domingo, 24 de marzo de 2013

AN III. Mañana de tensión.

La cena transcurre con toda normalidad, aunque con una leve tensión latente. Siegfried se muestra en todo momento amable con ella y con los demás caballeros hasta que Atenea decide quizás un poco pronto que es hora de retirarse. Todos, obviamente, lo aceptan y la cena termina con un nuevo intercambio de buenas intenciones.
No es hasta mañana siguiente, cuando el sol ya esta alto en el Santuario, que Shion de Aries golpea con suavidad la puerta tras la que descansa el Guerrero Divino. El Patriarca desea reunirse con él, aunque no ha dicho para qué, o si lo ha dicho, Shion no lo comparte con Siegfried. Siegfried asiente, al parecer no tiene problemas. Pensaba marcharse esa misma tarde, pero...
-Claro, Shion. 
Obviamente le pregunta la razón de que Sage le haga llamar, y ante la respuesta poco explicativa de Shion, el Guerrero Divino frunce un poco el ceño. Finalmente, con el sol en lo más alto, Siegfried se adentra junto con Shion hasta la cámara del patriarca.
Sage, lejos de mostrar la imagen afable que mantenía con la diosa, ocupa solemnemente el trono, con su túnica oscura y su casco dorado. Era un asunto oficial. 
-Gran Patriarca, Shion de Aries se presenta junto con Siegfried, Guerrero Divino de Alpha. 
-Adelante -el Santo de Aries permaneció en un discreto segundo plano una vez entraron en la sala-. Antes de que os marchéis, me gustaría preguntaros quiénes hicieron el presente que trajisteis para Atenea y qué fuerzas emplearon para ello.
Siegfried frunce algo más el ceño, de un modo no tan imperceptible como cuando iba con Shion. Se detiene en pie ante Sage y al ver su expresión y que le habla tan pronta y directamente no puede menos que mirarle de un modo suspicaz. 
-Se lo dije a ella -con expresión un poco extrañada ante la pregunta-. Vos estabais presente. Fueron los joyeros del santuario de Asgard. Y los métodos que usaron para ellos son desconocidos. Es un secreto que se transmiten entre ellos de generación en generación. Ni siquiera yo estoy al tanto.
Sage se pone en pie, de modo que queda muy por encima de Siegfried, al estar en lo alto de la escalera.
-Entonces, supongo que no conocéis el mecanismo para quitarlo del cuerpo de la Diosa ni el motivo por el que el ceñidor parece lastimarla, ¿verdad? -aunque sus palabras son tranquilas, está claro que duda, razonablemente, del desconocimiento total de Siegfried.
-¡¿Qué?! -Levanta la mirada un poco para seguir con ella el rostro del Patriarca conforme él se incorpora del asiento. Al instante en su mente se abre como un rayo la misma sensación de extrañeza que sintió anoche cuando le pareció que Atenea se quejó al presentarse con el ceñidor, sin embargo él tampoco puede creer que...- Pero qué estáis diciendo?! El ceñidor es un regalo de Asgard, y ha sido consagrado para proteger a Atenea. Ésa es su función y no otra -sus ojos increíblemente azules se encierran mirando al Patriarca con fijeza.
-Pues la función no parece ajustarse a la realidad. El ceñidor intenta absorber la vida de Atenea y sólo el considerable esfuerzo que está haciendo la Diosa para refrenarlo con su cosmos la mantiene a salvo. Nada puede romperlo o abrirlo, ni las armas de Libra, ni la espada de ElCid. Si de verdad deseais firmar la paz con el Santuario, decidnos cómo liberar a Atenea.
El rostro de Siegfried fue de sorpresa de nuevo. No podía creer aquello que estaba oyendo. 
-Lo que decís es imposible. Estáis poniendo en duda mi palabra y la de quien represento? -El tono es tenso, de hecho la tensión se puede cortar con un cuchillo. Entre un rápido movimiento de sus cabellos castaños vuelve la mirada hacia Shion, esperando quizás encontrar una expresión comprensiva, o al menos estar prevenido ante lo que pudiera pasar-. Ha de haber otra razón, estáis equivocado. Ayer ya lo tenía puesto y no parecía precisamente dolorida! Todo lo contrario... Incluso le sonrió un par de veces. 
-Me encantaría que lo fuera. A todos. Mas lamentablemente no es así. Atenea está recluida en sus habitaciones, esforzándose, consumiendo su cosmos, para mantener a raya el dolor que le causa el ceñidor. Si tan seguro estáis de que se trata de un error, liberadla. De lo contrario, ninguno de los enviados de Asgard regresará vivo al norte. 
Shion no mostró apoyo ni hostilidad, únicamente estaba allí para ejecutar las órdenes de Sage.
Siegfried les miró alternativamente, con sus ojos tan claros, dos veces.
-Dejadme verla, pues -dice finalmente. No podía creer que todo fuera un cruel engaño, pero si ella se lo decía o lo veía con sus propios ojos, no podría decir que no. Aprieta los labios cuando una parte de él duda y cree que Atenea puede estar en peligro.
Con un cabeceo, Sage indica a Shion que le siga, escoltando a Siegfried hacia las habitaciones tras la Cámara. En un tenso silencio, sólo roto por el resonar metálico de sus pasos, avanzan hasta la habitación de la Diosa. En la puerta, ElCid de Capricornio monta guardia, apartándose para dejarles pasar. En el interior, la Diosa permanece de pie, junto a la ventana, observando el Santuario, envuelta en un leve brillo dorado, su cosmos.
Siegfried enarca imperceptiblemente sus cejas al sentir y ver su cosmos que no había desplegado en ningún momento delante de él. Ha advertido que a ella le gusta sentirse en la medida de lo posible como una simple mortal, así que que hiciera eso ya era de algún modo extraño. Con cierta rapidez irrumpe en la sala y se aproxima a ella directamente. 
-.... Atenea... vos habéis enviado a Sage a buscarme?
La Diosa gira la cabeza para mirarle. No sonríe. Se nota en sus ojos y en el ceño, ligeramente fruncido, que esta manteniendo la concentración, para que su cosmos siga a un nivel constante que le permita aplacar el dolor. 
-Así es -al hablar, su cosmos vibra y nota con más fuerza la punzada, pero trata de no mostrarlo.
-Vos mismo lo estais viendo -intervino Sage-. Si no la liberais al punto, lo consideraremos una declaración de guerra.
Siegfried se adelanta todavía más hacia ella hasta un punto en que cualquier caballero lo consideraría peligroso. Se sitúa justo junto a ella, a menos de un paso con un par de rápidas zancadas. 
-... N-no puede ser... Es el ceñidor..? -Hace ademán de acercar sus manos al maldito adorno, pero se detiene antes de tocarlo. La mira desde muy cerca mientras una gota de sudor frío le baja por el puente de la nariz.
Atenea asiente. Lentamente, como si el moverse le hiciese perder la concentración y permitiese al ceñidor lastimarla de nuevo. 
-Por petición de la Diosa, se os concede la posibilidad de demostrar que Asgard no tiene nada que ver en esto y liberarla. -Aunque estaba claro que ni el Patriarca, ni los caballeros, deseaban dejarle salir de allí con vida, si la diosa sufría el menor daño.
Siegfried tan solo la mira a ella durante largos segundos, sus dientes ligeramente apretados y la cabeza llena de multitud de posibilidades a cada cual peor. No fue hasta que pasaron un par de segundos que volvió la mirada hacia Sage. 
-Patriarca... -se tragó todo su orgullo y con la expresión completamente tensa le contestó. -No puedo liberarla. Desconozco por completo qué clase de fuerzas se han empleado aquí... De nuevo volvió su mirada hacia Atenea. -Podría intentar destrozar el ceñidor, pero..... No, su cosmos era demasiado brutal... -... la dañaría al intentarlo -dijo finalmente dejando escapar el aire por entre los labios.
Shion de Aries da un paso hacia él, mirándole fijamente, retándole a intentar cualquier acción que pudiese lastimar a su Señora. Ella le mira y por eso Shion se detiene. 
Tas él, ElCid también se muestra dispuesto a intervenir. 
Sage, que no se ha movido, es quien toma la palabra:
-Debo suponer, entonces, que vuestras intenciones de construir una alianza no eran más que una forma de llegar hasta Atenea, para atentar contra su vida. 
Shion eleva su cosmos, que se extiende como una suave ola por la habitación, excepto alrededor de la Diosa, pues el cosmos de ésta es mucho más poderoso:
-En guardia, caballero.
-No! Mis intenciones son verdaderas, Patriarca! ¿Acaso creeis que he fingido ... amistad hacia Atenea para poder acercarme a ella? Estáis equivocado. Soy Siegfried de Dubhe Alpha, jamás haría algo tan ruín! -Durante un momento su mirada se centra en Shion, pero tan solo alza sus manos a la defensiva. Espera no tener que combatir, pero la situación es tan terrible-. ¡¡Shion!! ¡No le deseo ningún mal a Atenea!
-Pues decidnos cómo liberarla. 
-Usando su cosmos de esa forma, Atenea no sobrevivirá más de una semana. Puede que diez días, si unimos nuestro cosmos al suyo -acotó Sage.
-Y en ese tiempo, los Santos de Atenea arrasaremos Asgard si es necesario para hallar el modo de liberarla. Aquí o en el norte, nos enfrentaremos, Guerrero de Odín.
Siegfried entrecierra sus ojos de nuevo y aprieta las manos en sendos puños. 
-Os digo que no lo sé! Si lo supiera os ayudaría, pues mis palabras y mis intenciones son verdaderas -Su cosmos empieza a brillar alrededor de él y da un par de pasos a un lado alejándose de Atenea. El aire comienza a agitarse, vibra cargado con el poder del Guerrero Divino. Si le atacan, está dispuesto a defenderse y los Caballeros de Oro sangrarán-. ¿Ésa es vuestra respuesta? ¿Arrasar Asgard?
-Lo será si la vida de Atenea peligra -no ataca todavía, la Diosa está muy cerca y podría salir herida. 
Sage se acerca a Atenea, para apartarla del combate que puede estallar. 
-Por expreso deseo de Atenea, se os concede un día de plazo para liberarla. Pero si intentais abandonar el Santuario en ese tiempo, os espera la muerte a manos de uno de los Caballeros.
-Os he dicho que no puedo liberarla. No soy un hechicero, sino un Guerrero Divino de Asgard. Mis posibilidades de liberarla no van a cambiar en un día, pero estoy dispuesto a resolver este complot.... Atenea... -Se vuelve hacia ella esperando que ella comprenda que el entendimiento que surgió entre ambos no era ninguna mentira. -Vos también pensáis que he tratado de llegar hasta vos con mentiras?
-Pero en ese plazo podeis haber con vuestros hombres, por si alguno sabe algo. O tratar de recordar si existe un medio para liberarla. 
Atenea, sin variar la expresión concentrada de su rostro -salvo, si acaso, para dejar entrever un amago de dolor-, sostiene la mirada de Siegfried, girando la cabeza lentamente de un lado a otro. Una negación. Ella confía en sus buenas intenciones y por eso sus caballeros no le han atacado a muerte aún. Ella desea darle la oportunidad de ayudarles, de demostrar su inocencia y de sellar la alianza entre sus reinos.
Siegfried esboza una leve sonrisa, mínima sonrisa; verla allí sufriendo era descorazonador para él. Sobre todo cuando él mismo había sido artífice de todo. De pronto abre sus brazos y convoca la armadura del Guerrero Divino Alpha. La luz entra cegadora y hermosa desde la ventana volando hacia él y revistiendo su cuerpo para luego oscurecerse y dejar ver la impresionante armadura de Siegfried. Negra, con rasgos dragontinos y esas escamas como cuchillas en los antebrazos, por no hablar de la ominosa cabeza de dragón en su hombro. Sin embargo no tiene ninguna actitud hostil cuando nada más vestir la Armadura Divina, clava una rodilla en tierra al modo asgardiano.
-Mi señora, sé que vos como yo no deseais batalla alguna entre nuestros dos pueblos. Es mi mayor deseo liberaros de ese mal que yo mismo, aún sin saberlo, he traído hasta vos, pero al mismo tiempo habéis de comprender que no puedo llevar a los caballeros hasta mis tierras, cualquier chispa bastaría para ocasionar una guerra. Daré hasta el último aliento para salvaros -dice mirándola fijamente y hablando con una convicción que sería imposible fingir hasta para el más retorcido de los mentirosos. -Permitidme pues que parta con uno de vuestros caballeros, dos a lo sumo. Temo que más podrían desencadenar una guerra. Les ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
Sage abre la boca para negarse, pero la mano de Atenea en su brazo le detiene. 
-Sea. Dos Santos de Oro partirán a Asgard -calla un instante, para aplacar el dolor. Un hondo suspiro para controlar su agitada respiración. Shion de Aries y ElCid de Capricornio se ofrecen voluntarios para acompañarle. Al igual que harán sus demás compañeros al enterarse. 
Será Sage el que deba elegir a quién envía, aunque no puede evitar poner de manifiesto su disconformidad. 
-Mi Señora, si, como todo parece indicar, esto es una declaración de guerra, puede ser una trampa. Estaríamos enviándoles a morir. 
-Cualquiera de nosotros está dispuesto a dar la vida por Atenea. Partiremos hacia el norte y volveremos con una forma para liberarla -dijo Shion.
-Hay un Guerrero Divino... -Siegfried, todavía arrodillado junto a ella, no puede evitar una expresión de desagrado al tener que confesar eso-. su nombre es Alberic de Megrez -durante un momento aprieta los labios. -Sus poderes están muy vinculados a la amatista que como veis es la pieza principal del ceñidor.
-Luego reconoceis que los guerreros divinos habeis intentado atentar contra Atenea, después de que ella os haya abierto las puertas de este Santuario -el cosmos de Shion ondea de nuevo, al igual que el de ElCid. A ambos les está costando demasiado respetar la orden de su diosa-. No vamos a tolerar más excusas. Vos sois el líder de los Guerreros de Odín y vos respondereis por sus actos.
-¡Es sólo una sospecha, maldita sea! -deja escapar vociferando más hacia el suelo que hacia los caballeros de Oro. Ante esas palabras no pudo menos que ponerse en pie, con leves chasquidos metálicos. Se vuelve hacia los dos caballeros de Oro y su cosmos vuelve a brillar, prístinamente blanco-. ¡En ningún momento he dicho que sepa seguro que él es el culpable!
ElCid se decide a romper su sepulcral silencio.
-¿Qué esperais que pensemos de un hombre que pone en duda a sus propios compañeros? Vuestra palabra cada vez vale menos, al igual que vuestra lealtad -para el Santo Dorado de Capricornio, la lealtad hacia Atenea era un axioma irrefutable. Hacia ella y hacia los demás caballeros, sus hermanos. Ver que un hombre dudaba de aquellos que debían luchar y morir a su lado era casi una ofensa personal.
-¡¿Cómo os atrevéis?! -Por una parte sabía que no tenía argumentos para enfurecerse. Había traído la desgracia al Santuario aun sin quererlo, cuando pensaba traer dicha, pero aún así las palabras de ElCid provocan todavía más al Guerrero Divino, que da un par de pasos hacia él-. ¡Poned a prueba mi lealtad si os atrevéis! ¡Tenéis la lengua muy afilada, pero ¿tenéis algo más con lo que defenderos?!
-Por supuesto. Mi espada está mucho más afilada que mi lengua -levanta la mano derecha, con los dedos extendidos, sobre su cabeza, con claras intenciones de descargar Excálibur contra Siegfried. Atenea intenta avanzar para detenerles, pero al vibrar su cosmos, el dolor provocado por el ceñidor la obliga a buscar apoyo en Sage. El quejido de la Diosa es como un gatillo que dispara al caballero de Capricornio-. Excalibur.

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