domingo, 24 de marzo de 2013

AN IV. Siegfried vs. ElCid.

Para sorpresa de ElCid, Siegfried no hace ademán de evitar su ataque. Reacciona instintivamente cruzando los brazos con los puños apretados frente a su pecho. Está loco es lo que pensaría cualquiera viendo durante ese mínimo instante cómo el brillo dorado de Excalibur avanza hacia Siegfried y lo atraviesa!
El brillo dorado sin embargo se rompe tras de él desintegrándose en un millar de bellas luces doradas. El cosmos de Siegfried, hermosamente blanco, brilla a su alrededor mientras él se yergue abandonando por un instante su guardia. 
-Como habéis dicho soy el líder de los Guerreros Divinos.... -¿Excalibur realmente no le había hecho nada? -Y os demostraré por qué -dice ominosamente señalando a Capricornio con su dedo índice-. Os arrepentiréis de haberme insultado. ¡En guardia, caballero! -Y traza un sesgo con el índice justo delante de ElCid, de modo parecido a como él ha ejecutado la técnica Excalibur, pero Siegfried lo que hace es hacer estallar su cosmos sobre el caballero de Oro en un millar de explosiones blancas, superpuestas unas a otras sobre él y a su alrededor-. ¡ESPADA DE ODÍN!!
Tanto ElCid como Shion observan con sorpresa cómo el ataque del primero no parece haberle hecho el menor daño. Al contrario, le ha atravesado para seguir en línea recta hasta la pared, a un metro de la Diosa, abriendo un agujero en la roca que deja a la vista el cielo de mediodía. Las vibraciones de todos los cosmos presentes en la habitación chocaban unas con otras, en una pugna por demostrar quién era más poderoso que los demás. El contraataque no se hace esperar y ambos santos dorados deben tomar posiciones en aquel combate. ElCid, usando su velocidad para tratar de evitar la mayoria de los golpes. Shion, pasando por encima de ellos para interponerse entre el guerrero divino y el lugar donde Sage sostenía a Atenea. Capricornio chocó contra la puerta, atravesándola y cayendo entre restos de muro en el pasillo. Cuando la nube de polvo se disipa, ya está de nuevo en pie, soltando la capa de las hombreras de su armadura y dejándola caer a su espalda, para poder moverse con libertad en el combate. Shion, por su parte, alzó ambas manos frente a él. 
-Muro de Cristal. 
Y su barrera se levanta para separar a su Diosa y al Patriarca -y a él mismo, para poder mantenerlo- de la batalla.
Siegfried sigue con la mirada a Shion, sus ojos tremendamente claros se mueven siguiendo sus movimientos, aunque él permanece quieto unos instantes. El caballero de Aries nota rápidamente que en ningún momento hace ademán de atacar a Sasha, ni siquiera se vuelve hacia ella. Una vez que sabe que el duelo es entre ElCid y él se adentra entre los escombros a toda velocidad y se impulsa saltando sobre él y descargando toda su furia en un nuevo puño rodeado de su cosmos blanco. 
-La mayoría no logran ponerse en pie tras mi espada de Odín, felicidades... aunque serán felicitaciones breves! -exclama mientras se arroja sobre él dispuesto a machacarlo contra el suelo.
El Santo de Capricornio se cubre con ambos brazos para bloquear el ataque de Siegfried. Por suerte, su armadura de oro es lo suficientemente resistente para aguantar el impacto y proteger a su portador un poco más, alargando el combate. Retrocede para poder alzar de nuevo su guardia y lanzar un nuevo ataque. Bajo la armadura, su brazo izquierdo Nota la cálida humedad de la sangre acumulándose bajo el frío metal. Su expresión varía ligeramente (de >:| a >:/) aunque no revela el daño sufrido. 
-Tampoco muchos sobreviven al filo de Excalibur. Yo también debería felicitaros.
Siegfried apoya una bota en tierra con un chasquido metálico, y se impulsa con esa misma pierna contra ElCid. Para cualquiera que estuviera mirando el combate queda claro que el Guerrero Divino no iba a perder el tiempo en discursos grandilocuentes. ElCid apenas ha tenido tiempo de armar su guardia cuando Siegfried ya está sobre él y descarga un nuevo puño directamente hacia el rostro del caballero de Oro. Con cada uno de sus golpes la cámara temblaba e iban con toda la violencia de su cosmos. 
-Probad de nuevo! Hasta ahora vuestra lengua me parece más afilada que vuestra espada!
ElCid bloquea sus ataques. Quiere volver a lanzar de nuevo a Excálibur contra Siegfried, pero no se atreve, porque tras él está Atenea y ella podría salir lastimada. Sin embargo, hay un detalle en el que repara en un instante, como una lucecita que se hubiese encendido en su mente, aportando claridad. El Muro de Cristal de Shion. Su técnica no sólo servía como defensa, sino que devolvía el ataque no sólo con la fuerza recibida, sino con la potencia del Santo de Aries. Si lanza su técnica contra él, el Muro la devolverá y, si tiene un poco de suerte, tal vez pueda atrapar a Siegfried entre la Excálibur devuelta y una nueva que lance contra él. Salta hacia atrás para evitar al Guerrero divino, alzando su brazo derecho para dejarlo caer hacia adelante, hacia él, hacia el Muro de Cristal.
Siegfried no se despega de ElCid y vuelve a arremeter contra el brillo de Excalibur con un valor que se aproxima al suicidio. Ahora está mucho más cerca que cuando usó Excalibur por primera vez, peligrosamente cerca, de modo que cuando ElCid termina su ataque el brillo de su espada impacta directamente sobre el cosmos de Siegfried, prácticamente sobre su cabeza desprotegida sin el casco. (que en ningún momento llevó) Pero una vez más lo imposible vuelve a suceder, el brillo de Excalibur se rompe en mil pedazos al contacto con el cosmos de Siegfried, estallando en decenas de hermosos brillos dorados, pero lo que es peor. Aprovechando la sorpresa y la cercanía el Guerrero Divino adelanta su zurda para tratar de sujetar la diestra de Capricornio.
Excalibur se deshace sólo sus restos llegan al Muro de Cristal de Shion. Tan débiles que ni siquiera pueden considerarse un ataque. Su idea ha fallado, pero no por ello va a rendirse. Al tener el brazo derecho sujeto, no puede usar de nuevo su afilada espada, por lo que trata de liberarse golpeando a Siegfried con una patada a media altura, hacia su cadera. El golpe de su pierna le tiene o no sin cuidado en realidad, le basta con liberar su diestra para poder atacar de nuevo, aunque, de no poder, sí que tratará de hilar golpes en la mitad inferior.
Siegfried le sujeta con una fuerza propia solamente de los héroes mitológicos. Su siniestra se cierra contra la muñeca derecha de ElCid apretando y haciendo chirriar ambas armaduras. Siegfried le mira desde muy cerca con una mirada no muy propia de un traidor ni mucho menos de alguien que tuviera dudas de su lealtad o su cosmos. De hecho, la prueba la tenía en que había resistido Excalibur por dos veces.
-¡Tu velocidad no te servirá de nada ahora, Capricornio! Ni siquiera hace por evitar la patada de ElCid. Su pierna impacta violencia contra su costado, aunque no llega a tocar su armadura, la detiene una vez más el cosmos de Siegfried, que sólo se esfuerza en mantenerle sujeto. Tras la patada que prácticamente ignora, le apunta al pecho con el índice de la diestra a toda velocidad. Su yema se ilumina y entonces descarga toda la violencia de su cosmos sobre ElCid. -¡¡¡Espada de Odín!!!
Un millar de golpes a cortísima distancia se desencadena sobre el caballero de Oro, terribles impactos de energía blanca que recuerdan, salvo en el color, al Plasma Relampagueante de Leo. Sin embargo, en ningún momento trata de alcanzar un punto vital de ElCid, aunque llevado por su furia, el ataque es brutal.
El caballero de Oro no puede oponerse a ese ataque a tan corta distancia. Aunque su velocidad le permita bloquear algunos, está en clara desventaja y ha de encajar la mayoría. Además, su brazo izquierdo, el libre, ya está roto y sangrando, aunque no lo muestre, por lo que la velocidad a la que puede moverlo es menor. Ha fallado y lo sabe. Y justo delante de su diosa. Pero no se va a rendir tan fácilmente. Es un Santo de Atenea y estará a la altura. Sin variar apenas la expresión de su rostros -salvo, si acaso, un ligero fruncimiento de ceño o una leve curvatura en la comisura de la boca-, ElCid hace estallar su cosmos, en una oleada que haría retroceder a cualquier adversario. O casi. 
-No subestimes el poder del más leal de los caballeros de Atenea. Puede que caiga ante ti, pero no lo haré antes de liberar a mi Señora.
Siegfried suelta la muñeca de ElCid ante el estallido de su cosmos, y también porque en parte su ánimo se ha apagado al haber liberado su cosmos en el ataque anterior, retrocede con el cabello completamente agitado y baja los brazos, mirando seriamente al caballero de Oro. 
-Si no queréis caer antes de liberar a tu señora, dejemos de luchar. No soy tu enemigo, caballero de Capricornio.
-Lo es cualquiera que ose levantar la mano contra Aten... -no puede acabar su frase, pues, ante sus ojos, a espaldas de Siegfried, Atenea se desvanece en brazos de Sage. 
Shion deja de mantener su defensa para coger a su Diosa de manos del Patriarca. Un brazo tras su espalda, otro bajo sus rodillas. 
-¡Mi Señora Atenea! 
-Déjala en la cama. Está agotada. Necesita descansar -el Gran Patriarca emplea su propio cosmos para frenar la acción maligna del ceñidor y permitir que Atenea recupere algo de fuerza tras haber estado toda la noche anterior, desde la cena, y toda aquella mañana, luchando por evitarlo. El Santo de Aries obedece-. Caballeros, no es momento de resolver esto a golpes. Si de verdad estais dispuesto a ayudar, Guerrero Divino de Alpha, es el momento de demostrarlo. Traed el modo de liberar a Atenea de su sufrimiento.
Siegfried se vuelve hacia ella, ladeándose cuando la ve caer en brazos de Shion y muestra una expresión clara mezcla de estupor y preocupación. Sus ojos permanecen sobre ella unos largos segundos, antes de volver la mirada hacia ElCid. 
-Tenemos que partir cuanto antes...!
Sage mira a la muchacha y, tras observarla unos segundos en medio de aquel tenso silencio que de repente se ha adueñado de la estancia, habla, sin siquiera mirar a los demás hombres presentes. 
-Shion de Aries, tú partirás con Siegfried hacia Asgard. Llévate a otros Caballeros contigo. Y volved lo antes posible. 
El Carnero Blanco asintió y se dirigió hacia ElCid y Siegfried.
-ElCid, no sabemos lo que el Patriarca puede aguantar, permanece tú aquí, junto a ellos, para proteger a Atenea.
-Ella dio su consentimiento de que fueran sólo dos, Patriarca. Espero que respetéis eso y en ese caso tendréis mi ayuda -intervino Siegfried mirándole seriamente. Tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba a punto de llevar a dos enemigos potenciales hasta Asgard y por otro lado no quería que le pasase nada a ella. Por su expresión contrita sus pensamientos pueden casi leerse en sus ojos-. Temo que algo haya salido mal cuando se creó el Ceñidor.... ambos santuarios podrían estar en peligro.
-No enviaré más de dos caballeros de Oro fuera del Santuario. Más ahora que la vida de Atenea peligra -rebatió Sage.
-No pienso quedarme, Shion. Voy a ir contigo al norte -Capricornio no daría su brazo a torcer.
-Pero... -Shion no quería decirle "estás herido" delante de su adversario.
-Pero nada.
Se sostienen la mirada un instante. Shion puede leer en los ojos de ElCid que no sólo se trata de Atenea, sino de sí mismo. Necesita reparar su orgullo y no confía en Siegfried. No lo hará hasta que compruebe por sí mismo que realmente va a ayudar a su Diosa. Un suspiro escapa de labios de Shion, cediendo. 
-Como quieras. Partiremos al caer la noche -le daba así unas horas para curar sus heridas.
Siegfried asiente a su vez con un leve balanceo de sus cabellos castaños sobre las hombreras de su armadura.
-De acuerdo -dijo mirando a sus dos aliados... al menos momentáneamente.

AN III. Mañana de tensión.

La cena transcurre con toda normalidad, aunque con una leve tensión latente. Siegfried se muestra en todo momento amable con ella y con los demás caballeros hasta que Atenea decide quizás un poco pronto que es hora de retirarse. Todos, obviamente, lo aceptan y la cena termina con un nuevo intercambio de buenas intenciones.
No es hasta mañana siguiente, cuando el sol ya esta alto en el Santuario, que Shion de Aries golpea con suavidad la puerta tras la que descansa el Guerrero Divino. El Patriarca desea reunirse con él, aunque no ha dicho para qué, o si lo ha dicho, Shion no lo comparte con Siegfried. Siegfried asiente, al parecer no tiene problemas. Pensaba marcharse esa misma tarde, pero...
-Claro, Shion. 
Obviamente le pregunta la razón de que Sage le haga llamar, y ante la respuesta poco explicativa de Shion, el Guerrero Divino frunce un poco el ceño. Finalmente, con el sol en lo más alto, Siegfried se adentra junto con Shion hasta la cámara del patriarca.
Sage, lejos de mostrar la imagen afable que mantenía con la diosa, ocupa solemnemente el trono, con su túnica oscura y su casco dorado. Era un asunto oficial. 
-Gran Patriarca, Shion de Aries se presenta junto con Siegfried, Guerrero Divino de Alpha. 
-Adelante -el Santo de Aries permaneció en un discreto segundo plano una vez entraron en la sala-. Antes de que os marchéis, me gustaría preguntaros quiénes hicieron el presente que trajisteis para Atenea y qué fuerzas emplearon para ello.
Siegfried frunce algo más el ceño, de un modo no tan imperceptible como cuando iba con Shion. Se detiene en pie ante Sage y al ver su expresión y que le habla tan pronta y directamente no puede menos que mirarle de un modo suspicaz. 
-Se lo dije a ella -con expresión un poco extrañada ante la pregunta-. Vos estabais presente. Fueron los joyeros del santuario de Asgard. Y los métodos que usaron para ellos son desconocidos. Es un secreto que se transmiten entre ellos de generación en generación. Ni siquiera yo estoy al tanto.
Sage se pone en pie, de modo que queda muy por encima de Siegfried, al estar en lo alto de la escalera.
-Entonces, supongo que no conocéis el mecanismo para quitarlo del cuerpo de la Diosa ni el motivo por el que el ceñidor parece lastimarla, ¿verdad? -aunque sus palabras son tranquilas, está claro que duda, razonablemente, del desconocimiento total de Siegfried.
-¡¿Qué?! -Levanta la mirada un poco para seguir con ella el rostro del Patriarca conforme él se incorpora del asiento. Al instante en su mente se abre como un rayo la misma sensación de extrañeza que sintió anoche cuando le pareció que Atenea se quejó al presentarse con el ceñidor, sin embargo él tampoco puede creer que...- Pero qué estáis diciendo?! El ceñidor es un regalo de Asgard, y ha sido consagrado para proteger a Atenea. Ésa es su función y no otra -sus ojos increíblemente azules se encierran mirando al Patriarca con fijeza.
-Pues la función no parece ajustarse a la realidad. El ceñidor intenta absorber la vida de Atenea y sólo el considerable esfuerzo que está haciendo la Diosa para refrenarlo con su cosmos la mantiene a salvo. Nada puede romperlo o abrirlo, ni las armas de Libra, ni la espada de ElCid. Si de verdad deseais firmar la paz con el Santuario, decidnos cómo liberar a Atenea.
El rostro de Siegfried fue de sorpresa de nuevo. No podía creer aquello que estaba oyendo. 
-Lo que decís es imposible. Estáis poniendo en duda mi palabra y la de quien represento? -El tono es tenso, de hecho la tensión se puede cortar con un cuchillo. Entre un rápido movimiento de sus cabellos castaños vuelve la mirada hacia Shion, esperando quizás encontrar una expresión comprensiva, o al menos estar prevenido ante lo que pudiera pasar-. Ha de haber otra razón, estáis equivocado. Ayer ya lo tenía puesto y no parecía precisamente dolorida! Todo lo contrario... Incluso le sonrió un par de veces. 
-Me encantaría que lo fuera. A todos. Mas lamentablemente no es así. Atenea está recluida en sus habitaciones, esforzándose, consumiendo su cosmos, para mantener a raya el dolor que le causa el ceñidor. Si tan seguro estáis de que se trata de un error, liberadla. De lo contrario, ninguno de los enviados de Asgard regresará vivo al norte. 
Shion no mostró apoyo ni hostilidad, únicamente estaba allí para ejecutar las órdenes de Sage.
Siegfried les miró alternativamente, con sus ojos tan claros, dos veces.
-Dejadme verla, pues -dice finalmente. No podía creer que todo fuera un cruel engaño, pero si ella se lo decía o lo veía con sus propios ojos, no podría decir que no. Aprieta los labios cuando una parte de él duda y cree que Atenea puede estar en peligro.
Con un cabeceo, Sage indica a Shion que le siga, escoltando a Siegfried hacia las habitaciones tras la Cámara. En un tenso silencio, sólo roto por el resonar metálico de sus pasos, avanzan hasta la habitación de la Diosa. En la puerta, ElCid de Capricornio monta guardia, apartándose para dejarles pasar. En el interior, la Diosa permanece de pie, junto a la ventana, observando el Santuario, envuelta en un leve brillo dorado, su cosmos.
Siegfried enarca imperceptiblemente sus cejas al sentir y ver su cosmos que no había desplegado en ningún momento delante de él. Ha advertido que a ella le gusta sentirse en la medida de lo posible como una simple mortal, así que que hiciera eso ya era de algún modo extraño. Con cierta rapidez irrumpe en la sala y se aproxima a ella directamente. 
-.... Atenea... vos habéis enviado a Sage a buscarme?
La Diosa gira la cabeza para mirarle. No sonríe. Se nota en sus ojos y en el ceño, ligeramente fruncido, que esta manteniendo la concentración, para que su cosmos siga a un nivel constante que le permita aplacar el dolor. 
-Así es -al hablar, su cosmos vibra y nota con más fuerza la punzada, pero trata de no mostrarlo.
-Vos mismo lo estais viendo -intervino Sage-. Si no la liberais al punto, lo consideraremos una declaración de guerra.
Siegfried se adelanta todavía más hacia ella hasta un punto en que cualquier caballero lo consideraría peligroso. Se sitúa justo junto a ella, a menos de un paso con un par de rápidas zancadas. 
-... N-no puede ser... Es el ceñidor..? -Hace ademán de acercar sus manos al maldito adorno, pero se detiene antes de tocarlo. La mira desde muy cerca mientras una gota de sudor frío le baja por el puente de la nariz.
Atenea asiente. Lentamente, como si el moverse le hiciese perder la concentración y permitiese al ceñidor lastimarla de nuevo. 
-Por petición de la Diosa, se os concede la posibilidad de demostrar que Asgard no tiene nada que ver en esto y liberarla. -Aunque estaba claro que ni el Patriarca, ni los caballeros, deseaban dejarle salir de allí con vida, si la diosa sufría el menor daño.
Siegfried tan solo la mira a ella durante largos segundos, sus dientes ligeramente apretados y la cabeza llena de multitud de posibilidades a cada cual peor. No fue hasta que pasaron un par de segundos que volvió la mirada hacia Sage. 
-Patriarca... -se tragó todo su orgullo y con la expresión completamente tensa le contestó. -No puedo liberarla. Desconozco por completo qué clase de fuerzas se han empleado aquí... De nuevo volvió su mirada hacia Atenea. -Podría intentar destrozar el ceñidor, pero..... No, su cosmos era demasiado brutal... -... la dañaría al intentarlo -dijo finalmente dejando escapar el aire por entre los labios.
Shion de Aries da un paso hacia él, mirándole fijamente, retándole a intentar cualquier acción que pudiese lastimar a su Señora. Ella le mira y por eso Shion se detiene. 
Tas él, ElCid también se muestra dispuesto a intervenir. 
Sage, que no se ha movido, es quien toma la palabra:
-Debo suponer, entonces, que vuestras intenciones de construir una alianza no eran más que una forma de llegar hasta Atenea, para atentar contra su vida. 
Shion eleva su cosmos, que se extiende como una suave ola por la habitación, excepto alrededor de la Diosa, pues el cosmos de ésta es mucho más poderoso:
-En guardia, caballero.
-No! Mis intenciones son verdaderas, Patriarca! ¿Acaso creeis que he fingido ... amistad hacia Atenea para poder acercarme a ella? Estáis equivocado. Soy Siegfried de Dubhe Alpha, jamás haría algo tan ruín! -Durante un momento su mirada se centra en Shion, pero tan solo alza sus manos a la defensiva. Espera no tener que combatir, pero la situación es tan terrible-. ¡¡Shion!! ¡No le deseo ningún mal a Atenea!
-Pues decidnos cómo liberarla. 
-Usando su cosmos de esa forma, Atenea no sobrevivirá más de una semana. Puede que diez días, si unimos nuestro cosmos al suyo -acotó Sage.
-Y en ese tiempo, los Santos de Atenea arrasaremos Asgard si es necesario para hallar el modo de liberarla. Aquí o en el norte, nos enfrentaremos, Guerrero de Odín.
Siegfried entrecierra sus ojos de nuevo y aprieta las manos en sendos puños. 
-Os digo que no lo sé! Si lo supiera os ayudaría, pues mis palabras y mis intenciones son verdaderas -Su cosmos empieza a brillar alrededor de él y da un par de pasos a un lado alejándose de Atenea. El aire comienza a agitarse, vibra cargado con el poder del Guerrero Divino. Si le atacan, está dispuesto a defenderse y los Caballeros de Oro sangrarán-. ¿Ésa es vuestra respuesta? ¿Arrasar Asgard?
-Lo será si la vida de Atenea peligra -no ataca todavía, la Diosa está muy cerca y podría salir herida. 
Sage se acerca a Atenea, para apartarla del combate que puede estallar. 
-Por expreso deseo de Atenea, se os concede un día de plazo para liberarla. Pero si intentais abandonar el Santuario en ese tiempo, os espera la muerte a manos de uno de los Caballeros.
-Os he dicho que no puedo liberarla. No soy un hechicero, sino un Guerrero Divino de Asgard. Mis posibilidades de liberarla no van a cambiar en un día, pero estoy dispuesto a resolver este complot.... Atenea... -Se vuelve hacia ella esperando que ella comprenda que el entendimiento que surgió entre ambos no era ninguna mentira. -Vos también pensáis que he tratado de llegar hasta vos con mentiras?
-Pero en ese plazo podeis haber con vuestros hombres, por si alguno sabe algo. O tratar de recordar si existe un medio para liberarla. 
Atenea, sin variar la expresión concentrada de su rostro -salvo, si acaso, para dejar entrever un amago de dolor-, sostiene la mirada de Siegfried, girando la cabeza lentamente de un lado a otro. Una negación. Ella confía en sus buenas intenciones y por eso sus caballeros no le han atacado a muerte aún. Ella desea darle la oportunidad de ayudarles, de demostrar su inocencia y de sellar la alianza entre sus reinos.
Siegfried esboza una leve sonrisa, mínima sonrisa; verla allí sufriendo era descorazonador para él. Sobre todo cuando él mismo había sido artífice de todo. De pronto abre sus brazos y convoca la armadura del Guerrero Divino Alpha. La luz entra cegadora y hermosa desde la ventana volando hacia él y revistiendo su cuerpo para luego oscurecerse y dejar ver la impresionante armadura de Siegfried. Negra, con rasgos dragontinos y esas escamas como cuchillas en los antebrazos, por no hablar de la ominosa cabeza de dragón en su hombro. Sin embargo no tiene ninguna actitud hostil cuando nada más vestir la Armadura Divina, clava una rodilla en tierra al modo asgardiano.
-Mi señora, sé que vos como yo no deseais batalla alguna entre nuestros dos pueblos. Es mi mayor deseo liberaros de ese mal que yo mismo, aún sin saberlo, he traído hasta vos, pero al mismo tiempo habéis de comprender que no puedo llevar a los caballeros hasta mis tierras, cualquier chispa bastaría para ocasionar una guerra. Daré hasta el último aliento para salvaros -dice mirándola fijamente y hablando con una convicción que sería imposible fingir hasta para el más retorcido de los mentirosos. -Permitidme pues que parta con uno de vuestros caballeros, dos a lo sumo. Temo que más podrían desencadenar una guerra. Les ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
Sage abre la boca para negarse, pero la mano de Atenea en su brazo le detiene. 
-Sea. Dos Santos de Oro partirán a Asgard -calla un instante, para aplacar el dolor. Un hondo suspiro para controlar su agitada respiración. Shion de Aries y ElCid de Capricornio se ofrecen voluntarios para acompañarle. Al igual que harán sus demás compañeros al enterarse. 
Será Sage el que deba elegir a quién envía, aunque no puede evitar poner de manifiesto su disconformidad. 
-Mi Señora, si, como todo parece indicar, esto es una declaración de guerra, puede ser una trampa. Estaríamos enviándoles a morir. 
-Cualquiera de nosotros está dispuesto a dar la vida por Atenea. Partiremos hacia el norte y volveremos con una forma para liberarla -dijo Shion.
-Hay un Guerrero Divino... -Siegfried, todavía arrodillado junto a ella, no puede evitar una expresión de desagrado al tener que confesar eso-. su nombre es Alberic de Megrez -durante un momento aprieta los labios. -Sus poderes están muy vinculados a la amatista que como veis es la pieza principal del ceñidor.
-Luego reconoceis que los guerreros divinos habeis intentado atentar contra Atenea, después de que ella os haya abierto las puertas de este Santuario -el cosmos de Shion ondea de nuevo, al igual que el de ElCid. A ambos les está costando demasiado respetar la orden de su diosa-. No vamos a tolerar más excusas. Vos sois el líder de los Guerreros de Odín y vos respondereis por sus actos.
-¡Es sólo una sospecha, maldita sea! -deja escapar vociferando más hacia el suelo que hacia los caballeros de Oro. Ante esas palabras no pudo menos que ponerse en pie, con leves chasquidos metálicos. Se vuelve hacia los dos caballeros de Oro y su cosmos vuelve a brillar, prístinamente blanco-. ¡En ningún momento he dicho que sepa seguro que él es el culpable!
ElCid se decide a romper su sepulcral silencio.
-¿Qué esperais que pensemos de un hombre que pone en duda a sus propios compañeros? Vuestra palabra cada vez vale menos, al igual que vuestra lealtad -para el Santo Dorado de Capricornio, la lealtad hacia Atenea era un axioma irrefutable. Hacia ella y hacia los demás caballeros, sus hermanos. Ver que un hombre dudaba de aquellos que debían luchar y morir a su lado era casi una ofensa personal.
-¡¿Cómo os atrevéis?! -Por una parte sabía que no tenía argumentos para enfurecerse. Había traído la desgracia al Santuario aun sin quererlo, cuando pensaba traer dicha, pero aún así las palabras de ElCid provocan todavía más al Guerrero Divino, que da un par de pasos hacia él-. ¡Poned a prueba mi lealtad si os atrevéis! ¡Tenéis la lengua muy afilada, pero ¿tenéis algo más con lo que defenderos?!
-Por supuesto. Mi espada está mucho más afilada que mi lengua -levanta la mano derecha, con los dedos extendidos, sobre su cabeza, con claras intenciones de descargar Excálibur contra Siegfried. Atenea intenta avanzar para detenerles, pero al vibrar su cosmos, el dolor provocado por el ceñidor la obliga a buscar apoyo en Sage. El quejido de la Diosa es como un gatillo que dispara al caballero de Capricornio-. Excalibur.

sábado, 23 de marzo de 2013

AN II. La cena de bienvenida.

Después de una agradable comida en la que Siegfried le ha contado a Atenea muchas de las costumbres de Asgard, extrañas para la joven, Sage dio por concluida el almuerzo con cierta premura, ya que Atenea siempre debe estar a salvo y lejos de extraños, incluso aunque vengan en son de paz. Siegfried ya despojado de la armadura permanece en el patio junto a la Cámara del Patriarca, ya que según la propia Diosa dijo, volvería para cenar. Shion le acompaña y charlan varias veces durante el día, aunque el Guerrero Divino se dedica sobre todo a contemplar la belleza de Grecia desde las alturas del Santuario. Una vez el sol se oculta, el Guerrero Divino alza el rostro al notar cómo unas nubes cargadas de agua van llegando al palacio. De pronto empieza a llover suavemente y, sin darse prisa, el Guerrero Divino echa a caminar de nuevo hacia la Cámara del Patriarca dando por hecho que la cena debe estar a punto de empezar. 
La actividad del Santuario no se había interrumpido por la llegada de los visitantes, si bien, todos los caballeros se habían cuidado de no ejecutar sus ataques frente a ellos. De todos es sabido que una vez visto y comprendido un ataque, éste deja de tener efecto sobre el enemigo. Y nunca se sabía cuánto podía durar esta paz. Todos esperan que mucho, pero no está de más tomar precauciones. En lo más alto de las Doce Casas, en la Cámara del Patriarca, ya está todo dispuesto para la cena. Una larga mesa cubierta con un mantel blanco y a rebosar de viandas de todo tipo (dieta mediterránea XD). En la cabecera, el lugar reservado a la Diosa, a su derecha, Sage, y a partir de él, los doce Santos de más alto rango. A su izquierda, el lugar reservado para Siegfried y sus hombres. Ninguno está ocupado todavía, aunque ya hay algunos caballeros allí, conversando unos con otros, de pie por la estancia, sin sus armaduras. Éstas estaban junto a los muros laterales, cada una con la forma de su signo, en perfecto orden, esperando que a las demás para completar la docena. Atenea todavía no está. Será la última en acudir. 
Siegfried conforme se adentra en la Cámara del Santuario, con el cabello y los hombros ligeramente húmedos por las gotas de lluvia, no puede evitar recordar cuando le dijo a Atenea que esperaba verla con el regalo de Asgard antes de irse. Inclinó el rostro ligeramente, pensativo, pero sus pensamientos rápidamente se pierden al ver congregados allí a todos los caballeros de Oro. Alza la mirada de ojos increíblemente azules y les observa uno por uno. Les analiza inconscientemente y en su caminar termina llegando junto a Shion, al lado del cual se detiene. 
-Buenas noches, caballeros... Shion... -asiente a este último como gesto cordial. 
El Carnero Blanco le devuelve el gesto con cordialidad. Podría decirse que hasta esboza una leve sonrisa. 
-Buenas noches, Siegfried. Todavía faltan unos minutos para la cena, pero el vino ya está abierto -y más de uno tiene ya copa en la mano, aunque ninguna está apurada aún. 
Los caballeros de Oro observan al recién llegado. algunos de reojo, otros con descaro. 
Siegfried les observa con curiosidad, y devuelve las miradas a quienes le observan con descaro. 
-Aguardaré a que ella llegue, no tengo prisa, pero gracias -y mantuvo la mirada apartada de ellos hacia el pasillo por donde suponía que vendría. 
Las puertas del fondo se abren, pero es Sage quien las cruza. Todos los caballeros se yerguen ante la llegada del Patriarca, para hincar la rodilla al suelo un momento después, cuando Atenea aparece tras él. Ataviada con el peplo tradicional griego, sobre el que luce el regalo de Asgard. Las puertas se cierran tras ella. 
-Buenas noches, caballeros. 
Siegfried enarca casi imperceptiblemente sus cejas al verla llegar y comprueba sin poder evitarlo que realmente los joyeros de Asgard no se equivocaron precisamente. Como los demás, clava una rodilla en tierra y apoya la mano izquierda en el suelo, mientras que mantiene el antebrazo del brazo contrario doblado, presentándole sus respetos al modo asgardiano. No baja la mirada como los demás caballeros, pero así es como se hace en su tierra. En ese momento, la luz de un rayo entra por las ventanas y hace que las sombras de todos se recorten, estiradas, contra las paredes. Y tras de ese otro y otro y justo en ese momento la gema de amatista en el ceñidor de Atenea brilla por un instante y la Diosa siente una leve punzada de dolor en el vientre. Siegfried entreabre los labios con sorpresa al ver cómo las letras rúnicas de Odín y las de Atenea se separan como si la pieza tuviera vida propia. 
-¡Qué........ ! 
La sorpresa hace que la joven no pueda evitar un quejido. El trueno lo oculta de todos, salvo de Sage, que está de pie, junto a ella. Al cesar los rayos, los Santos Dorados están todos en pie, mirándose unos a otros con desconcierto. Hasta la vibración de las armaduras -propia de cuando están juntas- parece haberse interrumpido. Atenea muestra de nuevo su mejor sonrisa a todos, como si no hubiese pasado nada. 
-Parece que los cielos andan revueltos, pero no dejemos que esto empañe la cena. 
Las vibraciones de su cosmos podrían engañar a otros, pero no al Patriarca, que era quien la había instruído personalmente en su modulación. Sage sabe que algo no va bien. Y sus sopechas recaen al instante sobre el Guerrero Divino. 
Siegfried se yergue junto con los demás y parece que la pequeña sorpresa desaparece con las palabras de Atenea... aunque a él le ha parecido ver algo extraño en el ceñidor al estar mirándola directamente al haber hecho una reverencia distinta. Se fija de nuevo en el ceñidor un instante, pero todo parece normal... Le dirige una mirada más directa a la Diosa, con expresión ligeramente interrogativa. 
Sin embargo, la expresión de la joven es dulce y serena como siempre. Nada en su apariencia revela el dolor que empieza a sentir cuando el ceñidor intenta absorber su cosmos. Tampoco puede quitárselo allí mismo y poner en una situación comprometida a su invitado. No si quería que la paz entre sus regiones fuese duradera. Sage parecía conforme con la situación, aunque se mantendría el resto de la cena pendiente de la Diosa, por si acaso. Los doce guardianes de los templos se miraron entre ellos, mas ninguno encontró explicación alguna. O, si lo hicieron, no lo compartieron. 
Siegfried sonríe levemente al ver que todo va bien con ella y sin más ocupa el asiento a la izquierda de Atenea, mientras todos los demás se van acomodando también. Desechó los pensamientos oscuros que le habían hecho dudar hace un momento. Todo iba bien, se dijo. 
-Sin duda estáis bien protegida. Me extraña que alguna vez lleguéis a necesitar ayuda contando con.... son 88 caballeros los que os protegen, ¿no es así? 
Un leve asentimiento, mientras los demás se sentaban y empezaban a servirse. 
-Sí, estoy muy bien protegida, pero toda ayuda es poca cuando se trata de una guerra. Si esa ayuda puede hacer que el número de bajas se reduzca, acudiré a ella sin dudarlo. Mi orgullo no es tan grande como para anteponerlo a la vida de mis Caballeros. Me he tomado la libertad de pedir que hicieran musaka, por ser un plato típico, pero si preferís otra cosa... -ofreció, tomando la fuente que tenía ante ella con ambas manos y acercándosela. 
-Uhm... no, estará bien. Seguro.. gracias. Tiene una pinta estupenda -asintiendo cuando ella le acerca la fuente. Con cierta rapidez adelanta sus manos y toma él mismo la fuente para servirse. Le dirige una mirada de reojo a Atenea-. Pero no deberíais hacer ademán de servirla vos -toma una de los cucharones de por allí-. ¿Vos también vais a querer? 
Atenea asiente. 
-Por favor -acerca su plato para que no se derrame nada en la mesa en caso de que caiga del cucharón-. ¿Por qué no debería hacerlo? No veo que haya nada de malo en agasajar personalmente a un invitado -haría lo mismo con Sage, aunque éste también le quitaría la fuente para servirse. Era su Diosa, por mucho que se empeñase en comportarse como una mortal. 
-Os aseguro que me siento agasajado... -esbozando una leve sonrisa. Tras llenar bien el cucharón le sirve una parte interesante para una joven. Allí arriba debían comer bastante y luego se sirve él antes de pasarle la fuente a Shion y a los demás. Procura no mirarla muy directamente, pero nada podía impedir que sintiese su cosmos, esa sensación de bienestar y tranquilidad-. Pues... porque ... no. ¿No tenéis criados para ello? -dice dirigiéndole a ella una mirada más directa, con cierta curiosidad. 
-Sí, claro que sí. Sage se encarga de que aquí nunca falte personal. Pero yo prefiero tratar con ellos a otro nivel más cercano. Ya trabajan suficiente manteniendo todo el Santuario en orden y cocinando para tanta gente. No necesito que echen comida en mi plato. 
Sage carraspeó antes de hablar. 
-Si es la voluntad de la Diosa, todos la acatamos. Aunque nos resultó extraño al principio. 
Siegfried asiente a Sage al otro lado de ella. Más costumbres peculiares. De donde provenía jamás a un representante de Odín se le hubiera ocurrido hacer ademán de servir la mesa. Sin embargo aquello provocó una leve sonrisa en el joven Guerrero Divino. 
-Me lo imagino -dijo con cierto divertimento en sus palabras.

viernes, 8 de marzo de 2013

CF VII. Traición con traición se paga.

-Hay veces que me pregunto qué la ha llevado a querer ser caballero.
-Bueno, tú la entrenaste para ese propósito, ¿no? Según tenía entendido tu la escogiste, ¿o fue ella la que acudió a ti? -preguntó. Aquella duda en Dohko comenzó a provocarle curiosidad.
-La traje conmigo en una de mis misiones, cuando salíamos a buscar a Atenea. Su familia fue asesinada y no tenía con quien ir. Me dio pena dejarla sola. Supongo que el haber pasado tanto tiempo entre guerreros la ha hecho querer ser uno de nosotros. Y cuando me lo pidió, tampoco pude decirle que no. Me pone ojitos.
-Ojitos ¿eh? -Albafika se echó a reír por las palabras de Dohko-. Te entiendo perfectamente. ¿Sabes quién o quienes fueron los asesinos de sus padres? 
-Generales Marinos. Nunca se lo he contado, no sé cómo se tomaría que los asesinos de su familia sean como nosotros, guerreros al servicio de un Dios. Supongo que le he cogido cariño y me da miedo que deje de tratarme como a su "adorado maestro".
-¿Qué razón tendrían los generales marinos para querer asesinar a los padres de Casyopea? -se frotó la barbilla pensativo.
-Eso es algo que nunca llegué a averiguar. Al final lo di por imposible. Puede que sólo fuera un daño colateral. Pero el caso es que ella está aquí ahora y es caballero. Y sólo espero no tener que despedirla como a Sertan.
-Bueno, de momento resiste bien el veneno que aún queda en la armadura de Andrómeda. Por el resto no debes preocuparte, aunque si que es cierto que todos los caballeros estamos expuestos a morir en alguna batalla, pero hemos jurado dar la vida por Atenea si fuera necesario.
-Lo sé, lo sé. Supongo que el hecho de que sea mujer me hace ser más protector con ella. No sé.
-Deberías haberla visto luchar en Asgard -sonrió al recordarlo. El Santo de Piscis había estado presente en su combate contra los guerreros divinos, pero había esperado hasta el último momento para intervenir-. Es digna merecedora de la armadura de Andrómeda, puedes estar seguro.
-No sé si la habría dejado luchar -rió-. Pero me alegro de que pienses eso. Así no es sólo orgullo de maestro. XD Por cierto... ¿ha habido algún incidente más con el Dragón?
-Nada después de nuestro pequeño encuentro en la Última Casa. Creo que ese chico tiene un problema serio, además de una suerte tremenda de que no me estimule nada matar a niñatos engreídos.
-Si, ha tenido mucha suerte. Sus celos no justifican la insubordinación. 
-No creo que vuelva a pasar, aunque si ocurre no seré tan benévolo como la última vez. ¿Por? ¿Hablaste con él?
-Si. Y parecía bastante alterado. Venía del pueblo como si le hubiesen pisado la cola. Hay algo en ese chico que no termina de encajar aquí.
-¿Alterado? No se por... -se detuvo a pensar un instante-. Oh, ya entiendo. Es posible que me viese ayer cuando acompañaba a Casyopea al Santuario.
-¿Que te vio con Casyopea? ¿Y qué tiene eso que ver? Ese niño no es su dueño -frunció el ceño, no le gustaba esa actitud.
-Está claro que Píntocles siente por Casyopea algo más que simple compañerismo, como te dije el otro día. Es bastante probable que me vea como un rival para conseguir el corazón de la chica a la que ama simplemente por haberle salvado yo la vida,
-Ummm. Rival... Puede que él lo vea así, pero aquí no importante no es como él lo vea, sino si lo eres o no en realidad.
-Oh, vamos Dohko. No estarás insinuando en serio que siento algo por tu joven discípula, ¿verdad? Solo evité que la matasen porque noté que su cosmos estaba descendiendo peligrosamente. Habría hecho lo mismo con cualquiera de ellos. 
-Yo no insinúo nada, sólo pregunto si las sospechas de Píntocles son o no fundadas. Aunque eso no justifique lo que ha hecho.
-Lo realmente importante no es lo que piense Píntocles. Casy no es ningun trofeo por el que tengan que combatir dos caballeros. Llegado el momento ella escogerá a aquel que la haga más feliz y nadie puede afirmar que no vaya a ser ninguno de nosotros. Quien sabe, igual se enamora de un general marino -bromeó.
-Por encima de mi cadáver. 

El incidente de Asgard parecía ya olvidado. El Templo de Libra y el Coliseo estaban reconstruidos y ni rastro quedaba del ataque y robo de la Égida y la lanza de Atenea, salvo la tumba de Sertan, un triste tributo a su última misión sirviendo a su Diosa.
Sin embargo, la paz no duró demasiado, pues el único Guerrero Divino que quedaba no se conformó con la derrota y regresó para tomar venganza. Observó varios días, oculto en Rodorio, hasta que por fin se le presentó la oportunidad de atacar a uno de aquellos que regresaron de Asgard: Andrómeda.
El combate no fue demasiado largo, porque la muchacha no estaba sola. Un fulgor dorado apareció apenas tuvieron lugar los primeros golpes, envuelto en el suave y dulce perfume de las flores. Un aroma que se extendía a su alrededor y revelaba la llegada de uno de los 12 guerreros más poderosos del Santuario, el guardián de la última Casa.
Lucharon intensamente unos minutos, que parecieran horas, pero, sorprendentemente, el nórdico no quiso alargar el combate y, como había ocurrido la vez anterior, huyó al verse en clara desventaja.
-Lo siento, por mi culpa has tenido que pelear de nuevo -dijo Casyopea cuando estuvieron a solas. Se quitó la máscara para limpiarse un hilillo de sangre que caía de un corte en la raíz del pelo.
Albafika se acercó a ella y le levantó el mentón con suavidad, comprobando la herida.
-Eh. No debes avergonzarte por eso, Casy. Me ha venido de maravilla para desentumecer los músculos y, para mí, nunca será un estorbo el pelear para protegerte -sonrió de medio lado.
Casyopea se estremeció. El roce, la voz, la situación... Fue un impulso, algo que no podría explicar. Como si alguien la empujase, eliminó la distancia que existía entre ella y el Santo de Piscis y lo besó. Tope y tímidamente, pero lo hizo. 
Albafika se sorprendió por aquel movimiento. Jamás antes había sentido una sensación tan agradable como aquella y, probablemente, no volvería a sentirla, por lo que cerró los ojos para sentir aun más profundamente el beso. 
Casyopea se separó al cabo de un momento. Abrió los ojos, escrutó el rostro de Albafika un instante y se sintió tan avergonzada por lo que acababa de hacer, que le dio la espalda, mirando al suelo, con las mejillas ardiendo. 
-Lo... lo siento. Yo... -tartamudeó, no sabía ni qué decir, por lo que ocultó su rostro tras su máscara.
Albafika no pudo decir nada, pues sintió el cosmos de Dohko acercándose. ¿Les habría visto? Procuró mantener la compostura Si el Santo de Libra había sido testigo de aquella escena, lo disimuló a la perfección. 

De regreso en el Santuario...
-Oh, no. Mirad allí -dijo Albafika señalando con el dedo; a pocos metros de ellos se encontraba la armadura del Dragón ligeramente manchada de sangre, aunque no había rastro de Píntocles.
Casyopea se acercó a la armadura y la observó, conteniendo la respiración. 
-Píntocles... No, tú no... 
-¿Quién puede haber hecho esto? -indagó Dohko.
-El mismo que nos atacó en Rodorio. El Guerrero Divino de Alcor.

Los días siguientes, Casyopea y Albafika se evitaban. Parecía que les quemaba estar en la misma habitación. Ni siquiera el funeral de Píntocles fue una tregua. Un funeral que se celebró sin haber encontrado el cuerpo del Dragón. Los Santos de Piscis y Libra no estaban demasiado conformes con lo ocurrido, por lo que el primero decidió emprender el camino a Asgard, para buscar allí alguna pista de lo ocurrido.
-Ya puedes dejar de ocultarte, Casy -dijo Albafika sin detenerse. 
Casyopea se sonrojó bajo la máscara, tanto que casi rivalizaría con el color de su armadura. Se acercó a él, cabizbaja. Se le encogió el corazón cuando la llamó Casy en lugar de por su nombre completo.
-Lo siento, no debería haberte seguido, pero... -se calló. Sería mejor.
-No importa, me vendrá bien un poco de ayuda. ¿Qué haces tan lejos de la casa de Libra? 
Casyopea sintió arder las mejillas. Suspiró. ¿Para qué mentir? Si era a lo que iba... 
-Iba a buscarte, quería pedirte disculpas por... bueno... por -estaba nerviosa y le temblaba la voz- lo que pasó en el Rodorio. No debí hacerlo, lo siento.
-Supongo que la poca, o más bien nula, experiencia que tengo en cuanto a besos se refiere, no juega a mi favor. Soy yo quien debería disculparme -dijo para restarle importancia, aunque, para ser exactos, no había podido olvidarlo.
-¡¡Que!! No. Pero si fue genial -exclamó como si hubiese dicho una burrada. Al instante cayó en la cuenta de su reacción y volvió a bajar la cabeza-. Quiero decir que... bueno... que estuvo bien -no sabía dónde meterse.
Albafika no pudo evitar sonrojarse por lo que ella dijo:
-Oh, vaya... si, debo admitir que estuvo bastante bien -sonrió de medio lado-. Aunque... debo preguntarte si fue un simple impulso o... si por el contrario... supuso algo más -estaba tan nervioso como ella, aunque no dejó de caminar.
Casyopea en cambio, sí se paró. Se quitó la máscara y esperó a que la mirase. Quería que viese sus ojos y no el inexpresivo rostro blanco que mostraba siempre. 
-No voy besando a cuanto caballero se cruza en mi camino -ya no podía ocultar ni el sonrojo ni el brillo de sus ojos verdes, a punto de echarse a llorar, de puro nervio.
Albafika se giró al dejar de oírla caminar y se sorprendió al verla sin máscara. Había olvidado lo bonito que era el rostro del caballero de Andrómeda. 
-En ese caso, me siento bastante afortunado -dijo acercándose a ella y dedicándole una sonrisa. Pensándolo bien, ella era la única que podía soportar su veneno, y quizás no volviese a existir nadie más que pudiese soportarlo.
El cerebro de Casyopea emitió un "¿y?". Tembló, bajó la cabeza, volvió a ponerse la máscara y puso los ojos en blanco. Resopló. ¡Maldito pescado congelado! Echó a andar de nuevo. 
-Gracias, pero no quiero que te sientas incómodo ni obligado a nada por ello. Vamos, o se nos hará de día.
Albafika la miró pasar delante de él. No parecía querer continuar aquella conversación.

Ninguno dijo nada mientras se adentraban en el santuario de Odín. Subieron la nevada ladera, envueltos en un silencio sólo roto por el silbar del viento. Pero el frío glaciar del norte no les dejó tan helados como la sorpresa que les esperaba en la cima.
-¡¡Píntocles!! ¡¡Estás vivo!! 
Sí, vivo. Y portando la armadura del Tigre Vikingo de Mythar.