Manigoldo se encuentra sentado sobre el templo de la casa de
Cáncer, con las piernas y los brazos cruzados. Taciturno, pensativo, ceñudo.
Desde su llegada, no ha tenido tiempo de hablar con Sage abiertamente sobre lo
sucedido en Italia, ni tampoco sabe demasiado de lo acontecido con el par de
amazonas muertas en las proximidades del Santuario. Lo único que sabe es que
posiblemente estalle una guerra, y que Shion ya le lleva ventaja.
Se presenta con cierta ansiedad y excitación. Los mejores
guerreros de Poseidón, famosos por su fiereza en el combate, están allí abajo
mientras él espera a que le den permiso para zurrarles. Y Shioncín está ahí
abajo, seguramente dándose a base de bien con esos tipos.
- No es justo -replica en voz alta, molesto-.
"Manigoldo, tienes que ir a Italia y..." -imita la voz de Sage,
muecando teatralmente su seriedad y la expresión severa del anciano Patriarca-.
"Manigoldo, esto. Manigoldo lo otro. ¡No seas imprudente, Manigoldo!"
Bah... -Chasquea la lengua y se pone en pié, con una mano apoyada en la
cadera-. Creo que voy a hacer lo que me dé la gana.
Gioca lleva ya tres días en la aldea de Rodorio, dejándose
ver lo imprescindible y siempre con cuidado de que nadie vea lo que oculta su
capucha. Ropa holgada para ocultar sus formas y su constitución, aunque se ve
menuda. Los pantalones claros y las botas se ven más allá de la capa, que sólo
le llega a las rodillas. Es el momento de entrar en el Santuario y hacia allí
se dirige, aprovechando sus habilidades como ladrón para tratar de que nadie
descubra su presencia. Tiene ante ella las largas escaleras de acceso al
Coliseo y desde ahí, las que llevan a cada una de las 12 Casas. Pero lo primero
es colarse entre aquellas columnas sin ser vista.
Por suerte para Gioca, parece todo el mundo concentrado en
el Coliseo. Los guerreros se disputan las armaduras de bronce en combates
singulares, donde demuestran su destreza y decisión en el combate. Aplausos, vítoress
y abucheos inundan el lugar con cada nueva pelea. Todo tiembla ante los
terribles impactos que se ocasionan los competidores, y un sin fin de técnicas
son coreadas por encima de todos ellos.
Sísifo y El Cid
contemplan, cada cual con una opinión reflejada en la expresión de su cara, la
sucesión de combates. En ocasiones, alguno de los dos se ve forzado a hacer las
veces de árbitro cuando la cosa se va las manos a algún luchador. Pero tienen
la atención puesta en esas jóvenes promesas.
Aprovechando el revuelo, atraviesa la parte posterior del
Coliseo, bajo el graderío donde los caballeros y los aspirantes ven el combate.
Avanza escondiéndose en cada hueco lo bastante grande como para albergarla y
localiza el siguiente antes de seguir hasta él. Así llega a los pies del Templo
de Aries, la Primera Casa. Vacía, pues su guardián se encuentra bajo las olas,
frente al Hipocampo.
"¡Vamos! ¡Dale duro!".
La fuerza del griterío pierde consistencia a medida que los
pasos de la ladrona le alejan del Coliseo. Un impacto colosal provoca que algo
de polvo se desprenda de un pilar de la casa de Aries. La primera prueba a
superar para aquellos que intenten, en estúpida osadía, enfrentarse a los
Caballeros de Atenea. Pero en este caso, Gioca puede cruzarla sin ninguna
dificultad. Puede que las dificultades lleguen más adelante...
Su primer instinto ante aquel golpe, que le pareció cercano,
fue esconderse tras una de las columnas de la entrada del Templo. Siente que el
corazón le va a salir por la boca. Si la encuentran allí, estará en problemas.
Pero su objetivo está tres tramos de escaleras más arriba. Respira con
profundidad para sosegarse y se adentra en la Casa de Carnero, para salir a las
escaleras que llevan a Tauro.
Hasgard se encuentra frente a sus muchachos, sus discípulos,
que escuchan atentamente al Gran Toro mientras él, con voz calmada y serena,
les explica las antiguas guerras libradas contra Hades. Ensimismado en su
relato de honor y grande, los jóvenes aspirantes se asombran ante tan
fantásticas historias. Y todo esto ocurre, como era de esperar, lejos de la
deshabitada segunda Casa.
Apenas pone un pie fuera de la casa de Aries, el grandeza
del Santuario la sobrecoge. Desde la aldea no parecía tan grande. Allí, una vez
atravesada la primera de las 12 Casas, parece imposible que alguien pueda
alcanzar el final de aquella escalera infinita, de peldaños de piedra blanca,
que sube hasta perderse de vista tras la montaña. ¿Y los habitantes del
Santuario tienen que subir y bajar eso todos los días? Eso explica muchas
cosas. Con paso ligero, sube las escaleras hacia el Templo de Tauro y lo
atraviesa, escondiéndose tras cada columna, atenta a cualquier sonido que pueda
revelar que no está sola.
Está teniendo mucha suerte y reza mentalmente para que no se
le agote. Dos Templos y ni un sólo Caballero bajo sus techos. Tras dejar atrás
la Casa del Toro, sus ojos se elevaron hacia el de los Gemelos. Un tramo más
arriba, al final de la escalinata, le esperaban las blancas columnas que
sujetaban el tejado a dos aguas. Miles de años después, las 12 Casas siguen en
pie, protegiendo el Templo de la Diosa. Sólo pensar lo que aquellas piedras
habían visto y oído... Pasó los dedos suavemente por la rugosa superficie
tallada antes de cruzar el umbral de la Casa de Géminis.
Manigoldo erguido y más que dispuesto a ir en busca del
Santo de Aries, extiende su dedo índice para abrir el portal Yomutsu. Los
destellos en su mano le envuelven en un aura radiante y cegadora. No puede
evitar una sonrisa socarrona al imaginar la cara del carnero cuando le vea
aparecer. "¡Va a ser genial!" piensa, nervioso, hasta que algo le
pone en tensión. Su intuición no suele jugarle malas pasadas.
Ha visto algo, pero pese a que sus ojos le engañaran, siente
un débil cosmos cerca de la casa de Géminis. Evidentemente, no se trata de
Deuteros, del que hace años que no se sabe nada y cuyo cosmos es infinitamente
superior al que acaba de percibir. Tampoco es posible que se trate de un
espectro, que habría sido aniquilado al instante. No. Es algo insignificante
que ha pasado inadvertido, aunque por mala suerte, no para él.
-Háh.
Manigoldo deshace lo iniciado, y con ello el resplandor y la
idea de ir a visitar al bueno de Shioncín. Total, ése se las arreglará bastante
bien, y esto es enormemente más atractivo. ¡Pillar a un intruso! Menudas risas
se va a echar con los otros, y menudo susto le va a dar al desgraciado. Con
este pensamiento desaparece del tejado de la cuarta casa, dejando tan sólo el
eco de una fuerte risotada.
Gioca se detiene a la salida del Tercer Templo. ¿Qué ha sido
eso? Lo ha sentido antes. Varios años antes. Pero no con tanta intensidad y tanto
poder. Traga con dificultad al darse cuenta de un detalle que había pasado por
alto. No es la única que ha crecido. Pero después de aquel despliegue de poder,
el Cangrejo desaparecía e iba al lugar donde los había llevado a ella y
Albafika, aquella vez en Venecia. Eso significa que, si no se equivoca, no está
en casa y que tiene vía libre para llegar hasta la máscara. Eso hace que
apresure sus pasos hacia el Templo de Cáncer. Peldaño a peldaño, acompañada
únicamente por el leve sonido de sus pasos contra la piedra, alcanza las
columnas de la entrada. Por instinto, se oculta tras la que está más a la
derecha, observando el hueco abierto de la puerta del templo. La luz exterior
le impide ver con claridad el interior, así que, pegada a la piedra del muro, se
cuela en el edificio, ocultándose lejos de la luz que entra de la calle.
-Vaya, vaya -la voz resuena en el interior del desierto
templo, y rebota en las paredes. Está detrás de ella, apoyado precisamente en
la columna donde segundos antes ella se escondió. Al unísono de su voz, se suma
el violento movimiento de la pesada capa, que se revuelve cual llama ante la
corriente que se filtra en la cuarta Casa-. ¿Qué tenemos aquí?
Gioca se gira rápidamente para encarar al guardián del
Templo. Su espalda queda pegada a la columna, sus piernas ligeramente separadas
y flexionadas. Está tensa, asustada. Sus ojos recorren la dorada armadura desde
los pies a la cabeza. Y, de haber podido, se habrían abierto hasta casi no
caberle en rostro. De toda la gente que podía haberla descubierto ¿tiene que
ser precisamente él? En un acto reflejo, levanta las manos por delante del
pecho, como si armase una torpe guardia.
Manigoldo se aparta de la columna y emprende la marcha hacia
el intruso, acompañado por el metálico sonido de sus pisadas. Está sonriendo,
esa sonrisa ambígua y confiada del que sabe tener el control total de la
situación.
-¿Sabes que es de mala educación y una falta de respeto
entrar en la casa de otro?
Gioca frunce el ceño. ¿Pero qué se ha creído?
-Los ladrones no solemos tener ni educación, ni respeto.
Vivimos de eso -intenta sonar segura de sí misma, y agravar su voz para que no
note que es una mujer. Total, ya la ha descubierto ¿qué sentido tiene mentir?
Al menos podía volver a hablar italiano, que se le iba a olvidar con tanto
griego por todos lados.
-Tendré que enseñarte modales -sentencia, quedándose a poco
más de un metro de distancia con ella. Porque es una ella y no un él, encima es
una mujer. Le da igual, aquí en el Santuario la intrusión se castiga, y en la
casa de Cáncer, es el canceriano el que decide cómo castigar. Entre ambos
cuerpos comienzan a aparecer destellos blancuzcos, con cierta tonalidad
azulada; esferas que tras de sí dejan una corta estela de sus trazados.
Manigoldo extiende la palma de su mano, en la que pronto
prende una intensa cantidad de cosmos a modo de ardiente llama, del mismo color
que los fuegos fatuos que los rodean. Él no pierde la sonrisa, ahora un tanto
más cínica, y se mantiene allí en pié observando la reacción de esa estúpida
joven. Robar en la casa de Cáncer. Aquí no hay nada que robar, algo ha venido a
hacer y piensa descubrir el qué.
Gioca ahoga una exclamación.
-Los fuegos fatuos... -sabe lo que viene tras ellos. El
viaje al Yomutsu. No es un sitio agradable y no quiere volver allí... Sola-. ¡No
se te ocurra mandarme allí otra vez! -se esconde tras la columna que está a su
espalda, como si eso pudiese librarla del ataque.
-En realidad voy a hacer arder tu... -la verdad es que
empieza la frase con un alarde de arrogancia bastante creíble. Pero enmudece de
golpe al escuchar el "otra vez". ¿Mandarla adónde? ¿Al Yomutsu? Pero
nadie al que haya mandado al Yomutsu ha regresado a replicarle. Manigoldo habla
tras ella, que es justamente donde está ahora. Los dos detrás del pilar-. ¿De
qué estás hablando? ¿De qué me suenas tú...? ¿De qué? ¡Habla!
Gioca se da la vuelta de nuevo, quedando entre el caballero
y la columna, encarada a él.
-¡¡Estás loco!! ¡Deja de asaltarme por la espalda! ¡Vas a
hacer que me dé un ataque al corazón!
Manigoldo se inclina a mirarle la cara, con los brazos en
jarras y el ceño y los labios fruncidos.
-No puedes ser tú. Aunque sólo una niña descarada como tú
podrías venir aquí y hablarle así a un Santo de Oro.
Gioca se descubre el rostro con un gesto enérgico, cargado
de rabia. Frunce el ceño, como si pudiera fulminarlo con la mirada.
-No soy ninguna niña. Y no le hablo así a un "Santo de
Oro", te hablo así a ti, porque eres inaguantable.
Manigoldo se retira a mirarla sin cambiar un ápice su
expresión de desconcierto. Luego estalla en una fuerte risa, que pasa a una de
regañadientes. La verdad es que sigue siendo una cría muy divertida. Tras reírse
de ella en su propia cara, niega con un ademán de cabeza y chasquea la lengua.
-Voy a tener que sacarte de aquí, éste no es lugar para
niñas sinvergüenzas.
Gioca siente como le hierbe la sangre. Enfadada y humillada.
Además de que se ha visto descubierta sin poder si quiera llegar a la máscara.
Le empuja del pecho -o más bien pone las manos en la armadura y hace ademán,
porque no tiene fuerza para moverle-.
-Déjame en paz. Hoy has ganado, me has descubierto. Pero te
lo dije. Y antes de lo que piensas tendré la máscara de Cáncer en mis manos.
-¿La máscara de Cáncer? -Ahora sí que lo ha dejado roto.
Mira hacia arriba, viendo de refilón el borde dorado de la superficie que cruza
su frente. Vuelve a sonreír, dedicándole una extraña mirada, que pronto matiza
de arrogancia y vanidad-. ¡Nunca vas a conseguir esta máscara por ti misma!
-Eso lo veremos, Manigoldo. De una forma u otra, te arrancaré
la máscara -y para dejar constancia de que hablaba en serio, golpea
repetidamente el pecho de la armadura con el índice.
-¿De verdad has venido desde Venecia sólo a por mi máscara?
-inquiere mordaz, escrutando en su cara y en sus ojos una respuesta más
específica. Le resulta demasiado pretencioso y surrealista. Quizás es un ardid
o una excusa, y es algo que va a averiguar-. Y pensar que has hecho el viaje en
balde. ¡Una verdadera lástima!
-En realidad he venido a ver a Albafika, pero esto -abre las
manos, como si abarcase alrededor, para indicar que se refiere a la casa de
Cáncer- me pillaba de paso. Y ya que te había dicho que vendría a por tu
máscara... -se cruza de brazos, levantando el mentón-, soy una mujer de
palabra.
-Así que has venido a ver a Albita y yo estaba en el
camino... -Vaya, parece que acaba de decir algo que le molesta. ¿Así que a Alba
sí y a él no? ¿Sólo al pescado?- Uhm. Pues te quedan otras siete casas que
cruzar. Así que no pierdas más el tiempo aquí, chata.
-No lo haré, tranquilo. Tengo cosas más interesantes que
hacer que discutir contigo.
Con una última mirada de soslayo, se separa de él para
dirigirse a la salida de la Casa de Cáncer, con zancadas amplias, que revelan
que está molesta con él, apretando los puños y con el ceño fruncido. Su primer
encuentro no había sido precisamente un reencuentro apacible.