martes, 18 de diciembre de 2012

GS VI. Mientras tanto, en el Santuario... IV.


Después de superar sin dificultades las cuatro primeras Casas, Gioca y Manigoldo se dirigen a la Casa de Leo. Nadie ha osado decirles nada en el camino, aunque sí les han dirigido miradas de incertidumbre y curiosidad. A fin de cuentas, el Santo de Cáncer lleva la capa desgarrada y lleva consigo a una hermosa muchacha semidesnuda que se cubre como buenamente puede con la porción de tela que le falta al Caballero.
-Regulus te caerá bien -comenta distraído, ya separado de ella. Incluso a una distancia prudencial-. El leoncito es un buen chaval. ¿Sabes? Me cae bien, aunque no habla demasiado. Siempre me escucha, aunque no siempre se entera de lo que le estoy diciendo.
Gioca se permite ahora observar con detalle el Coliseo y cada uno de los Templos que han atravesado. Van despacio, el camino es largo y la resistencia de ella dista mucho de la de cualquier caballero.
-Seguro que es un buen tipo, aunque tampoco es que pueda hablar mucho con él. Todavía no he aprendido mucho de cómo habla esta gente. ¿Cómo pueden entenderse?
Aunque lo que de verdad le sorprendía era cómo se entendían en el Santuario, pues cada uno provenía de un lugar del mundo. Pero la respuesta era muy sencilla, el que llegaba, aprendía griego en detrimento de su lengua natal, que sólo empleaban con otros que también la conociesen. Estaría atenta para aprender lo más rápidamente posible. No le gustaba depender de nadie.
Manigoldo se encoge de hombros. La cosa es preguntar siempre por todo.
-Desde niños nos traen aquí y nos enseñan a hablar griego. No es tan complicado. (En realidad hablamos japonés, y nos entendemos por los subtítulos.) Mira, ya hemos llegado -Al detenerse al pié de la escalera que conduce a la quinta Casa, el más joven de los Santos de Oro les espera con una cálida e inocente sonrisa al final de la escalera. Regulus saluda con un ademán de mano a su parlanchín y alocado compañero-. ¿Qué hay, Regulus?
-No sabes lo que me alegro de que seas italiano -sonríe, mientras alcanzan el Templo del León. La muchacha se detuvo un par de escalones por debajo de Regulus y lo miró hacia arriba, con una cálida sonrisa-. Hola.
-Hola Mani -le saluda al Santo, pero observa con detenimiento a la muchacha que lleva consigo. No menciona nada al respecto, y se limita a inclinar ligeramente la cabeza ante ella. De nuevo, posa su atención en el Cáncer-. Tú combatiste en Rodorio. Sentí una vibración muy intensa, y un agresivo cosmos que se extinguió. ¿Qué ha ocurrido?
El Santo de Cáncer responde la pregunta de Regulus con una forzada sonrisa. <<Ahora sí te da por hablar. ¿No? Me vas a dejar mal delante de la chica, idiota.>> Y decide responder:
-Voy a ver al viejo para contarle lo que ha pasado. Que luego te haga un resumen, ¿sí?
-Tampoco hay mucho que contar –interviene Gioca-. Ha llegado, ha acabado con él y fin -su visión de los hechos está un tanto distorsionada por las circunstancias-. No podía esperarse menos de un Caballero de Atenea, ¿no? Seguramente tú habrías hecho lo mismo -se metió en la conversación, dirigiéndose a Regulus, sin perder la sonrisa.
-¿Está bien? ¿Sufrió algún daño? -la cálida sonrisa de Regulus persiste, y más al ver que la acompañante de Manigoldo es tan locuaz y atrevida como el Caballero-. Puedo suponer que se vio envuelta en el altercado.
-Por supuesto que está bien, yo la salvé -espeta Manigoldo, cogiendo a la muchacha de la muñeca para atravesar la casa de Leo sin más dilación. ¿Qué se ha creído este?-. Vamos, que tenemos cosas que hacer.
-En realidad fue un poco culpa mía. Tengo tendencia a meterme en lí... ¡Eh! -se queja Gioca cuando se ve arrastrada por Manigoldo hacia el interior del templo, tropezándose en el último escalón-. ¡¡Pero no ves que casi me tiras!! ¡¡Yo no tengo las piernas tan largas como tú!! -gira la cabeza hacia el León de nuevo-. ¡Hasta luego, Regulus!
-Hasta la vista -Incluso ante la desfachatez de Manigoldo, el Santo de Leo es incapaz de molestarse o de perder la sonrisa. Ése no va a cambiar nunca, y ojalá nunca lo haga.
-¡Calla ya! –el Caballero de Cáncer coge a la muchacha en brazos para poder dar un potente salto que lo lleve a la sexta casa. Irá por los tejados, que así se ahorra perder más el tiempo y que los encantadores Caballeros sonrían una y otra vez a Gioca. A él no le sonríen tanto-. ¡Agárrate bien! ¡No te salvé de Rodorio para que ahora te despanzurres contra el suelo!
-Ahhhh -se queja ella infantilmente, al tiempo que se agarra al cuello del Caballero de Cáncer. No puede evitar sonreír aunque él no pueda verlo. La fuerza que desprende, el olor a polvo, sudor y sangre, la energía de su cosmos, la forma en que apareció ante ella. Definitivamente ha merecido la pena hacer el viaje desde Venecia para verle una vez más.
Manigoldo se siente bien con ella en brazos, siendo el héroe de turno. Nunca sienta mal hacer algo bien, correcto y que acabe sorprendiendo a una mujer bonita. Y a esta mujer bonita la tiene ahora pegada a él. La velocidad a la que avanzan sobre los templos es imposible de concebir. Saltos tan enormes e inhumanos que rompen la relación hacia cualquier explicación. En apenas unos minutos se encuentran ante las últimas escaleras del Santuario.
-Próxima parada, la Cámara del Gran Patriarca, jovencita. ¿Lista?
Gioca asiente. Sólo le apena que el trayecto haya sido tan corto. Se sentía tan a gusto ahí. Afloja el abrazo que mantenía alrededor de su cuello, pero sin soltarse hasta que la deja en el suelo.
 -Seguro que no se enfadará porque me hayas traído?
-Te explico lo que pasará -Echa a andar, subiendo peldaño a peldaño la larga escalera, y en tanto, le va explicando-. Entraremos. Él estará serio y ni me saludará. Me preguntará por lo ocurrido en Rodorio, me llamará inconsciente o algo parecido, dirá que me retire y se quedará contigo charlando. Y entonces será simpático. ¿Te apuestas algo?
-¿Me tengo que quedar a solas con él? No sé... Si no es simpático contigo, ¿por qué iba a serlo conmigo? -la verdad es que la idea de estar ante alguien tan importante le incomoda un poco. No sabe cómo comportarse. Después de todo, no es más que una ladronzuela de las calles de Venecia, que no sabe ni leer.
-¡Tsé! ¿Aún te sorprende que no sea simpático conmigo? ¡Es mi Maestro! Si sólo le doy disgustos al pobre -al atravesar el umbral que conduce a una amplia y vacía recepción, que a su vez conduce a la Gran Sala, se detiene-. Confías en mí. ¿Verdad?
-Sí -asiente.
Inspira profundamente, para darse ánimo, y se alisa la tela que la cubre, como si fuese un vestido que pudiese adecentar. Sólo espera que el Patriarca pase por alto sus pintas, sus pelos revueltos, las manchas de sangre y polvo y el hecho de que vaya medio desnuda y cubierta con los jirones de la capa de Manigoldo.
-Pues venga, vamos. -Y con estas palabras de aliento, reemprende la marcha hacia el salón donde les espera el Patriarca: el mortal más cercano a Atenea, y el mentor de Manigoldo. Éste, por cierto, delante de los portones todavía cerrados, se manifiesta-. Se presenta el Caballero de Cáncer, Manigoldo.
Gioca arquea la ceja al verlo en una actitud tan solemne, lo que hace que tema un poco más el momento de ver a Sage o quedarse a solas con él. Guarda silencio, esperando a que el Patriarca les dé permiso para entrar.
-Adelante, podéis pasar –se escucha la voz de Sage a través de la puerta. Sabe que Manigoldo viene acompañado, pero eso no es ninguna sorpresa para el Santo de Cáncer. Sage lo sabe todo en todo momento, y es por esa razón por la que todos los Caballeros e incluso la mismísima Diosa Atenea lo tienen en tanta consideración. Su voz no indica severidad, aunque sí seriedad. Casi se puede palpar la preocupación.
-Tú tranquila, bonita –le susurra Manigoldo a Gioca. Puede que éste sea el primer piropo que le ha soltado desde que está en el Santuario. Siempre la ha llamado niña, en ocasiones seguido o precedido por una palabra no tan inocente. La necesita entera, y Sage también. Nerviosa lo va a pasar peor todavía.
Gioca se sorprende de la voz del Patriarca. Se tensa y mira a Manigoldo con cara de "¿De verdad tenemos que hacer ésto?". Suelta con fuerza el aire de los pulmones, con resignación, dispuesta a cruzar la puerta de Cámara y ver por fin al Patriarca.
Al abrir los portones, la claridad de la habitación del Patriarca ciega un tanto. Los espléndidos ventanales iluminan por completo la gigantesca sala. A los pies de Gioca se extiende una alfombra roja que sube hasta el trono, a varios escalones de altura, y a los lados, escoltándola, los gruesos pilares que sostienen el techo. Sage se encuentra cerca de una de las ventanas, admirando el paisaje.
-Imagino que vienes a explicarme lo sucedido en Rodorio -habla de espaldas a ambos, recto y firme.
Gioca mira, quizás con cierto descaro aprovechando que no les mira, a Sage. Aquél hombre la intimida, de modo que se detiene junto a Manigoldo, un par de pasos por detrás, como si buscase su protección. En completo silencio, sus ojos echan un vistazo a la estancia, pero vuelven a enfocarse en el anciano.
-Claro, Maestro. Esta muchacha fue atacada por un tipo muy poderoso, aunque no era un siervo ni de Poseidón ni un espectro de Hades. Pero puedes estar tranquilo, lo eliminé -Con orgullo, esboza una amplia sonrisa y adopta una cómica postura al sacar pecho con los brazos en jarras. ¡Qué talante tiene!
-Eres un imprudente, Manigoldo. Si no era un siervo de Poseidón, ni un espectro de Hades, deberías haberlo traído contigo preso para conocer sus verdaderos planes -Sólo entonces Sage se vuelve hacia él, con una mueca de desaprobación-. Aunque mucho me temo, que el mal presentimiento que tenía... Era cierto.
-Pero Maestro, yo sólo pretendía salvar a... -trata de explicarse, pero Sage se lo impide.
Gioca se esconde tras Manigoldo en el momento en que ve que Sage se gira, asomándose por detrás del caballero. Tiene el ceño ligeramente fruncido. ¿Por qué regaña a Manigoldo?
-Déjanos solos, Manigoldo. Hablaré contigo después. -Ni un gesto, sólo su palabra basta para que el Caballero de Cáncer se retire.
-Sí, Maestro. -Con una ligera inclinación de cabeza, se retira-. Te lo dije... ¿Eh? -Ni molesto ni preocupado, sonríe a Gioca y le guiña un ojo antes de abandonar la sala y cerrar la puerta tras él.
Gioca le mira de soslayo. ¿Por qué la deja sola? Pero apenas se va, vuelve a posar sus ojos sobre el Patriarca. Un instante, porque se siente demasiado pequeña y frágil y baja la mirada. Con él no le sale ser tan descarada.
-Acércate, joven. No temas. -Hay un cambio radical e incluso brusco en su forma de hablar con la joven. Su voz suena ahora tranquila, apaciguada y amable. Con gentileza, pero sin perder esa postura erguida y solemne, espera inmóvil a que se acerque.
Gioca duda un poco. Desconfía. ¿Por qué ahora parece simpático? Pero Manigoldo dijo que lo haría... Con cierta reticencia, se acerca unos metros más, pero todavía mantiene la distancia de un par de metros.
-Seguramente te estarás preguntando a qué es debido mi cambio de actitud. ¿Verdad? -Sonríe bajo ese dorado yelmo, y se contiene una ligera risa-. Manigoldo es... Una persona muy especial. Y por lo tanto, también precisa de un trato especial.
Gioca asiente. Sopesa sus palabras y finalmente las corrobora.
-Sí. Es especial. Aunque difícil de tratar. ¿Por eso es así con él? -A lo mejor tendría que tomar nota de esa actitud.
Sage eleva la mirada hacia el techo del templo, con una sonrisa nostálgica al recordar su primer encuentro con "Manigoldo el Verdugo".
-Cuando sólo era un niño, los ejércitos de Hades destruyeron su aldea y sólo sobrevivió él. Se escondió entre los escombros y los muertos durante días, huyendo de los espectros del Dios del Inframundo. Perdió el miedo a la muerte, y dejó de valorar la vida. Yo lo encontré y lo traje al Santuario para enderezarle y convertirlo en un digno defensor de la Diosa Atenea -habla sosegado, y su voz y sus palabras mecen a Gioca con suavidad-. Siempre ha sido un muchacho enérgico, lleno de vitalidad. Y aunque en ocasiones problemático, doy gracias a que se encuentra entre nosotros -Sage recuerda al joven Manigoldo, siendo sólo un niño, rodeado de los fuegos fatuos de las almas que, perdidas, acuden a él buscando cómo encontrar el camino al Inframundo-. Después de su trágica infancia, puedo darme por satisfecho de que esté de nuestro lado. Y ahora dime, joven. ¿Qué ha sucedido exactamente en el pueblo de Rodorio? ¿Cómo te has visto envuelta en el problema? -Parece que Sage sepa la respuesta, y sólo lo pregunta para probar cuan sincera es.
Gioca no conocía esa parte de la historia. Ni esa, ni ninguna, en realidad. Pero sonríe al pensar la suerte que ha tenido Manigoldo de encontrarse con un hombre bueno que le ha convertido en el magnífico hombre que es.
-Pues... verá... yo... -Bah, ¿para qué intentar adornar la verdad? -Yo le robé al tipo ése su bolsa. Él la emprendió a golpes conmigo y Manigoldo me salvó. Si no hubiese llegado... -no estaría viva, pero deja la frase en el aire. -Lo siento, es culpa mía.
Sage apoya despacio su mano en el hombro de la joven y, sin perder la entrañable sonrisa, la mira fijamente. Le recuerda demasiado a Manigoldo. Impetuosa y desvergonzada.
-No querida niña, no ha sido culpa tuya. Ese tipo no estaba allí para hacerte daño sólo a ti, pero gracias a ti ahora sabemos algo importante. El Santuario está en deuda contigo.
Gioca sostuvo la mirada de Sage, insegura.
-¿Conmigo? Yo no he hecho nada, señor. De hecho, todo lo ha hecho Manigoldo. Él le descubrió, él le venció. Y fue realmente impresionante. -Y ese sentimiento se refleja no sólo en la pasión de sus palabras al referirse al Santo Dorado, sino en el brillo de sus ojos. Admiración. O más allá.
Sage ataca cabos, y comprende lo que puede resultar para una joven de su edad haber visto algo como lo que ella ha presenciado.
-Si tú no hubiese robado a ese enemigo del Santuario, podría haberse escapado o haber conseguido lo que se propusiera. Así que... Indirectamente, has contribuído.
-Genial –ríe Gioca-. Así Manigoldo no podrá decirme que no hago nada útil aquí. Muchas gracias, señor. De cerca no da usted tanto miedo.
Sage ríe el comentario de la chiquilla, y la deja irse.
-Ahora ve, ya te he molestado bastante. Y por favor, dile a Manigoldo que cuando pueda, acuda a verme. Solicito su presencia.
Gioca asiente y se dirige alegremente hacia la puerta. Ya parece mucho más relajada. Aunque todavía está dolorida y cansada, al menos ya no está asustada o intimidada. El abuelete le ha caído bien. Ahora, a buscar a Manigoldo, que está afuera, apoyado en un pilar, como de costumbre. Desde aquí goza de la visión más bonita del Santuario; quitando la que el Patriarca y Atenea disfrutan desde la Gran Sala. Pero qué demonios, a él le gusta más con la brisa y la amplitud que éste le proporciona. Uno de sus lugares favoritos.
Gioca se detiene junto a él.
-Es precioso. No me extraña que os guste vivir aquí. -avanza un poco más hasta sentarse en el primer escalón.
Manigoldo no media palabra alguna, por raro que resulte. Sólo sonríe el comentario y nada más. Después de observar largamente la lejana puesta de Sol, se decide a preguntar:
-¿Cómo ha ido? ¿Ah? Bien, espero. Sage es bueno con las buenas personas.
Gioca le mira, por encima de su propio hombro.
-Es simpático, tenías razón. Por cierto, te está esperando.
-Lo sé. -Le devuelve la mirada y se la sostiene unos segundos. Después suspira-. Ya nos veremos. ¿Eh?
No le dice ni cuándo, ni dónde. Ya se la volverá a encontrar, o quizás no. Quizás es una despedida a la que le quita todo el hierro posible. Y se aleja con un ademán de mano hacia la joven. Gioca se levanta y le sonríe
-Claro. Ya nos veremos -le despide con la mano, con un deje de tristeza, y empieza a bajar los escalones pesadamente. Aun tiene un largo camino por delante para regresar a Rodorio.

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