Shion de Aries es el siguiente en intervenir:
-Yo mismo lo comprobé. Han muerto dos amazonas y un Santo de bronce. Hay otro caballero herido. Y el propio General confirmó que era una declaración de guerra. Cuanto más tiempo tardemos en actuar, más vidas habrá en peligro.
-Por ello estáis aquí reunidos, hoy, Shion de Aries. Los Caballeros de Atenea lucharán una vez más para salvaguardar el incierto destino que le depara a la humanidad. Sois el Baluarte del Santuario, el orgullo de todos los mortales. Los hijos de la batalla, y en ella, lucharéis -sentencia el Patriarca, volviendo a levantar el mentón hacia esos valientes guerreros de la justicia.
-¿Entonces qué? -Interrumpe nuevamente Manigoldo (saltándose los turnos, para que así sea más irritante)-. ¿Vamos a seguir de cháchara o nos vamos ya para allá a partile la cara a ese Dios de mierda?
Aldebarán contempla la situación en riguroso silencio, echando un vistazo de vez en cuando al bocazas del Santo de Cáncer; que incluso logra robarle una débil sonrisa. 
A su vez, El Cid, solemne, medita la situación y contempla su mano extendida. ¿Estaría lo suficientemente afilada su espada Excalibur para partir en dos a un Dios Todopoderoso?

La joven Atenea se levanta, aunque no se mueve de delante del trono. Es su forma de pedir la palabra. 
-Sin embargo, no puedo enviaros a todos al campo de batalla y dejar el Santuario desprotegido. No sabemos cuándo puede despertar Hades finalmente y necesito que algunos de vosotros permanezcáis aquí, para proteger este Templo y a los caballeros que aquí habitan.
Albafika se encoge de hombros. 
-Bien. ¿Cuál es el plan? ¿Vamos sólo algunos de nosotros o mandamos a morir a los de bronce y a los de plata? -no está del todo cómodo con aquella situación-. Tal y como ha dicho Shion, mientras más nos demoremos en responder, más vidas inocentes se perderán.
Shion asiente, apoyando las palabras de Albafika, aunque no añade nada. Ahora sólo resta que Sage -o la propia Diosa- den las órdenes.
Asmita se mantiene igual. Impasible. Parece siquiera estar escuchándolos, si no fuera porque su rostro de vez en cuando se gira mínimamente hacia quien habla. "Observandolo". Y luego lo dirige hacia la Diosa. Manteniendo la postura, de pie y firme. Esperando a que terminase, para hablar.
-Mi señora, creo que sería de más utilidad aquí.
Atenea asintente. Está de acuerdo con él. 
-Shion de Aries, tú ya has estado en el reino Submarino y te has hecho una idea de la situación allí -mira a Sage, como si esperase su aprobación, a pesar de ser ella la que, en teoría, tendría que tomar las decisiones-. Tú encabezarás el ataque.
Shion acata la orden con un leve cabeceo, sin perder la solemnidad que le rodea. 
-Así será, mi señora.
Sage suspira. Asmita tiene más razón de la que cree. Su poder del octavo sentido le brinda un papel de grandísima importancia en el Santuario. Además, el Santo de Virgo, igual que Shion y Manigoldo, pueden desplazarse donde deseen en cualquier momento. Tener a Shion al frente de la expedición, es la idea más acertada posible. Está totalmente de acuerdo con la Diosa, y no media palabra alguna.
-Bien. ¿Y yo qué? -Interviene Manigoldo, saliéndose ya finalmente de la fila. No aguanta más la espera, es demasiado impaciente y confía tanto en sus posibilidades como para tener muy claro que él podrá hacer un papel importante allí abajo. ¡Además! Sage conoce sus habilidades, sabe que no será fácil acabar con él-. Alguien tendrá que cuidar de Shion. ¿No? ¡Y yo soy vuestro hombre!
-Manigoldo... -Murmura su maestro, mirando después hacia su Diosa con el semblante endurecido. Esto no va a serle fácil de digerir al impertinente e imprevisible Santo de Cáncer. Y espera poder apaciguar su fuero cuando descubra qué le tiene deparado el destino por la Diosa de la Guerra. Y aguarda, paciente, la respuesta.

Más confiada con el apoyo de Sage, Atenea retoma su discurso:
-Albafika de Piscis, Degel de Acuario, vosotros acompañaréis a Shion en esta empresa. Confío plenamente en vuestras habilidades y vuestro criterio. Cada uno de vosotros llevará a dos caballeros de plata y tres de bronce. Los demás, permaneceréis aquí, en el Santuario -sus ojos se posan en Manigoldo, con una cálida sonrisa. Sabe que no va a tomarse muy bien el quedarse en casa, pero lo necesita allí.
-¡¿Qué...?! -No acaba de creerse lo que ha sucedido. Debe de tratarse de una broma, un malentendido. Un error. Mira de hito en hito a Sage y a Atenea, abriendo y cerrando los puños nervioso. La mandíbula desencajada trata de preguntar mil cosas a la vez, o de gritar algo, o maldecir. El viejo Patriarca trata de calmarlo con un ademán de mano, para que se tranquilice.
Albafika arquea una ceja y mira directamente a los ojos de Atenea.
-Disculpadme, mi Señora, pero dudo mucho que esa estrategia obtenga el resultado que deseamos. Los caballeros de bronce y plata ya han demostrado no estar a la altura de esta circunstancia y, ciertamente, no me gustaría ser la niñera de nadie ahí abajo, por no mencionar que, mientras más vayamos, seremos un blanco aun más fácil. Manigoldo quiere ir y, sinceramente, opino que con cuatro caballeros de oro nos bastamos para solucionar el problema con los generales marinos -va a decir algo más, pero se detuvo por respeto.
La Diosa sostiene la mirada del Santo de Piscis, sin perder su calma y su leve sonrisa. 
-Los caballeros de bronce y plata han sido entrenados por tus propios compañeros dorados. Han luchado y ganado con sudor y sangre sus armaduras. Están tan dispuestos a luchar como todos y cada uno de vosotros, aquí presentes. Negarles la posibilidad de hacer honor a su esfuerzo y a sus ideales no sería un acto de justicia, por mucho que la intención sea protegerles. No puedo arriesgarme a enviar tantos Santos de Oro. Si Hades despertarse ahora, el Santuario estaría desprotegido.
-Estamos hablando de Poseidón y sus Generales Marinos- insiste Albafika-. Sigo opinando que, y sin dudar se su valentía y ganas de dar la vida por vos, no dan la talla para estos combates, pero si quereis enviarles a morir, no seré yo quien me oponga -aparta la vista. Al fin y al cabo, ella es la diosa y debe obedecer. Tan solo está dando su punto de vista.
Sage todavía se mantiene en silencio, aunque ahora sonríe. Esas palabras tan poderosas y ciertas en la joven reencarnación de la Diosa de la Guerra, provocan que se estremezca. Tanta sabiduría en una muchacha de gesto aniñado y de sonrisa cándida, enredada en la Guerra Santa por capricho del destino; un pensamiento triste en alguien que ha visto morir a todo cuánto quería. 
Y allí está Manigoldo, presa de los nervios, reprimiéndose.
Asmita emite lo que parece un suspiro:
-No seas ansioso, Caballero de Cáncer. A todos nos llega nuestra hora -se remueve en el sitio levemente. Sin llegar a alzar el rostro del todo. Se dirige a La Diosa, "girando" el rostro hacia ella-. Mi señora, me gustaría retirarme.
-Sé perfectamente a qué nos enfrentamos -Atenea responde a Albafika-, y por eso envío no a uno, sino a tres caballeros de Oro, los más poderosos entre todos mis caballeros. ¿Consideras, acaso, que tu poder no es suficiente para encargarte personalmente de uno o dos generales? -desvia la atención un instante hacia Asmita- Adelante, Virgo.
-Ansioso... -Manigoldo escupe la palabra, mirando de reojo al Santo de Virgo, que ni siquiera se ha dignado a llamarle por su nombre-. Bah. No entablaré un debate con alguien que no puede "ver" las cosas como yo las "veo". -Rebelde, indomable. El fuego arde dentro de él, y su única ansiedad es liberarlo; pero no será contra uno de los suyos. Aunque le sigue con la mirada cuando lo ve marcharse-. Jéh.
-Podéis retiraros a meditar -sentenció Sage-, o realizar vuestras tareas. Los nombrados para viajar al Reino Submarino, escoged a los Santos de Plata y de Bronce que os acompañarán en la empresa, y volved cuando estéis preparados. El tiempo apremia. Ahora, marchaos.
-No dudo de mis posibilidades, mi Señora -alega Albafika-, dudo del número de caballeros que enviais a la batalla y de los cuales no podré hacerme cargo. Sinceramente, no estoy para aguantar lágrimas por compañeros caidos y vidas perdidas que, mediante una sabia decisión, pudieron ser salvadas. Como ya dije antes, cuatro caballeros de oro es más que suficiente para zanjar este asunto de una vez y para siempre.
Shion se adelanta y pone la mano en el hombro de Albafika, meneando ligeramente la cabeza:
-Entiendo tu desazón. Más cuando yo mismo tuve que traer los cuerpos de dos compañeros. Pero Atenea sabe por qué hace las cosas. Y nosotros debemos confiar en su criterio. 
La diosa agradeció con una sonrisa la intervención de Shion:
-Si prefieres ir solo, sin más apoyo, eres libre de hacerlo, Albafika. Pero no enviaré más caballeros de oro de los ya nombrados.
-Bah. -Manigoldo se acerca también a Albafika y Shion. Los contempla a ambos con la clásica sonrisa ladina y sinuosa; todo él es una provocación constante. Sus aires de chulería, sus posturas, su forma de decir las cosas y de mirarles. Pero hay algo más allá de toda esa máscara; mucho más detrás de la máscara de su armadura de oro-. Oye, yo cuidaré de esto. ¿Sí? Y vosotros dos, volved. ¿Estamos? Ni se os ocurra morir allí abajo sin mí. O iré a buscaros al mismísimo infierno para traeros de vuelta. -Amplía la sonrisa, y les deja tras darle un par de palmadas a ambos en la hombrera. Y se aleja, con una mano en la cintura y la otra en alto, despidiéndose cabizbajo; avanzando con calma y con exagerada parsimonia. Ya hablará después con Sage para aclarar ciertos temas.
Albafika no respondió a su Diosa. Ya antes de que le nombrasen había decidido que, en caso de asignarsele a él la misión, no llevaría a nadie más con él:
-Bien, Shion, será mejor que te des prisa en escoger a tu séquito de caballeros. Cuando Degel y tú los hayais escogido, avisadme. Yo ya estoy listo para marchar.
Shion asiente, tanto a Albafika, como a Manigoldo:
-Lo haremos, no te preocupes. Mañana al alba podremos partir. 

Atenea toma asiento de nuevo, dando por concluida así su intervención en aquella reunión. Observa marchar a sus caballeros, hablando entre ellos, comentando lo que se avecina. Y teme por ellos, por todos y cada uno de ellos. Sabe que muchos no volverán a pisar el Santuario. Y ella llorará cada una de sus muertes, aunque sepa que son inevitables, por un fin más alto, por proteger a aquellos que viven en paz, ajenos a las batallas que se libran en la sombra.
-No te preocupes -le susurra, tranquilizador, poniéndole una mano en el hombro a la Diosa-. Has tomado la mejor decisión para todos, y lo harán bien. Pese a que Albafika se muestre reticente, creo que acabará entendiendo tu propósito. Y volverán, tengo fe absoluta en ellos.
-Espero que estés en lo cierto, Sage. Negras nubes se ciernen sobre nosotros. Pero entre esas nubes brilla un rayo de sol. Un pequeño rayo de sol que reverbera en las armaduras de los Caballeros de la Esperanza.