Para él, Casyopea sólo era una aspirante a amazona más, una discípula de Dohko de Libra con la que había cruzado unas cuantas frases en Rodorio. Para ella, Albafika era un superior, un hombre al que admiraba por su poder, por su integridad, por ser la última defensa del Santuario. Siempre solitario, siempre más preocupado por la seguridad de los demás.
Apenas había vestido por primera vez su armadura cuando la joven amazona se vio arrastrada a su primera misión: recuperar las armas de la Diosa, que habían sido sustraídas del Santuario por los guerreros de Odín.
En mitad de la noche, cuando la mayoría del Santuario dormía y sólo los que estaban de guardia permanecían alerta, los Guerreros Divinos irrumpieron, atacando la Casa de Libra y el Coliseo. Las explosiones se sucedieron, las columnas temblaron y parte del templo se vino abajo, atrapando a sus habitantes en él, bajo una montaña de cascotes.
Sacado abruptamente de su sueño, el Santuario se puso en pie. Los heridos fueron rápidamente atendidos en el propio Templo de la Balanza y las fuerzas se dividieron para buscar a los responsables, sólo para constatar que habían alcanzado la Cámara del Patriarca.
Albafika se reunió con los demás Santos de Oro para organizar las defensas y la misión para recuperar las armas sustraídas de la Cámara. Allí se decidió que él partiría hacia el norte, hacia el Reino de Odín. Con él llevaría a Píntocles, caballero de bronce del Dragón, a Casyopea, amazona de bronce de Andrómeda, y Sertan, caballero de plata de Perseo.
Albafika hundió sus zapatos en la nieve despues de horas de camino. Comenzaba a amanecer y al fin habían llegado a los dominios de Asgard despues de un largo trayecto.
-Bien, ya sabeis el plan. Sin piedad hasta el Santuario de Odín, en la cima de la montaña -dijo en tono serio y vistió su armadura de Piscis; estaba listo para la batalla.
Casyopea sacó su armadura y se la puso. Ahora sí que estaba nerviosa.
Sertan hizo lo mismo con la armadura de Perseo. Colocó su escudo en su brazo y miró a Albafika.
-Listo. Nosotros iremos por la derecha -aún no les habían dicho cómo iban a separarse.
-Está bien -asintió Albafika-. Llevaté a Casyopea contigo y yo iré con el caballero del Dragón por la izquierda, pero no permanezcáis juntos todo el rato. Separaos despues de un par de kilómetros; tenemos que cubrir la mayor parte del terreno posible -ordenó.
Píntocles tragó saliba y pasó por delante de Casyopea para acompañar a Albafika.
-Buena suerte. Nos vemos arriba -le susurró con confianza y dedicandole una sonrisa.
Casyopea cogió la mano de Píntocles al paso y la apretó con suavidad, casi con ternura.
-Te estaré esperando arriba, Dragoncito. No tardes demasiado -sonrió, aunque él no podía verlo tras la máscara que Dohko le había regalado y, tras lanzar una última mirada a Albafika, siguió a Sertan por el camino de la derecha.
Mientras tanto, Rinfel de Alioth observó a lo lejos como se acercaba un caballero de armadura rosada y sonrió. Los caballeros de Atenea no habían tardado en llegar, aunque se irían con las manos vacías o acabarían sepultados bajo la blanca nieve de Asgard.
Casyopea avanzó poco a poco por la nieve. Hacía apenas unos minutos que se había separado de Sertan. Él había ido escalando una pared de piedra, mientras ella continuaba por el camino más accesible. Su cadena empezó a moverse, inquieta, percibía algo.
Rinfel comenzó a bajar por la ladera cubierta de nieve para encontrarse con aquel caballero. Le vendría bien desentumecer los músculos despues de tanto tiempo de inactividad, ya que Dys y Emim habian sido los que habian robado la Égida y la lanza de Atenea del Santuario.
Casyopea acarició la cadena y miró a ambos lados. ¿Qué era lo que pasaba? ¿Por qué se ponía así? Su Maestro le había dicho que reaccionaría cuando hubiese enemigos cerca, pero ella no veía a nadie allí.
Rinfel dió un salto y aterrizó a pocos metros de aquel caballero y sonrió, aunque se sorprendió al ver que llevaba una especie de máscara inexpresiva.
-Vaya, así que finalmente los Caballeros de Atenea habeis venido a Asgard, ¿eh? -dijo, poniéndose en guardia. No llamaría a sus lobos por el momento.
Casyopea alzó la guardia, la cadena vibró como loca al elevar su cosmos. Estaba asustada, pero no dejaría que se viese.
-Los Caballeros de Atenea lucharemos siempre por defender a nuestra Diosa -esperaba que su voz no hubiese sonado demasiado a niña.
Rinfel arqueó una ceja un momento y luego sonrió confiado.
-¿Una mujer? ¡Qué decepción! Esperaba a un guerrero poderoso y me encuentro a una muñequita de trapo. En fin, tengo una misión que cumplir y tú debes morir.
Casyopea frunció el ceño. ¿Muñeca de trapo? ¡¡Que ella había peleado por su armadura!! ¡Que había aprendido nada menos que con Dohko de Libra!!
-Esta muñequita es tan caballero como los demás -la cadena empezó a arrastrarse a su alrededor.
Rinfel observó el movimiento de su cadena. Había oido hablar de que la cadena de Andrómeda era un arma que funcionaba igual como defensa que como ataque, aunque no dejaría que aquello le intimidase.
-Vamos, ataca, muñequita de trapo del Santuario -dijo burlándose.
Casyopea lanzó la punta de la cadena contra Rinfel, en linea recta, un ataque directo. Primero quería tomarle un poco el pulso. No le gustaba que la llamase muñeca de trapo, aunque si eso servía para que se confiase y bajase la guardia, perfecto.
Rinfel se agachó, por lo que la cadena pasó por encima de su cabeza-
-Demasiado lenta, muñequita de trapo -Rinfel lanzó un ataque desde aquella posición-. ¡Garra del Lobo! -al instante, de su mano parecian salir rayos de color violeta, aunque en realidad eran puñetazos asemejados a las garras de los lobos, los cuales ocasionarían heridas profundas en Casyopea si la alcanzaban.
Casy levantó la defensa de la cadena de Andrómeda, aunque algún golpe sí que se escapó y la sangre comenzó a brotar de su brazo izquierdo. Se llevó el derecho a la herida y emitió un quejido. Era mujer, después de todo, podía soportar el dolor, pero iba a quejarse. Sobre todo cuando ya hubiese pasado todo y se reencontrase con sus compañeros.
-Cadena nebular -atacó de nuevo, esta vez dejando que la cadena buscase a su enemigo.
Rinfel intentó zafarse del ataque, pero fué inútil y salió despedido unos cuantos metros, dando una voltereta en el aire y cayó de en cuclillas. Se limpió un hilillo de sangre que le salía de la comisura de los labios.
-Vaya, no eres tan mala despues de todo.
-Subestimarme es un error. No he ganado esta armadura recogiendo flores, Guerrero Divino. En el Santuario no regalan las cosas por ser mujer, al contrario, se nos exige tanto o más que a cualquier hombre.
-Eso carece de importancia -dijo saltando hacia arriba y subiendose a un saliente de la montaña. El guerrero de Alioth colocó su pulgar y su índice en su boca y silbó con todas sus fueras. En pocos segundos, el valle estaba plagado de lobos hambrientos, a deducir por el líquido baboso que salía de sus fauces, los cuales miraban a Casyopea con atención.
Ella sintió la punzada del miedo una vez más. Aquellos bichos podían despedazarla. Nadie dijo nada de lobos. Tenían colmillos y garras y eran feroces y ella... Ella no era ninguna Caperucita. Extendió la cadena a su alrededor para aumentar su defensa y lanzó de nuevo el otro extremo contra Rinfel.
Rinfel se apartó de la trayectoria de la cadena y la agarró con su mano derecha.
-Es inútil -miró a los lobos-. ¡A por ella, mis pequeños! -gritó con fuerza y los lobos se lanzaron contra Casyopea con la intención de hacerla pedazos y convertirla en su desayuno.
Casy tiró del brazo izquierdo y la cadena ondeó a su alrededor, como su fuese un mar de metal, golpeando a cada animal que intentaba acercarse.
-No envíes a subordinados y pelea tú. Cobarde. ¿O es que eso es lo único que saben hacer los Guerreros Divinos de Odin?
Rinfel apretó los dientes al ver como sus fieles compañeros eran repelidos con fuerza por aquella cadena, así que tiró de la cadena que tenía con fuerza para hacerla perder el equilibrio y la concentración. Quizás así el ataque de los lobos fuese más efectivo y le permitiese librarse de ella de una vez.
Casyopea cayó, desequilibrada por el tirón de Rinfel. Aún no tenía experiencia ni recursos suficientes. Su cosmos se desestabilizó y la cadena dejó de ondear, permitiendo a los lobos acercarse. La voz de la muchacha arrancó ecos de la montaña cuando sintió los colmillos hendir su carne en aquella zona que no cubría la armadura.
Rinfel se echó a reir contemplando tan horribles imágenes y saltó del saliente hacia el valle de nuevo, quedando, sin darse cuenta, a un par de metros del borde del barranco y silbó de nuevo para que los lobos se detuvieran.
-¿Aún crees que podrás ganarme con semejantes heridas, muñequita de trapo?
Casyopea se apoyó en el suelo para levantarse. Las hombreras de su armadura se aflojaron y cayeron. La cadena quedó inerte en el suelo. Con bastante trabajo, se puso en pie.
-Puedo, y lo haré, aunque me deje la piel en el intento. Un caballero de Atenea nunca se rinde.
-Que bonitas palabras. Jamás he tenido que matar a una mujer, aunque alguna vez tenía que ser la primera -dijo poniendose en guardia y preparó su siguiente ataque, aunque se lo pensó mejor-. No, espera... Quiero ver de lo que eres capaz sin esas estúpidas cadenas -sonrió confiado.
Casyopea sonrió bajo la máscara. Dohko no le había enseñado a dominar la cadena por falta de tiempo, pero sí le había mostrado como dominar su cosmos.
-No te lo aconsejo -en un instante, hizo estallar su cosmos, viéndose envuelta en un aura rosada-. Tormenta nebular.
Rinfel se vió sorprendido por aquel inmenso cosmos y, aunque intentó mantenerse con los pies en el suelo, aquella gran ventolera lo levantó en el aire, lanzándole sin remedio hacia el profundo barranco.
-¡Maldita seaaaaaas! -gritó desesperado mientras caía. El guerrero divino se había despeñado barranco abajo, decidiendo así el combate del lado de Casyopea.
La muchacha se quitó la máscara y se limpió las lágrimas. A pesar de haberlo intentado, su cadena no había podido alcanzar a Rinfel antes de que se despeñase. Ella no quería matarle, únicamente necesitaba pasar y reunirse con sus compañeros. Pero ser Caballero de Atenea no era un camino de rosas y lo estaba aprendiendo a golpes. Continuó avanzando, todo lo rápido que podía.
Mientras tanto, lejos de ella, en la otra parte del Santuario de Asgard, alguien observaba el avance del caballero de oro. Hegan, guerrero divino de Beta, se dispuso a cortarle el camino.