sábado, 20 de abril de 2013

AN VI. Shion de Aries avanza.


Después de bastantes minutos avanzando por el lugar, recorriendo los jardines del exterior del palacio, completamente vacíos, Shion se adentra en las estancias interiores. Apenas ha traspasado una puerta que lleva a una sala de aposentos cuando nota un cosmos agresivo cerca de él. Y se aproxima...
Shion se detiene, alerta. Hasta ese momento no había notado nada. Mira alrededor para hacerse una idea de la estancia en la que se encuentra. La distancia de las paredes, las columnas, los escalones, las puertas y ventanas. Cualquier detalle que pudiera determinar el curso del combate. Espera un poco más, alzando la guadia. Extiende el muro de cirstal ante él, por si acaso su enemigo ataca antes de que lo vea.
El enemigo se aproxima decidido, pero no parece que de un modo sigiloso. El caballero de Oro puede sentir claramente su cosmos y posiblemente también puedan Siegfried y ElCid, aunque no se detendrán por ello, por supuesto. Mientras Shion se hace una idea de cómo usar el amplio pasillo con columnas y cristaleras en su beneficio, comienza a escuchar unos pesados pasos aproximándose.
Como vía de escape tiene unas cristaleras en la pared de la izquierda del pasillo y varias puertas que deben dar a habitaciones a la derecha.Shion separa las piernas un poco, para aumentar su superficie de apoyo y mejorar su equilibrio. Eleva su cosmos, pero sin hacerlo estallar, lo justo para mantener el Muro de Cristal resistente y poder hacerlo arder si se da el caso para lanzar una Revolución de polvo estelar. Se muerde el labio por la parte interior, algo impaciente por ver a su adversario.
En ese momento aparece desde un pasillo que conecta desde la derecha con el que está el caballero de Aries. Es un Guerrero Divino sin duda, pero de un tamaño monstruoso. Ese... ¿hombre? si se le podía calificar así, se vuelve hacia Shion y le observa desde varios metros de distancia. Su armadura es púrpura, y lo que más destaca es su barba blanca y su casco rematado por un par de cuernos. 


-Al fin habéis venido! JAJAJA! Os estábamos esperando impacientes. Mi nombre es Rung, pequeño, y mi rostro será lo último que veas! -increpa con su tremendo vozarrón.
-Vaya, un comité de bienvenida. Debo estar de suerte. No me subestimes por ser más pequeño que tú, puede ser tu peor error -mantiene los ojos fijos en su rival, esperando su ataque, sabedor de que el Muro de Cristal le protegerá del primero y lo devolverá. Aunque luego estalle en mil pedazos.
-Prepárate para ser destrozado.... Te voy a partir en dos! 
Rung echa a correr hacia Shion a toda prisa. No parecía tratarse de un rival muy reflexivo realmente ya que no se había percatado del Muro de Cristal. A mitad de carrera, y sus pasos bastan para estremecer la estructura del pasillo, se lleva las manos a la espalda y saca dos bumerang que lanza con la fuerza de su cosmos contra el caballero de Oro. 
-Martillo Mjolnir!!Shion se mantiene firme en su posición, estático, como el muro, ya que éste depende de su propio cosmos. A simple vista es como si no temiese los filos de las armas y no pensase apartarse de ellos. 

-Necesitarás algo más que eso para llegar hasta mí -murmura en un quedo susurro, para sí mismo.
Los bumerang vuelan trazando círculos hacia él. Se detuvieron justo delante de él como retenidos por una fuerza invisible, para salir despedidos de regreso hacia su dueño, como si él hubiese sido su objetivo inicial. La desventaja del Muro es que una vez que supiera que estaba allí, podría romperlo.
Rung suelta una exclamación que es más bien podría ser el gruñido de un oso y adelante sus manos para detener los bumerang. Son sus propias armas no van a herirle, pero.... 
-¡¡ARGH!! -Llevaban tanta fuerza que al cogerlos, le abren sendas heridas en las manos. Derrapa hacia atrás por el pasillo en penumbras y baja sus enormes manos, sintiendo cómo gotea la sangre caliente por entre sus dedos-. ¿Realmente crees que puedes derrotar a un Guerrero Divino con estos truquitos?
-¿Acaso tú crees poder vencer a un Santo de Oro con un simple ataque de dos armas? Mi misión aquí no es matarte, pero no dudaré en hacerlo si no me permites pasar hasta la estatua de Odín. -Como siempre, el calmado Aries intenta agotar la diplomacia. El Muro de Cristal se ha resentido con el primer ataque, es posible que caiga en el siguiente.
-¿Matarme? ¡JAH! He estado entrenando duramente durante años para ganarme el favor del Gran Maestro. ¡Sí! Claro que estoy preparado.... Te crees muy poderoso, alfeñique, pero ya he visto una debilidad en tu técnica. Prepárate para morir. No te permitiré pasar de aquí. Este palacio será tu tumba. ¡Le llevaré tu cabeza al Gran Maestro! -Rung aprieta fuerte sus bumerang, ahora ensangrentados, y avanza un par de pesados y rápidos pasos. De nuevo vuelve a lanzar sus bumerang girando a toda velocidad, pero en esta ocasión no con la misma trayectoria que antes-. ¡¡MUERE!! ¡¡MARTILLO MJOLNIR!!!
 Sin embargo en esta ocasión los bumerang no van en línea recta directos al muro de cristal. El de la izquierda revienta una ventana y sale al exterior a toda velocidad, reventando el muro para entrar de vuelta y cernirse sobre Shion por un costado. Lo mismo hace el otro bumerang, derrumbando las paredes de la derecha del pasillo para atacar al caballero de Aries por el otro flanco!
Shion de Aries se mantiene firme, expectante. 
-Te felicito entonces. No todos son capaces de superar el Muro de Cristal. 
Y, sin embargo, aprovechando que únicamente se extendía por la estancia que ocupaban, lo había superado. Las dos armas vuelan hacia él y no puede evitarlas. No las dos, al menos, a no ser que utilice sus poderes de lemuriano y se teletransporte, pero eso requiere mucha energía y la necesitará para el combate. Se impulsa hacia atrás, para salir de la trayectoria de las armas, pero no lo suficientemente rápido y una de ellas impacta en su brazo izquierdo. El metal de su armadura le protege, pero no puede evitar que, bajo él, se abra una herida sangrante.
-¡¡JAH! ¡Te has confiado, alfeñique! -el enorme Guerrero Divino atrapa sus bumerangs cuando vienen de vuelta y sonríe de forma perversa-. ¡Tu muro no puede detenerme! ¡Puedo superarlo cuando quiera! ¡La próxima vez, mi ataque será todavía más rápido y tú más lento! ¡MORIRÁS! 

-No te confíes. Una misma técnica no puede ser usada dos veces contra un caballero. Y, al igual que tú puedes cambiar la trayectoria de tus armas, yo puedo cambiar la posición de mi muro -incluso puede encerrarse en un ataúd de cristal para que no se le ataque por ningún lado, pero entonces no podría atacar. Se yergue y le mira directamente a la cara-. Déjame pasar, no me obligues a atacarte.-¡JAMÁS! ¡Daría la vida por el Gran Maestro! ¡Él lo es todo para mí! Así que puedes cambiar la orientación de tu muro... ¡Jum! -suelta un bufido despectivo-. Y qué harás si...... -dice sin acabar la frase y comienza a avanzar hacia Shion.
Con cada uno de sus pasos el enorme Guerrero Divino parece más grande y su sombra se estira hasta cubrir a Shion. Cuando lo tiene ya bastante cerca, el caballero de Aries cree ver una extraña peculiaridad en su adversario. ¿No se supone que todos los Guerreros Divinos tienen un zafiro de Odín? ¿Dónde está el de Rung? Al mirar el peto de su armadura y su cintura, no ve que lleve ninguno.
-Qué haré si... ¿qué? -sin moverse de donde está, separa de nuevo los pies y alza la guardia, preparándose para un eventual ataque. La falta del zafiro llama su atención, pero no tiene tiempo ahora para plantearselo. Su vida está en juego. Esperará, ahí tan cerca, listo para desaparecer y aparecer tras él, si le ataca a tan corta distancia.
-¡Si destruyo tu muro con mis propias manos! ¡¡Es hora de morir!! 

Y levanta ambas manos, reuniendo el poder de su cosmos. El aura blanca surge con claridad a su alrededor y entonces descarga ambos bumerang sin soltarlos contra el muro, tratando de destruirlo y aplastar a Shion al mismo tiempo.
El muro de cristal estalla en mil pedazos, cayendo en brillantes retazos de cosmos. Se agacha, hasta tocar el suelo con las yemas de los dedos y desaparece para aparecer tras Rung. Por desgracia, la energía necesaria para teletransportarse hace que no pueda hacer estallar automáticamente su cosmos para atacarle por la espalda. Unos segundos que le permitirán a su rival, al menos, encararle.
-Revolución... -escucha el Guerrero divino a su espalda -de polvo... estelar. 

Si Rung no lo evita, cientos de impactos de cosmos se repartirán por su cuerpo.
Pero Rung no entiende de esquivas, sólo de matanza. Tras hacer reventar el suelo y destrozar las baldosas en una columna de cosmos blancos, se gira a toda velocidad hacia Shion. 


-Deja de evitarme y ENFRÉNTATE!! MARTILLO MJOLNIR!! -estalla lanzando su ataque con todo su cosmos contra la Revolución Estelar.
El choque de cosmos hace temblar los pilares y los muros. Los que ya estaban dañados por las armas de Rung no pueden resistir y se desmoronan parcialmente. Shion retrocede varios metros, dejando en el suelo las huellas hundidas de sus pies. Pero peor suerte sufre su enemigo, que se ve despedido lejos hacia atrás, vapuleado por el arrasador cosmos del Guardián de la primera casa. 


-Si aún estás con vida, ríndete y permiteme el paso. No quisiera usar contra ti mi técnica más poderosa.
Rung sale despedido, su armadura destrozada en múltiples puntos, sale girando rapidísimamente y se estrella contra el suelo, ensangrentado. 

-Gah-agh..... mal-dito... seas........ Pero... jah... aunque yo haya caído.... jamás.... jamás podréis... derrotar al... Gran Maestro... gu-aagh! -musita expirando finalmente. Su mano hace ademán de cerrarse sobre las baldosas agrietadas para ponerse en pie, pero termina quedando muerta sobre el suelo como el resto de él. ¿Quién sería? ¿Quién es el Gran Maestro?

miércoles, 17 de abril de 2013

AN V. Un cálido recibimiento en las frías nieves de Asgard.

Asgard. La remota tierra helada casi en el fin del mundo. Ante los dos caballeros de Oro se alzan los hielos como colosos del reino más septentrional de la tierra. El frío más helado es el recibimiento que para ellos tiene reservadas estas tierras perdidas y desconectadas del resto del mundo. Con Siegfried el viaje se hace algo más sencillo ya que no se pierden en ningún momento y les lleva por los caminos más directos hacia el corazón de Asgard.
Finalmente el mismo castillo que otrora había sido el escenario de cruentas batallas entre los asgardianos y los caballeros de Atenea, queda frente a los tres y los cuatro guerreros que acompañaban a Siegfried, el cual nada más llegar ante las murallas, frunce el ceño y sus ojos claros se entrecierran.
-Algo muy extraño ocurre -dijo Siegfried. 
No hay guardia en las almenas, las antorchas están apagadas y un aire glacial les llega con libertad desde el interior a través del portón abierto.
Tanto Shion como ElCid van tras Siegfried, con sus armaduras doradas a la espalda, abrigados para combatir el frío al que se enfrentan tan lejos del cálido Santuario (y luego con la armadura van con lo puesto XD). Capricornio apenas ha cruzado palabra con el guerrero divino, aunque no le ha quitado la vista de encima. Shion se ha mostrado más cercano y confiado. Se detienen ahora a su lado.
-¿Algo extraño? ¿Como qué? 
Mucha calma. Tal vez demasiada. Pero ninguno conocía la tierra de Asgard, no sabían si aquello era o no normal.
-No hay ninguna luz, Shion -respondió Siegfried-. Por no hablar de la aparente falta de guardia y que el portón estuviera abierto de par en par. Todo tan fantasmagóricamente tranquilo.
Tras inspirar más profundamente, Siegfried se adelanta sin dudar y cruza el portón directamente al patio de armas que hay detrás. Sus guerreros le siguen y nada más cruzarlo, algo deben haber visto puesto que se detienen estupefactos.
-¿Creeis que pueda haber ocurrido algo grave en vuestra ausencia? Los otros Guerreros Divinos se habrán encargado de proteger el Santuario de Odín. 
Al menos, es lo que se hace en el de Atenea. Si falta un caballero, los demás cubren su puesto. Si una casa no tiene Guardián, lo tendrá la anterior o la siguiente. ElCid sólo observa en silencio, atento a cualquier pequeño cambio que pudiese producirse, por si se trataba de una trampa. Shion es tan cándido a veces, que lo mismo no se da cuenta, piensa.
-¡Mime! -exclamó Siegfried-. No es posible... 
Al entrar tanto Shion como ElCid pueden ver lo mismo que él. Una Armadura Divina con forma de arpa de color rojo se encuentra en el patio nevado, sola... sin nada alrededor ni aparentemente signos de lucha. ¿Por qué uno de los Guerreros Divinos habría dejado su armadura ahí?
Un mal presentimiento se adueña de Siegfried que mira rápidamente a su alrededor, pero no siente ningún cosmos. Todo el castillo se encuentra en un silencio sepulcral. 
-Mime no se desprendería de su armadura...
Apretando los labios y sin querer en voz alta decir lo que su mente está pensando, se adelanta hasta quedar justo delante de la otra Armadura Divina. Estudia el entorno con fijeza, pero al igual que los caballeros de Oro no encuentra signos de lucha.
Shion está a punto de seguirle, pero ElCid le detiene, poniéndole la mano en el brazo y negando con la cabeza cuando él primero le mira. Siegfried necesita un poco de espacio ahora. Shion asiente y se mantienen a unos metros, observando alrededor, la nieve, los muros... en busca de algo que les revele qué ha pasado allí.
Hay algunas pisadas cercanas a la Armadura Divina, pero ni siquiera parecen fuertes. No parece que el Guerrero Divino estuviera luchando cuando.... le pasó lo que sea que tuviera lugar. Si es que estaba ahí cuando todo ocurrió, a veces las armaduras viajan con la última voluntad de sus dueños. Tal vez también ocurriera así con los asgardianos. Son huellas demasiado superficiales para ser de batalla. Ni en torno a la Armadura Divina ni más adelante al menos en lo que podían ver, que era muy poco, del colosal castillo tan grande como el santuario había señales de lucha. Siegfried se adelanta hasta quedar justo delante de la Armadura Divina y apoya su mano en ella con suavidad. 
-Mime, ¿qué te ha pasado...? 
Y en ese instante, a ElCid le parece escuchar un sonido mínimo, quizás una piedrecita desprendiéndose por una de las escaleras que llevan a las almenas a espaldas de los tres.
Con un cabeceo, ElCid enseña a Shion las huellas que se distinguen a unos metros de ellos. 
-Sea lo que sea, no ha pasado hace mucho tiempo. 
-No podemos saberlo, ni siquiera hay rastros de cosmos en batalla. 
-Estamos en Asgard. Aquí nieva cada poco tiempo, las huellas se habrían borrado bajo la nieve. 
Shion va a responder, pero la mano levantada de Capricornio le hace guardar silencio. Aguza el oído, ambos lo hacen, y se giran en la dirección de la que proviene.
Lo que empezó como un ruidito se convierte rápidamente en un tropel de guerreros de Asgard dispuestos a luchar. Salen los edificios aledaños al patio, por docenas. Uno tras otro y tras otro. Siegfried se vuelve rápidamente hacia ellos. 
-¿Qué es lo que ha ocurrido aquí? ¡Hablad! 
Sin embargo... 
-¡Era verdad! ¡Siegfried nos ha traicionado! ¡Está con los caballeros de Oro!
-¡Estúpidos! No tengo por qué daros explicación alguna. ¡Responded a mi pregunta! -dice el Guerrero Divino volviéndose hacia los más cercanos a él y paralizándolos con la mirada de puro respeto que le tenían, sin embargo los otros se miran entre sí.
-¡Tenemos que cumplir las órdenes! ¡Es cierto, se ha aliado con el Santuario!
Apenas aparece el primer Guerrero Divino, Shion y ElCid alzan la guardia, espalda contra espalda. Ninguno ataca. No hasta que los nórdicos lo hagan primero. A ElCid es al que más le cuesta reprimirse. 
-¿No se suponía que la idea de venir aquí era precisamente ésa? 
-Se supone. 
-¡Ah! ¿Qué habrá pasado con los caballeros que enviamos con un presente para Odín y que aún no han regresado al Santuario?
-¡¡No tenemos por qué darte ninguna explicación!! ¡TRAIDOR! 
Los guerreros de Asgard no atienden a razones. Hay demasiada tensión, demasiados flancos que cubrir. Entonces uno de ellos reúne el valor suficiente como para arrojar una lanza contra Shion desde lo alto de las almenas y eso parece que fuera la señal que lo desata todo.
Los guerreros asgardianos se lanzan en tropel contra los siete, Shion, ElCid y Siegfried además de sus cuatro guerreros que ahora mismo están más que estupefactos. 
-¡¡Habéis perdido el juicio!! -exclama Siegfried.
-¡¡A POR ELLOS!!
La situación lo requiere, así que tanto Shion como ElCid dejan caer las cajas de sus armaduras, con un estallido de cosmos que las despierta de su letargo para que cubran sus cuerpos. El brillo dorado envuelve a los caballeros, que alzan la guardia. Antes de saber qué ocurre, es mejor no matar a nadie, por si acaso, así que se limitan a defenderse, haciendo uso de su velocidad y bloqueando aquellos golpes que no pueden esquivar.
Los guerreros asgardianos os rodean y atacan aunque sus ataques no les causan el menor problema a los caballeros de Oro. Tanto Shion como ElCid se defienden sin el menor problema, deteniendo los ataques de hasta seis asgardianos cada uno. Sin embargo los guerreros que iban con Siegfried no tienen tanta suerte y son agarrados y apaleados por sus compañeros. Ante esto, el Guerrero Divino se enfurece de veras, dando rienda suelta a su cosmos.
-¡¿Cómo osáis atacar a un Guerrero Divino?! -Siegfried está visiblemente molesto.
Aún sin su armadura, reúne el poder de su cosmos en su puño en forma de centenares de rayos blancos y lo proyecta contra las masas de guerreros nórdicos haciéndolos saltar ensangrentados:
-ArRrgH!! GouaaAArrggHH!
ElCid no está muy convencido con todo lo que está pasando. Le suena todo demasiado raro. ¿No se suponía que la alianza entre ambos pueblos era algo decidido por los dioses? Shion y él procuran mantener a raya a los guerreros de Asgard sin pasarse demasiado. 
-¿Vuestra gente siempre es así de hospitalaria?
Los asgardianos siguen atacando a los caballeros de Oro, aunque incapaces de hacerles daño, les someten a una denigrante y molesta lluvia de golpes desde todas direcciones. Shion y ElCid pueden ver cómo los compañeros de Siegfried son asesinados por sus propios compañeros entre gritos de "¡traidor!". Siegfried desde luego no se está conteniendo para nada y está destrozando literalmente a los que le atacan a él.
Siegfried no está usando todo el poder de su cosmos, pero con cada ataque de sus puños salen despedidos tres o cuatro de esos bastardos que acaban tiñendo la nieve de rojo.
-¡Estos malditos! ¡No sé qué clase de clase de locura les lleva a actuar así!
-Pues tal vez deberíamos averiguarlo antes de matarlos a todos -sugiere el Carnero Blanco.
-No atenderán a razones, Shion -ElCid es el primero en saltarse los límites autoimpuestos y levanta la mano derecha para descargar Excálibur contra un grupo de atacantes que corrían hacia ellos-. Despierta, Shion. Esto no es una misión diplomática. 
Shion se aleja unos metros de Siegfried y ElCid, para poder ejecutar con más libertad el Muro de Cristal y dividir así a sus enemigos de modo que quedasen separados de los aliados a la hora de ejecutar un ataque más potente.
No, no iban a atender a razones si no habían atendido a las palabras de Siegfried, tampoco la harían ante la de los caballeros de Oro. El ataque de Excalibur destroza sangrientamente a cuatro de ellos que están justo delante de ElCid y los demás al verlo se apartan un poco. Deben quedar todavía como unos 10. Durante unos instantes el estupor se apodera de ellos y no son capaces de volverlo a atacar.
Siegfried por su parte está cada vez más enfurecido. Por el incierto destino de Mime, por la muerte de los cuatro hombres que lo acompañaban y porque se atrevan a atacarle unos asgardianos. Finalmente da rienda suelta a su cosmos, abre las manos a sus lados y se extiende en todas direcciones arrasando con todos los que van a por él, arrojándolos contra los muros del castillo y dejando únicamente los diez que están con los caballeros de Oro.
El Santo de Capricornio aprovecha ese momento para volver a atacar a otros tres. 
Shion eleva su cosmos, haciendo ondear su larga melena a su espalda:
-Revolución de Polvo Estelar -de sus manos salen multitud de impactos de cosmos dorados, dirigidos a sus atacantes, lanzándolos contra su propio Muro.
Los asgardianos salen despedidos ante los terribles ataques. Entre el fulgor de los ataques de los caballeros de Oro son masacrados y acaban a los pies de los tres caballeros. La nieve ha quedado teñida de rojo. Siegfried mira a su alrededor unos instantes y soltando el aire por entre los labios, camina entre los cadáveres. Sin decir nada, se arrodilla junto a sus compañeros y les cierra los ojos con cierta suavidad. Mientras lo hace, cerca de ElCid y Shion, uno de los asgardianos medio muerto, les mira agonizando con un hilillo de sangre saliendo de la comisura de sus labios.
-Ah..... aargh...... gugh....
Shion suspira, observando alrededor. Su muro se desintegra. Es el primero en escuchar al asgardiano y se agacha a su lado, para entender qué dice:
-¿Qué es lo que ha pasado aquí? ¿Qué significa ese ataque? 
ElCid, por su parte, no quita ojo de Siegfried de nuevo, para ver su reacción y decidir si está o no de su lado. 
-Acaba con él, Shion. No nos conviene que pueda volver a atacarnos. Aquí estamos en clara desventaja.
-Va-vais... agh... morir.... como... los anteriores... -balbucea el asgardiano.
Y con una risa horrible, presa de la agonía sus ojos se velan y en ese momento rinde completamente la cabeza en la nieve ahora rosada. Siegfried termina en ese momento de honrar a sus compañeros y se yergue observando a los diferentes nórdicos caídos y finalmente se adelanta hasta el que acaba de perecer. Le mira fríamente desde su altura, allí, tendido en el suelo y desmadejado.
Shion abrió ligeramente los ojos por la sorpresa. ¿Los anteriores? ¿Se referiría a los enviados con el regalo para Odín? Es lo más probable. Y si es así, lo pagarán con sangre. Levanta la vista hacia Siegfried y ElCid: 
-Tenemos que averiguar qué ha sido de nuestros compañeros y por qué los vuestros nos han atacado.
-Es muy probable que a los nuestros los hayan matado. Pero, si es así, no lo tendrán tan fácil contra dos caballeros de Oro.
-No conozco a estos guardias..... -levantando la mirada hacia Shion y ElCid con gesto entre serio y desconcertado. Algo muy muy extraño estaba pasando-. El castillo de Asgard es enorme... Para resolver este misterio lo antes posible, deberíamos dividirnos.
Como era de esperarse, ambos asienten. Así abarcarán más terreno. Aunque ni Shion ni ElCid conocen el terreno, pero eso no importa, son caballeros de Atenea, son hombres de recursos. 
-Bien. Yo iré por la derecha. 
-Yo por la izquierda. Nos veremos arriba.
-De acuerdo.... Siguiendo esos caminos deberíais llegar a la estatua de Odín, igual que yo -les mira alternativamente. No tenía ninguna gana de dejarles ir solos por su castillo, pero realmente hasta ahora se habían portado honorablemente. Quería confiar en ellos.
Y sin más, se separan confiando cada uno de ellos en sus habilidades. Tendrían que explorar muchas salas y jardines del castillo, tan grandes como bosques, antes de llegar a la estatua de Odín. A toda velocidad toman cada uno una dirección, de modo que se pierden pronto de vista.

domingo, 24 de marzo de 2013

AN IV. Siegfried vs. ElCid.

Para sorpresa de ElCid, Siegfried no hace ademán de evitar su ataque. Reacciona instintivamente cruzando los brazos con los puños apretados frente a su pecho. Está loco es lo que pensaría cualquiera viendo durante ese mínimo instante cómo el brillo dorado de Excalibur avanza hacia Siegfried y lo atraviesa!
El brillo dorado sin embargo se rompe tras de él desintegrándose en un millar de bellas luces doradas. El cosmos de Siegfried, hermosamente blanco, brilla a su alrededor mientras él se yergue abandonando por un instante su guardia. 
-Como habéis dicho soy el líder de los Guerreros Divinos.... -¿Excalibur realmente no le había hecho nada? -Y os demostraré por qué -dice ominosamente señalando a Capricornio con su dedo índice-. Os arrepentiréis de haberme insultado. ¡En guardia, caballero! -Y traza un sesgo con el índice justo delante de ElCid, de modo parecido a como él ha ejecutado la técnica Excalibur, pero Siegfried lo que hace es hacer estallar su cosmos sobre el caballero de Oro en un millar de explosiones blancas, superpuestas unas a otras sobre él y a su alrededor-. ¡ESPADA DE ODÍN!!
Tanto ElCid como Shion observan con sorpresa cómo el ataque del primero no parece haberle hecho el menor daño. Al contrario, le ha atravesado para seguir en línea recta hasta la pared, a un metro de la Diosa, abriendo un agujero en la roca que deja a la vista el cielo de mediodía. Las vibraciones de todos los cosmos presentes en la habitación chocaban unas con otras, en una pugna por demostrar quién era más poderoso que los demás. El contraataque no se hace esperar y ambos santos dorados deben tomar posiciones en aquel combate. ElCid, usando su velocidad para tratar de evitar la mayoria de los golpes. Shion, pasando por encima de ellos para interponerse entre el guerrero divino y el lugar donde Sage sostenía a Atenea. Capricornio chocó contra la puerta, atravesándola y cayendo entre restos de muro en el pasillo. Cuando la nube de polvo se disipa, ya está de nuevo en pie, soltando la capa de las hombreras de su armadura y dejándola caer a su espalda, para poder moverse con libertad en el combate. Shion, por su parte, alzó ambas manos frente a él. 
-Muro de Cristal. 
Y su barrera se levanta para separar a su Diosa y al Patriarca -y a él mismo, para poder mantenerlo- de la batalla.
Siegfried sigue con la mirada a Shion, sus ojos tremendamente claros se mueven siguiendo sus movimientos, aunque él permanece quieto unos instantes. El caballero de Aries nota rápidamente que en ningún momento hace ademán de atacar a Sasha, ni siquiera se vuelve hacia ella. Una vez que sabe que el duelo es entre ElCid y él se adentra entre los escombros a toda velocidad y se impulsa saltando sobre él y descargando toda su furia en un nuevo puño rodeado de su cosmos blanco. 
-La mayoría no logran ponerse en pie tras mi espada de Odín, felicidades... aunque serán felicitaciones breves! -exclama mientras se arroja sobre él dispuesto a machacarlo contra el suelo.
El Santo de Capricornio se cubre con ambos brazos para bloquear el ataque de Siegfried. Por suerte, su armadura de oro es lo suficientemente resistente para aguantar el impacto y proteger a su portador un poco más, alargando el combate. Retrocede para poder alzar de nuevo su guardia y lanzar un nuevo ataque. Bajo la armadura, su brazo izquierdo Nota la cálida humedad de la sangre acumulándose bajo el frío metal. Su expresión varía ligeramente (de >:| a >:/) aunque no revela el daño sufrido. 
-Tampoco muchos sobreviven al filo de Excalibur. Yo también debería felicitaros.
Siegfried apoya una bota en tierra con un chasquido metálico, y se impulsa con esa misma pierna contra ElCid. Para cualquiera que estuviera mirando el combate queda claro que el Guerrero Divino no iba a perder el tiempo en discursos grandilocuentes. ElCid apenas ha tenido tiempo de armar su guardia cuando Siegfried ya está sobre él y descarga un nuevo puño directamente hacia el rostro del caballero de Oro. Con cada uno de sus golpes la cámara temblaba e iban con toda la violencia de su cosmos. 
-Probad de nuevo! Hasta ahora vuestra lengua me parece más afilada que vuestra espada!
ElCid bloquea sus ataques. Quiere volver a lanzar de nuevo a Excálibur contra Siegfried, pero no se atreve, porque tras él está Atenea y ella podría salir lastimada. Sin embargo, hay un detalle en el que repara en un instante, como una lucecita que se hubiese encendido en su mente, aportando claridad. El Muro de Cristal de Shion. Su técnica no sólo servía como defensa, sino que devolvía el ataque no sólo con la fuerza recibida, sino con la potencia del Santo de Aries. Si lanza su técnica contra él, el Muro la devolverá y, si tiene un poco de suerte, tal vez pueda atrapar a Siegfried entre la Excálibur devuelta y una nueva que lance contra él. Salta hacia atrás para evitar al Guerrero divino, alzando su brazo derecho para dejarlo caer hacia adelante, hacia él, hacia el Muro de Cristal.
Siegfried no se despega de ElCid y vuelve a arremeter contra el brillo de Excalibur con un valor que se aproxima al suicidio. Ahora está mucho más cerca que cuando usó Excalibur por primera vez, peligrosamente cerca, de modo que cuando ElCid termina su ataque el brillo de su espada impacta directamente sobre el cosmos de Siegfried, prácticamente sobre su cabeza desprotegida sin el casco. (que en ningún momento llevó) Pero una vez más lo imposible vuelve a suceder, el brillo de Excalibur se rompe en mil pedazos al contacto con el cosmos de Siegfried, estallando en decenas de hermosos brillos dorados, pero lo que es peor. Aprovechando la sorpresa y la cercanía el Guerrero Divino adelanta su zurda para tratar de sujetar la diestra de Capricornio.
Excalibur se deshace sólo sus restos llegan al Muro de Cristal de Shion. Tan débiles que ni siquiera pueden considerarse un ataque. Su idea ha fallado, pero no por ello va a rendirse. Al tener el brazo derecho sujeto, no puede usar de nuevo su afilada espada, por lo que trata de liberarse golpeando a Siegfried con una patada a media altura, hacia su cadera. El golpe de su pierna le tiene o no sin cuidado en realidad, le basta con liberar su diestra para poder atacar de nuevo, aunque, de no poder, sí que tratará de hilar golpes en la mitad inferior.
Siegfried le sujeta con una fuerza propia solamente de los héroes mitológicos. Su siniestra se cierra contra la muñeca derecha de ElCid apretando y haciendo chirriar ambas armaduras. Siegfried le mira desde muy cerca con una mirada no muy propia de un traidor ni mucho menos de alguien que tuviera dudas de su lealtad o su cosmos. De hecho, la prueba la tenía en que había resistido Excalibur por dos veces.
-¡Tu velocidad no te servirá de nada ahora, Capricornio! Ni siquiera hace por evitar la patada de ElCid. Su pierna impacta violencia contra su costado, aunque no llega a tocar su armadura, la detiene una vez más el cosmos de Siegfried, que sólo se esfuerza en mantenerle sujeto. Tras la patada que prácticamente ignora, le apunta al pecho con el índice de la diestra a toda velocidad. Su yema se ilumina y entonces descarga toda la violencia de su cosmos sobre ElCid. -¡¡¡Espada de Odín!!!
Un millar de golpes a cortísima distancia se desencadena sobre el caballero de Oro, terribles impactos de energía blanca que recuerdan, salvo en el color, al Plasma Relampagueante de Leo. Sin embargo, en ningún momento trata de alcanzar un punto vital de ElCid, aunque llevado por su furia, el ataque es brutal.
El caballero de Oro no puede oponerse a ese ataque a tan corta distancia. Aunque su velocidad le permita bloquear algunos, está en clara desventaja y ha de encajar la mayoría. Además, su brazo izquierdo, el libre, ya está roto y sangrando, aunque no lo muestre, por lo que la velocidad a la que puede moverlo es menor. Ha fallado y lo sabe. Y justo delante de su diosa. Pero no se va a rendir tan fácilmente. Es un Santo de Atenea y estará a la altura. Sin variar apenas la expresión de su rostros -salvo, si acaso, un ligero fruncimiento de ceño o una leve curvatura en la comisura de la boca-, ElCid hace estallar su cosmos, en una oleada que haría retroceder a cualquier adversario. O casi. 
-No subestimes el poder del más leal de los caballeros de Atenea. Puede que caiga ante ti, pero no lo haré antes de liberar a mi Señora.
Siegfried suelta la muñeca de ElCid ante el estallido de su cosmos, y también porque en parte su ánimo se ha apagado al haber liberado su cosmos en el ataque anterior, retrocede con el cabello completamente agitado y baja los brazos, mirando seriamente al caballero de Oro. 
-Si no queréis caer antes de liberar a tu señora, dejemos de luchar. No soy tu enemigo, caballero de Capricornio.
-Lo es cualquiera que ose levantar la mano contra Aten... -no puede acabar su frase, pues, ante sus ojos, a espaldas de Siegfried, Atenea se desvanece en brazos de Sage. 
Shion deja de mantener su defensa para coger a su Diosa de manos del Patriarca. Un brazo tras su espalda, otro bajo sus rodillas. 
-¡Mi Señora Atenea! 
-Déjala en la cama. Está agotada. Necesita descansar -el Gran Patriarca emplea su propio cosmos para frenar la acción maligna del ceñidor y permitir que Atenea recupere algo de fuerza tras haber estado toda la noche anterior, desde la cena, y toda aquella mañana, luchando por evitarlo. El Santo de Aries obedece-. Caballeros, no es momento de resolver esto a golpes. Si de verdad estais dispuesto a ayudar, Guerrero Divino de Alpha, es el momento de demostrarlo. Traed el modo de liberar a Atenea de su sufrimiento.
Siegfried se vuelve hacia ella, ladeándose cuando la ve caer en brazos de Shion y muestra una expresión clara mezcla de estupor y preocupación. Sus ojos permanecen sobre ella unos largos segundos, antes de volver la mirada hacia ElCid. 
-Tenemos que partir cuanto antes...!
Sage mira a la muchacha y, tras observarla unos segundos en medio de aquel tenso silencio que de repente se ha adueñado de la estancia, habla, sin siquiera mirar a los demás hombres presentes. 
-Shion de Aries, tú partirás con Siegfried hacia Asgard. Llévate a otros Caballeros contigo. Y volved lo antes posible. 
El Carnero Blanco asintió y se dirigió hacia ElCid y Siegfried.
-ElCid, no sabemos lo que el Patriarca puede aguantar, permanece tú aquí, junto a ellos, para proteger a Atenea.
-Ella dio su consentimiento de que fueran sólo dos, Patriarca. Espero que respetéis eso y en ese caso tendréis mi ayuda -intervino Siegfried mirándole seriamente. Tenía sentimientos encontrados, por un lado estaba a punto de llevar a dos enemigos potenciales hasta Asgard y por otro lado no quería que le pasase nada a ella. Por su expresión contrita sus pensamientos pueden casi leerse en sus ojos-. Temo que algo haya salido mal cuando se creó el Ceñidor.... ambos santuarios podrían estar en peligro.
-No enviaré más de dos caballeros de Oro fuera del Santuario. Más ahora que la vida de Atenea peligra -rebatió Sage.
-No pienso quedarme, Shion. Voy a ir contigo al norte -Capricornio no daría su brazo a torcer.
-Pero... -Shion no quería decirle "estás herido" delante de su adversario.
-Pero nada.
Se sostienen la mirada un instante. Shion puede leer en los ojos de ElCid que no sólo se trata de Atenea, sino de sí mismo. Necesita reparar su orgullo y no confía en Siegfried. No lo hará hasta que compruebe por sí mismo que realmente va a ayudar a su Diosa. Un suspiro escapa de labios de Shion, cediendo. 
-Como quieras. Partiremos al caer la noche -le daba así unas horas para curar sus heridas.
Siegfried asiente a su vez con un leve balanceo de sus cabellos castaños sobre las hombreras de su armadura.
-De acuerdo -dijo mirando a sus dos aliados... al menos momentáneamente.

AN III. Mañana de tensión.

La cena transcurre con toda normalidad, aunque con una leve tensión latente. Siegfried se muestra en todo momento amable con ella y con los demás caballeros hasta que Atenea decide quizás un poco pronto que es hora de retirarse. Todos, obviamente, lo aceptan y la cena termina con un nuevo intercambio de buenas intenciones.
No es hasta mañana siguiente, cuando el sol ya esta alto en el Santuario, que Shion de Aries golpea con suavidad la puerta tras la que descansa el Guerrero Divino. El Patriarca desea reunirse con él, aunque no ha dicho para qué, o si lo ha dicho, Shion no lo comparte con Siegfried. Siegfried asiente, al parecer no tiene problemas. Pensaba marcharse esa misma tarde, pero...
-Claro, Shion. 
Obviamente le pregunta la razón de que Sage le haga llamar, y ante la respuesta poco explicativa de Shion, el Guerrero Divino frunce un poco el ceño. Finalmente, con el sol en lo más alto, Siegfried se adentra junto con Shion hasta la cámara del patriarca.
Sage, lejos de mostrar la imagen afable que mantenía con la diosa, ocupa solemnemente el trono, con su túnica oscura y su casco dorado. Era un asunto oficial. 
-Gran Patriarca, Shion de Aries se presenta junto con Siegfried, Guerrero Divino de Alpha. 
-Adelante -el Santo de Aries permaneció en un discreto segundo plano una vez entraron en la sala-. Antes de que os marchéis, me gustaría preguntaros quiénes hicieron el presente que trajisteis para Atenea y qué fuerzas emplearon para ello.
Siegfried frunce algo más el ceño, de un modo no tan imperceptible como cuando iba con Shion. Se detiene en pie ante Sage y al ver su expresión y que le habla tan pronta y directamente no puede menos que mirarle de un modo suspicaz. 
-Se lo dije a ella -con expresión un poco extrañada ante la pregunta-. Vos estabais presente. Fueron los joyeros del santuario de Asgard. Y los métodos que usaron para ellos son desconocidos. Es un secreto que se transmiten entre ellos de generación en generación. Ni siquiera yo estoy al tanto.
Sage se pone en pie, de modo que queda muy por encima de Siegfried, al estar en lo alto de la escalera.
-Entonces, supongo que no conocéis el mecanismo para quitarlo del cuerpo de la Diosa ni el motivo por el que el ceñidor parece lastimarla, ¿verdad? -aunque sus palabras son tranquilas, está claro que duda, razonablemente, del desconocimiento total de Siegfried.
-¡¿Qué?! -Levanta la mirada un poco para seguir con ella el rostro del Patriarca conforme él se incorpora del asiento. Al instante en su mente se abre como un rayo la misma sensación de extrañeza que sintió anoche cuando le pareció que Atenea se quejó al presentarse con el ceñidor, sin embargo él tampoco puede creer que...- Pero qué estáis diciendo?! El ceñidor es un regalo de Asgard, y ha sido consagrado para proteger a Atenea. Ésa es su función y no otra -sus ojos increíblemente azules se encierran mirando al Patriarca con fijeza.
-Pues la función no parece ajustarse a la realidad. El ceñidor intenta absorber la vida de Atenea y sólo el considerable esfuerzo que está haciendo la Diosa para refrenarlo con su cosmos la mantiene a salvo. Nada puede romperlo o abrirlo, ni las armas de Libra, ni la espada de ElCid. Si de verdad deseais firmar la paz con el Santuario, decidnos cómo liberar a Atenea.
El rostro de Siegfried fue de sorpresa de nuevo. No podía creer aquello que estaba oyendo. 
-Lo que decís es imposible. Estáis poniendo en duda mi palabra y la de quien represento? -El tono es tenso, de hecho la tensión se puede cortar con un cuchillo. Entre un rápido movimiento de sus cabellos castaños vuelve la mirada hacia Shion, esperando quizás encontrar una expresión comprensiva, o al menos estar prevenido ante lo que pudiera pasar-. Ha de haber otra razón, estáis equivocado. Ayer ya lo tenía puesto y no parecía precisamente dolorida! Todo lo contrario... Incluso le sonrió un par de veces. 
-Me encantaría que lo fuera. A todos. Mas lamentablemente no es así. Atenea está recluida en sus habitaciones, esforzándose, consumiendo su cosmos, para mantener a raya el dolor que le causa el ceñidor. Si tan seguro estáis de que se trata de un error, liberadla. De lo contrario, ninguno de los enviados de Asgard regresará vivo al norte. 
Shion no mostró apoyo ni hostilidad, únicamente estaba allí para ejecutar las órdenes de Sage.
Siegfried les miró alternativamente, con sus ojos tan claros, dos veces.
-Dejadme verla, pues -dice finalmente. No podía creer que todo fuera un cruel engaño, pero si ella se lo decía o lo veía con sus propios ojos, no podría decir que no. Aprieta los labios cuando una parte de él duda y cree que Atenea puede estar en peligro.
Con un cabeceo, Sage indica a Shion que le siga, escoltando a Siegfried hacia las habitaciones tras la Cámara. En un tenso silencio, sólo roto por el resonar metálico de sus pasos, avanzan hasta la habitación de la Diosa. En la puerta, ElCid de Capricornio monta guardia, apartándose para dejarles pasar. En el interior, la Diosa permanece de pie, junto a la ventana, observando el Santuario, envuelta en un leve brillo dorado, su cosmos.
Siegfried enarca imperceptiblemente sus cejas al sentir y ver su cosmos que no había desplegado en ningún momento delante de él. Ha advertido que a ella le gusta sentirse en la medida de lo posible como una simple mortal, así que que hiciera eso ya era de algún modo extraño. Con cierta rapidez irrumpe en la sala y se aproxima a ella directamente. 
-.... Atenea... vos habéis enviado a Sage a buscarme?
La Diosa gira la cabeza para mirarle. No sonríe. Se nota en sus ojos y en el ceño, ligeramente fruncido, que esta manteniendo la concentración, para que su cosmos siga a un nivel constante que le permita aplacar el dolor. 
-Así es -al hablar, su cosmos vibra y nota con más fuerza la punzada, pero trata de no mostrarlo.
-Vos mismo lo estais viendo -intervino Sage-. Si no la liberais al punto, lo consideraremos una declaración de guerra.
Siegfried se adelanta todavía más hacia ella hasta un punto en que cualquier caballero lo consideraría peligroso. Se sitúa justo junto a ella, a menos de un paso con un par de rápidas zancadas. 
-... N-no puede ser... Es el ceñidor..? -Hace ademán de acercar sus manos al maldito adorno, pero se detiene antes de tocarlo. La mira desde muy cerca mientras una gota de sudor frío le baja por el puente de la nariz.
Atenea asiente. Lentamente, como si el moverse le hiciese perder la concentración y permitiese al ceñidor lastimarla de nuevo. 
-Por petición de la Diosa, se os concede la posibilidad de demostrar que Asgard no tiene nada que ver en esto y liberarla. -Aunque estaba claro que ni el Patriarca, ni los caballeros, deseaban dejarle salir de allí con vida, si la diosa sufría el menor daño.
Siegfried tan solo la mira a ella durante largos segundos, sus dientes ligeramente apretados y la cabeza llena de multitud de posibilidades a cada cual peor. No fue hasta que pasaron un par de segundos que volvió la mirada hacia Sage. 
-Patriarca... -se tragó todo su orgullo y con la expresión completamente tensa le contestó. -No puedo liberarla. Desconozco por completo qué clase de fuerzas se han empleado aquí... De nuevo volvió su mirada hacia Atenea. -Podría intentar destrozar el ceñidor, pero..... No, su cosmos era demasiado brutal... -... la dañaría al intentarlo -dijo finalmente dejando escapar el aire por entre los labios.
Shion de Aries da un paso hacia él, mirándole fijamente, retándole a intentar cualquier acción que pudiese lastimar a su Señora. Ella le mira y por eso Shion se detiene. 
Tas él, ElCid también se muestra dispuesto a intervenir. 
Sage, que no se ha movido, es quien toma la palabra:
-Debo suponer, entonces, que vuestras intenciones de construir una alianza no eran más que una forma de llegar hasta Atenea, para atentar contra su vida. 
Shion eleva su cosmos, que se extiende como una suave ola por la habitación, excepto alrededor de la Diosa, pues el cosmos de ésta es mucho más poderoso:
-En guardia, caballero.
-No! Mis intenciones son verdaderas, Patriarca! ¿Acaso creeis que he fingido ... amistad hacia Atenea para poder acercarme a ella? Estáis equivocado. Soy Siegfried de Dubhe Alpha, jamás haría algo tan ruín! -Durante un momento su mirada se centra en Shion, pero tan solo alza sus manos a la defensiva. Espera no tener que combatir, pero la situación es tan terrible-. ¡¡Shion!! ¡No le deseo ningún mal a Atenea!
-Pues decidnos cómo liberarla. 
-Usando su cosmos de esa forma, Atenea no sobrevivirá más de una semana. Puede que diez días, si unimos nuestro cosmos al suyo -acotó Sage.
-Y en ese tiempo, los Santos de Atenea arrasaremos Asgard si es necesario para hallar el modo de liberarla. Aquí o en el norte, nos enfrentaremos, Guerrero de Odín.
Siegfried entrecierra sus ojos de nuevo y aprieta las manos en sendos puños. 
-Os digo que no lo sé! Si lo supiera os ayudaría, pues mis palabras y mis intenciones son verdaderas -Su cosmos empieza a brillar alrededor de él y da un par de pasos a un lado alejándose de Atenea. El aire comienza a agitarse, vibra cargado con el poder del Guerrero Divino. Si le atacan, está dispuesto a defenderse y los Caballeros de Oro sangrarán-. ¿Ésa es vuestra respuesta? ¿Arrasar Asgard?
-Lo será si la vida de Atenea peligra -no ataca todavía, la Diosa está muy cerca y podría salir herida. 
Sage se acerca a Atenea, para apartarla del combate que puede estallar. 
-Por expreso deseo de Atenea, se os concede un día de plazo para liberarla. Pero si intentais abandonar el Santuario en ese tiempo, os espera la muerte a manos de uno de los Caballeros.
-Os he dicho que no puedo liberarla. No soy un hechicero, sino un Guerrero Divino de Asgard. Mis posibilidades de liberarla no van a cambiar en un día, pero estoy dispuesto a resolver este complot.... Atenea... -Se vuelve hacia ella esperando que ella comprenda que el entendimiento que surgió entre ambos no era ninguna mentira. -Vos también pensáis que he tratado de llegar hasta vos con mentiras?
-Pero en ese plazo podeis haber con vuestros hombres, por si alguno sabe algo. O tratar de recordar si existe un medio para liberarla. 
Atenea, sin variar la expresión concentrada de su rostro -salvo, si acaso, para dejar entrever un amago de dolor-, sostiene la mirada de Siegfried, girando la cabeza lentamente de un lado a otro. Una negación. Ella confía en sus buenas intenciones y por eso sus caballeros no le han atacado a muerte aún. Ella desea darle la oportunidad de ayudarles, de demostrar su inocencia y de sellar la alianza entre sus reinos.
Siegfried esboza una leve sonrisa, mínima sonrisa; verla allí sufriendo era descorazonador para él. Sobre todo cuando él mismo había sido artífice de todo. De pronto abre sus brazos y convoca la armadura del Guerrero Divino Alpha. La luz entra cegadora y hermosa desde la ventana volando hacia él y revistiendo su cuerpo para luego oscurecerse y dejar ver la impresionante armadura de Siegfried. Negra, con rasgos dragontinos y esas escamas como cuchillas en los antebrazos, por no hablar de la ominosa cabeza de dragón en su hombro. Sin embargo no tiene ninguna actitud hostil cuando nada más vestir la Armadura Divina, clava una rodilla en tierra al modo asgardiano.
-Mi señora, sé que vos como yo no deseais batalla alguna entre nuestros dos pueblos. Es mi mayor deseo liberaros de ese mal que yo mismo, aún sin saberlo, he traído hasta vos, pero al mismo tiempo habéis de comprender que no puedo llevar a los caballeros hasta mis tierras, cualquier chispa bastaría para ocasionar una guerra. Daré hasta el último aliento para salvaros -dice mirándola fijamente y hablando con una convicción que sería imposible fingir hasta para el más retorcido de los mentirosos. -Permitidme pues que parta con uno de vuestros caballeros, dos a lo sumo. Temo que más podrían desencadenar una guerra. Les ayudaré en todo lo que esté en mi mano.
Sage abre la boca para negarse, pero la mano de Atenea en su brazo le detiene. 
-Sea. Dos Santos de Oro partirán a Asgard -calla un instante, para aplacar el dolor. Un hondo suspiro para controlar su agitada respiración. Shion de Aries y ElCid de Capricornio se ofrecen voluntarios para acompañarle. Al igual que harán sus demás compañeros al enterarse. 
Será Sage el que deba elegir a quién envía, aunque no puede evitar poner de manifiesto su disconformidad. 
-Mi Señora, si, como todo parece indicar, esto es una declaración de guerra, puede ser una trampa. Estaríamos enviándoles a morir. 
-Cualquiera de nosotros está dispuesto a dar la vida por Atenea. Partiremos hacia el norte y volveremos con una forma para liberarla -dijo Shion.
-Hay un Guerrero Divino... -Siegfried, todavía arrodillado junto a ella, no puede evitar una expresión de desagrado al tener que confesar eso-. su nombre es Alberic de Megrez -durante un momento aprieta los labios. -Sus poderes están muy vinculados a la amatista que como veis es la pieza principal del ceñidor.
-Luego reconoceis que los guerreros divinos habeis intentado atentar contra Atenea, después de que ella os haya abierto las puertas de este Santuario -el cosmos de Shion ondea de nuevo, al igual que el de ElCid. A ambos les está costando demasiado respetar la orden de su diosa-. No vamos a tolerar más excusas. Vos sois el líder de los Guerreros de Odín y vos respondereis por sus actos.
-¡Es sólo una sospecha, maldita sea! -deja escapar vociferando más hacia el suelo que hacia los caballeros de Oro. Ante esas palabras no pudo menos que ponerse en pie, con leves chasquidos metálicos. Se vuelve hacia los dos caballeros de Oro y su cosmos vuelve a brillar, prístinamente blanco-. ¡En ningún momento he dicho que sepa seguro que él es el culpable!
ElCid se decide a romper su sepulcral silencio.
-¿Qué esperais que pensemos de un hombre que pone en duda a sus propios compañeros? Vuestra palabra cada vez vale menos, al igual que vuestra lealtad -para el Santo Dorado de Capricornio, la lealtad hacia Atenea era un axioma irrefutable. Hacia ella y hacia los demás caballeros, sus hermanos. Ver que un hombre dudaba de aquellos que debían luchar y morir a su lado era casi una ofensa personal.
-¡¿Cómo os atrevéis?! -Por una parte sabía que no tenía argumentos para enfurecerse. Había traído la desgracia al Santuario aun sin quererlo, cuando pensaba traer dicha, pero aún así las palabras de ElCid provocan todavía más al Guerrero Divino, que da un par de pasos hacia él-. ¡Poned a prueba mi lealtad si os atrevéis! ¡Tenéis la lengua muy afilada, pero ¿tenéis algo más con lo que defenderos?!
-Por supuesto. Mi espada está mucho más afilada que mi lengua -levanta la mano derecha, con los dedos extendidos, sobre su cabeza, con claras intenciones de descargar Excálibur contra Siegfried. Atenea intenta avanzar para detenerles, pero al vibrar su cosmos, el dolor provocado por el ceñidor la obliga a buscar apoyo en Sage. El quejido de la Diosa es como un gatillo que dispara al caballero de Capricornio-. Excalibur.

sábado, 23 de marzo de 2013

AN II. La cena de bienvenida.

Después de una agradable comida en la que Siegfried le ha contado a Atenea muchas de las costumbres de Asgard, extrañas para la joven, Sage dio por concluida el almuerzo con cierta premura, ya que Atenea siempre debe estar a salvo y lejos de extraños, incluso aunque vengan en son de paz. Siegfried ya despojado de la armadura permanece en el patio junto a la Cámara del Patriarca, ya que según la propia Diosa dijo, volvería para cenar. Shion le acompaña y charlan varias veces durante el día, aunque el Guerrero Divino se dedica sobre todo a contemplar la belleza de Grecia desde las alturas del Santuario. Una vez el sol se oculta, el Guerrero Divino alza el rostro al notar cómo unas nubes cargadas de agua van llegando al palacio. De pronto empieza a llover suavemente y, sin darse prisa, el Guerrero Divino echa a caminar de nuevo hacia la Cámara del Patriarca dando por hecho que la cena debe estar a punto de empezar. 
La actividad del Santuario no se había interrumpido por la llegada de los visitantes, si bien, todos los caballeros se habían cuidado de no ejecutar sus ataques frente a ellos. De todos es sabido que una vez visto y comprendido un ataque, éste deja de tener efecto sobre el enemigo. Y nunca se sabía cuánto podía durar esta paz. Todos esperan que mucho, pero no está de más tomar precauciones. En lo más alto de las Doce Casas, en la Cámara del Patriarca, ya está todo dispuesto para la cena. Una larga mesa cubierta con un mantel blanco y a rebosar de viandas de todo tipo (dieta mediterránea XD). En la cabecera, el lugar reservado a la Diosa, a su derecha, Sage, y a partir de él, los doce Santos de más alto rango. A su izquierda, el lugar reservado para Siegfried y sus hombres. Ninguno está ocupado todavía, aunque ya hay algunos caballeros allí, conversando unos con otros, de pie por la estancia, sin sus armaduras. Éstas estaban junto a los muros laterales, cada una con la forma de su signo, en perfecto orden, esperando que a las demás para completar la docena. Atenea todavía no está. Será la última en acudir. 
Siegfried conforme se adentra en la Cámara del Santuario, con el cabello y los hombros ligeramente húmedos por las gotas de lluvia, no puede evitar recordar cuando le dijo a Atenea que esperaba verla con el regalo de Asgard antes de irse. Inclinó el rostro ligeramente, pensativo, pero sus pensamientos rápidamente se pierden al ver congregados allí a todos los caballeros de Oro. Alza la mirada de ojos increíblemente azules y les observa uno por uno. Les analiza inconscientemente y en su caminar termina llegando junto a Shion, al lado del cual se detiene. 
-Buenas noches, caballeros... Shion... -asiente a este último como gesto cordial. 
El Carnero Blanco le devuelve el gesto con cordialidad. Podría decirse que hasta esboza una leve sonrisa. 
-Buenas noches, Siegfried. Todavía faltan unos minutos para la cena, pero el vino ya está abierto -y más de uno tiene ya copa en la mano, aunque ninguna está apurada aún. 
Los caballeros de Oro observan al recién llegado. algunos de reojo, otros con descaro. 
Siegfried les observa con curiosidad, y devuelve las miradas a quienes le observan con descaro. 
-Aguardaré a que ella llegue, no tengo prisa, pero gracias -y mantuvo la mirada apartada de ellos hacia el pasillo por donde suponía que vendría. 
Las puertas del fondo se abren, pero es Sage quien las cruza. Todos los caballeros se yerguen ante la llegada del Patriarca, para hincar la rodilla al suelo un momento después, cuando Atenea aparece tras él. Ataviada con el peplo tradicional griego, sobre el que luce el regalo de Asgard. Las puertas se cierran tras ella. 
-Buenas noches, caballeros. 
Siegfried enarca casi imperceptiblemente sus cejas al verla llegar y comprueba sin poder evitarlo que realmente los joyeros de Asgard no se equivocaron precisamente. Como los demás, clava una rodilla en tierra y apoya la mano izquierda en el suelo, mientras que mantiene el antebrazo del brazo contrario doblado, presentándole sus respetos al modo asgardiano. No baja la mirada como los demás caballeros, pero así es como se hace en su tierra. En ese momento, la luz de un rayo entra por las ventanas y hace que las sombras de todos se recorten, estiradas, contra las paredes. Y tras de ese otro y otro y justo en ese momento la gema de amatista en el ceñidor de Atenea brilla por un instante y la Diosa siente una leve punzada de dolor en el vientre. Siegfried entreabre los labios con sorpresa al ver cómo las letras rúnicas de Odín y las de Atenea se separan como si la pieza tuviera vida propia. 
-¡Qué........ ! 
La sorpresa hace que la joven no pueda evitar un quejido. El trueno lo oculta de todos, salvo de Sage, que está de pie, junto a ella. Al cesar los rayos, los Santos Dorados están todos en pie, mirándose unos a otros con desconcierto. Hasta la vibración de las armaduras -propia de cuando están juntas- parece haberse interrumpido. Atenea muestra de nuevo su mejor sonrisa a todos, como si no hubiese pasado nada. 
-Parece que los cielos andan revueltos, pero no dejemos que esto empañe la cena. 
Las vibraciones de su cosmos podrían engañar a otros, pero no al Patriarca, que era quien la había instruído personalmente en su modulación. Sage sabe que algo no va bien. Y sus sopechas recaen al instante sobre el Guerrero Divino. 
Siegfried se yergue junto con los demás y parece que la pequeña sorpresa desaparece con las palabras de Atenea... aunque a él le ha parecido ver algo extraño en el ceñidor al estar mirándola directamente al haber hecho una reverencia distinta. Se fija de nuevo en el ceñidor un instante, pero todo parece normal... Le dirige una mirada más directa a la Diosa, con expresión ligeramente interrogativa. 
Sin embargo, la expresión de la joven es dulce y serena como siempre. Nada en su apariencia revela el dolor que empieza a sentir cuando el ceñidor intenta absorber su cosmos. Tampoco puede quitárselo allí mismo y poner en una situación comprometida a su invitado. No si quería que la paz entre sus regiones fuese duradera. Sage parecía conforme con la situación, aunque se mantendría el resto de la cena pendiente de la Diosa, por si acaso. Los doce guardianes de los templos se miraron entre ellos, mas ninguno encontró explicación alguna. O, si lo hicieron, no lo compartieron. 
Siegfried sonríe levemente al ver que todo va bien con ella y sin más ocupa el asiento a la izquierda de Atenea, mientras todos los demás se van acomodando también. Desechó los pensamientos oscuros que le habían hecho dudar hace un momento. Todo iba bien, se dijo. 
-Sin duda estáis bien protegida. Me extraña que alguna vez lleguéis a necesitar ayuda contando con.... son 88 caballeros los que os protegen, ¿no es así? 
Un leve asentimiento, mientras los demás se sentaban y empezaban a servirse. 
-Sí, estoy muy bien protegida, pero toda ayuda es poca cuando se trata de una guerra. Si esa ayuda puede hacer que el número de bajas se reduzca, acudiré a ella sin dudarlo. Mi orgullo no es tan grande como para anteponerlo a la vida de mis Caballeros. Me he tomado la libertad de pedir que hicieran musaka, por ser un plato típico, pero si preferís otra cosa... -ofreció, tomando la fuente que tenía ante ella con ambas manos y acercándosela. 
-Uhm... no, estará bien. Seguro.. gracias. Tiene una pinta estupenda -asintiendo cuando ella le acerca la fuente. Con cierta rapidez adelanta sus manos y toma él mismo la fuente para servirse. Le dirige una mirada de reojo a Atenea-. Pero no deberíais hacer ademán de servirla vos -toma una de los cucharones de por allí-. ¿Vos también vais a querer? 
Atenea asiente. 
-Por favor -acerca su plato para que no se derrame nada en la mesa en caso de que caiga del cucharón-. ¿Por qué no debería hacerlo? No veo que haya nada de malo en agasajar personalmente a un invitado -haría lo mismo con Sage, aunque éste también le quitaría la fuente para servirse. Era su Diosa, por mucho que se empeñase en comportarse como una mortal. 
-Os aseguro que me siento agasajado... -esbozando una leve sonrisa. Tras llenar bien el cucharón le sirve una parte interesante para una joven. Allí arriba debían comer bastante y luego se sirve él antes de pasarle la fuente a Shion y a los demás. Procura no mirarla muy directamente, pero nada podía impedir que sintiese su cosmos, esa sensación de bienestar y tranquilidad-. Pues... porque ... no. ¿No tenéis criados para ello? -dice dirigiéndole a ella una mirada más directa, con cierta curiosidad. 
-Sí, claro que sí. Sage se encarga de que aquí nunca falte personal. Pero yo prefiero tratar con ellos a otro nivel más cercano. Ya trabajan suficiente manteniendo todo el Santuario en orden y cocinando para tanta gente. No necesito que echen comida en mi plato. 
Sage carraspeó antes de hablar. 
-Si es la voluntad de la Diosa, todos la acatamos. Aunque nos resultó extraño al principio. 
Siegfried asiente a Sage al otro lado de ella. Más costumbres peculiares. De donde provenía jamás a un representante de Odín se le hubiera ocurrido hacer ademán de servir la mesa. Sin embargo aquello provocó una leve sonrisa en el joven Guerrero Divino. 
-Me lo imagino -dijo con cierto divertimento en sus palabras.

viernes, 8 de marzo de 2013

CF VII. Traición con traición se paga.

-Hay veces que me pregunto qué la ha llevado a querer ser caballero.
-Bueno, tú la entrenaste para ese propósito, ¿no? Según tenía entendido tu la escogiste, ¿o fue ella la que acudió a ti? -preguntó. Aquella duda en Dohko comenzó a provocarle curiosidad.
-La traje conmigo en una de mis misiones, cuando salíamos a buscar a Atenea. Su familia fue asesinada y no tenía con quien ir. Me dio pena dejarla sola. Supongo que el haber pasado tanto tiempo entre guerreros la ha hecho querer ser uno de nosotros. Y cuando me lo pidió, tampoco pude decirle que no. Me pone ojitos.
-Ojitos ¿eh? -Albafika se echó a reír por las palabras de Dohko-. Te entiendo perfectamente. ¿Sabes quién o quienes fueron los asesinos de sus padres? 
-Generales Marinos. Nunca se lo he contado, no sé cómo se tomaría que los asesinos de su familia sean como nosotros, guerreros al servicio de un Dios. Supongo que le he cogido cariño y me da miedo que deje de tratarme como a su "adorado maestro".
-¿Qué razón tendrían los generales marinos para querer asesinar a los padres de Casyopea? -se frotó la barbilla pensativo.
-Eso es algo que nunca llegué a averiguar. Al final lo di por imposible. Puede que sólo fuera un daño colateral. Pero el caso es que ella está aquí ahora y es caballero. Y sólo espero no tener que despedirla como a Sertan.
-Bueno, de momento resiste bien el veneno que aún queda en la armadura de Andrómeda. Por el resto no debes preocuparte, aunque si que es cierto que todos los caballeros estamos expuestos a morir en alguna batalla, pero hemos jurado dar la vida por Atenea si fuera necesario.
-Lo sé, lo sé. Supongo que el hecho de que sea mujer me hace ser más protector con ella. No sé.
-Deberías haberla visto luchar en Asgard -sonrió al recordarlo. El Santo de Piscis había estado presente en su combate contra los guerreros divinos, pero había esperado hasta el último momento para intervenir-. Es digna merecedora de la armadura de Andrómeda, puedes estar seguro.
-No sé si la habría dejado luchar -rió-. Pero me alegro de que pienses eso. Así no es sólo orgullo de maestro. XD Por cierto... ¿ha habido algún incidente más con el Dragón?
-Nada después de nuestro pequeño encuentro en la Última Casa. Creo que ese chico tiene un problema serio, además de una suerte tremenda de que no me estimule nada matar a niñatos engreídos.
-Si, ha tenido mucha suerte. Sus celos no justifican la insubordinación. 
-No creo que vuelva a pasar, aunque si ocurre no seré tan benévolo como la última vez. ¿Por? ¿Hablaste con él?
-Si. Y parecía bastante alterado. Venía del pueblo como si le hubiesen pisado la cola. Hay algo en ese chico que no termina de encajar aquí.
-¿Alterado? No se por... -se detuvo a pensar un instante-. Oh, ya entiendo. Es posible que me viese ayer cuando acompañaba a Casyopea al Santuario.
-¿Que te vio con Casyopea? ¿Y qué tiene eso que ver? Ese niño no es su dueño -frunció el ceño, no le gustaba esa actitud.
-Está claro que Píntocles siente por Casyopea algo más que simple compañerismo, como te dije el otro día. Es bastante probable que me vea como un rival para conseguir el corazón de la chica a la que ama simplemente por haberle salvado yo la vida,
-Ummm. Rival... Puede que él lo vea así, pero aquí no importante no es como él lo vea, sino si lo eres o no en realidad.
-Oh, vamos Dohko. No estarás insinuando en serio que siento algo por tu joven discípula, ¿verdad? Solo evité que la matasen porque noté que su cosmos estaba descendiendo peligrosamente. Habría hecho lo mismo con cualquiera de ellos. 
-Yo no insinúo nada, sólo pregunto si las sospechas de Píntocles son o no fundadas. Aunque eso no justifique lo que ha hecho.
-Lo realmente importante no es lo que piense Píntocles. Casy no es ningun trofeo por el que tengan que combatir dos caballeros. Llegado el momento ella escogerá a aquel que la haga más feliz y nadie puede afirmar que no vaya a ser ninguno de nosotros. Quien sabe, igual se enamora de un general marino -bromeó.
-Por encima de mi cadáver. 

El incidente de Asgard parecía ya olvidado. El Templo de Libra y el Coliseo estaban reconstruidos y ni rastro quedaba del ataque y robo de la Égida y la lanza de Atenea, salvo la tumba de Sertan, un triste tributo a su última misión sirviendo a su Diosa.
Sin embargo, la paz no duró demasiado, pues el único Guerrero Divino que quedaba no se conformó con la derrota y regresó para tomar venganza. Observó varios días, oculto en Rodorio, hasta que por fin se le presentó la oportunidad de atacar a uno de aquellos que regresaron de Asgard: Andrómeda.
El combate no fue demasiado largo, porque la muchacha no estaba sola. Un fulgor dorado apareció apenas tuvieron lugar los primeros golpes, envuelto en el suave y dulce perfume de las flores. Un aroma que se extendía a su alrededor y revelaba la llegada de uno de los 12 guerreros más poderosos del Santuario, el guardián de la última Casa.
Lucharon intensamente unos minutos, que parecieran horas, pero, sorprendentemente, el nórdico no quiso alargar el combate y, como había ocurrido la vez anterior, huyó al verse en clara desventaja.
-Lo siento, por mi culpa has tenido que pelear de nuevo -dijo Casyopea cuando estuvieron a solas. Se quitó la máscara para limpiarse un hilillo de sangre que caía de un corte en la raíz del pelo.
Albafika se acercó a ella y le levantó el mentón con suavidad, comprobando la herida.
-Eh. No debes avergonzarte por eso, Casy. Me ha venido de maravilla para desentumecer los músculos y, para mí, nunca será un estorbo el pelear para protegerte -sonrió de medio lado.
Casyopea se estremeció. El roce, la voz, la situación... Fue un impulso, algo que no podría explicar. Como si alguien la empujase, eliminó la distancia que existía entre ella y el Santo de Piscis y lo besó. Tope y tímidamente, pero lo hizo. 
Albafika se sorprendió por aquel movimiento. Jamás antes había sentido una sensación tan agradable como aquella y, probablemente, no volvería a sentirla, por lo que cerró los ojos para sentir aun más profundamente el beso. 
Casyopea se separó al cabo de un momento. Abrió los ojos, escrutó el rostro de Albafika un instante y se sintió tan avergonzada por lo que acababa de hacer, que le dio la espalda, mirando al suelo, con las mejillas ardiendo. 
-Lo... lo siento. Yo... -tartamudeó, no sabía ni qué decir, por lo que ocultó su rostro tras su máscara.
Albafika no pudo decir nada, pues sintió el cosmos de Dohko acercándose. ¿Les habría visto? Procuró mantener la compostura Si el Santo de Libra había sido testigo de aquella escena, lo disimuló a la perfección. 

De regreso en el Santuario...
-Oh, no. Mirad allí -dijo Albafika señalando con el dedo; a pocos metros de ellos se encontraba la armadura del Dragón ligeramente manchada de sangre, aunque no había rastro de Píntocles.
Casyopea se acercó a la armadura y la observó, conteniendo la respiración. 
-Píntocles... No, tú no... 
-¿Quién puede haber hecho esto? -indagó Dohko.
-El mismo que nos atacó en Rodorio. El Guerrero Divino de Alcor.

Los días siguientes, Casyopea y Albafika se evitaban. Parecía que les quemaba estar en la misma habitación. Ni siquiera el funeral de Píntocles fue una tregua. Un funeral que se celebró sin haber encontrado el cuerpo del Dragón. Los Santos de Piscis y Libra no estaban demasiado conformes con lo ocurrido, por lo que el primero decidió emprender el camino a Asgard, para buscar allí alguna pista de lo ocurrido.
-Ya puedes dejar de ocultarte, Casy -dijo Albafika sin detenerse. 
Casyopea se sonrojó bajo la máscara, tanto que casi rivalizaría con el color de su armadura. Se acercó a él, cabizbaja. Se le encogió el corazón cuando la llamó Casy en lugar de por su nombre completo.
-Lo siento, no debería haberte seguido, pero... -se calló. Sería mejor.
-No importa, me vendrá bien un poco de ayuda. ¿Qué haces tan lejos de la casa de Libra? 
Casyopea sintió arder las mejillas. Suspiró. ¿Para qué mentir? Si era a lo que iba... 
-Iba a buscarte, quería pedirte disculpas por... bueno... por -estaba nerviosa y le temblaba la voz- lo que pasó en el Rodorio. No debí hacerlo, lo siento.
-Supongo que la poca, o más bien nula, experiencia que tengo en cuanto a besos se refiere, no juega a mi favor. Soy yo quien debería disculparme -dijo para restarle importancia, aunque, para ser exactos, no había podido olvidarlo.
-¡¡Que!! No. Pero si fue genial -exclamó como si hubiese dicho una burrada. Al instante cayó en la cuenta de su reacción y volvió a bajar la cabeza-. Quiero decir que... bueno... que estuvo bien -no sabía dónde meterse.
Albafika no pudo evitar sonrojarse por lo que ella dijo:
-Oh, vaya... si, debo admitir que estuvo bastante bien -sonrió de medio lado-. Aunque... debo preguntarte si fue un simple impulso o... si por el contrario... supuso algo más -estaba tan nervioso como ella, aunque no dejó de caminar.
Casyopea en cambio, sí se paró. Se quitó la máscara y esperó a que la mirase. Quería que viese sus ojos y no el inexpresivo rostro blanco que mostraba siempre. 
-No voy besando a cuanto caballero se cruza en mi camino -ya no podía ocultar ni el sonrojo ni el brillo de sus ojos verdes, a punto de echarse a llorar, de puro nervio.
Albafika se giró al dejar de oírla caminar y se sorprendió al verla sin máscara. Había olvidado lo bonito que era el rostro del caballero de Andrómeda. 
-En ese caso, me siento bastante afortunado -dijo acercándose a ella y dedicándole una sonrisa. Pensándolo bien, ella era la única que podía soportar su veneno, y quizás no volviese a existir nadie más que pudiese soportarlo.
El cerebro de Casyopea emitió un "¿y?". Tembló, bajó la cabeza, volvió a ponerse la máscara y puso los ojos en blanco. Resopló. ¡Maldito pescado congelado! Echó a andar de nuevo. 
-Gracias, pero no quiero que te sientas incómodo ni obligado a nada por ello. Vamos, o se nos hará de día.
Albafika la miró pasar delante de él. No parecía querer continuar aquella conversación.

Ninguno dijo nada mientras se adentraban en el santuario de Odín. Subieron la nevada ladera, envueltos en un silencio sólo roto por el silbar del viento. Pero el frío glaciar del norte no les dejó tan helados como la sorpresa que les esperaba en la cima.
-¡¡Píntocles!! ¡¡Estás vivo!! 
Sí, vivo. Y portando la armadura del Tigre Vikingo de Mythar.

martes, 26 de febrero de 2013

Corre, corre, carnerito.

Se me cae la baba. *________*


CF VI. La rebeldía del Dragón.


Sertan fue despedido en un emotivo funeral y sepultado a los pies del Santuario, junto al resto de Caballeros caídos con el correr de los años en nombre de Atenea. 
Tras el acto, Casyopea, todavía enferma a causa del veneno de Albafika, fue llevada por Píntocles de regreso a la Casa de Libra, para descansar y seguir peleando una silenciosa batalla por su vida. 
-Ha sido un funeral bonito, ¿verdad? El maestro Shion ha dicho cosas preciosas de Sertan. Píntocles... si yo muero en una batalla... ¿Tú dirás cosas bonitas de mí? 
-Si tu mueres yo no podré decir cosas bonitas de ti, Casyopea; estaría esperándote en los Campos Elíseos, pues yo habría muerto defendiéndote -no podía creer que se hubiese atrevido a decirle aquello... ¡Y sin tartamudear! 
Casyopea se sonrojó hasta las orejas. Hasta la máscara sentía que se iba a poner roja. Levantó la cabeza para mirarle.
-Oh, Píntocles, es lo más bonito que me han dicho nunca -se levantó la máscara para darle un beso en la mejilla.

Mientras tanto, en la casa de Piscis, Shion, Dohko y Albafika debatían sobre el estado de la muchacha. De momento no había sucumbido al veneno, pero éste le hacía vomitar y marearse y estaba débil. Tal y como estaba, tanto su muerte como su supervivencia eran igual de factibles. Cuando sus dos compañeros se retiraron, Albafika salió al umbral de su Templo, a esperar al Caballero del Dragón, que, tras el entierro de Píntocles, le había dicho que subiría a tratar con él algo importante. ¿Qué podría ser?
Dohko regresaba hacia su casa cuando vio subir a Píntocles y, sabiendo los sentimiento que albergaba por su pupila y la tensión que había presentado entre él y Piscis con anterioridad, decidió esperar allí, para ver qué pasaba, ocultando su presencia.
-Buenas noches, caballero del Dragón. 
-Buenas noches, caballero de Piscis.
-Bien, tú dirás ... 
-Vengo a preguntarle qué es lo que pretende con Casyopea. ¿Qué es para usted esa muchacha? 
-Te equivocas si piensas que soy tu rival para conseguir su corazón, Píntocles. Si eres capaz de conquistarla, no seré yo quien te lo impida, aunque -clavó su mirada en los ojos del joven caballero de bronce- más te vale no hacerle daño o acabarás enterrado de tal manera que ni los gusanos podrán devorar tu cadáver .
Píntocles se quedó perplejo unos segundos. ¿Realmente no estaba interesado en ella? 
-Puede estar seguro de que no le haré ningún daño y tampoco permitiré que se lo hagan, así que no se acerque a ella o su ponzoñosa sangre la matará.
-No voy a permitir que un miserable caballero de bronce me dé órdenes. Y ahora más te vale abandonar la casa de Piscis si no quieres que te saque yo.
Dohko se alertó. Albafika solía ser muy tranquilo y jamás amenazaba a un compañero, menos a un subordinado. Y la "amenaza" de Píntocles era algo normal. Estaba marcando su territorio con Casy. Vale, no era necesario, pero era normal.
Píntocles elevó su cosmos:
-Vas a arrepentirte de haberme amenazado -dijo corriendo hacia Albafika con la intención de atacar al Santo de Piscis-. ¡Por la cólera del Dragón! -gritó y lanzó su puño contra Albafika. Sorprendentemente, el ataque del caballero de bronce se detuvo en seco contra algo... Albafika sostenía una rosa negra.
-Vete ahora y olvidaré lo que acabas de hacer -dijo en tono serio y sin mirarle a los ojos.
Dohko dejó de ocultar su cosmos y se dejó ver. Su gesto era tan serio como el de Piscis. Miró a Píntocles. 
-Márchate. Acabas de salir de heridas graves, no creo que quieras volver a la enfermería tan pronto -esperaba que el muchacho le hiciese caso, porque si Albafika respondía, seguramente no saliese con vida de allí.
Albafika no parecía sorprendido por la repentina aparición de Dohko y se limitó a darles la espalda a ambos y alejarse de ellos con paso firme. 
Píntocles apretó los dientes mirando el gesto de Albafika:
-Está bien. Como usted diga, Señor Dohko -caminó en dirección opuesta para abandonar la casa de Piscis.
Dohko siguió a Albafika. 
-Gracias por no responder a su ataque -sabía que podría haberlo hecho y tenía motivos-. No se lo tengas en cuenta, es un chiquillo enamorado. Ve fantasmas donde no los hay.
Albafika sonrió, aunque en su interior sentía autentica rabia. 
-Tanto tú como yo sabemos que si llego a responder, ahora mismo la armadura del Dragón estaría tan vacía como la de Perseo, pero tienes razón; no es más que un niño enamorado -respiró hondo para relajarse. 
-Está en una edad complicada. Y Casy es tan dulce cuando quiere... No puedes culparle por querer mantener a cualquier otro hombre lejos de ella -meneó la cabeza. En el fondo no dejaba de ser divertido-. No te preocupes, hablaré con él, estoy seguro de que mañana mismo estará aquí, pidiendo disculpas.
-Debería estarme agradecido por haberle salvado la vida a la mujer que ama, aun a riesgo de mi propia vida. Por no mencionar la diferencia de rango que hay entre nosotros. No me habría acarreado ninguna consecuencia con el Santuario el haber acabado con él. Mis razones para no contraatacar han sido otras 
-Seguramente esté más enfadado consigo mismo que contigo. Después de todo, ella estuvo en peligro y él no estuvo allí para salvarla. Le duele el orgullo -no le preguntó por sus razones, si quería compartirlas o no, era cosa suya.

Los días pasaron. Casyopea parecía haber superado con éxito su particular batalla contra el veneno de Albafika, gracias a los cuidados recibidos en la Casa de Libra. La convalecencia se le había hecho mucho más llevadera gracias a las charlas con Píntocles. Sin embargo, para el joven Dragón, aquellas conversaciones eran un arma de doble filo. Disfrutaba de la compañía de Casyopea, pero no podía ver su rostro, que quedaba de nuevo oculto tras la máscara. Podía escuchar su voz, pero sólo para oírla hablar de lo agradecida que estaba con Albafika por haberle salvado la vida. Por mucho que intentase recordarle que era su culpa que casi hubiese muerto envenenada, que posiblemente su propia armadura fuese minando su salud, Casyopea no parecía darle importancia a esos detalles. Píntocles comenzaba a cuestionarse si había escogido bien el bando al que pertenecer.

sábado, 23 de febrero de 2013

CF V. El regreso al Santuario.


El regreso al Santuario fue lento y silencioso. Llevaban con ellos las armas de la diosa y los restos de la estatua en la que se había convertido Sertan, así como la armadura de plata que había vestido, para que Shion o el Maestro Hakurei pudiesen repararla.
No habían abandonado aún el Reino de Asgard cuando un cosmos les alcanzó por la retaguardia. La música flotaba en el ambiente y antes de que fueran conscientes de a quién se enfrentaban, el guerrero divino de Eta apareció ante ellos y les atacó. Al haber muerto Sertan, había quedado liberado del encantamiento del escudo de Medusa y les había seguido para atacar al más débil de ellos en primer lugar: Casyopea.
Las cuerdas del arpa se tensaron alrededor del cuerpo de la muchacha. Sin la protección de su armadura, las cuerdas hendieron con facilidad la carne, hasta que las rosas de Albafika la liberaron y cayó de rodillas en la nieve. El Guerrero Divino cayó sobre su instrumento, rompiéndolo en varios trozos.
Casyopea respiraba con dificultad. Se apoyó en Píntocles para enderezarse y quedar sentada en sus talones, aún en la nieve. Se pasó las manos por la herida, llenándose los dedos de sangre. Asintió. Estaba bien, aunque algo asustada, así que se pegó al caballero del Dragón, buscando un abrazo reconfortante.

El viaje de regreso se les estaba haciendo eterno, hasta que, por fin, vieron a lo lejos la estatua de Atenea. Ya estaban cerca del Santuario. En unas horas más, llegarían.
-Por fin en casa -dijo Albafika antes de notar un poderoso cosmos que se acercaba a ellos. Ni siquiera a un par de kilómetros del Santuario estaban a salvo. Una extraña figura hizo aparición, cuya armadura era igual a la del guerrero de Mythar, pero de color blanco.
-¿Creíais que ibais a iros de rositas? No llegareis al Santuario con vida -dijo el recién llegado, poniéndose en guardia.
Píntocles vio la oportunidad de ganar puntos con Casyopea y decidió ser él quien presentase batalla. Ya había luchado contra un gemelo, conocía sus ataques y creía tener ventaja sobre el otro. Sin embargo, las heridas y el largo camino le mermaban las fuerzas y el Guerrero de Odín casi acaba con su vida. Lo hubiese hecho si, desde lejos, no hubiese llegado un dragón de cosmos verdoso que golpeó a Dub. Dohko, que había sentido acercarse los cosmos de los Santos de Atenea, había salido a su encuentro para conocer los detalles de la primera misión de Andrómeda, ya estaba allí mismo.
Dos caballeros de oro no serian tan fáciles de derrotar y Dub lo sabía. Tal vez debería aprovechar y huir.
-Vaya, otro caballero de oro, ¿eh? Veo que los caballeros del zodiaco sois tan cobardes como recordaba. No sois capaces de enfrentaros a mi de uno en uno.
-Y los guerreros de Asgard tanto como recordaba yo, atacando a personas heridas que apenas pueden presentar batalla. ¿Quieres que luchemos nosotros dos? -Dohko esbozó una sonrisa. Así, tanto Dub como él estarían "frescos" y el combate no se vería afectado por heridas anteriores y el cansancio del viaje.
Dub sopesó aquel ofrecimiento. Se enfrentaba al caballero de oro de Libra, pero, aunque lograse vencerlo, le quedaría otro caballero de oro. Eso sin mencionar la posibilidad de que pudiesen llegar más caballeros de oro. 
-Sé reconocer cuando me encuentro en desventaja y éste es uno de esos momentos. Habéis vencido en esta batalla, pero la guerra está lejos de acabar. Nos volveremos a ver -dijo saltando hacia la luz del sol para que no pudieran seguirle.
Dohko no hizo siquiera ademán de ir tras él. Se acercó a Albafika. 
-Bienvenido, amigo mío. Y vosotros también, chicos. ¿Estáis bien? Vamos, el Santuario está cerca. En cuanto lleguemos, curaremos vuestras heridas -Cogió la lanza de manos de Casy y la ayudó a levantarse, pero ella ya no podía ponerse en pie. Nadie había reparado en ello, pero había estado presente cuando Albafika había lanzado sus espinas escarlatas y la sangre del Santo de Piscis había caído sobre ella de nuevo más tarde, cuando la había salvado junto a la estatua de Odín. Estaba envenenada.


Varios días más tarde...
Albafika se encontraba junto a Shion mientras éste reparaba las armaduras. El Santo de Aries se afanaba en reparar cada una de las piezas. La armadura del dragón le había costado mucho trabajo, pero ya estaba casi lista. La de Andromeda... era un asunto más delicado. 
-Ains... me temo que no tiene solución, no hay forma de eliminar tu sangre de la armadura. La hará más fuerte, sí, pero podría implicar un lento envenenamiento para la muchacha.
Albafika se quedó en silencio unos segundos. 
-No tuve opción. Si no llego a protegerla de aquel ataque, hoy tendríamos que celebrar dos funerales en vez de uno. 
-Normalmente el Santo de Piscis no presta su sangre para reparar armaduras, a pesar de que eso las haría, como con la sangre de cualquier caballero de oro, mucho más fuertes. Pero tú mismo sabes el problema que conlleva. Por eso, como no se ha hecho nunca, al menos que yo sepa, no sé qué alcance real pueda tener. Podría ser que no pasase nada o podría convertirse en una armadura que fuese minando poco a poco la vida de su caballero, mientras la usase. Eso sólo lo sabremos cuando Casy se recupere -si logra hacerlo- y la use de nuevo.

La joven amazona recibió estoicamente la noticia de que su armadura podía haberse convertido en un peligro para ella. Aunque apenas se quedó a sola con Píntocles, se derrumbó en llanto, buscando su abrazo. Albafika se sentía culpable por el dolor que le había causado. Por ello odiaba su sangre, por ello se mantenía siempre alejado de los demás Caballeros. Pero ya no tenía remedio. Si siquiera sabía si la muchacha sobreviviría.

AN I. Un presente para Atenea.


Siegfried acaba de llegar al Santuario levantando cierto revuelo ya que muchos guerreros del santo lugar no estaban informados de su llegada. Con él, flanqueándole, hay dos guerreros de Asgard (de los normales, feos y con cuernos xD). El Guerrero Divino avanza hacia las escaleras de las 12 casas portando un cofre dorado en sus manos. La larga capa blanca que lleva bate con el viento a su espalda. Sabe que los doce caballeros de Oro están al tanto de su llegada y que por parte del Santuario también se ha enviado a varios caballeros a Asgard con el mismo motivo que el que él tiene: mantener los lazos de amistad entre ambas regiones.
Siegfried comienza a subir las escaleras hacia la casa de Aries. Sus pasos resuenan ligeramente metálicos sobre el mármol blanco ya que porta la armadura de Alpha. No parece prestarle la menor atención a los guerreros menores del Santuario a los que comienza a llegar atrás con su llegada a las doce casas. Su mirada está puesta únicamente en las puertas de la primera casa.
Los aprendices que entrenaban en el Coliseo detuvieron sus prácticas para agolparse en lo alto de la grada para ver al extraño visitante. Algunos murmuran sobre los motivos que le llevan a estar allí, pero ninguno lo sabe a ciencia cierta. Al final de las escaleras del Primer Templo, su guardián, Shion de Aries, espera la llegada de Siegfried. Su gesto es serio aunque no hostil. Shion siempre ha sido un hombre solemne cuando se trataba de asuntos oficiales y éste no es una excepción. La armadura dorada brilla al sol de mediodía, con la blanca capa ondeando levemente tras ella. El casco oculta el nacimiento de su larga melena rubia, que cae a su espalda, bajo la capa. Apenas los guerreros de Asgard llegan junto a él, toma la palabra:
-Bienvenido al Santuario, Guerrero Divino de Alpha.
-Gracias, caballero de Aries... -asiente a sus palabras con gesto también solemne. Ambos tienen una expresión similar. Los cabellos de un castaño claro del Guerrero Divino se remueven con su gesto y luego clava su mirada de ojos increíblemente claros en Shion. A pesar de ser aliados, eran unos completos desconocidos el uno para el otro-. Mi nombre es Siegfried, de Dubhe, el decimotercero de su nombre.
-Shion -se presenta también. Es absurdo añadir todo aquello de "Shion de Aries, Caballero de Oro de Atenea, guardián del la Primera Casa, el Templo del Carnero Blanco..." Bla, bla bla. Siegfried ya lo sabe y a él nunca le ha gustado la ostentación-. Es un honor recibir emisarios de Asgard en el Santuario. La Señora os espera, mas el viaje ha sido largo, si preferís descansar un poco... -con un ademán de la mano, le muestra la entrada al Templo de Aries, indicando así que su casa está a su disposición.
Siegfried le mira con una casi imperceptible expresión de desconcierto. "¿Un Caballero de Atenea no se fatigaría por un simple viaje, verdad?" pensó para sí. 
-Gracias, Shion, pero no es necesario -el Guerrero Divino parece más que entero y sin dudar avanza con esos pasos ligeramente metálicos hacia el interior de la casa de Aries. Siegfried alza la mirada hasta la última casa antes de entrar. Desde luego se trataba de un lugar impresionante. Una prueba que realmente titánica. Aquello despertó una punzada de orgullo y arrogancia por probarse, pero no dijo nada. No había venido a combatir. Sus hombres resoplan eso sí, con mucho disimulo cuando dice que van a subir directamente. Siegfried los mira un instante de reojo-. No seré yo quien haga esperar a la Diosa Atenea más de lo necesario.
Shion asiente con un leve cabeceo. Había supuesto la respuesta, pero las órdenes de la Diosa eran hacer el ofrecimiento. Nadie puede poner en duda la hospitalidad del Santuario. Camina a la par con el Guerrero Divino hasta la salida trasera de su Templo, la que lleva a las escaleras que lo comunican con la Casa de Tauro. Los Santos de Atenea tienen atajos entre las casas, pero no va a mostrárselos a un extraño, por muy en son de paz y con presentes que venga. Hoy son amigos, mañana podrían ser, como ya habían sido en tiempos anteriores, enemigos mortales. Por ello le lleva atravesando los 12 templos, hasta la Cámara del Patriarca, donde Sage y Atenea le esperan. Para amenizar un poco el camino, intenta ofrecer un poco de charla. 
-La Señora espera que con estos intercambios recíprocos, los lazos entre nuestros Santuarios se estrechen.
-Lo mismo espera el pueblo de Asgard, Caballero -camina a su lado en todo momento y con el cofre dorado, de más o menos 50 cm de largo sobre sus manos. En ningún momento se lo puso bajo el brazo ni nada así. Salta a la vista que Siegfried, como Shion, se tomaba estos intercambios seriamente, a diferencia de algunos Caballeros con los que se habían cruzado-. Después de hoy, nuestros lazos se habrán afianzado de nuevo y seremos aliados. Si ocurre cualquier desgracia, sabéis que podéis contar con nosotros.
Siegfried centra la mirada en la cámara del Patriarca una vez dejan atrás la casa de Piscis y el último tramo de escaleras. No puede evitar preguntarse, obviamente, cómo será Atenea. Ya empieza a sentir su cosmos, que le hace sentir... un tanto extraño.
-Al igual que Asgard puede contar con los caballeros de Atenea. Los tiempos en que luchamos unos contra otros, por suerte, han quedado atrás.
Tramo a tramo, han dejado atrás los templos y se hallan ante las puertas de la Cámara. Altas, macizas, de doble hoja, hechas con oscura madera tallada en la que resaltan los tiradores dorados. Aun antes de abrirlas, Shion hinca la rodilla en el suelo. Se despoja del casco y lo sostiene bajo su brazo. 
-Shion de Aries se presenta. Mi Señora, Gran Patriarca, el emisario de Asgard ha llegado. 
Desde el interior, se escucha un voz, grave y solemne:
-Pasad, Atenea os espera. 
Shion se puso en pie y, empujando una de las hojas, cedió el paso a Siegfried. Tras las puertas se hallaba la sala principal, donde estaba el trono de Atenea, el que, en ausencia de la Diosa, ocupaba el Patriarca, en lo alto de media docena de peldaños. Dos figuras estaban allí, en el centro de la estancia, una mujer joven, de rostro dulce y largo cabello claro, vestida de blanco, sentada en el trono, y un anciano a su lado, de cabello plateado y vestido con la oscura túnica del Patriarca, aunque sin el casco. Nadie se cubre la cabeza ante su Diosa.
Siegfried sostiene durante un momento el cofre sólo con una de sus manos y con la otra se deshace del casco dragontino que entrega a uno de sus hombres, dejando libre sus cabellos castaños. Al momento vuelve a tomar el cofre con ambas manos y avanza directamente hacia ella. Su aura era muy diferente a cualquiera de las de Asgard lo que aumenta la sensación de extrañeza. Procurando permanecer lo más indiferente posible siguió avanzando y al llegar ante ella, hinca una rodilla en el suelo, y posa el cofre ante el trono y finalmente se apoya con una mano en el suelo, tan solo con las yemas de los dedos (postura del anime, vamos):
-Diosa Atenea. Tengo el honor de haceros entrega de los presentes del pueblo de Asgard como símbolo de nuestra amistad y reconocimiento. Espero que os agraden y que ayuden a fortalecer nuestros lazos -adelanta sus manos tras decir eso y la mira una vez más con la rodilla en tierra. Sus manos toman la tapa y comienzan a abrirla... Había puesto el cofre de modo que se abriese hacia ella. Un hermoso destello dorado comienza a asomar en cuanto la tapa se abre siquiera un milímetro-. Los mejores joyeros de Asgard se han esforzado durante años...
El inmenso cosmos de la Diosa llena toda la estancia de una extraña calidez, superando incluso el cosmos de Sage. Una amable sonrisa asoma a sus labios para recibir al Guerrero divino. Guarda silencio hasta que éste termina de hablar y entonces se levanta de su trono, a pesar de la mirada de reproche del Patriarca, que ya había hecho un gesto a Shion para que fuese él quien se agachase y alcanzase el regalo a la Diosa. 
-Bienvenido al Santuario -reiteró la joven-. El mejor presente que ha podido ofrecerme el pueblo de Asgard es la paz que hemos firmado entre nuestras tierras. Luciré este presente con orgullo, para que el mundo sepa que ahora Atenea y Odín son aliados y no enemigos como antaño.
Siegfried no pudo evitar parpadear cuando ella se aproxima a él (una vez, no se crean) y duda un instante al hablar. 
-Gracias, Señora... por vuestra bienvenida y vuestras palabras -con las últimas que le dice, no puede evitar pensar en si realmente podrá lucirlo con orgullo, ya que realmente se había hecho sin... tener ninguna referencia de ella. Pero no duda de la pericia casi mágica de los joyeros de Asgard de modo que termina de levantar la tapa dejando ver el presente a todos. Se trata de un ceñidor dorado para la túnica de Atenea. En relieve están las palabras Atenea y Odín con letras griegas y rúnicas entrelazadas y en el centro, a la altura del ombligo de ella una piedra amatista del exacto color de los cabellos de la Diosa. Cubre desde debajo de las costillas hasta las caderas y parece encantado con runas protectoras. El cofre por dentro está forrado y almohadillado en púrpura de modo que la pieza descanse adecuadamente.
El leve carraspeo de Sage no impide que la muchacha baje los peldaños hasta situarse justo delante de su invitado. La suave tela de la túnica se abultó a su alrededor cuando se agachó ante el cofre, deshinchándose y quedando arrugada sobre el suelo. Su mano se posó sobre la tapa del cofre, rozando la de Siegfried. La otra acarició el metal de la pieza. 
-Es magnífico. Expresad mi agradecimiento a Odín y su pueblo por este regalo. Y ahora, por favor, levantad y acompañadme. Empiezo a sentir hambre. 
En la sala posterior había mandado preparar casi un banquete para agasajar a los emisarios y, sabiendo que, al igual que sus propios caballeros, no admitirían tener hambre o sed, jugaría la baza de ser ella la que lo necesitaba. No iban a decirle que no, ¿o sí?
Siegfried tensa mínimamente los dedos ante el roce de ella. Entreabre los labios y la mira unos instantes con aquellos ojos tan increíblemente azules. 
-Me alegro de que os guste. Os puedo asegurar que los joyeros serán felicitados efusivamente en vuestro nombre -sonrió. Bueno, no había ido mal, pensó. -Espero poder veros con el ceñidor puesto más tarde -¿Él había dicho eso? Carraspeó un instante. -Por supuesto, os sigo, Señora.
La Diosa se pone en pie y dedica una mirada cargada de fingida inocencia a Sage, quien se limita a suspirar. Shion de Aries es quien se ocupa de retirar el cofre, cerrado de nuevo, y entregarlo a las muchachas que atienden a Atenea para que lo lleven a su alcoba. 
-Por supuesto, esta misma noche, durante la cena -Se dirige, junto a Siegfried, seguidos ambos de Sage y Shion, a las puertas que se alzan tras el trono, similares a las de entrada a la sala, pero mucho más pequeñas. Ni el Patriarca, ni el Santo de Aries tocan la comida de momento, pero sí lo hace ella, para servir una copa de vino y un poco de carne y ofrecérselas al Guerrero de Alpha. -Comed, y contadme cosas de Asgard. Ahora que no somos enemigos, quiero conocer de vuestro pueblo más que su poder ofensivo.
Siegfried les sigue atento a todo, aunque sin parecer fisgón. Grecia es increíblemente distinta a Asgard, tan distintos como eran ambos Santuarios. Aunque sobre todo la que es más diferente es ella. Esa calidez y espontaneidad le son desconocidas. Cuando ella le sirve la comida, una vez más se sorprende y esboza una sonrisa. 
-Me sorprendo de cuan diferentes somos. Os contaré todo lo que queráis -dijo sonriendo amablemente y se sienta a la dispuesto a disfrutar de la hospitalidad del Santuario.