Han pasado varios días desde que Gioca se topó con Manigoldo en el Santuario. Grises, a pesar de que el sol brillaba. Pero ha hecho un viaje largo para encontrarse cara a cara con la decepción.
"Bienvenida al mundo de los adultos, Gioca", se dijo.
Ahora lo único que le queda es reunir dinero para poder empezar el viaje de vuelta a Venecia. ¿Qué la retiene allí? Nada. No conoce a nadie, ni siquiera el idioma más allá de un puñado de frases sueltas con las que pedir comida y una cama. Y algún que otro insulto, que eso se aprende rápido. Así que allí está, escondida en una de las bocacalles que dan a la plaza de Rodorio, en un pequeño y estrecho callejón entre dos casas, con un objetivo claro, desplumar a algún inconsciente.
Un hombre que observa el Santuario parado en mitad de la plaza, atrae la atención de la ladrona. Va cubierto por una andrajosa capa oscura que cubre prácticamente todo su cuerpo. Sólo los pies y manos están libres de dicha cobertura.
-Maldita sea... –masculla el desconocido, con voz áspera y despectiva. Tiene demasiado cerca el Santuario como para poder contener sus ganas de arrasar con todo. La rabia le quema desde el interior, como si por sus venas corriera puro fuego-. ¿Por qué demonios siguen todos ahí dentro? ¿A qué están esperando? ¡Parezco idiota! -La rabia se apodera de él y le resulta imposible controlarse. Los dientes le crujen al apretarlos con fuerza. Por más que lo intenta, es inútil. Su sed de sangre aumenta cuanto más se aproxima a la Diosa-. Aurgh... Me iré... -demente, habla consigo mismo. Decide alejarse de allí antes de cometer una imprudencia y que su Dios le castigue. No desea morir si no es asesinando a un Santo de Atenea.
Gioca observa aquella figura embozada. Parece estar esperando algo, y eso le conviene, pues estará distraído. Se mueve. Si con un poco de suerte va a hacia el callejón donde está ella, podrá chocarse con él en la esquina, meter la mano, pequeña y ágil, entre sus ropas, y robarle la bolsa.
Efectivamente, el hombre encapuchado se dirige hacia el estrecho callejón. Su oscuridad, pese a ser todavía le día, le ayudará a desaparecer por completo en caso de que alguien se haya percatado de su presencia. Recuerda las palabras de su Dios: "Si te descubren y lo echas todo a perder, te mataré. Y lo haré de la forma más horrible que puedas imaginar". Así que toca cumplir.
Gioca casi se frota las manos al ver que se dirige hacia ella. Embozada, con la capa cubriendo sus ropas, y con la máscara veneciana cubriendo lo poco de su rostro que pudiera dejar ver la tela, espera, escuchando los pasos para saber cuándo tiene que salir tras la esquina para propiciar el choque. Apenas su cuerpo impacta y nota como sus dedos rozan la tintineante bolsa, la agarra.
-Lo siento -murmura sin levantar la vista, siguiendo su camino como si no hubiese pasado nada.
La gran y fuerte mano del hombre atrapa la muñeca de ella al segundo de verse ya a salvo de él. Y sin media palabra, es arrastrada y lanzada al interior del callejón. La joven vuela por los aires como si se tratara de un miserable bulto y aterriza estrepitosamente contra el suelo, rodando varios metros hasta detenerse.
-¡No puedo creer que tenga tantísima suerte! ¡Jajajajaja! –el coloso, que duplica en todos los sentidos a la ladrona, avanza pesadamente hacia ella y al hablar, la propia ansiedad genera una enorme cantidad de saliva que resbala de su boca a la barbilla. Ya saborea la muerte de esa estúpida-. ¡Te voy a destrozar!
Un grito de sorpresa escapa de los labios de la muchacha. La han pillado. Pero su sorpresa se transforma en miedo en décimas de segundo, que es lo que tarda en salir volando hacia atrás y caer sobre los duros adoquines. Aturdida, se sienta en el suelo, para levantarse. Lo tiene ya demasiado cerca cuando levanta la vista. La capucha cae hacia atrás y la máscara, en dos mitades, al suelo. Un hilillo de sangre brota de su labio inferior.
Como un relámpago, la gigantesca mano del hombre vuelve a atraparla, esta vez por la cabeza. Gioca es un juguete en las brutas manos del animal, que la levanta del suelo y mantiene suspendida sin el menor esfuerzo.
-¡¿Esa máscara es de tu armadura?! ¡Tu cosmos es ridículo! -le habla tan cerca, que las babas le salpican la cara a la joven-. ¡Voy a divertirme contigo!
Gioca se cubre pero no puede evitar que la coja. Es demasiado grande, demasiado fuerte. La vapulea como una hoja de papel. Intenta agarrarle de la muñeca, para liberarse de su enorme mano, pero no tiene fuerza. Y además le hace mucho daño. Asustada y temblorosa, no quiere darle el gusto de gritar o llorar.
El hombre la golpea violentamente contra la pared, donde la tendrá más inmovilizada y, una vez así, le agarra la ropa que cubre su pecho para romperla como si fuera de papel. Algo que provoca que vuelva a reirse.
-¡Jajajaja! ¡¿Todas las mujeres de aquí tienen este cuerpo?! ¡Hoy verdaderamente es mi día de suerte! ¡Y el tuyo!
-No... me... toques -tartamudea ella con asco, impotente, pero está tan dolorida por el golpe que no puede ni intentar cubrirse.
Intenta retorcerse para evitar que la toque. La piel se le eriza del asco que siente en ese momento, cuando nota como le lame del cuello a la cara, impregnándola de su asqueroso aliento, y como la mano que le sostiene la cabeza aprieta cada vez más y parece que esté a punto de hacerla estallar.
-¡Ohhh! ¡¿Y qué harás?! ¡¿Ehh?! ¡Jajajaja! ¡Sólo eres un miserable insec...!
Un destello ciega a la muchacha. Un destello fulminante que ilumina todo el callejón por completo; como si el mismo Sol hubiese emergido ante ella. El oro, el blanco y el azul se presentan con un impacto de tal magnitud que la pared en la que ella está, se sacude y vibra. Y ella cae, sin sujeción ninguna, pues su agresor vuela como ella hizo antes, por lo largo del angosto escenario.
El enemigo barre el suelo durante varios segundos, levantando en su trayecto todos los adoquines que encuentra a su paso y dejando tras él el surco de su cuerpo. Con los ojos desorbitados, la mandíbula totalmente destrozada y una expresión de asombro, se queda tendido sin saber qué demonios acaba de pasar.
Una figura dorada cae despacio ante Gioca, grácil y liviana cual pluma. La capa lo hace después, con mayor ligereza y lentitud.
Gioca se pega contra la pared. Ante ella sólo ve la ondeante tela blanca, bajo la que se intuye el metal dorado. Se le encoge el corazón mientras sus ojos recorren hacia arriba la capa, hasta detenerse en las hombreras y la nuca del caballero. Reconocería aquella silueta en cualquier parte. Aquella fuerza, aquella energía, aquellos fuegos fatuos que flotaban alrededor. Sólo podía ser él.
-Manigoldo.
El Oro de su armadura se ve matizado por una envoltura de color azul de forma gaseosa. En el estado anímico en que se encuentra Manigoldo, mezcla de nerviosismo y rabia, este cosmos se mueve a su alrededor frenético, fuera de sí. No hay sonrisa, ni broma, ni sorna, ni burla. Sólo rabia. Por primera vez en mucho tiempo, no hay cabida en el combate para la máscara defensiva con la que ocultar los sentimientos más profundos. Hoy no podría, aunque quisiera.
La ladrona no es capaz de despegar los ojos de la nuca de Manigoldo, manteniéndose en la incómoda postura en la que ha caído contra el muro, pero no le importa, ni siquiera se plantea si tiene algo roto o está herida. Su mundo se ha reducido al espacio que ocupa el hombre que tiene delante. Nada más existe. Nada más importa. Si el corazón le latía rápido con la tensión de verse indefensa ante aquella mole que la atacaba y descargaba contra ella su violencia y sus ansias de sangre, ahora parece que le quiera atravesar el pecho, de fuerte que late. Tan absorta está en Manigoldo que no ve que, unos metros más allá, el titánico guerrero se levanta y se despoja de la oscura tela que cubría su cuerpo, embozándole. Dejando a la vista las piezas de una armadura roja como la sangre y negra como la noche. Un berseker. Uno de los guerreros a las órdenes de Ares, el Dios de la Guerra.
-Un perro del Santuario.
-El que te va a quitar la vida... Basura -su voz se vuelve profunda, gutural. Habla con la ira tiznando cada palabra que escupe-. ¡Te voy a matar!
-¿Matarme? ¡No me hagas reír! Ni todos vosotros juntos tenéis poder para derrotar al más débil de nosotros. Servís a una Diosa débil. Y sois tan débiles como ella.
Manigoldo eleva su cosmos por encima del séptimo sentido, siendo prácticamente encerrado por las intensas llamas infernales que lo rodean. No puede contenerse. Ese malnacido ha herido y humillado a Gioca; la niña, su niña. Va a pagarlo con lo único que tiene que a él le importe: su vida. No volverá a vivir jamás, porque va a quemar su alma hasta que sólo sea ceniza.
El berseker separa las piernas para aumentar su superficie de apoyo. El cosmos de ese caballero es impresionante. No en vano los Santos de Oro tienen fama de ser poderosos. Pero él es un orgulloso berseker de Ares, está por encima de ellos, y lo sabe. El propio Dios de la Guerra da las órdenes en su entrenamiento, y no se permiten fallos, no hay piedad. Por eso ninguno la muestra, porque tampoco la recibe. El enemigo es eso, el enemigo. Y el suyo no es más que un hombre envuelto en papel dorado. Será un bonito regalo para su señor. Además de la noticia de que las tropas del Santuario están divididas y que su táctica de las máscaras marcadas ha funcionado. Eleva su cosmos, que, si bien no es tan aplastante como el de Cáncer, sí es muy poderoso.
-Vamos. Muéstrame qué sabes hacer. Acabemos pronto, no quiero que esa zorrita se enfríe.
-¡Te vas a tragar tus palabras! -grita con agónica lucidez, pues va a perder los estribos de su raciocinio con cada insulto que dirige a Gioca. Las almas que le envuelven comienzan a concentrarse en una única esfera de pura energía en la palma del Santo de Cáncer. Todo a su alrededor comienza a arder, salvo Gioca, que queda rodeada como si ésta pudiera repelerlas. Pero hay más. El berserker comienza a sentir el gélido abrazo de las almas que emergen del suelo y las paredes y se abrazan a él con fuerza. Son las almas de aquellos pobres diablos que ha asesinado a lo largo de su vida; que gracias al poder de Manigoldo, pueden manifestarse movidos por la tristeza y la venganza.
El servidor del Dios de la Guerra mira hacia sus pies y sus manos, lo primero en verse recubierto del brillo de las almas.
-¿Qué es esto? ¿Pretendes hacerme brillar como una luciérnaga? ¡¡Vaya mierda de poder!! Vete a esconderte entre tus columnas, que yo me buscaré un entretenimiento mejor.
Avanza hacia él, tratando de ignorar las almas, mientras en sus manos chisporrotea un cosmos rojizo. Prepara un ataque.
Manigoldo sonríe por fin, pero es una sonrisa perversa y sádica. Las almas que envuelven al berserker tratan de arrebatarle el alma sin que éste se percate, y a él ya le viene bien toda esa cantidad de pólvora para hacer unos bonitos fuegos artificiales. Sin miedo a qué pueda estar preparando ese gigantesco rival, retira el brazo y lanza su potente ataque:
-¡Llamas Demoniacas!
El berseker lanza contra Manigoldo un enorme rayo de cosmos rojizo, que se abre en un amplio abanico, como si fuese la enorme hoja de un hacha que avanza hacia él. En los extremos, roza las paredes del callejón y las destroza a su paso. Pero al mismo tiempo, cae presa de las llamas demoníacas, viéndose envuelto por un abrasador fuego azul.
Manigoldo toma una rápida decisión: proteger a Gioca. Podría saltar y evitar el ataque del enemigo, o probar de repelerlo con alguna técnica, pero podría fallar y la vida de Gioca estaría en peligro. Como único pensamiento en su cabeza, se agacha a recoger a la joven ladrona y la cubre con su propio cuerpo; dándole en ese instante la espalda al rojizo cosmos que se le aproxima.
-¡No tengas miedo! -le grita a Gioca, abrazándola con fuerza.
Los alaridos del berseker -porque aquello no eran gritos, si no alaridos- se extendieron por el callejón. En un vano intento de llevarse consigo al Santo Dorado, lanzó contra él un nuevo ataque, aunque menos intenso que el anterior, el dolor y las llamas no le dejaban concentrar su cosmos tanto. Se retuerce de dolor mientras intenta avanzar hacia ellos, tambaleante. Gioca se mueve, lo justo para agarrarse a Manigoldo, escondida tras su cuerpo, temblando como una hoja de papel, mientras el golpe de cosmos rojizo pasa alrededor de ellos. La capa blanca queda hecha jirones y el ataque consigue abrir una brecha en la armadura dorada, una fina línea que se extiende desde la hombrera hasta el costado contrario. Nada que Shion no pueda reparar, aunque sí es un indicio del poder que puede tener ese nuevo enemigo. Además del impacto del cosmos, el ataque del berseker ha hecho caer sobre ellos algunos cascotes, pero nada importante. Las armaduras de Oro están hechas para resistir golpes mucho más duros.
El Caballero de Cáncer recibe el segundo impacto que, aunque de menor potencia que el primero, no deja de ser un gran golpe. Un ataque que fácilmente podría partir en dos una armadura de Bronce. Sólo después de recibirlo, se pone en pié dejando a Gioca tendida en el suelo. La contempla unos instantes, y se gira a encarar al agresor. La muchacha se queda en el suelo, tal y como Manigoldo la ha dejado, siguiendo con los ojos cada uno de sus movimientos.
El siervo de Ares se encuentra en el suelo, arrodillado, sentado sobre los talones, con los codos apoyados y la cabeza escondida entre las manos. Su cuerpo se calcina, al igual que su alma, pero ya no se mueve, ya no queda vida en él. Sólo un débil rastro de su cosmos que las llamas de Cáncer se encargarán de eliminar.
-Arde, gilipollas de mierda -deja que termine de deshacerse, hasta que sólo quede un montículo de polvo. Poco ha sufrido ese bastardo. Con ese pensamiento se inclina a recoger la mitad de su capa, caída en el suelo, y con ella cubre a la pobre Gioca; con la ropa desgarrada y la cara ensangrentada-. Se acabó, pequeña.
Gioca tira de los extremos de la capa para cubrirse. Acaba de darse cuenta de la situación. Y no puede estar más roja. Siente que las mejillas le arden y ni siquiera es capaz de mirar a Manigoldo a la cara.
-Gra... gracias.
Manigoldo suspira, finalmente tranquilo. Gioca está a salvo aunque herida, y es lo que mantiene severo el semblante del Santo de Cáncer. Se ha visto vulnerable al verla sufrir, débil ante un sentimiento de impotencia.
-No me las des. Déjame ver tus heridas.
Gioca niega con la cabeza, muerta de vergüenza.
-No son más que unos rasguños. Estoy bien. Tú eres el que ha recibido el ataque de ese... ese... -ni siquiera sabe cómo llamarle. Por un momento se permite mirarle a los ojos, con una mezcla de admiración, agradecimiento y otra cosa que... Que queda oculta por las lágrimas que no caen.
-Bah -muy característico de él restarle importancia a las cosas que no la tienen-. No ha sido nada. ¿Has visto la cara que ha puesto? ¡Menudo idiota! -ríe, con un esfuerzo sobrehumano de volver a colocarse esa máscara tan personal. Y de paso, intentar que ella sonría. Se queda con ella con una rodilla clavada en el suelo, todavía cubriéndola con la capa; tratando tanto de protegerla, como de impedir ver algo que altere el momento. Sólo le faltaba eso. ¡Y ese maldito hijo de puta la ha visto desnuda! ¡Si no le hubiera matado, lo volvería a matar!-. Ahora... Debemos salir de aquí. ¿Vale, niña?
Gioca lo mira, todavía sin saber muy bien cómo reaccionar. Pero al ver su sonrisa socarrona y sus comentarios altaneros, esboza una sonrisa, aunque las lágrimas caen por sus mejillas. Asiente. Es mejor marcharse de allí. Se pone en pie, sujetándose la tela para cubrirse, pasándosela bajo los brazos y atándola sobre su pecho.
-Fíjate, lo último en Rodorio. Top hecho con la tela auténtica de los Santos de Oro de la mismísima Diosa Atenea. ¡Toma ya! –bromea el caballero, pasando un brazo por la espalda de Gioca y colocando su mano en el hombro desnudo al otro extremo. La quiere tener cerca, y más después del susto. Aunque una sombra turba sus pensamientos; ese hombre, no era un siervo de Poseidón: era un siervo de Ares.
Gioca mira los dedos de Manigoldo sobre su hombro y su sonrisa se amplía. Es agradable el calor de su piel.
-Lo pondré de moda en el próximo Carnaval -de Venecia, se entiende. Aunque duda mucho que vaya al próximo o al siguiente. A lo mejor ahora no tiene tanta prisa por volver a casa.
Manigoldo ríe su comentario a pesar de tener en la cabeza todavía lo sucedido allí atrás. Si el Dios de la Guerra Ares atacara el Santuario, sería el fin. Por lo tanto, Gioca corre peligro aquí.
-¿Qué harás? -le pregunta de forma distraída, rompiendo un poco el hielo. Aún recuerda las discusiones sucedidas en la Casa de Cáncer. Un recuerdo agridulce-. Me refiero, a si te quedarás en Rodorio o vendrás conmigo al Santuario.
Gioca lo mira con estupor. Está claro que no se esperaba aquella pregunta. Y mucho menos tenía clara una respuesta. Si por ella fuera, iría sin pensarlo con él. Al Santuario, a la Casa de Cáncer, al mismísimo Yomutsu. Pero sabía, porque algo había logrado deducir de los pocos dias que había pasado en Rodorio, rodeada de griegos, que en el Santuario no entraba cualquiera.
-No quiero causarte molestias.
-¿Y qué vas a hacer? ¿Irte sin más? Háh -el canceriano se detiene, mas no se desprende de ella. Y no sólo por miedo a que le flaqueen las fuerzas y se desplome. Es algo más íntimo-. El viaje hasta Venecia es un viaje largo y difícil. Además, tienes que acompañarme a ver al Gran Patriarca. Hay que contarle lo sucedido.
-¿Al... Patriarca? -de repente esa idea le parecía aterradora. ¿Y si la echaba de allí? ¿Y si se enfadaba con ella por haber puesto en peligro a uno de los Caballeros? -No... no sé... -está reticente, mucho, aunque no ha dicho que no.
Manigoldo siente la preocupación de Gioca, tal y como si se la leyera en la frente escrita. Tranquilizador, la aprieta contra él.
-Eh, tranquila. ¡Sé que suena demasiado importante y todo eso! Pero el viejo es un buen hombre. Además... Es mi maestro -le revela, como dato a tener en cuenta. Es el discípulo del mismísimo Patriarca, el anterior Cáncer durante la Guerra Santa contra el Dios Hades.
Gioca se siente tontamente reconfortada cuando la acerca a él.
-Bueno... si es tu maestro... -con razón se da esos aires, si es el niño mimado del Patriarca. Sonríe al pensarlo, pero no se lo dice. Se lo guardará para más adelante, que seguro que le hace falta-. Pero tendré que ponerme algo decente. No puedo ir a verle así.
-Yo creo que vayas como vayas, te encontrará encantadora.
Y así emprenden el camino hacia el Santuario, con la difícil misión de entregar una desalentadora noticia sobre la presencia de los subordinados del Dios de la Guerra Ares en las cercanías al Templo de la Diosa. Algo que seguro, cambiará el destino de nuestros héroes en esta Guerra Santa.
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