viernes, 30 de noviembre de 2012

GS III. El regreso del Toro Dorado.


Aldebarán alzó la mirada para contemplar el Santuario. Hacía demasiado tiempo que estaba fuera pero la visión de los templos aún conseguía impresionarle como cuando era un simple Santo de Bronce. Intentó por enésima cerrar su puño derecho, pero no lo consiguió, seguía paralizado y como siempre desde el incidente volvió a suspirar, quizás Atenea pueda curarle. Con la gran caja dorada cargada a su espalda empezó a subir los primeros peldaños.

Shion salió a la entrada de su templo apenas notó un cosmos acercándose. Al ver que se trataba del Santo de Tauro, esbozó una leve sonrisa. 
-Aldebarán. Celebro tu regreso. ¿Te diriges a la Casa del Toro? -se apartó de la entrada para permitirle el paso a través de su morada.

-¡Shion! -una amplia sonrisa apareció en el semblante de Aldebarán y con su gran manaza dejó un par de palmadas en el hombro del caballero-. Me alegro de verte. Me encantaría tomarme un descanso pero antes que nada debo de informar a Atenea.

Shion asintió, acompañándole hasta la salida de su casa, donde comenzaban los escalones que llevaban a la Segunda, la de Tauro. 
-Por supuesto. La Diosa te espera y no seré yo quien te retenga. Cuando regreses, subiré a que me cuentes qué tal te ha ido.

-¿Ha pasado algo en mi ausencia? -se detiene observando el tramo de escaleras que le separa de su templo-. El mundo se estremece Shion. Si no nos movemos pronto, las mareas de la guerra nos inundarán.

Shion negó con la cabeza.
-En el Santuario no. Y yo no lo he abandonado. Manigoldo y Albafika han salido juntos hace una semana. Dohko también ha partido hacia Italia. Debemos estar preparados. El patriarca se muestra más reservado que de costumbre.

Aldebarán asiente, pero no puede evitar sentirse intranquilo. 
-Debemos estar preparados -camina alzando su mano sana a modo de despedida sin mirar atrás-. Pero esta noche no te librarás de beber conmigo Shion!

-Sólo una Guerra Santa podría impedirlo. -despidió al Caballero con un ademán de la mano y regresó al interior de su templo. Todavía le quedaba mucho camino por recorrer hasta la Cámara del Patriarca, donde se encontraba la Diosa. Aunque ellos conocían los pasadizos entre las casas, de modo que el camino era menos agotador.

Aldebarán dejó pesadamente la gran caja dorada en su pedestal dentro de su templo. Gruñó y estiró los músculos de sus hombros con una sonrisa. 
-Me estoy haciendo viejo -aun así elevó su cosmo y la armadura del toro reaccionó envolviendo su cuerpo. Miró de nuevo su mano maltrecha y se volvió a sorprender de que el puño de su armadura estuviese agrietado-. Que terrible cosmo...

Atenea estaba observando el Santuario por los ventanales, sola. Dio un pequeño respingo al escuchar la puerta, pero se relajó al instante al ver que se trataba de uno de sus caballeros. Le recibió con una sonrisa y se separó de la ventana para acercarse a él, mirándole hacia arriba, dada la diferencia de alturas 
-Bienvenido, Aldebarán de Tauro.

-Atenea... -hincó una rodilla en el suelo y se quitó el yelmo en presencia de ella sosteniendolo bajo su axila. Como siempre su fatiga desapareció en presencia de ella, su esencia inundaba la estancia, un radiante y cálido cosmos-. Me alegra ver que estáis bien.

Atenea bajó la mirada, siguiendo el movimiento del enorme Santo. 
-Y a mí me alegra tenerte de vuelta sano y salvo. Ven, necesitas descansar y reponer fuerzas -echó un paso atrás antes de darle la espalda y caminar hacia el trono, hacia las puertas que había tras él, que llevaban a otra sala, donde solía estar ella.

Aldebarán se incorporó y la siguió. No había tiempo que perder...si lo que había visto era cierto... Atenea...tenéis que hacer volver a todos los santos. No tenemos mucho tiempo.

Atenea se detuvo y le miró por encima de su hombro.
-¿Hacerles volver? ¿A todos? -De nuevo la vista al frente, hasta abrir la puerta y atravesar el umbral-. Ven, toma un poco de carne y vino mientras me cuentas qué es lo que te preocupa.

Aldebarán ve las bandejas de carne y fruta y la jarra de vino, pero no tiene hambre, es imposible que pueda tenerlo.
-El Patriarca me envió a Atlantis Atenea, donde Poseidón ha erigido su Santuario...pero...no está solo... -Volvió a intentar cerrar su puño infructuosamente.. Un cosmo inmenso y maligno rodea el gran Santuario de Poseidón.

Atenea trató de ocultar su sorpresa, pero no pudo lograrlo completamente. ¿Un cosmos inmenso y maligno? ¿Qué podría ser? ¿Acaso ya habia despertado Hades? 
-Y ese cosmos... ¿qué crees que pueda ser? ¿Temes, igual que yo temo ahora, que Hades haya podido despertar antes de lo que esperábamos?

-No lo puedo asegurar Atenea, pero cada minuto que pasa se hace más poderoso -Mueve su mano totalmente paralizada hacia ella mostrando su puño repleto de grietas-. Me atacó estando a varios kilometros de distancia y aún así fui capaz a duras penas de escapar de su ataque.

Atenea sostuvo la mano de Aldebarán entre las suyas, sin apretarlas, dejando que sus dedos, largos y blancos, finos, rozasen levemente el maltrecho metal y la piel morena del Caballero. Su cosmos, cálido y tranquilo, se sintió por la estancia. 
-Celebro que lo lograras. Me duele cada una de las heridas que soportais mis caballeros. ¿Qué más puedes decirme acerca de ese poder?

-Es solo un rasguño -sonrió, aún era una niña que confiaba poder proteger a sus caballeros de cualquier daño. Ojalá pudiera proteger esa inocencia y no hacerla luchar, ojalá pudiera proteger a sus queridos alumnos y hacer un mundo en el que ellos no tuvieran que pelear-. Es un poder...que va más allá que el de un Dios. Aún no está totalmente liberado y eso es lo que hace más aterrador.

-¿Más allá del poder de un Dios? -sintió como el miedo hacía que se le encogieran las entrañas. Miedo a la lucha y al dolor. No propios, sino de todos y cada uno de aquellos hombres que luchaban bajo sus ódenes -o las de Sage- en el Santuario. Aquellos que vestían armaduras. Aquellos que luchaban en la sombra para que el mundo pudiese seguir en paz, ajeno a sus batallas. Aquellos que sangraban y morían por los ideales que ella encarnaba-. Nos reuniremos. Todos. Desde el primero al último de mis caballeros. Debemos estar preparados para esta batalla.

Aldebarán posa su manaza sana sobre la cabeza de Atenea alborotando su cabello con ternura. 
-Siento dejar una losa tan pesada sobre vuestros hombros...pero por mi nombre y mi sagrado signo prometo que os protegeré con mi vida en esta batalla -Retira su mano y se coloca su yelmo astado-. Con vuestro permiso iré a ver a mis alumnos. Hace meses que partí.

Atenea esbozó una media sonrisa ante la caricia. 
-Es mi deber cargarla. Ojalá no tuviera que arrastraros a vosotros a esta cruenta guerra. Pero no será en vano. Ve y descansa, Aldebarán. Necesitaré todo tu poder, tú que eres el más fuerte de todos mis caballeros.

Aldebarán suelta una sonora carcajada al escuchar las palabras de Pallas_Atenea. 
-¡Solo soy el más viejo! Intentaré estar a la altura de los jóvenes santos y no retrasarlos-. Guiña un ojo a su Diosa y da media vuelta abandonando sus aposentos y dirigiendose al patio de entrenamiento a las afueras del Santuario.

Atenea se queda mirando la puerta cerrada tras la que se aleja el Caballero. Un hondo suspiro escapa de entre sus labios. La hora se acerca, la batalla ya está a las puertas del Santuario. Habrá polvo, sudor y sangre. Muerte. Nadie recordará los nombres de los caídos con el paso del tiempo. Pero ella los llevará grabados a fuego bajo la piel.