martes, 11 de diciembre de 2012

GS IV. Reunión en la Cámara del Patriarca.


Tras el regreso de Shion de Aries, las cosas en el Santuario han estado en constante movimiento. La aparente paz que se respira, no es más que una superficial fachada para apaciguar los ardientes corazones de los jóvenes Santos que se preparan para el fin de los tiempos. Y allí, en aquella amplia y solitaria sala, espera paciente el Patriarca junto a su Diosa, Atenea. Las misiones se han llevado a cabo con éxtio, y por el momento apenas se han sufrido pérdidas. Es hora de mover ficha, y pese a ser algo precipitado, deben actuar consecuentemente. Lo sucedido en el Reino Submarino, debe solventarse de un modo u otro.
-Santos de Oro -La voz grave y áspera de Sage rompe el silencio reinante entre los caballeros allí reunidos, invocados por el mismo Patriarca-. Ha llegado el momento de actuar. Durante años os habéis preparado para la Guerra Santa y la guerra ha llegado a nuestras puertas. Voraz, inflexible. Debemos contraatacar.
La joven Diosa está sentada en el trono que otras veces ocupa el Patriarca. Se lo cede a pesar de su negativa y termina siempre aceptando ocupar ese lugar, al frente de sus caballeros, que están en dos filas, ordenados pares a un lado, impares a otro. Suspira antes de hablar.
-Desearía poder retrasar este momento y apartaros de la lucha. Pero debemos presentar batalla, luchar nosotros, para proteger el mundo en el que vivimos, para salvar a la humanidad -sus ojos van hacia Sage, le cuesta mantenerse entera.
Albafika suspira. Odia aquellas reuniones y más aun si por la condición ponzoñosa de su sangre pone en preligro al resto de sus compañeros.
-¿Guerra Santa? Según tengo entendido a Hades aún no le toca despertar. ¿A quién nos enfrentamos en esta ocasión?

-Así es, Albafika de Piscis. No es con Hades esta Guerra Santa. Otro enemigo ha surgido en la sombra, y debe ser aplacado -responde Sage, volviendo después su atención hacia el Santo de Virgo, que al parecer, tiene algo que decir.
Asmita mantiene los ojos cerrados, como siempre. Firme, como el resto de sus compañeros, entre Manigoldo y Kardia. Con expresión tranquila y apaciguada. Como si el tema no fuese con él.
-Mmmm... ¿De quién se trata ahora, si no es Hades? -su voz suena monótona. Inexpresiva. Mantiene la cabeza semigacha, mientras escucha a sus compañeros, al Patriarca y a la Diosa.
Sage suspira largamente, inclinando levemente la cabeza ante la gravedad de la situación y de la Guerra Santa en ciernes. Y habla:
-Nuestro enemigo... No es nada más y nada menos, que el Dios Poseidón.
-¡Poseidón! -Exclama Manigoldo. Y está a muy poco de abandonar su puesto en la fila. Se le hace un nudo de la garganta ante la emoción, que se atraganta incluso-. ¿En serio? ¿El mismísimo Poseidón? ¡No me lo puedo creer! -Mira a sus compañeros, a ver si alguno de ellos comparte su júbilo. Por fin, algo a su altura. Nada de marionetas estúpidas e insignificantes. ¡No, un Dios! ¡Toma ya!-. ¿Y a qué demonios estamos esperando? ¡Qué hacemos aquí!
-¡Manigoldo! -espeta Sage, perdiendo la santísima paciencia que le caracteriza. Sólo ese estúpido alumno suyo consigue sacarle de sus casillas-. Han muerto ya fieles Santos de Atenea en este conflicto. Creo que no eres consciente de la gravedad de la situación. Guarda silencio, y no vuelvas a importunar más con tus brabuconerías.
-¡Pero maestro! -Va a replicar éste, cuando un gesto por parte de Sage, un mero ademán, lo termina de silenciar. Tampoco es inteligente poner a Sage de los nervios, y menos en presencia de la Diosa Atenea, así que guarda silencio. Por ahora.
Atenea fija sus ojos en el guardián de la Cuarta Casa. Siempre dispuesto a combatir, a pelear por la vida, él que es el Caballero de la Muerte. Esboza una leve sonrisa al ver cómo Sage le frena. 
Shion de Aries es el siguiente en intervenir:
-Yo mismo lo comprobé. Han muerto dos amazonas y un Santo de bronce. Hay otro caballero herido. Y el propio General confirmó que era una declaración de guerra. Cuanto más tiempo tardemos en actuar, más vidas habrá en peligro.
-Por ello estáis aquí reunidos, hoy, Shion de Aries. Los Caballeros de Atenea lucharán una vez más para salvaguardar el incierto destino que le depara a la humanidad. Sois el Baluarte del Santuario, el orgullo de todos los mortales. Los hijos de la batalla, y en ella, lucharéis -sentencia el Patriarca, volviendo a levantar el mentón hacia esos valientes guerreros de la justicia.
-¿Entonces qué? -Interrumpe nuevamente Manigoldo (saltándose los turnos, para que así sea más irritante)-. ¿Vamos a seguir de cháchara o nos vamos ya para allá a partile la cara a ese Dios de mierda?
Aldebarán contempla la situación en riguroso silencio, echando un vistazo de vez en cuando al bocazas del Santo de Cáncer; que incluso logra robarle una débil sonrisa. 
A su vez, El Cid, solemne, medita la situación y contempla su mano extendida. ¿Estaría lo suficientemente afilada su espada Excalibur para partir en dos a un Dios Todopoderoso?

La joven Atenea se levanta, aunque no se mueve de delante del trono. Es su forma de pedir la palabra. 
-Sin embargo, no puedo enviaros a todos al campo de batalla y dejar el Santuario desprotegido. No sabemos cuándo puede despertar Hades finalmente y necesito que algunos de vosotros permanezcáis aquí, para proteger este Templo y a los caballeros que aquí habitan.
Albafika se encoge de hombros. 
-Bien. ¿Cuál es el plan? ¿Vamos sólo algunos de nosotros o mandamos a morir a los de bronce y a los de plata? -no está del todo cómodo con aquella situación-. Tal y como ha dicho Shion, mientras más nos demoremos en responder, más vidas inocentes se perderán.
Shion asiente, apoyando las palabras de Albafika, aunque no añade nada. Ahora sólo resta que Sage -o la propia Diosa- den las órdenes.
Asmita se mantiene igual. Impasible. Parece siquiera estar escuchándolos, si no fuera porque su rostro de vez en cuando se gira mínimamente hacia quien habla. "Observandolo". Y luego lo dirige hacia la Diosa. Manteniendo la postura, de pie y firme. Esperando a que terminase, para hablar.
-Mi señora, creo que sería de más utilidad aquí.
Atenea asintente. Está de acuerdo con él. 
-Shion de Aries, tú ya has estado en el reino Submarino y te has hecho una idea de la situación allí -mira a Sage, como si esperase su aprobación, a pesar de ser ella la que, en teoría, tendría que tomar las decisiones-. Tú encabezarás el ataque.
Shion acata la orden con un leve cabeceo, sin perder la solemnidad que le rodea. 
-Así será, mi señora.
Sage suspira. Asmita tiene más razón de la que cree. Su poder del octavo sentido le brinda un papel de grandísima importancia en el Santuario. Además, el Santo de Virgo, igual que Shion y Manigoldo, pueden desplazarse donde deseen en cualquier momento. Tener a Shion al frente de la expedición, es la idea más acertada posible. Está totalmente de acuerdo con la Diosa, y no media palabra alguna.
-Bien. ¿Y yo qué? -Interviene Manigoldo, saliéndose ya finalmente de la fila. No aguanta más la espera, es demasiado impaciente y confía tanto en sus posibilidades como para tener muy claro que él podrá hacer un papel importante allí abajo. ¡Además! Sage conoce sus habilidades, sabe que no será fácil acabar con él-. Alguien tendrá que cuidar de Shion. ¿No? ¡Y yo soy vuestro hombre!
-Manigoldo... -Murmura su maestro, mirando después hacia su Diosa con el semblante endurecido. Esto no va a serle fácil de digerir al impertinente e imprevisible Santo de Cáncer. Y espera poder apaciguar su fuero cuando descubra qué le tiene deparado el destino por la Diosa de la Guerra. Y aguarda, paciente, la respuesta.

Más confiada con el apoyo de Sage, Atenea retoma su discurso:
-Albafika de Piscis, Degel de Acuario, vosotros acompañaréis a Shion en esta empresa. Confío plenamente en vuestras habilidades y vuestro criterio. Cada uno de vosotros llevará a dos caballeros de plata y tres de bronce. Los demás, permaneceréis aquí, en el Santuario -sus ojos se posan en Manigoldo, con una cálida sonrisa. Sabe que no va a tomarse muy bien el quedarse en casa, pero lo necesita allí.
-¡¿Qué...?! -No acaba de creerse lo que ha sucedido. Debe de tratarse de una broma, un malentendido. Un error. Mira de hito en hito a Sage y a Atenea, abriendo y cerrando los puños nervioso. La mandíbula desencajada trata de preguntar mil cosas a la vez, o de gritar algo, o maldecir. El viejo Patriarca trata de calmarlo con un ademán de mano, para que se tranquilice.
Albafika arquea una ceja y mira directamente a los ojos de Atenea.
-Disculpadme, mi Señora, pero dudo mucho que esa estrategia obtenga el resultado que deseamos. Los caballeros de bronce y plata ya han demostrado no estar a la altura de esta circunstancia y, ciertamente, no me gustaría ser la niñera de nadie ahí abajo, por no mencionar que, mientras más vayamos, seremos un blanco aun más fácil. Manigoldo quiere ir y, sinceramente, opino que con cuatro caballeros de oro nos bastamos para solucionar el problema con los generales marinos -va a decir algo más, pero se detuvo por respeto.
La Diosa sostiene la mirada del Santo de Piscis, sin perder su calma y su leve sonrisa. 
-Los caballeros de bronce y plata han sido entrenados por tus propios compañeros dorados. Han luchado y ganado con sudor y sangre sus armaduras. Están tan dispuestos a luchar como todos y cada uno de vosotros, aquí presentes. Negarles la posibilidad de hacer honor a su esfuerzo y a sus ideales no sería un acto de justicia, por mucho que la intención sea protegerles. No puedo arriesgarme a enviar tantos Santos de Oro. Si Hades despertarse ahora, el Santuario estaría desprotegido.
-Estamos hablando de Poseidón y sus Generales Marinos- insiste Albafika-. Sigo opinando que, y sin dudar se su valentía y ganas de dar la vida por vos, no dan la talla para estos combates, pero si quereis enviarles a morir, no seré yo quien me oponga -aparta la vista. Al fin y al cabo, ella es la diosa y debe obedecer. Tan solo está dando su punto de vista.
Sage todavía se mantiene en silencio, aunque ahora sonríe. Esas palabras tan poderosas y ciertas en la joven reencarnación de la Diosa de la Guerra, provocan que se estremezca. Tanta sabiduría en una muchacha de gesto aniñado y de sonrisa cándida, enredada en la Guerra Santa por capricho del destino; un pensamiento triste en alguien que ha visto morir a todo cuánto quería. 
Y allí está Manigoldo, presa de los nervios, reprimiéndose.
Asmita emite lo que parece un suspiro:
-No seas ansioso, Caballero de Cáncer. A todos nos llega nuestra hora -se remueve en el sitio levemente. Sin llegar a alzar el rostro del todo. Se dirige a La Diosa, "girando" el rostro hacia ella-. Mi señora, me gustaría retirarme.
-Sé perfectamente a qué nos enfrentamos -Atenea responde a Albafika-, y por eso envío no a uno, sino a tres caballeros de Oro, los más poderosos entre todos mis caballeros. ¿Consideras, acaso, que tu poder no es suficiente para encargarte personalmente de uno o dos generales? -desvia la atención un instante hacia Asmita- Adelante, Virgo.
-Ansioso... -Manigoldo escupe la palabra, mirando de reojo al Santo de Virgo, que ni siquiera se ha dignado a llamarle por su nombre-. Bah. No entablaré un debate con alguien que no puede "ver" las cosas como yo las "veo". -Rebelde, indomable. El fuego arde dentro de él, y su única ansiedad es liberarlo; pero no será contra uno de los suyos. Aunque le sigue con la mirada cuando lo ve marcharse-. Jéh.
-Podéis retiraros a meditar -sentenció Sage-, o realizar vuestras tareas. Los nombrados para viajar al Reino Submarino, escoged a los Santos de Plata y de Bronce que os acompañarán en la empresa, y volved cuando estéis preparados. El tiempo apremia. Ahora, marchaos.
-No dudo de mis posibilidades, mi Señora -alega Albafika-, dudo del número de caballeros que enviais a la batalla y de los cuales no podré hacerme cargo. Sinceramente, no estoy para aguantar lágrimas por compañeros caidos y vidas perdidas que, mediante una sabia decisión, pudieron ser salvadas. Como ya dije antes, cuatro caballeros de oro es más que suficiente para zanjar este asunto de una vez y para siempre.
Shion se adelanta y pone la mano en el hombro de Albafika, meneando ligeramente la cabeza:
-Entiendo tu desazón. Más cuando yo mismo tuve que traer los cuerpos de dos compañeros. Pero Atenea sabe por qué hace las cosas. Y nosotros debemos confiar en su criterio. 
La diosa agradeció con una sonrisa la intervención de Shion:
-Si prefieres ir solo, sin más apoyo, eres libre de hacerlo, Albafika. Pero no enviaré más caballeros de oro de los ya nombrados.
-Bah. -Manigoldo se acerca también a Albafika y Shion. Los contempla a ambos con la clásica sonrisa ladina y sinuosa; todo él es una provocación constante. Sus aires de chulería, sus posturas, su forma de decir las cosas y de mirarles. Pero hay algo más allá de toda esa máscara; mucho más detrás de la máscara de su armadura de oro-. Oye, yo cuidaré de esto. ¿Sí? Y vosotros dos, volved. ¿Estamos? Ni se os ocurra morir allí abajo sin mí. O iré a buscaros al mismísimo infierno para traeros de vuelta. -Amplía la sonrisa, y les deja tras darle un par de palmadas a ambos en la hombrera. Y se aleja, con una mano en la cintura y la otra en alto, despidiéndose cabizbajo; avanzando con calma y con exagerada parsimonia. Ya hablará después con Sage para aclarar ciertos temas.
Albafika no respondió a su Diosa. Ya antes de que le nombrasen había decidido que, en caso de asignarsele a él la misión, no llevaría a nadie más con él:
-Bien, Shion, será mejor que te des prisa en escoger a tu séquito de caballeros. Cuando Degel y tú los hayais escogido, avisadme. Yo ya estoy listo para marchar.
Shion asiente, tanto a Albafika, como a Manigoldo:
-Lo haremos, no te preocupes. Mañana al alba podremos partir. 

Atenea toma asiento de nuevo, dando por concluida así su intervención en aquella reunión. Observa marchar a sus caballeros, hablando entre ellos, comentando lo que se avecina. Y teme por ellos, por todos y cada uno de ellos. Sabe que muchos no volverán a pisar el Santuario. Y ella llorará cada una de sus muertes, aunque sepa que son inevitables, por un fin más alto, por proteger a aquellos que viven en paz, ajenos a las batallas que se libran en la sombra.
-No te preocupes -le susurra, tranquilizador, poniéndole una mano en el hombro a la Diosa-. Has tomado la mejor decisión para todos, y lo harán bien. Pese a que Albafika se muestre reticente, creo que acabará entendiendo tu propósito. Y volverán, tengo fe absoluta en ellos.
-Espero que estés en lo cierto, Sage. Negras nubes se ciernen sobre nosotros. Pero entre esas nubes brilla un rayo de sol. Un pequeño rayo de sol que reverbera en las armaduras de los Caballeros de la Esperanza.

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