sábado, 23 de marzo de 2013

AN II. La cena de bienvenida.

Después de una agradable comida en la que Siegfried le ha contado a Atenea muchas de las costumbres de Asgard, extrañas para la joven, Sage dio por concluida el almuerzo con cierta premura, ya que Atenea siempre debe estar a salvo y lejos de extraños, incluso aunque vengan en son de paz. Siegfried ya despojado de la armadura permanece en el patio junto a la Cámara del Patriarca, ya que según la propia Diosa dijo, volvería para cenar. Shion le acompaña y charlan varias veces durante el día, aunque el Guerrero Divino se dedica sobre todo a contemplar la belleza de Grecia desde las alturas del Santuario. Una vez el sol se oculta, el Guerrero Divino alza el rostro al notar cómo unas nubes cargadas de agua van llegando al palacio. De pronto empieza a llover suavemente y, sin darse prisa, el Guerrero Divino echa a caminar de nuevo hacia la Cámara del Patriarca dando por hecho que la cena debe estar a punto de empezar. 
La actividad del Santuario no se había interrumpido por la llegada de los visitantes, si bien, todos los caballeros se habían cuidado de no ejecutar sus ataques frente a ellos. De todos es sabido que una vez visto y comprendido un ataque, éste deja de tener efecto sobre el enemigo. Y nunca se sabía cuánto podía durar esta paz. Todos esperan que mucho, pero no está de más tomar precauciones. En lo más alto de las Doce Casas, en la Cámara del Patriarca, ya está todo dispuesto para la cena. Una larga mesa cubierta con un mantel blanco y a rebosar de viandas de todo tipo (dieta mediterránea XD). En la cabecera, el lugar reservado a la Diosa, a su derecha, Sage, y a partir de él, los doce Santos de más alto rango. A su izquierda, el lugar reservado para Siegfried y sus hombres. Ninguno está ocupado todavía, aunque ya hay algunos caballeros allí, conversando unos con otros, de pie por la estancia, sin sus armaduras. Éstas estaban junto a los muros laterales, cada una con la forma de su signo, en perfecto orden, esperando que a las demás para completar la docena. Atenea todavía no está. Será la última en acudir. 
Siegfried conforme se adentra en la Cámara del Santuario, con el cabello y los hombros ligeramente húmedos por las gotas de lluvia, no puede evitar recordar cuando le dijo a Atenea que esperaba verla con el regalo de Asgard antes de irse. Inclinó el rostro ligeramente, pensativo, pero sus pensamientos rápidamente se pierden al ver congregados allí a todos los caballeros de Oro. Alza la mirada de ojos increíblemente azules y les observa uno por uno. Les analiza inconscientemente y en su caminar termina llegando junto a Shion, al lado del cual se detiene. 
-Buenas noches, caballeros... Shion... -asiente a este último como gesto cordial. 
El Carnero Blanco le devuelve el gesto con cordialidad. Podría decirse que hasta esboza una leve sonrisa. 
-Buenas noches, Siegfried. Todavía faltan unos minutos para la cena, pero el vino ya está abierto -y más de uno tiene ya copa en la mano, aunque ninguna está apurada aún. 
Los caballeros de Oro observan al recién llegado. algunos de reojo, otros con descaro. 
Siegfried les observa con curiosidad, y devuelve las miradas a quienes le observan con descaro. 
-Aguardaré a que ella llegue, no tengo prisa, pero gracias -y mantuvo la mirada apartada de ellos hacia el pasillo por donde suponía que vendría. 
Las puertas del fondo se abren, pero es Sage quien las cruza. Todos los caballeros se yerguen ante la llegada del Patriarca, para hincar la rodilla al suelo un momento después, cuando Atenea aparece tras él. Ataviada con el peplo tradicional griego, sobre el que luce el regalo de Asgard. Las puertas se cierran tras ella. 
-Buenas noches, caballeros. 
Siegfried enarca casi imperceptiblemente sus cejas al verla llegar y comprueba sin poder evitarlo que realmente los joyeros de Asgard no se equivocaron precisamente. Como los demás, clava una rodilla en tierra y apoya la mano izquierda en el suelo, mientras que mantiene el antebrazo del brazo contrario doblado, presentándole sus respetos al modo asgardiano. No baja la mirada como los demás caballeros, pero así es como se hace en su tierra. En ese momento, la luz de un rayo entra por las ventanas y hace que las sombras de todos se recorten, estiradas, contra las paredes. Y tras de ese otro y otro y justo en ese momento la gema de amatista en el ceñidor de Atenea brilla por un instante y la Diosa siente una leve punzada de dolor en el vientre. Siegfried entreabre los labios con sorpresa al ver cómo las letras rúnicas de Odín y las de Atenea se separan como si la pieza tuviera vida propia. 
-¡Qué........ ! 
La sorpresa hace que la joven no pueda evitar un quejido. El trueno lo oculta de todos, salvo de Sage, que está de pie, junto a ella. Al cesar los rayos, los Santos Dorados están todos en pie, mirándose unos a otros con desconcierto. Hasta la vibración de las armaduras -propia de cuando están juntas- parece haberse interrumpido. Atenea muestra de nuevo su mejor sonrisa a todos, como si no hubiese pasado nada. 
-Parece que los cielos andan revueltos, pero no dejemos que esto empañe la cena. 
Las vibraciones de su cosmos podrían engañar a otros, pero no al Patriarca, que era quien la había instruído personalmente en su modulación. Sage sabe que algo no va bien. Y sus sopechas recaen al instante sobre el Guerrero Divino. 
Siegfried se yergue junto con los demás y parece que la pequeña sorpresa desaparece con las palabras de Atenea... aunque a él le ha parecido ver algo extraño en el ceñidor al estar mirándola directamente al haber hecho una reverencia distinta. Se fija de nuevo en el ceñidor un instante, pero todo parece normal... Le dirige una mirada más directa a la Diosa, con expresión ligeramente interrogativa. 
Sin embargo, la expresión de la joven es dulce y serena como siempre. Nada en su apariencia revela el dolor que empieza a sentir cuando el ceñidor intenta absorber su cosmos. Tampoco puede quitárselo allí mismo y poner en una situación comprometida a su invitado. No si quería que la paz entre sus regiones fuese duradera. Sage parecía conforme con la situación, aunque se mantendría el resto de la cena pendiente de la Diosa, por si acaso. Los doce guardianes de los templos se miraron entre ellos, mas ninguno encontró explicación alguna. O, si lo hicieron, no lo compartieron. 
Siegfried sonríe levemente al ver que todo va bien con ella y sin más ocupa el asiento a la izquierda de Atenea, mientras todos los demás se van acomodando también. Desechó los pensamientos oscuros que le habían hecho dudar hace un momento. Todo iba bien, se dijo. 
-Sin duda estáis bien protegida. Me extraña que alguna vez lleguéis a necesitar ayuda contando con.... son 88 caballeros los que os protegen, ¿no es así? 
Un leve asentimiento, mientras los demás se sentaban y empezaban a servirse. 
-Sí, estoy muy bien protegida, pero toda ayuda es poca cuando se trata de una guerra. Si esa ayuda puede hacer que el número de bajas se reduzca, acudiré a ella sin dudarlo. Mi orgullo no es tan grande como para anteponerlo a la vida de mis Caballeros. Me he tomado la libertad de pedir que hicieran musaka, por ser un plato típico, pero si preferís otra cosa... -ofreció, tomando la fuente que tenía ante ella con ambas manos y acercándosela. 
-Uhm... no, estará bien. Seguro.. gracias. Tiene una pinta estupenda -asintiendo cuando ella le acerca la fuente. Con cierta rapidez adelanta sus manos y toma él mismo la fuente para servirse. Le dirige una mirada de reojo a Atenea-. Pero no deberíais hacer ademán de servirla vos -toma una de los cucharones de por allí-. ¿Vos también vais a querer? 
Atenea asiente. 
-Por favor -acerca su plato para que no se derrame nada en la mesa en caso de que caiga del cucharón-. ¿Por qué no debería hacerlo? No veo que haya nada de malo en agasajar personalmente a un invitado -haría lo mismo con Sage, aunque éste también le quitaría la fuente para servirse. Era su Diosa, por mucho que se empeñase en comportarse como una mortal. 
-Os aseguro que me siento agasajado... -esbozando una leve sonrisa. Tras llenar bien el cucharón le sirve una parte interesante para una joven. Allí arriba debían comer bastante y luego se sirve él antes de pasarle la fuente a Shion y a los demás. Procura no mirarla muy directamente, pero nada podía impedir que sintiese su cosmos, esa sensación de bienestar y tranquilidad-. Pues... porque ... no. ¿No tenéis criados para ello? -dice dirigiéndole a ella una mirada más directa, con cierta curiosidad. 
-Sí, claro que sí. Sage se encarga de que aquí nunca falte personal. Pero yo prefiero tratar con ellos a otro nivel más cercano. Ya trabajan suficiente manteniendo todo el Santuario en orden y cocinando para tanta gente. No necesito que echen comida en mi plato. 
Sage carraspeó antes de hablar. 
-Si es la voluntad de la Diosa, todos la acatamos. Aunque nos resultó extraño al principio. 
Siegfried asiente a Sage al otro lado de ella. Más costumbres peculiares. De donde provenía jamás a un representante de Odín se le hubiera ocurrido hacer ademán de servir la mesa. Sin embargo aquello provocó una leve sonrisa en el joven Guerrero Divino. 
-Me lo imagino -dijo con cierto divertimento en sus palabras.

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