En las 12 Casas...
Casyopea no cabía en sí de alegría. Por fin veía el Santuario. La montaña, las escaleras, la estatua de la Diosa, las 12 Casas. Sonrió ampliamente y se apresuró para alcanzar por fin su hogar. Porque aquel lugar era su hogar. Sin dilación, empezó a subir las largas escaleras, atravesando los diferentes templos. El de Aries estaba vacío, igual que el de Tauro.
Sadr se encontraba practicando su polvo de diamantes para hacerlo aun más poderoso. En ausencia de Degel, él se había propuesto defender la undécima casa con su propia vida, aun apesar de ser solo un caballero de bronce.
Casyopea atravesó la Tercera Casa, con la caja de su armadura de bronce a la espalda. No veía la hora de alcanzar por fin la de Libra y saludar a su Maestro. Se alegraría de volver a verle. Aunque no se entretendría demasiado, su objetivo ese día estaba mucho más arriba, casi al final de las escaleras.
Sadr había decidido hacía algun tiempo que entrenaría sin armadura. Bajo su punto de vista, en una batalla contra un poderoso enemigo que enventualmente pudiese destrozar su armadura, si previamente se entrenase sin ella, tendría más probabilidades de vencer. Se detuvo un instante, alguien se acercaba. Alguien con un cosmos poderoso, aunque no había podido reconocer de quien se trataba.
Ya liberada del peso de su armadura y tras haber saludado a su Maestro y sus compañeros en la Casa de Libra, Casyopea continuó su ascenso, casi a la carrera, hacia el último Templo, aunque antes de eso tendría que atravesar los anteriores. Salía en ese momento de la Casa del español, para dirigirse a la del francés.
Sadr salió a la entrada de la Casa de Acuario al notar como se acercaba aquel cosmos, aunque no llevaba su armadura puesta. Al ver de quien se trataba lanzó un bufido.
-Debí imaginarlo -dijo cruzándose de brazos.
Casyopea levantó los ojos hacia el Templo de Acuario y chasqueó la lengua. De todos los caballeros que allí vivian, ¿por qué tenía que toparse precisamente con éste? Se detuvo tres o cuatro escalones por debajo.
-Hola -saludó con resignación. Por suerte, no tenía obligación de quedarse allí, hablando con él, ¿verdad?
-¿Qué has venido a hacer aquí, Casyopea de Andrómeda? Tu casa está cuatro tramos de escaleras más abajo. ¿Acaso has vuelto de tu misión más despistada de lo que te fuiste? -no le gustaba que las amazonas fuesen consideradas igual de importantes que los Caballeros.
Casyopea puso los ojos en blanco, aunque bajo la máscara que ocultaba su rostro, Sadr no podía verlo. Imbécil.
-Sé perfectamente dónde se encuentra la Casa de mi Maestro. Mas es a la Casa de Piscis a la que me dirijo. Si me disculpas, tengo que seguir mi camino -subió los pocos escalones que le faltaban para estar a su altura y poder pasar así junto a él y atravesar el Templo.
Sadr la detuvo con la mano y la miró directamente a los ojos.
-No puedo permitírtelo. Esta es la casa de Acuario, y en ausencia de Degel, yo la defenderé. Lo siento, pero en este momento soy la última defensa del Santuario.
-¿Tú estás tonto? -le salió hasta un gallo al exclamar aquella frase, de la rabia que sintió por dentro. Alargó la mano para apartar la de Sadr y continuar su camino -Soy un Caballero de Atenea, no soy una amenaza para el Santuario. Así que déjame pasar, haz el favor -apretó los dientes, dejando claro que el "haz el favor", era en realidad un "o te quitas, o te quito".
-Creo que no me has escuchado, asi que, y sin que sirva de precedente, te lo repetiré una vez más. Soy la última defensa en estos momentos que hay antes de llegar a la Cámara de Patriarca, así que o tienes una buena excusa para querer atravesar la casa de Acuario o vuelve por donde has venido.
-Ya te he oído, pesado. Eres quien va a hacer las funciones de tu maestro, bla, bla, bla. Bla. -Le había oído, pero no le había escuchado, su mente estaba puesta en el siguiente Templo, en su guardián. -¿Qué motivo voy a tener? Voy a ver a Albafika, ¿qué si no?
-Es inútil. Albafika no está en el Santuario. Ha partido junto a Degel y Shion hacia el reino submarino - sonrió de medio lado -. Aunque aun te quedan otros nueve caballeros de oro para que te quiten el frío -. La veía como lo más bajo del Santuario, alguien que había seducido a un caballero de oro solo para escalar posiciones en el Santuario.
-¿Qué? Maldita sea. -por un momento, estuvo a punto de pasar por alto el insulto velado de Sadr. Pero estar a punto no es dejarlo pasar. -¿Qué insinúas? -le daría la oportunidad de disculparse.
-Sabes demasiado bien a lo que me refiero y creo que no tengo por qué decirlo de forma explícita. Ahora márchate, nada tienes que hacer en la undécima casa del Santuario. Degel no está aquí, pero el siguiente más abajo es El Cid. Quizás esté dispuesto -el haber tenido que interrumpir su entrenamiento específico con Degel y el que no hubiese sido elegido por su maestro como parte de la espedición le hacían estás más mosqueado que de costumbre con Casy.
Casy se mordió el labio y su cosmos estalló, lleno de rabia y frustración. ¿Quién se creía que era ese idiota para cuestionar sus decisiones o sus relaciones? La intensidad de su energía se sentiría más allá de la Casa de Capricornio y, seguramente, en la Cámara del Patriarca.
-Retira eso. -No debían iniciar un combate, y menos en el Santuario. Pero acababa de llamarla zorra de un modo muy sutil.
-Calmate, gatita. Opino que el camino que escogiste para ser reconocida en el Santuario es tan válido como otro cualquiera, solo que es tan sencillo para las amazonas como denigrante para los que nos hacemos llamar Caballeros de Atenea. Bien, ya que tu propósito de ver a Albafika se ha fastidiado, vuelve a casa. Aquí no tienes nada que hacer -le dió la espalda, adentrándose en la casa de Acuario para continuar con la mejora del polvo de diamantes.
Casy sintió arder su interior un poco más. Apretó los puños con fuerza, hasta clavarse las uñas en las palmas.
-Tienes suerte de que tenga mejores cosas que hacer que malgastar mi tiempo y mi cosmos contigo, Sadr. Pero te lo advierto, no voy a permitir que ensucies mi relación con Albafika con tus asquerosas patrañas. -le dio la espalda y comenzó a bajar las escaleras de nuevo. La fuerza de su cosmos todavía hacía ondear su larga melena castaña a su espalda.
En la Cámara del Patriarca...
Manigoldo de Cáncer hace su espectacular aparición ante la Diosa de la Guerra, irradiando esa aura mágica y mística que lo envuelve al caer desde el cielo; siendo transportado por sus propias Ondas Infernales. La capa cae majestuosa, cual cascada de oro blanco, pero no obstruye la visión de su provocativa y chulesca pose.
-¡Señora! -la saluda, llevándose la mano al pecho y golpeándose el peto de oro.
Atenea sonríe a Manigoldo. De no haber podido percibir su inmenso y vibrante cosmos, se habría sobresaltado por su repentina aparición. Pero el aura del Santo de Cáncer es inconfundible, tan llena de fuerza y de vida, la misma que irradia la sonrisa canalla que le sirve de máscara.
-Manigoldo. ¿Qué haces aquí? ¿Ocurre algo?
-¿Que si ocurre algo? -Trata de aparentar una aparente calma, que se ve mermada por la imapciencia y la incertidumbre. Aún no concibe el motivo por el que debe quedarse en el Santuario, en vez de ir con sus camaradas al reino submarino. Sigue llevando por sello su impertinencia clásica, su galantería y esa sonrisa canalla que tan bien sabe lucir-. Mi Señora, no consigo convencer a Sage. ¡Maldito vie...! -Se corrije.
Atenea arquea la ceja levemente, en un gesto de desaprobación por aquellas palabras dirigidas al Patriarca, que se suaviza casi al instante. -Manigoldo, sé que deseas más que nadie entrar en batalla, pero si Sage y yo hemos decidido que permanezcas en el Santuario es porque tenemos motivos para ello. Te necesitamos aquí.
-¿Necesitarme aquí? ¡Señ...! -Casi vuelve a gritar, y decide respirar hondo y relajarse. Al menos su tono de voz, que su cuerpo parece que esté sufriendo descargas eléctricas-. Señora... -acierta a decir, más calmado. Aún y así, se pinza el entrecejo y suspira-, aquí no hay nada que hacer. ¿Para qué retener aquí a nueve caballeros de oro? ¡Si el enemigo está allí abajo!
Atenea alarga la mano suavemente hasta posar sus dedos sobre el antebrazo de la armadura dorada, dejando que la caricia de su cosmos, cálido y tranquilo, envolviese al Santo.
-Confía en mí y, sobre todo, confia en tu maestro. Un peligro incierto se cierne sobre el Santuario.
Si os enviase a todos a luchar al Reino de Poseidón, el Santuario quedaría desprotegido. Si Hades despertase por fin, yo sola no podría batirle. No sin vosotros a mi lado, Manigoldo. -busca con los ojos los de él -Te necesito aquí, a mi lado, preparado para luchar.
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