sábado, 29 de septiembre de 2012

GS II. Declaración de Guerra (IV)


Kardia estaba en la casa de escorpio, hacia quizá un rato que había llegado de su entrenamiento diario, principalmente por no aburrirse... Cuando pensaba ir no mucho más tarde a dar una vuelta y seguramente acabar en la taberna de siempre... A no ser que alguien decidiera venir a decirle un plan mejor...
Carina sabía que Aries y Acuario ya iban de camino a la Cámara del Patriarca, si es que no estaban dentro ya de ésta. Su maestro le indicó que avisase uno por uno a los restantes caballeros de oro y en aquella "misión" se encontraba, ya había avisado a El Cid de Capricornio, Sisifus de Sagitario y la casa que tocaba ahora no era otra que la de Escorpio. ¿Se encontraría allí Kardia? Esperaba que sí, aunque no era una algo agradable lo que le tenía que decir.
-¿Kardia?! -le llamaba, terminando de bajar la larga escalera que unía todas las casas zodiacales acabando así por pisar aquella-. Dime que sí estás -más bien era un "ruego" a sí misma. Automáticamente tras decir eso vio que sí se encontraba, cosa que la hizo liberar un suspiro de "alivio"-. Hola -saludó un tanto escueta al detenerde ante el caballero.
Kardia escuchó su nombre poco después de haber escuchado que alguien descendía las escaleras que venían de la casa de sagitario, no le sorprendía que fuera Carina- ya que la había visto pasar haría horas hacia la casa de Acuario-. Lo que más bien le sorprendía era que bajara... ¿agitada? Sea lo que fuera, parecía que había pasado algo. Así que se acercó con paso calmado.
-Sí, estoy aquí... ¿qué pasa?
Mejor andarse sin rodeos, así que Carina tomó aire y comenzó a explicarse:
-Shion ya ha regresado de la misión que Atenea le encomendó, al parecer no ha ido bien, su... su armadura estaba manchada con sangre -al menos es lo que ella vio de refilón cuando Degel la llamó antes de que se marchasen escaleras arriba-.  Debes acudir a la Cámara del Patriarca, hay convocada una reunión, la cosa se pone fea -el tono de la muchacha  dejaba clara su preocupación.
Kardia llegó frente a ella, deteniendo el paso, mirando y escuchando lo que le decía con atención. Al parecer, esa tarde "aburrida" acababa de ser mas entretenida de lo que esperaba con las palabras que acababa de escuchar, aunque esperaba que Shion estuviera bien y esa sangre no fuera suya.
-Está bien, voy subiendo, termina de avisar al resto -ya se imaginaba que le tocaba avisar a los demás. Le puso la mano en el hombro para darle ánimos, ya que lo estaba haciendo muy bien, aunque todo acababa de comenzar. El mero hecho de que tenga que avisar a los 12, iba a ser la misión más sencilla de todas las siguientes-. Te veo luego -apartó la mano y comenzó a caminar, dejándole paso para que descendiera el resto de escaleras, él subiría hasta la cámara del Patriarca.
-No me pesaba quedar aquí sin avisar a los demás -intentó "bromear" un poco a la par que sentía la mano de Kardia sobre su hombro, pero no, no es que tuviese muchos ánimos para ello ya que más bien lo que tenía eran nervios, había que esperar a que todos los caballeros se reuniesen con Sage y Atenea para que les indicasen qué iban a hacer-.  Sí –asintió-,  hasta luego -quedó mirando cómo se alejaba escaleras arriba, mientras que ella estaba segura de que habría que pelear, y cuando llegaba el momento...
Se giró y comenzó de nuevo a bajar escaleras, prefería no pensar en lo que pasaría cuando comenzase la batalla así que se dispuso en ir a casa de Dohko de Libra, ya que era el siguiente a lo largo de aquella "interminable" escalera.
Kardia sonrió a aquella broma, el caballero de escorpio nunca estaba falto de esas sonrisas, prácticamente en casi todos sus humores. Así que dejó que Carina fuera a avisar al resto mientras él subía aquellos 4 pisos hasta la cámara del Patriarca, seguramente estarían allí ya los que siempre estaban algo más arriba, más Shion.
Carina fue avisando al resto de caballeros, Asmita de Virgo ya estaba avisado también, así que ahora se dirigía a la casa de Leo, Dohko le resultaba muy agradable, era de los caballeros más extrovertidos, por no decir el que más. En sí, todos y cada uno tenían una característica que les hacía resaltar entre los demás, aunque también los había que era más "similares" entre sí, Manigoldo y Kardia eran dos caballeros muy activos, siempre esperando acción, sin embargo Degel, Shion, Asmita, El Cid ... eran más calmados. Mientras que iba pensando en aquellas "curiosidades" llegó casi sin darse cuenta a la casa de Cáncer, ¿se hallaría en ella Manigoldo?

martes, 25 de septiembre de 2012

LM IV. Un lobo a la sombra del Cangrejo.


-¡Aullido Mortal! –exclama Junkers, lanzado diversos puñetazos a la nada.
El aire al que golpea se transforma en un filoso cuchillo de viento hacia la dura pared de roca, que se resiente ante el impacto.
Junkers de Lobo es el único Santo que Manigoldo aceptó en su Casa, tras largas discusiones por parte de éste con Sage sobre sus obligaciones como Santo de Oro, y las responsabilidades para con sus subordinados. A pesar de la forzada aprobación de Cáncer, apenas entablan palabra alguna, y el trato por parte suya es casi inexistente. Salvo en contadas ocasiones, en las que le informa que se ha tomado la libertad de presentarlo voluntario a alguna misión sin su consentimiento. De complexión delgada y altura media, Junkers destaca más por su inteligencia y su rápida reacción que por su físico. Además, su memoria le ayuda a recordar cómo no hacer enfadar a Manigoldo, y en ocasiones, incluso correjirle cuando se equivoca.
-¡Necesito hacerlo mejor! -se exige, mirándose los puños.
No es sólo cosa de Cáncer que se considere así mismo como un Santo débil. No lo es, ha combatido en el Coliseo y demostrado ser un oponente digno, pero cualquier cosa es superior a él, para el arrogante Manigoldo.
Gioca deja atrás al Caballero de Oro y se adentra en la casa que éste guarda, para cruzarla y seguir así su camino hacia Rodorio. Cuando cree que Manigoldo ya no puede escucharla, deja de retener las lágrimas, aunque intenta ahogar los sollozos. Su paso es apresurado, quiere salir de allí cuanto antes, pero no conoce aquella casa y termina adentrándose por dónde no es.
La joven no sabe cómo, pero ha llegado a una sala grande, donde un muchacho parece entrenarse. Intenta marcharse antes de que la vea, pero se golpea en el hombro con el quicio y deja escapar una maldición.
-Aught. Joder, lo que me faltaba.
-¿Eh? ¿Qué? -abrumado por la sorpresa de una presencia en la casa de Cáncer, Junkers se voltea ágilmente hacia la intrusa. Al ver a la mujer, suspicaz se pone en guardia. Podría tratarse de una treta de algún enemigo del Santuario. Quizá una ilusión de algún siervo de Hades. Nadie pisa la casa de Cáncer desde hace mucho tiempo-. ¿Qué haces aquí?
Gioca se gira de nuevo para mirar al muchacho, tras limpiarse los ojos, aunque se nota claramente que está llorando.
-Intento salir de este estúpido lugar.
-Si es un intento por confundirme, te advierto que no lo lograrás. Y muestra más respeto hacia la Cuarta Casa –la pasión de los jóvenes caballeros de Atenea, donde el respeto es la enseñanza primordial y la tratan de enseñar a todo el mundo. No es que sea agresivo, pero está alerta ante cualquier posible sorpresa-.
-No intento confundirte, sólo quiero salir de aquí antes de que ese estúpido y arrogante patán aparezca. Así que, si me disculpas... -hace ademán de girarse. Está muy enfadada, o triste, es difícil precisar. Puede que ambas.
Junkers habla tranquilo aunque sólo en apariencia. Como el Lobo que es, observa a la posible agresora con detenimiento y fijación. También aprecia un cosmos, que siente entristecido y dolido; no agresivo.
-Si lo que deseas es salir, yo te acompañaré a la salida.
Gioca suspira, derrotada.
-Te lo agradecería. Sácame de aquí, por favor -le mira con una muda súplica en la mirada.
-Lo haré, tranquila -se relaja al ver que la voz y los ojos de Gioca son sinceros. Llegando a ella, le indica que le siga con un ademán de mano. No sonríe en ningún momento-. Acompáñame. Es fácil perderse aquí.
Gioca le sigue en silencio, todavía sollozando.
-¿Podrías... acompañarme hasta abajo? Sé que estoy abusando de tu amabilidad, pero... No me gustaría tener otro encuentro desagradable -aprieta entre los dedos el bajo de su camisa, mirando la tela arrugada entre sus dedos y hablando con un leve hilillo de voz.
-Claro -No lo duda ni un momento. Total, a Manigoldo le da lo mismo que esté como que no esté si no necesita enviar un mensaje a alguna de las otras Casas o alguna otra tontería que podría hacer él mil veces más rápido.
Gioca le dedica una leve sonrisa.
-Muchas gracias. Eres muy amable. Por cierto... Soy Gioca.
-Yo soy Junkers -sólo entonces, después de presentarse, vuelve la mirada hacia atrás a mirarla a la cara. No se detiene, y no cambia la seria actitud, pero muestra cierto interés en un detalle-. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Gioca asiente. Supone que se ha ganado el derecho a preguntar, después de todo, la está ayudando y podría acarrearle un problema con el imbécil e insensible de Manigoldo.
-Si no es mucha indiscreción. ¿Por qué lloras?
Gioca suelta un largo suspiro.
-¿Sabes esos momentos en los que te das cuenta de que eres pequeñito e invisible? Pues acabo de tener uno de esos. Y después de haber venido desde Venecia, no lo he encajado bien del todo.
-Lamento oír eso. Si te sirve de consuelo, yo vivo sintiéndome así día a día -dice sin pronunciar ni una pizca de tristeza.
Gioca suelta una leve carcajada.
-Entonces sabrás muy bien cómo me siento. Aunque pareces llevarlo mucho mejor que yo.
Junkers se encoge de hombros, restándole importancia a ese hecho.

Al acabar la pared que siguen, encuentran un arco que comunica ese pasillo con una sala abierta. Ésta conduce ya a las escaleras que descienden hasta la Casa de Géminis, y hacia allí continúa.
Gioca se limpia los ojos de nuevo, con la manga.
-Muchas gracias, de verdad. No sabes el favor que me estás haciendo, Junkers. Este lugar es laberíntico y no tengo fuerzas para recorrerlo yo sola.
-Es cuestión de acostumbrarse -Siempre escueto, conciso. Parece saber qué decir y cómo decirlo en cada momento.
-Supongo -sin añadir mucho más, sigue al caballero en el descenso hacia la casa de Geminis. Se le hace que está mucho más lejos que cuando subía.
Junkers no abre la boca para decir nada mientras la Gioca no lo haga. Si ella no pregunta, él no responde; si ella no comenta, él no pregunta. Silencioso como el reflejo de la Luna en un estanque.
Gioca no se sentía demasiado habladora, estaba triste y tampoco quería cargar al muchacho que acababa de conocer con sus penas, así que simplemente camina a su lado en silencio. Un silencio roto por algún sollozo, aunque ya estaba dejando de llorar.
-Ha sido Manigoldo. ¿Verdad? -Irrumpe cuando el silencio se ve mermado por el sollozo de Gioca.
-¿Tan evidente es?
-Creo que es el único en el Santuario que haría llorar a una mujer.
-Sí. Y encima no he logrado ver a Albafika. El universo se conjura en mi contra.
-Bueno, al menos tienes compañía en el descenso -bromea, con tan discreto matiz de humor, que la sonrisa no llega a formarse en sus labios-. No se lo tengas en cuenta. Es todo fachada.
-Oh, no. Te aseguro que es más que fachada. No sé ni cómo no le han partido ya esa boca que tiene.
-Porque no pueden.
-Lástima.
Sin darse cuenta, están atravesando la casa de Tauro, mientras continúan con la conversación. Junkers ahí sí sonríe. Ese "lástima" también le ha venido a él a la cabeza.
-Pero creeme, es pura fachada. Hay dos Manigoldos.
-¿Dos Manigoldos? Espero que no. Si al mundo ya le cuesta soportar a uno. Imagina dos.
-Me refiero a que tiene dos caras. La que vemos nosotros, y la que ve el Patriarca... O incluso Albafika -No le encuentra la gracia al comentario de Gioca, pues habla muy convencido de lo que dice.
-Es que... como sea así de rancio con Albafika, tiene delito. Ese hombre es un verdadero sol. Siempre se está preocupando por los demás antes que por sí mismo.
Junkers asiente a las palabras de Gioca, bajando hacia la primera Casa, la Casa del Carnero.
-El Señor Albafika es una buena persona, no entiendo cómo puede congeniar con Manigoldo.
-Precisamente porque es una buena persona y le aguanta todo a ese... ese... ese... Canalla.
-Cuesta llegar a entender a Manigoldo, pero creo que a veces sólo hay que saber leer entre líneas. Yo sé que toda su dureza y despreocupación hacia mí, es una exponencial motivación personal para que mejore.
Gioca arquea la ceja.
-¿Quieres decir que el hecho de que no se preocupe por ti en realidad significa que sí que lo hace?
Una vez atravesada la Casa de Aries, se detiene, antes de descender la última escalera de las Doce Casas.
-Así es. Sé que detrás de esa sonrisa burlona hay una mueca de preocupación. Y que bajo ese brillo de diversión en sus ojos, hay un deseo de protección. El Maestro Sage me habló de él, y me aconsejó para poder convivir en la Casa de Cáncer con su guardián. Además, paso demasiado tiempo con él y empiezo a conocerle mejor de lo que a él le gustaría.
-No lo sé. La verdad es que me imagino a Manigoldo preocupándose por nadie más que por sí mismo. Es un egocéntrico, pretencioso, arrogante, estúpido, altan... Uy. Lo siento. Es tu maestro después de todo.
-No te preocupes. Es normal que pienses así, todo el mundo lo hace -Junkers echa un vistazo a las escaleras, y se las señala con la cabeza-. Ya hemos llegado.
-Por algo será. En fin... Muchas gracias por acompañarme, Junkers. Creo que desde aquí podré seguir sola sin perderme demasiado. Espero verte otro día -y haciendo gala de su carácter latino, dejó un beso en la mejilla del caballero antes de seguir hacia la salida.
-Vaya... -musita tras el beso, frotándose la mejilla. Levanta después la mano para despedirse de ella-. ¡Ven a visitarme cuando quieras, Gioca!

-¡Aotchuá! -Manigoldo estornuda sonoramente desde el tejado de su casa, donde lleva bastante rato sentado esperando alguna señal divina de que algo divertido está a punto de pasar-. Argh... Alguien está hablando de mí... Prfff.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

LM III. Golpe de realidad.


-¡Maldito Cangrejo! ¡Mira que hacerme subir hasta arriba del todo para nada! ¡¡Se va a enterar!! –Gioca va relatando entre dientes, en su italiano natal, mientras atraviesa de nuevo las Casas más altas.
Ya ni se molesta en ocultarse. Está muy enfadada -y, por consiguiente, su cosmos se nota algo más- con Manigoldo. Si al menos hubiese podido ver a Albafika, pues mira. Pero no. Estaba de misión. ¡¡Y Manigoldo seguro que lo sabía!! Agotada de tanto peldaño -que había un buen puñado de ellos hasta llegar al Templo de Piscis-, Gioca se sienta en los escalones más altos del tramo que une Cáncer con Leo. Necesita recuperar fuerzas y que su agitada respiración se normalice antes de echarle un par de cosas en cara al italiano.
-Vaya, vaya –ya comienza a ser una costumbre de Manigoldo saludarla así. Aunque esta vez no esté tras ella, ni tan siquiera cerca. No, el Santo de Cáncer se encuentra apoyado en uno de los pilares de su templo, próximo al inicio de la escalera que va de la cuarta casa a la quinta-. Pareces molesta. ¿No? ¿Ha ocurrido algo allí arriba? ¿Ehm?
Gioca se levanta apenas lo ve, apretando los puños con fuerza, hasta que los nudillos se tornan blanquecinos. Baja, visiblemente airada, los escalones que les separan. Hasta detenerse en el tercero empezando a contar desde abajo. Así está más alta y puede hablarle "cara a cara".
-¡¡Tú!! ¡Estúpido Cangrejo arrogante y pretencioso!! -le increpa mientras baja-. Si sabías que Albafika estaba de misión ¿por qué no me lo dijiste antes de hacerme subir hasta ahí -se gira levemente para poder señalar el final de la escalera- para nada?
Manigoldo le regala la más graciosa de sus sonrisas, y con una risa a regañadientes sube el primer peldaño para estar sobre ella, donde a él gusta de estar.
-Ya te dije, niña, que habías venido desde Venecia para nada. Además, mona enterada, yo he llegado hace poco de Italia y no sé demasiado qué está ocurriendo aquí. ¡Y si lo supiera, tampoco te lo habría dicho! -vuelve a reír, porque esa cara que tiene delante es la mar de divertida. ¡Vaya que sí!- Creo que deberías tomarte las cosas con mejor humor. ¿No crees, niña?
Gioca abre los ojos y la boca por la sorpresa. ¿Italia? ¿Que ÉL ha estado en ITALIA, y ella ha tenido que hacer TODO el camino hasta allí, con lo que le había costado avanzar porque nadie le entendía -el italiano y el griego se parecen como un huevo a una castaña-, pasando hambre y aguantándose el cansancio y un montón de cosas más -no todas agradables- durante el viaje? Levanta los ojos hacia él, cargados de odio. Tanto que hasta asoman las lágrimas de rabia.
-Sí, está claro que he venido para nada. Y me tomaría las cosas con mejor humor si no tuviese que aguantar a un amago de Caballero que se cree que todo el mundo está a sus pies.
-Eh, niña. ¿Estás llorando?
Más que preocupación, lo que muestra es curiosidad. Le resulta incómodo que la gente llore por cosas mundanas. Esos ojos almendrados de la joven se han tornado cristalinos, cubiertos por una película líquida que amenaza por brotar de sus ojos al primer pestañeo.- No entiendo qué demonios te pasa.
-¡¡No estoy llorando!! -le grita, a pesar de que sí está a punto de hacerlo-. Y si lo hiciera, sería por el disgusto de haberme hecho todo el viaje aquí para ver a una persona y que no haya servido para nada. -le sostiene la mirada, haciendo verdaderos esfuerzos para no llorar. Pero no le dará ese gusto. Si a él no le importa, a ella menos.
-Uhm... -Por vez primera, no se ríe de ella. La mira fijamente a los ojos, comprobando en ellos que está siendo sincera y que realmente se siente dolida. Vaya marrón. El sentido común le está dando golpes en la cocorota para que reaccione, pero ya sabemos cómo es nuestro anti-héroe-. Albafika volverá pronto, ya lo verás. ¡No tienes por qué preocuparte tanto!
Gioca se muerde los labios, hasta que se convierten en una fina línea apretada. Los libera con un hondo suspiro.
-Supongo.
De repente su voz se ha vuelto ¿triste? La realidad acaba de golpearla con dureza. Para él, ella sólo ha sido una persona con la que se ha topado en un misión, un escollo en el camino, alguien que ha puesto en peligro el que cumpliera sus objetivos... Pero para ella... Para ella él es mucho más que eso. Es el hombre que la salvó en Venecia. Es el dueño de la sonrisa socarrona que ha recordado todo ese tiempo. Es, en una palabra... Manigoldo.
Manigoldo se da cuenta que algo no va bien. ¿Por qué sigue triste? Le ha dicho que el Santo de Piscis volverá. ¿Volver de dónde? Ni siquiera sabe dónde se ha metido el señorito Albita. ¿Por qué nunca está cuando toca? Ahora el problema se lo tiene que tragar él solito. Qué bien.
-Aunque... Bueno, he pensado que... Yo podría hacer de niñera hasta que Albita regrese. Total, ya lo hice una vez y no me salió tan mal -sonríe todo lo encantadoramente que puede. <<Diablos, Sage, mándame lejos de misión suicida>>-. ¿Qué opinas?
Gioca da un paso al lado, para esquivar a Manigoldo. Baja pesadamente un escalón. Luego baja igualmente el siguiente, hasta estar en el mismo que ocupa él, pero sin mirarle.
-No te preocupes... Éste... ¿Cómo se llama?... El francés. Me ha dicho que avisará a Albafika cuando regrese. Yo mientras... simplemente... esperaré en el pueblo.
Y se dispone a bajar el último escalón, de la misma forma que los anteriores.
Manigoldo da un grácil salto y se coloca de nuevo a su lado cuando ella desciende. Su tono de voz y su expresión son joviales. Es hasta simpático.
-Vamos, vamos. Ya está, no sigas así. Recuerdo que cuando te conocí eras todo sonrisas. ¿Recuerdas cuando te descubrimos espiándonos en el apartamento? ¡Albita destruyó toda la pared para sacarte de ahí!
-No te hagas el simpático ahora conmigo. Por si no te has dado cuenta, he crecido. No soy una niña. He sido perfectamente capaz de llegar aquí sola y no necesito una niñera. ¡Y mucho menos si eres tú!
-¡Eh, eh! -alza las manos, mostrándose totalmente desarmado. ¡Qué genio sigue teniendo! ¿Qué pasa? Pero si se está portando bien con ella. ¿Por qué sigue molesta?- Ya veo que has crecido. Bueno, ahora que me fijo más... -le echa un buen repaso y sí, sí que ha crecido. ¡LA PROMESA!- Ay... -Se le escapa un quejido cuando recuerda qué fue lo último que se dijeron. Ella volvería a por su máscara, y él le prometió que si ella se había convertido en una guapa jovencita...
Gioca resopla.
-Olvídalo. No entiendes nada.
Pasa junto a él para adentrarse en la casa de Cáncer y así poder salir del otro lado y dirigirse a la salida del Santuario.
-No, espera. Espeeeera -Corre tras ella. Una tontería, ¿verdad? Se puede mover a la velocidad que quiera, pero así queda todo mucho más dramático. ¿O no?-. Para, quieta, no sigas. ¡Detente!
Gioca se ha limpiado los ojos mientras bajaba, así que, cuando la alcanza, ya no parece tan a punto de llorar.
-¿Qué?
-Ya está bien, ¿no? -la rodea y se coloca delante de ella-. Estoy intentando arreglar las cosas. ¿No te has dado cuenta? ¿Ah? -vaya ridículo se ve hablando de este modo. Tal vez debería dejar que se fuera a lloriquear por ahí, a esperar a su Albafika en otro sitio.
-Arreglar ¿qué? No hay absolutamente nada que arreglar. Tú te vuelves a tus fuegos fatuos, yo me vuelvo al pueblo y nos perdemos de vista el uno al otro. ¡Todos contentos!
Manigoldo se echa hacia atrás, ceñudo. Qué carácter tiene la niña.
-¿En serio es para ponerse así? ¡Pero si estaba de broma!
-Ése es tu problema. Que todo te lo tomas a broma, como un crío egocéntrico e inmaduro que es incapaz de ver más allá de sus narices o de esa estúpida máscara tras la que te ocultas. ¡Pues bien! Sigue jugando, pero yo no voy a ser uno de los peones en tu tablero.
Manigoldo levanta el dedo y abre la boca para decir alguna otra tontería de las suyas, pero se queda así, con la boca abierta y sin emitir sonido alguno. Sí que la ha cabreado, sí. Reacciona al poco, soltando lo primero que le viene a la cabeza.
-¿Pues sabes qué te digo, niña? Que cabreada estás más guapa.
Gioca lo fulmina con la mirada.
-Vete al infierno -literalmente.
Y, sin querer esperar siquiera otra respuesta fuera de lugar, como la mayoría de las anteriores, retoma su descenso hacia Rodorio, aguantándose la rabia y la frustración hasta estar lo suficientemente lejos del italiano para que él no pueda verla llorar.
Manigoldo la sigue hasta el límite de la Casa de Cáncer con la mano en la nuca, que rasca con una ligera preocupación.
-Háh. No voy a entender nunca a esta niña no tan niña. ¡Bah! -Traza un aspaviento con su mano en la dirección de la chica, restándole mayor importancia-. Pues nada.

martes, 18 de septiembre de 2012

GS II. Declaración de Guerra. (III)


Sage posa su mano en el hombro de la Diosa, compungido por ese dolor que ella siente y le transmite a él. Su anciano cuerpo se estremece ante tal dolor y pesar; sabe que esto sólo ha hecho que empezar y que uno tras otro, grandes defensores de la Justicia y la Verdad, se sacrificarán para preservar la Vida.
-Sé cómo te sientes, mi niña... -susurra con suavidad y tranquilidad-. Pero debes ser fuerte. Has sido muy valiente al ocultar tu tristeza a los ojos de Shion, aunque me temo que sabe de tu pesar. Ahora es momento de ser fuerte y decidir el destino de tus Caballeros.
La muchacha llora unos minutos más. Finalmente, limpia sus ojos con los dedos y levanta su vista hacia el Patriarca.
-Sage, no podemos dejar que Poseidón salga impune de esto. Ya hemos perdido tres caballeros sólo por su mala cabeza. ¿Crees que debemos responder con todo el poder del Santuario o reservar parte de nuestras fuerzas?
Sage se permite el lujo de sonreír al pensar en lo afortunados que son su Diosa y él de disponer de tan poderosos y grandes caballeros de Atenea.
-No será necesario contraatacar con todo lo que disponemos. Debemos reservar cartas para poder defendernos de Hades, que puede aparecer en cualquier momento.
-Ojalá no tengamos que enfrentarnos a ambos dioses a la vez. No sé qué sería de nosotros si llegasen a aunar fuerzas. Confío en tu criterio Sage. ¿A quiénes debemos enviar?
-Poseidón jamás se aliará con Hades. Son enemigos acérrimos, pero... Aliados o no, sí podrían ponerse de acuerdo por capricho del destino.
-No debemos obviar ninguna posibilidad. Puede que no se soporten entre ellos, pero somos su enemigo común. Y no hay mejor amigo que el enemigo de un enemigo.
-Confío ciegamente en nuestros Santos Dorados. Shion dirigirá la ofensiva en los Reinos Submarinos, y Sísifo organizará la defensa del Santuario. Sea como sea, mi pequeña niña, es la hora de la retribución. Poseidón pagará su atrevimiento, y haremos que se arrepienta por siempre del error que ha cometido. Ninguna de las muertes dejaremos que haya sido en vano.
Atenea asiente y se levanta del trono.
-Voy a bajar a ver al Caballero del Oso y ... Y el cuerpo de Pegaso. Encárgate de organizar nuestras fuerzas con los caballeros de Oro, por favor.
-Así se hará, mi señora.

Degel estaba entre sus libros ojeando antiguos relatos, profecías y demás cuando sintió cerca el cosmos de uno de sus compañeros y hermanos del santuario, Shion de Aries había regresado de la misión que la diosa le había encomendado. Como de costumbre seguro se reuniría de inmediato con ella y con el patriarca así que se mantuvo con calma en su casa, o al menos con toda la que pudo pues sin apenas darse cuenta había acabado  con pergaminos en las manos y caminando por aquella habitación, liberó un suspiro, se acercó a la mesa y dejó sobre esta los papeles y sus gafas para luego llevarse el índice y pulgar al puente de la nariz por unos instantes. Sin pensarlo más salió al exterior de su casa quedándose allí entre las columnas esperando a que Shion bajase tras hablar con Atenea y Sage, apoyó la espalda en una de las columnas y esperó pacientemente a que apareciese por aquellas escaleras.
Shion se detiene al llegar a la casa de Acuario.
-Degel -saluda escuetamente. No tiene ánimo para más florituras-. Supongo que ya lo sospechas -se señala una de las manchas de sangre de su armadura-, pero ya es oficial. Estamos en guerra. El Patriarca quiere que nos reunamos todos los presentes en la Cámara cuanto antes. Enviemos a alguien a buscarles y subamos. Cuanto menos tiempo perdamos, mejor para todos.
Degel por fin ve aparecer a Shion, se yerge y se fija en su armadura.
-Hola Shion -tampoco es que se le pasase por la cabeza preguntar un ¿"Cómo estás?", "¿Qué ha pasado?" Sin duda aquella sangre lo dejaba claro, y para más aclaración lo terminaba de corroborar el propio caballero de Aries con sus palabras-. Entiendo, enviaré a Carina a avisarles enseguida.
¿Para que tardar más en buscar a alguien que los avisase cuando la tenía a ella disponible?
-Gracias.
Sin más cruce de palabras -no es que ninguno sea un gran conversador-, el Santo de Aries emprende el regreso a la Cámara del Patriarca, de la que ya desciende la Diosa, con paso lento y mirada triste. Un amago de sonrisa al cruzarse con los caballeros, pero empañada por la tristeza.
Degel regresa al interior donde tiene a su alumna "entretenida" haciendo traducciones de antiguos textos, le pide que deje eso por hoy, que debe ir casa por casa avisando a todos y cada uno de los caballeros de oro para que acudan a la Cámara del Patriarca cuanto antes, había trabajo que hacer. Tras ello salió de su casa en dirección a reunirse con Shion, Atenea y Sage.
Carina se puso en pie rauda y sin rechistar asintió.
-¡Si!
"Que todos los caballeros se reúnan a voz de pronto en la Cámara del Patriarca no es buena señal" pensaba la muchacha mientras que corría escaleras abajo, para ir deteniéndose casa por casa avisándolos a todos. "No ha ido bien la misión", pensó mordiéndose el labio inferior por la cara interna de este.

GS II. Declaración de Guerra. (II)


Shion se detiene un momento ante los primeros escalones del Santuario. A sus hombros, uno en cada lado, como si fuesen fardos ((ya me dirás tú cómo con los cuernos de la armadura)), lleva a los Santos de Bronce que lucharon contra el General Marino. El Oso está herido, pero vivirá. Pegaso, por desgracia, no ha tenido tanta suerte. Y no será el único en caer, pues sus sospechas se han confirmado y ahora debe informar al Patriarca de que, efectivamente, la guerra ha comenzado.
Atraviesa la entrada al Coliseo, ignorando las miradas de los caballeros que allí entrenan, que se detienen al ver al Caballero Dorado llevando los cuerpos ensangrentados y con las armaduras destrozadas de dos de sus compañeros. Muchas preguntas, ninguna respuesta. El primero al que debe dar parte es Sage. Sólo a los miembros de su casa, al alcanzar el Templo de Aries, les permite liberarle del peso de los dos Santos. A uno lo llevan rápidamente para atender sus heridas. A otro lo llevan para velar su cuerpo, que recibirá sepultura, con los honores que corresponden a un Caballero de Atenea.
Sin molestarse en limpiar la sangre que tiñe de rojo el metal de su armadura, Shion continúa su ascenso a través de las casas de Tauro y Géminis, ambas vacías, hacia la de Cancer. No le sorprende que esté también vacía. Nunca se sabe dónde puede estar el imprevisible italiano. Y seguramente Sage ya esté tomando medidas, antes incluso de tener su confirmación.
Uno tras otro, el lemuriano deja atrás las 12 Casas y sube el último tramo, el que lleva directamente a la Cámara del Patriarca.

En la Cámara del Patriarca, el Santo de Cáncer se encuentra reunido con su maestro y la Diosa. Manigoldo pone los brazos en jarras, mirando de hito en hito a su maestro.
-¡Pero maestro! -replica-. Mientras nosotros estamos esperando aquí sin hacer nada, Poseidón puede estar preparando una ofensiva.
-Manigoldo... -para Sage se hace difícil explicarle cosas tan delicadas a su discípulo. Es un buen chico, y le respeta, pero el punto de vista de Manigoldo es demasiado personal como para conseguir meterle algo distinto en la cabeza-. Hasta que Shion regrese, no podemos hacer absolutamente nada -detrás de su yelmo y bajo la sombra de éste, cobija sus ojos. En su mirada podría leerse la preocupación y la angustia.
Manigoldo no va a insistir más. Sage sabe lo que hace, siempre, y él nunca tiene razón. Así que sumando dos y dos, la ecuación sigue dando el mismo resultado. Pero no está conforme y quizás busca la aprobación de la Diosa Atenea, que está tras Sage sentada en el trono con el semblante entristecido y la mirada perdida.
-¡Mi Diosa! ¡Déjeme ir por mi cuenta!
La joven encarnación de la diosa permanece en silencio, pasando sus ojos del Patriarca al Caballero, del Caballero al Patriarca. Suspira quedamente y se toma unos segundos antes de responder a Manigoldo.
-No puedo permitir que vayas todavía. Si hay alguna posibilidad de evitar una guerra, la aprovecharemos. No quiero que nadie muera inútilmente.
Manigoldo suspira resignado, al menos en este momento y en presencia de las dos personalidades con más voz y cosmos del Santuario. La sabiduría de ambos no puede ser objetivo de mofa o desaprobación, cosa que Manigoldo sabe y que, en la excepción que confirma la regla, respeta.
-Está bien... Está bien -asiente varias veces, ya cansado de escuchar todo el tiempo la misma canción, y tras reverenciar a ambos, gira sobre sus talones y se aleja del trono-. Iré a aburrirme a alguna parte. Jé.
-Espero que no haga ninguna locura... -expresa su pensamiento en voz alta, preocupado por él. Sabe lo difícil que le resulta a Manigoldo no hacer nada cuando algo es tan obvio, e inminente. Con el pesar aún en su voz, se vuelve hacia la Diosa-. Mi señora Atenea, no se preocupe. Todo saldrá bien -Sage abre los ojos de súbito. Un cosmos inconfundible ha hecho su aparición en el Santuario. El Santo de Aries ha llegado al fin, y con él, la esperanza. No puede evitar una débil sonrisa al pronunciar su nombre ante la Diosa- Shion de Aries... Ha regresado.
La muchacha suspira.
-Yo también lo espero -esboza una leve sonrisa al saber que Shion ha regresado. Al menos, ha regresado con vida-. Ojalá traiga buenas noticias -aunque su intuición le decía que no sería así.
Sage trata de endulzar lo posible su voz y su semblante.
-Sean buenas o malas noticias, lo más importante es que ha regresado.
Shion se detiene ante la puerta de la Cámara, mentalizándose de lo que iba a enfrentar. Casi se choca con Manigoldo cuanto éste abandona la Cámara del Patriarca.
-Manigoldo... -musita a modo de saludo.
-Ey, Shion –Manigoldo casi se detiene para abordarle con cientos de preguntas, pero se limita a esperar a que se las cuente el anciando Sage. ¿Pues no le han dicho que se esté quieto y espere?- Has vuelto de una pieza. ¡Jé! Me alegro... El Patriarca y la Diosa Atenea te están esperando.
-No deseo hacerles esperar, pero no traigo buenas noticias. Prepárate, amigo mío, pronto todos tendremos que dar lo mejor de nosotros mismos -suspira y se dispone a entrar en la Cámara del Patriarca, cerrando la puerta tras él. Avanza hacia el Patriarca y la Diosa, hincando la rodilla ante ambos, al pie de los escalones-. Shion de Aries se presenta, mi señora, Gran Patriarca.
Atenea borra la sonrisa con la que le había recibido al ver la sangre que mancha su armadura. -Bienvenido, Shion. Me alegra que hayas vuelto -se nota en su voz que ya intuye lo que va a decir.
Sage saluda a Shion con un ademán de cabeza.
-Celebro que hayas regre... -Se interrumpe ante un "¡Bien! Por fin!" de Manigoldo, que resuena desde el exterior de las puertas de la Gran Sala. De vuelta a la realidad, continúa-: Celebro que estés aquí.
Shion y Atenea no pueden evitar mirar hacia la puerta. Manigoldo nunca cambiará. Pero es parte de su encanto. El Santo de Aries vuelve a centrar toda su atención en el Patriarca y la Diosa, poniéndose en pie a indicación de ésta.
-Gracias mi señora -al patriarca le agradece con una inclinación de cabeza antes de continuar -Mas me temo que se han confirmado nuestros temores. Cuando llegué al Reino Submarino y logré alcanzar a los Caballeros de Bronce que habían sido enviados allí, ambos estaban enfrentándose en clara desventaja contra el guardián del Pilar del Pacífico Norte. El Caballero del Oso está gravemente herido, pero Pegaso... -su rostro se ensombrece y aprieta la mandíbula y los puños con rabia-. No pude salvarlos a ambos. El propio General del Hipocampo me confirmó que el ataque a las amazonas es sólo la punta del iceberg.
Apenas escuchó la noticia de la muerte de Pegaso, la joven Atenea bajó la mirada, para ocultar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. No lloraría, no todavía. Esperaría a después, cuando estuviese a solas con Sage.
-Debemos prepararnos –la voz de Sage, por siempre solemne y calmada, esconde el matiz de la lástima de haber perdido a otro buen Santo de Atenea. Se siente culpable, él los envió cuando debió ser él mismo el que fuese al Reino Submarino-. Reúne a los demás Santos de Oro, Shion de Aries. Si es guerra lo que quieren, no nos quedaremos de brazos cruzados.
El Patriarca toma aire en profundidad y se lleva las manos a la espalda. Como sospechaba, las cosas empeoraban por momentos. Manigoldo no estaba tan equivocado cuando les presionó en tomar decisiones precipitadas; podrían ahorrarse muchos disgustos tomando sólo unas cuantas medidas.
- Y Shion...
-¿Sí, Gran Patriarca?
-Más tarde quisiera hablar a solas contigo. Quiero un informe detallado de lo ocurrido allí abajo.
Shion asiente y, tras inclinarse de nuevo ante su superior y la Diosa, se dispone a abandonar la Cámara para avisar personalmente a Degel, ya que Albafika no se encontraba en el Santuario. Desde allí, mandaría a algún santo de bronce o de plata a informar a los demás dorados. ((Bajar pa na, es tontería XD)).
Atenea espera a que Shion abandone la Cámara para liberar por fin el nudo que se ha instalado en su garganta. Las lágrimas caen, cálidas y saladas, por sus mejillas. No se molesta en ocultarlas. No ante Sage. Puede que sea la Diosa de la Guerra, pero ama a cada uno de sus caballeros por encima de todo. Siente como propias cada una de sus heridas. Llora cada una de sus muertes. Y, por desgracia, la de Pegaso sólo será la primera. Porque así es la Guerra. La que ellos deben librar para preservar la paz y la esperanza del resto del mundo. Un mundo que ni siquiera es consciente de las batallas que aquellos hombres, cuyo destino está escrito en las estrellas, libran desde el anonimato. Ninguno tendrá fama. Ninguno será recordado más allá de los límites del Santuario. Pero todos ellos alcanzarán la Gloria.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Lo que pasa en la Casa de Libra...


LM II. Un intruso en la Cuarta Casa.


Manigoldo se encuentra sentado sobre el templo de la casa de Cáncer, con las piernas y los brazos cruzados. Taciturno, pensativo, ceñudo. Desde su llegada, no ha tenido tiempo de hablar con Sage abiertamente sobre lo sucedido en Italia, ni tampoco sabe demasiado de lo acontecido con el par de amazonas muertas en las proximidades del Santuario. Lo único que sabe es que posiblemente estalle una guerra, y que Shion ya le lleva ventaja.
Se presenta con cierta ansiedad y excitación. Los mejores guerreros de Poseidón, famosos por su fiereza en el combate, están allí abajo mientras él espera a que le den permiso para zurrarles. Y Shioncín está ahí abajo, seguramente dándose a base de bien con esos tipos.
- No es justo -replica en voz alta, molesto-. "Manigoldo, tienes que ir a Italia y..." -imita la voz de Sage, muecando teatralmente su seriedad y la expresión severa del anciano Patriarca-. "Manigoldo, esto. Manigoldo lo otro. ¡No seas imprudente, Manigoldo!" Bah... -Chasquea la lengua y se pone en pié, con una mano apoyada en la cadera-. Creo que voy a hacer lo que me dé la gana.

Gioca lleva ya tres días en la aldea de Rodorio, dejándose ver lo imprescindible y siempre con cuidado de que nadie vea lo que oculta su capucha. Ropa holgada para ocultar sus formas y su constitución, aunque se ve menuda. Los pantalones claros y las botas se ven más allá de la capa, que sólo le llega a las rodillas. Es el momento de entrar en el Santuario y hacia allí se dirige, aprovechando sus habilidades como ladrón para tratar de que nadie descubra su presencia. Tiene ante ella las largas escaleras de acceso al Coliseo y desde ahí, las que llevan a cada una de las 12 Casas. Pero lo primero es colarse entre aquellas columnas sin ser vista.
Por suerte para Gioca, parece todo el mundo concentrado en el Coliseo. Los guerreros se disputan las armaduras de bronce en combates singulares, donde demuestran su destreza y decisión en el combate. Aplausos, vítoress y abucheos inundan el lugar con cada nueva pelea. Todo tiembla ante los terribles impactos que se ocasionan los competidores, y un sin fin de técnicas son coreadas por encima de todos ellos.
 Sísifo y El Cid contemplan, cada cual con una opinión reflejada en la expresión de su cara, la sucesión de combates. En ocasiones, alguno de los dos se ve forzado a hacer las veces de árbitro cuando la cosa se va las manos a algún luchador. Pero tienen la atención puesta en esas jóvenes promesas.
Aprovechando el revuelo, atraviesa la parte posterior del Coliseo, bajo el graderío donde los caballeros y los aspirantes ven el combate. Avanza escondiéndose en cada hueco lo bastante grande como para albergarla y localiza el siguiente antes de seguir hasta él. Así llega a los pies del Templo de Aries, la Primera Casa. Vacía, pues su guardián se encuentra bajo las olas, frente al Hipocampo.
"¡Vamos! ¡Dale duro!".
La fuerza del griterío pierde consistencia a medida que los pasos de la ladrona le alejan del Coliseo. Un impacto colosal provoca que algo de polvo se desprenda de un pilar de la casa de Aries. La primera prueba a superar para aquellos que intenten, en estúpida osadía, enfrentarse a los Caballeros de Atenea. Pero en este caso, Gioca puede cruzarla sin ninguna dificultad. Puede que las dificultades lleguen más adelante...
Su primer instinto ante aquel golpe, que le pareció cercano, fue esconderse tras una de las columnas de la entrada del Templo. Siente que el corazón le va a salir por la boca. Si la encuentran allí, estará en problemas. Pero su objetivo está tres tramos de escaleras más arriba. Respira con profundidad para sosegarse y se adentra en la Casa de Carnero, para salir a las escaleras que llevan a Tauro.
Hasgard se encuentra frente a sus muchachos, sus discípulos, que escuchan atentamente al Gran Toro mientras él, con voz calmada y serena, les explica las antiguas guerras libradas contra Hades. Ensimismado en su relato de honor y grande, los jóvenes aspirantes se asombran ante tan fantásticas historias. Y todo esto ocurre, como era de esperar, lejos de la deshabitada segunda Casa.
Apenas pone un pie fuera de la casa de Aries, el grandeza del Santuario la sobrecoge. Desde la aldea no parecía tan grande. Allí, una vez atravesada la primera de las 12 Casas, parece imposible que alguien pueda alcanzar el final de aquella escalera infinita, de peldaños de piedra blanca, que sube hasta perderse de vista tras la montaña. ¿Y los habitantes del Santuario tienen que subir y bajar eso todos los días? Eso explica muchas cosas. Con paso ligero, sube las escaleras hacia el Templo de Tauro y lo atraviesa, escondiéndose tras cada columna, atenta a cualquier sonido que pueda revelar que no está sola.
Está teniendo mucha suerte y reza mentalmente para que no se le agote. Dos Templos y ni un sólo Caballero bajo sus techos. Tras dejar atrás la Casa del Toro, sus ojos se elevaron hacia el de los Gemelos. Un tramo más arriba, al final de la escalinata, le esperaban las blancas columnas que sujetaban el tejado a dos aguas. Miles de años después, las 12 Casas siguen en pie, protegiendo el Templo de la Diosa. Sólo pensar lo que aquellas piedras habían visto y oído... Pasó los dedos suavemente por la rugosa superficie tallada antes de cruzar el umbral de la Casa de Géminis.

Manigoldo erguido y más que dispuesto a ir en busca del Santo de Aries, extiende su dedo índice para abrir el portal Yomutsu. Los destellos en su mano le envuelven en un aura radiante y cegadora. No puede evitar una sonrisa socarrona al imaginar la cara del carnero cuando le vea aparecer. "¡Va a ser genial!" piensa, nervioso, hasta que algo le pone en tensión. Su intuición no suele jugarle malas pasadas.
Ha visto algo, pero pese a que sus ojos le engañaran, siente un débil cosmos cerca de la casa de Géminis. Evidentemente, no se trata de Deuteros, del que hace años que no se sabe nada y cuyo cosmos es infinitamente superior al que acaba de percibir. Tampoco es posible que se trate de un espectro, que habría sido aniquilado al instante. No. Es algo insignificante que ha pasado inadvertido, aunque por mala suerte, no para él.
-Háh.
Manigoldo deshace lo iniciado, y con ello el resplandor y la idea de ir a visitar al bueno de Shioncín. Total, ése se las arreglará bastante bien, y esto es enormemente más atractivo. ¡Pillar a un intruso! Menudas risas se va a echar con los otros, y menudo susto le va a dar al desgraciado. Con este pensamiento desaparece del tejado de la cuarta casa, dejando tan sólo el eco de una fuerte risotada.
Gioca se detiene a la salida del Tercer Templo. ¿Qué ha sido eso? Lo ha sentido antes. Varios años antes. Pero no con tanta intensidad y tanto poder. Traga con dificultad al darse cuenta de un detalle que había pasado por alto. No es la única que ha crecido. Pero después de aquel despliegue de poder, el Cangrejo desaparecía e iba al lugar donde los había llevado a ella y Albafika, aquella vez en Venecia. Eso significa que, si no se equivoca, no está en casa y que tiene vía libre para llegar hasta la máscara. Eso hace que apresure sus pasos hacia el Templo de Cáncer. Peldaño a peldaño, acompañada únicamente por el leve sonido de sus pasos contra la piedra, alcanza las columnas de la entrada. Por instinto, se oculta tras la que está más a la derecha, observando el hueco abierto de la puerta del templo. La luz exterior le impide ver con claridad el interior, así que, pegada a la piedra del muro, se cuela en el edificio, ocultándose lejos de la luz que entra de la calle.
-Vaya, vaya -la voz resuena en el interior del desierto templo, y rebota en las paredes. Está detrás de ella, apoyado precisamente en la columna donde segundos antes ella se escondió. Al unísono de su voz, se suma el violento movimiento de la pesada capa, que se revuelve cual llama ante la corriente que se filtra en la cuarta Casa-. ¿Qué tenemos aquí?
Gioca se gira rápidamente para encarar al guardián del Templo. Su espalda queda pegada a la columna, sus piernas ligeramente separadas y flexionadas. Está tensa, asustada. Sus ojos recorren la dorada armadura desde los pies a la cabeza. Y, de haber podido, se habrían abierto hasta casi no caberle en rostro. De toda la gente que podía haberla descubierto ¿tiene que ser precisamente él? En un acto reflejo, levanta las manos por delante del pecho, como si armase una torpe guardia.
Manigoldo se aparta de la columna y emprende la marcha hacia el intruso, acompañado por el metálico sonido de sus pisadas. Está sonriendo, esa sonrisa ambígua y confiada del que sabe tener el control total de la situación.
-¿Sabes que es de mala educación y una falta de respeto entrar en la casa de otro?
Gioca frunce el ceño. ¿Pero qué se ha creído?
-Los ladrones no solemos tener ni educación, ni respeto. Vivimos de eso -intenta sonar segura de sí misma, y agravar su voz para que no note que es una mujer. Total, ya la ha descubierto ¿qué sentido tiene mentir? Al menos podía volver a hablar italiano, que se le iba a olvidar con tanto griego por todos lados.
-Tendré que enseñarte modales -sentencia, quedándose a poco más de un metro de distancia con ella. Porque es una ella y no un él, encima es una mujer. Le da igual, aquí en el Santuario la intrusión se castiga, y en la casa de Cáncer, es el canceriano el que decide cómo castigar. Entre ambos cuerpos comienzan a aparecer destellos blancuzcos, con cierta tonalidad azulada; esferas que tras de sí dejan una corta estela de sus trazados.
Manigoldo extiende la palma de su mano, en la que pronto prende una intensa cantidad de cosmos a modo de ardiente llama, del mismo color que los fuegos fatuos que los rodean. Él no pierde la sonrisa, ahora un tanto más cínica, y se mantiene allí en pié observando la reacción de esa estúpida joven. Robar en la casa de Cáncer. Aquí no hay nada que robar, algo ha venido a hacer y piensa descubrir el qué.
Gioca ahoga una exclamación.
-Los fuegos fatuos... -sabe lo que viene tras ellos. El viaje al Yomutsu. No es un sitio agradable y no quiere volver allí... Sola-. ¡No se te ocurra mandarme allí otra vez! -se esconde tras la columna que está a su espalda, como si eso pudiese librarla del ataque.
-En realidad voy a hacer arder tu... -la verdad es que empieza la frase con un alarde de arrogancia bastante creíble. Pero enmudece de golpe al escuchar el "otra vez". ¿Mandarla adónde? ¿Al Yomutsu? Pero nadie al que haya mandado al Yomutsu ha regresado a replicarle. Manigoldo habla tras ella, que es justamente donde está ahora. Los dos detrás del pilar-. ¿De qué estás hablando? ¿De qué me suenas tú...? ¿De qué? ¡Habla!
Gioca se da la vuelta de nuevo, quedando entre el caballero y la columna, encarada a él.
-¡¡Estás loco!! ¡Deja de asaltarme por la espalda! ¡Vas a hacer que me dé un ataque al corazón!
Manigoldo se inclina a mirarle la cara, con los brazos en jarras y el ceño y los labios fruncidos.
-No puedes ser tú. Aunque sólo una niña descarada como tú podrías venir aquí y hablarle así a un Santo de Oro.
Gioca se descubre el rostro con un gesto enérgico, cargado de rabia. Frunce el ceño, como si pudiera fulminarlo con la mirada.
-No soy ninguna niña. Y no le hablo así a un "Santo de Oro", te hablo así a ti, porque eres inaguantable.
Manigoldo se retira a mirarla sin cambiar un ápice su expresión de desconcierto. Luego estalla en una fuerte risa, que pasa a una de regañadientes. La verdad es que sigue siendo una cría muy divertida. Tras reírse de ella en su propia cara, niega con un ademán de cabeza y chasquea la lengua.
-Voy a tener que sacarte de aquí, éste no es lugar para niñas sinvergüenzas.
Gioca siente como le hierbe la sangre. Enfadada y humillada. Además de que se ha visto descubierta sin poder si quiera llegar a la máscara. Le empuja del pecho -o más bien pone las manos en la armadura y hace ademán, porque no tiene fuerza para moverle-.
-Déjame en paz. Hoy has ganado, me has descubierto. Pero te lo dije. Y antes de lo que piensas tendré la máscara de Cáncer en mis manos.
-¿La máscara de Cáncer? -Ahora sí que lo ha dejado roto. Mira hacia arriba, viendo de refilón el borde dorado de la superficie que cruza su frente. Vuelve a sonreír, dedicándole una extraña mirada, que pronto matiza de arrogancia y vanidad-. ¡Nunca vas a conseguir esta máscara por ti misma!
-Eso lo veremos, Manigoldo. De una forma u otra, te arrancaré la máscara -y para dejar constancia de que hablaba en serio, golpea repetidamente el pecho de la armadura con el índice.
-¿De verdad has venido desde Venecia sólo a por mi máscara? -inquiere mordaz, escrutando en su cara y en sus ojos una respuesta más específica. Le resulta demasiado pretencioso y surrealista. Quizás es un ardid o una excusa, y es algo que va a averiguar-. Y pensar que has hecho el viaje en balde. ¡Una verdadera lástima!
-En realidad he venido a ver a Albafika, pero esto -abre las manos, como si abarcase alrededor, para indicar que se refiere a la casa de Cáncer- me pillaba de paso. Y ya que te había dicho que vendría a por tu máscara... -se cruza de brazos, levantando el mentón-, soy una mujer de palabra.
-Así que has venido a ver a Albita y yo estaba en el camino... -Vaya, parece que acaba de decir algo que le molesta. ¿Así que a Alba sí y a él no? ¿Sólo al pescado?- Uhm. Pues te quedan otras siete casas que cruzar. Así que no pierdas más el tiempo aquí, chata.
-No lo haré, tranquilo. Tengo cosas más interesantes que hacer que discutir contigo.
Con una última mirada de soslayo, se separa de él para dirigirse a la salida de la Casa de Cáncer, con zancadas amplias, que revelan que está molesta con él, apretando los puños y con el ceño fruncido. Su primer encuentro no había sido precisamente un reencuentro apacible.

viernes, 14 de septiembre de 2012

¿Te sabes el ... ?


LM I. Un ladrón en Rodorio.


Una figura embozada atraviesa las puertas de aquella villa costera. No demasiado grande, de gente sencilla, con casas de una sola planta en su mayoría. Algún edificio tenía dos, o incluso tres, pero eran los menos. Llevaba mucho tiempo viajando y no veía la hora de buscar un lugar donde echarse a dormir. Se ocultaba bajo una capa verde oscuro que cubría hasta sus rodillas, con capucha, de modo que no se viera su rostro ni se pudiera saber o intuir su edad o su sexo. Y, por si acaso, cubría su rostro con una máscara veneciana, blanca, con una figura en una mejilla, hasta perderse en la sien y el borde de la máscara.
Se dirige, siguiendo a la mayoría de la gente, hacia la plaza. Supone que allí encontrará algún lugar donde hospedarse. Por el dinero no tiene problema, porque su habilidad para disfrutar de lo ajeno había crecido con los años. Mucha práctica.
Se despoja de la máscara y la esconde entre sus ropas. No quiere que nadie relacione aquella máscara con su rostro real. Porque necesita mantenerse oculto, al menos hasta hacerse con la aquello que había ido a buscar: la máscara dorada.
Aprovechaba el camino para echar un ojo a las casas y las gentes que allí habitaban. Parecen demasiado centrados en sus propios asuntos. Y eso le conviene, pues nadie se fijará en sus movimientos. Así, como solía hacer en las calles de Venecia, finge un choque con un parroquiano para hacerse con su bolsa de monedas. Susurra un leve "perdón", agravando la voz y con un deje latino en su acento. Por su pronunciación podría notarse que era extranjero. Tendrá que procurar no hablar demasiado para no delatarse.
Suspira, mientras levanta la vista hacia aquella montaña que se eleva junto a la ciudad. Si no supiera que estaba allí, le habría sido imposible dar con aquel lugar, aquellas escalinatas de piedra blanca, tallada, que se eleva hasta perderse de vista. Los 12 templos.
¿Cuánto había pasado? ¿Cinco años? ¿Seis? No se acordaba con exactitud. Bueno, vale, habían pasado cinco años, siete meses y trece días. ¡¡Pero es que le ha costado mucho llegar hasta allí!!
Y Venecia está demasiado lejos para haber hecho a pie la mayor parte del camino. Ahora por fin ve delante su objetivo. Tal y como había dicho: "Algún día te robaré la máscara". O algo así. Será divertido.
Nota cómo se le encoge el estómago de la emoción. Si por sí fuese, ya estaría corriendo por aquellas escaleras, para conseguir su botín. Pero no. Llevaba mucho tiempo esperando ¿Qué importa esperar un poco más? Necesita descansar y recuperarse. Y saber cuál es el mejor modo de entrar en aquella fortaleza. Porque aunque es un espacio abierto y diáfano, es una fortaleza. Sólo espera no toparse con ninguno de los guardianes del lugar antes de colarse en su interior. Nadie le conocía allí. Y seguramente los únicos que le habían visto con anterioridad, no le recordasen. Pero merecería la pena.
Ríe al imaginar la cara que pondría el Caballero al descubrir que en lugar de su máscara dorada, había una máscara veneciana, con un dibujo que le dejaría claro quién era el responsable: Joker.

GS II. Declaración de guerra.

Los Santos de Bronce habían avanzado rápidamente y, aunque su cosmos es débil, Shion pudo saber que seguían vivos. Allí, en el lugar al que se dirigía, el Reino Submarino, podía advertir cosmos muy elevados y agresivos que, aguardasen o no su llegada, supondrían un terrible muro para los Santos de Pegaso y de Oso.
El Santo de Aries echó a correr, porque notó como el cosmos de los caballeros de bronce descendía. Y eso no era buena señal. Al llegar junto al Pilar del Pacífico Norte, se encontró con un general apaleando a los dos santos. Era claramente superior. Aunque el Caballero de Oro no lo sabía todavía, habían sido sus subordinados los que habían atacado primero. Y su impulsividad y bravuconería habían hecho que se vieran en un aprieto.
El general del Hipocampo estaba zurrándole a esos dos bocachanclas por chulos, que había formas de hablar y hablar pero como se pusieron chulos y él quería repartir leña, se puso manos a la obra con uno, con otro y con los dos a la vez. Eran caballeros de bronce, así que no es que fuese muy complicado del todo pelear contra ellos. A veces soltaba algún comentario como burla.
-Venga, ¿eso es todo lo que sabéis hacer? Vais a lograr que me aburra -soltó una carcajada sonora, al parecer ya no se les veía tan prepotentes ni tan bravíos como hacía un rato.
Shion avanzó un poco más hasta estar a la vista del general. Desvió la mirada para ver a los Santos de bronce.
-General, creo que es suficiente.
Si no se detenía, tendría que pelear él. Y no quería. Sólo quería comprobar si de verdad las mascaras eran una declaración de guerra o había sido un hecho aislado, aunque lo dudaba.
El General miró hacia Shion, terminando de ejecutar un ataque contra uno de los mancos, pues el otro estaba en el suelo.
-Deberíais adiestrar mejor a vuestros perros de bronce, santo de oro -no se cortaba en decir aquello-, creo que les hace falta una buena paliza para aprender un poco de modales, venían muy prepotentes y mira como están -miró hacia los caballeros de bronce-; apenas sí pueden levantarse.
-Si un general de Poseidón no pudiese derrotar a dos santos de bronce que acaban de recibir su armadura, tu señor debería plantearse su seguridad -respondió con tono tranquilo, mientras avanzaba hasta situarse junto a los caballeros de bronce-. Deja que se vayan.
-¿Por qué debería dejar que se fuesen? No he oído que se disculpen conmigo. Sencillamente custodiaba una entrada y vinieron pidiendo pelea Sólo les di lo que buscaban, apártate y deja que acabe con ellos -no le había hecho gracia su comentario, pues saltó a la vista que no tenía ni un rasguño, sin embargo aquellos dos caballeros no podían decir lo mismo que él.
-Han venido como se espera que vengan dos hombres que han visto el mensaje que nos ha llegado al Santuario -las dos máscaras de las amazonas muertas y violadas con el tridente de Poseidón-. No me apartaré para dejar que les mates, mi misión es protegerles. Y la cumpliré hasta el final.
-¿Mensaje? -sonrió de medio lado, agudizando la mirada-. ¡Ah! ¿Que eran las novias de estos dos? -soltó una sonora carcajada, mirando a aquellos tres caballeros con sorna-. Pues eran unas sosas. Y, si no te apartas, correrás la misma suerte que ellas y hablo de acabar muerto, no te hagas ilusiones -frunció el ceño dispuesto a atacar a aquellos dos caballeros, y así lo hizo, creando unas ráfagas de viento las cuales iban una hacia cada uno- ¿A cuál quieres salvar?
Las ráfagas eran como remolinos que acabarían impactando en aquellos caballeros, tanto en el que estaba en el suelo como en el que seguía en pie, si es que Shion no paraba el ataque o salvaba a uno.
Shion se movió para intentar proteger a ambos caballeros con el muro de cristal, pero se trataba de un general y no pudo evitar que su ataque impactase sobre el caballero de Pegaso.
-Maldito. Esto es una declaración de guerra contra el Santuario. Y si queréis guerra, la tendréis -se encaró al general y le sostuvo la mirada-. Tú eliges. Deja que me los lleve o lucha.
-¡Uno menos! -soltó de nuevo aquella carcajada sonora al ver que el cosmos de aquel caballero se acababa extinguiendo-. ¿Dejar que te los lleves? ¿Con lo que me estoy divirtiendo? -frunció el ceño negando-. Mejor déjame que acabe con ése y después jugaré contigo, ¿o estás tan impaciente que quieres jugar ya, eh, caballero dorado?
-No he venido aquí a jugar. Pero no dejaré que profanes los cuerpos de caballeros caídos. Suficiente tuviste con las amazonas. Y pagarás por ello. Es inútil razonar contigo -iba a tener que luchar, lo sabía, así que mejor estar preparado. Se quitó la capa, para dejarla caer sobre el cuerpo de Pegaso.
-Pues ¿a qué esperas? Venga, demuéstrame qué sabes hacer, aparte de hablar.
De nuevo lanzó su soplo divino, sólo que ahora contra Shion, y con el remolino unificado, pues sólo le atacaba a él. Aquel remolino iba cargado de una gran presión de aire que impactaría con el caballero dorado si no era capaz de frenarlo.
Shion extendió las manos ante él para alzar el muro de cristal y bloquear el ataque. Estaba preparado, así que, aunque lo traspasase, no recibiría todo el daño que tendría en caso contrario.
-Necesitarás algo más contra un caballero de oro.

jueves, 13 de septiembre de 2012

GS I. Prólogo. Máscaras de muerte.


En la Cámara del Patriarca, Sage se mantiene expectante con las manos enlazadas a la espalda, mirando por el gran ventanal. Mantiene el porte severo que le caracteriza, pero esta vez, agraviado por los sucesos acontecidos. Y así permanece, a la espera de que el invocado Santo de Aries le visite.
Shion ha pasado ya por los Templo de diez de sus compañeros y se dispone a atravesar el último. Ya ve ante él las escaleras cubiertas de rosas. Albafika las quita para que pueda pasar hasta la Cámara del Patriarca y una vez allí, antes incluso de cruzar la puerta, hinca la rodilla en el suelo.
-Shion de Aries se presenta, Gran Patriarca.
-Pasa, Shion –Sage no se mueve un ápice al pronunciarse, en un tono solemne y grave que hace honor a la gravedad del asunto que los ocupa. No añade nada más, hasta que Shion no esté lo suficientemente cerca.
Shion se pone en pie y abre las grandes puertas de madera que dan acceso a la cámara. Avanza en silencio, con paso firme, hasta detenerse a los pies de la escalinata sobre la que se encuentra Sage. Serio, mirando hacia su superior, espera que le diga para qué le ha mandado llamar.
Sage inspira profundamente y exhala el aire en un silbante suspiro.
-Ha ocurrido algo terrible, y es posible que tengamos una dura lucha contra Poseidón en ciernes -hace una pausa, y comprueba la reacción ante la noticia en el Santo de Aries.
Shion abre los ojos por la sorpresa. Sus labios se separan y aspira aire. Al momento se corrige, carraspeando. Había sido un instante, pero es que las palabras de Sage le habían pillado con la guardia baja. Se tensa y baja ligeramente las cejas.
-¿Qué ha ocurrido, Gran Patriarca, que puede llevarnos a una situación tan lamentable?
-Se han encontrado a dos amazonas violadas y asesinadas -acto seguido, extiende sus manos, que salen de debajo de las grandes mangas de la túnica. En cada una de sus manos, sostiene una máscara-. Me fueron enviadas esta mañana, ambas marcadas con el tridente del Dios del Mar.
Si la cara de Shion antes había reflejado sorpresa un instante, ahora es una mezcla de estupor y rabia contenidos. Inspira con profundidad antes de alargar la mano para coger una de las máscaras y observarla con ojo crítico -después de todo, se pasa el día reparando cosas de ésas, tiene deformación profesional-. Pasa los dedos sobre la marca del tridente.
-¿Pordemos entender esto como una declaración de guerra o nos conformaremos con pensar que ha sido un hecho aislado? -aunque el tono de su voz deja claro que es partidario de lo primero.
-He enviado a los santos de Pegaso y de Oso a llevar un mensaje al Reino Submarino. Quiero que los sigas. Y actúes como creas conveniente. Es posible que se trate de un hecho aislado, y podemos evitar consecuencias catastróficas.
Sage respira hondo y desciende los peldaños que le separan y distancian del Santo Dorado y camina hacia el siguiente ventanal con paso calmado y sereno.
-Pero si de lo contrario, es una declaración de guerra... -enmudece de súbito sólo de pensarlo.
-Un hecho aislado... -sopesa ambas máscaras-. No me lo parece. Si lo fuese ¿qué necesidad habría de enviar las máscaras marcadas? Ya es bastante cruel que nos encontremos con dos mujeres violadas y asesinadas -aprieta los dedos contra las máscaras, ya que no puede cerrar los puños-. Si es una declaración de guerra, tendrán guerra.
Sage esboza una triste sonrisa, apenas un remedo. No muestra la angustia y preocupación, no debe transmitir más que serenidad en Shion, que bastante tiene lo que acaba de confesarle.
-Confío en ti. Espero que tu viaje sea fructífero -y termina diciendo, girándose a mirarle fijamente a los ojos-: Y vuelve.
Shion asiente.
-Volveré con una respuesta y espero que no sea la que ambos tememos.
Se acerca para dejar las máscaras sobre el asiento del trono y vuelve a bajar los escalones para abandonar la cámara.
Sage le observa partir en silencio, y pensativo, vuelve la vista hacia las maravillosas vistas que tiene desde esa posición. Es por ese vivo y espléndido mundo por el que deben luchar y morir; por Atenea, por la libertad, la justicia, la vida. Ojalá el Santo de Oro triunfe, y no muera en el intento.