Siegfried acaba de llegar al Santuario levantando cierto revuelo ya que muchos guerreros del santo lugar no estaban informados de su llegada. Con él, flanqueándole, hay dos guerreros de Asgard (de los normales, feos y con cuernos xD). El Guerrero Divino avanza hacia las escaleras de las 12 casas portando un cofre dorado en sus manos. La larga capa blanca que lleva bate con el viento a su espalda. Sabe que los doce caballeros de Oro están al tanto de su llegada y que por parte del Santuario también se ha enviado a varios caballeros a Asgard con el mismo motivo que el que él tiene: mantener los lazos de amistad entre ambas regiones.
Siegfried comienza a subir las escaleras hacia la casa de Aries. Sus pasos resuenan ligeramente metálicos sobre el mármol blanco ya que porta la armadura de Alpha. No parece prestarle la menor atención a los guerreros menores del Santuario a los que comienza a llegar atrás con su llegada a las doce casas. Su mirada está puesta únicamente en las puertas de la primera casa.
Los aprendices que entrenaban en el Coliseo detuvieron sus prácticas para agolparse en lo alto de la grada para ver al extraño visitante. Algunos murmuran sobre los motivos que le llevan a estar allí, pero ninguno lo sabe a ciencia cierta. Al final de las escaleras del Primer Templo, su guardián, Shion de Aries, espera la llegada de Siegfried. Su gesto es serio aunque no hostil. Shion siempre ha sido un hombre solemne cuando se trataba de asuntos oficiales y éste no es una excepción. La armadura dorada brilla al sol de mediodía, con la blanca capa ondeando levemente tras ella. El casco oculta el nacimiento de su larga melena rubia, que cae a su espalda, bajo la capa. Apenas los guerreros de Asgard llegan junto a él, toma la palabra:
-Bienvenido al Santuario, Guerrero Divino de Alpha.
-Gracias, caballero de Aries... -asiente a sus palabras con gesto también solemne. Ambos tienen una expresión similar. Los cabellos de un castaño claro del Guerrero Divino se remueven con su gesto y luego clava su mirada de ojos increíblemente claros en Shion. A pesar de ser aliados, eran unos completos desconocidos el uno para el otro-. Mi nombre es Siegfried, de Dubhe, el decimotercero de su nombre.
-Shion -se presenta también. Es absurdo añadir todo aquello de "Shion de Aries, Caballero de Oro de Atenea, guardián del la Primera Casa, el Templo del Carnero Blanco..." Bla, bla bla. Siegfried ya lo sabe y a él nunca le ha gustado la ostentación-. Es un honor recibir emisarios de Asgard en el Santuario. La Señora os espera, mas el viaje ha sido largo, si preferís descansar un poco... -con un ademán de la mano, le muestra la entrada al Templo de Aries, indicando así que su casa está a su disposición.
Siegfried le mira con una casi imperceptible expresión de desconcierto. "¿Un Caballero de Atenea no se fatigaría por un simple viaje, verdad?" pensó para sí.
-Gracias, Shion, pero no es necesario -el Guerrero Divino parece más que entero y sin dudar avanza con esos pasos ligeramente metálicos hacia el interior de la casa de Aries. Siegfried alza la mirada hasta la última casa antes de entrar. Desde luego se trataba de un lugar impresionante. Una prueba que realmente titánica. Aquello despertó una punzada de orgullo y arrogancia por probarse, pero no dijo nada. No había venido a combatir. Sus hombres resoplan eso sí, con mucho disimulo cuando dice que van a subir directamente. Siegfried los mira un instante de reojo-. No seré yo quien haga esperar a la Diosa Atenea más de lo necesario.
Shion asiente con un leve cabeceo. Había supuesto la respuesta, pero las órdenes de la Diosa eran hacer el ofrecimiento. Nadie puede poner en duda la hospitalidad del Santuario. Camina a la par con el Guerrero Divino hasta la salida trasera de su Templo, la que lleva a las escaleras que lo comunican con la Casa de Tauro. Los Santos de Atenea tienen atajos entre las casas, pero no va a mostrárselos a un extraño, por muy en son de paz y con presentes que venga. Hoy son amigos, mañana podrían ser, como ya habían sido en tiempos anteriores, enemigos mortales. Por ello le lleva atravesando los 12 templos, hasta la Cámara del Patriarca, donde Sage y Atenea le esperan. Para amenizar un poco el camino, intenta ofrecer un poco de charla.
-La Señora espera que con estos intercambios recíprocos, los lazos entre nuestros Santuarios se estrechen.
-Lo mismo espera el pueblo de Asgard, Caballero -camina a su lado en todo momento y con el cofre dorado, de más o menos 50 cm de largo sobre sus manos. En ningún momento se lo puso bajo el brazo ni nada así. Salta a la vista que Siegfried, como Shion, se tomaba estos intercambios seriamente, a diferencia de algunos Caballeros con los que se habían cruzado-. Después de hoy, nuestros lazos se habrán afianzado de nuevo y seremos aliados. Si ocurre cualquier desgracia, sabéis que podéis contar con nosotros.
Siegfried centra la mirada en la cámara del Patriarca una vez dejan atrás la casa de Piscis y el último tramo de escaleras. No puede evitar preguntarse, obviamente, cómo será Atenea. Ya empieza a sentir su cosmos, que le hace sentir... un tanto extraño.
-Al igual que Asgard puede contar con los caballeros de Atenea. Los tiempos en que luchamos unos contra otros, por suerte, han quedado atrás.
Tramo a tramo, han dejado atrás los templos y se hallan ante las puertas de la Cámara. Altas, macizas, de doble hoja, hechas con oscura madera tallada en la que resaltan los tiradores dorados. Aun antes de abrirlas, Shion hinca la rodilla en el suelo. Se despoja del casco y lo sostiene bajo su brazo.
-Shion de Aries se presenta. Mi Señora, Gran Patriarca, el emisario de Asgard ha llegado.
Desde el interior, se escucha un voz, grave y solemne:
-Pasad, Atenea os espera.
Shion se puso en pie y, empujando una de las hojas, cedió el paso a Siegfried. Tras las puertas se hallaba la sala principal, donde estaba el trono de Atenea, el que, en ausencia de la Diosa, ocupaba el Patriarca, en lo alto de media docena de peldaños. Dos figuras estaban allí, en el centro de la estancia, una mujer joven, de rostro dulce y largo cabello claro, vestida de blanco, sentada en el trono, y un anciano a su lado, de cabello plateado y vestido con la oscura túnica del Patriarca, aunque sin el casco. Nadie se cubre la cabeza ante su Diosa.
Siegfried sostiene durante un momento el cofre sólo con una de sus manos y con la otra se deshace del casco dragontino que entrega a uno de sus hombres, dejando libre sus cabellos castaños. Al momento vuelve a tomar el cofre con ambas manos y avanza directamente hacia ella. Su aura era muy diferente a cualquiera de las de Asgard lo que aumenta la sensación de extrañeza. Procurando permanecer lo más indiferente posible siguió avanzando y al llegar ante ella, hinca una rodilla en el suelo, y posa el cofre ante el trono y finalmente se apoya con una mano en el suelo, tan solo con las yemas de los dedos (postura del anime, vamos):
-Diosa Atenea. Tengo el honor de haceros entrega de los presentes del pueblo de Asgard como símbolo de nuestra amistad y reconocimiento. Espero que os agraden y que ayuden a fortalecer nuestros lazos -adelanta sus manos tras decir eso y la mira una vez más con la rodilla en tierra. Sus manos toman la tapa y comienzan a abrirla... Había puesto el cofre de modo que se abriese hacia ella. Un hermoso destello dorado comienza a asomar en cuanto la tapa se abre siquiera un milímetro-. Los mejores joyeros de Asgard se han esforzado durante años...
El inmenso cosmos de la Diosa llena toda la estancia de una extraña calidez, superando incluso el cosmos de Sage. Una amable sonrisa asoma a sus labios para recibir al Guerrero divino. Guarda silencio hasta que éste termina de hablar y entonces se levanta de su trono, a pesar de la mirada de reproche del Patriarca, que ya había hecho un gesto a Shion para que fuese él quien se agachase y alcanzase el regalo a la Diosa.
-Bienvenido al Santuario -reiteró la joven-. El mejor presente que ha podido ofrecerme el pueblo de Asgard es la paz que hemos firmado entre nuestras tierras. Luciré este presente con orgullo, para que el mundo sepa que ahora Atenea y Odín son aliados y no enemigos como antaño.
Siegfried no pudo evitar parpadear cuando ella se aproxima a él (una vez, no se crean) y duda un instante al hablar.
-Gracias, Señora... por vuestra bienvenida y vuestras palabras -con las últimas que le dice, no puede evitar pensar en si realmente podrá lucirlo con orgullo, ya que realmente se había hecho sin... tener ninguna referencia de ella. Pero no duda de la pericia casi mágica de los joyeros de Asgard de modo que termina de levantar la tapa dejando ver el presente a todos. Se trata de un ceñidor dorado para la túnica de Atenea. En relieve están las palabras Atenea y Odín con letras griegas y rúnicas entrelazadas y en el centro, a la altura del ombligo de ella una piedra amatista del exacto color de los cabellos de la Diosa. Cubre desde debajo de las costillas hasta las caderas y parece encantado con runas protectoras. El cofre por dentro está forrado y almohadillado en púrpura de modo que la pieza descanse adecuadamente.
El leve carraspeo de Sage no impide que la muchacha baje los peldaños hasta situarse justo delante de su invitado. La suave tela de la túnica se abultó a su alrededor cuando se agachó ante el cofre, deshinchándose y quedando arrugada sobre el suelo. Su mano se posó sobre la tapa del cofre, rozando la de Siegfried. La otra acarició el metal de la pieza.
-Es magnífico. Expresad mi agradecimiento a Odín y su pueblo por este regalo. Y ahora, por favor, levantad y acompañadme. Empiezo a sentir hambre.
En la sala posterior había mandado preparar casi un banquete para agasajar a los emisarios y, sabiendo que, al igual que sus propios caballeros, no admitirían tener hambre o sed, jugaría la baza de ser ella la que lo necesitaba. No iban a decirle que no, ¿o sí?
Siegfried tensa mínimamente los dedos ante el roce de ella. Entreabre los labios y la mira unos instantes con aquellos ojos tan increíblemente azules.
-Me alegro de que os guste. Os puedo asegurar que los joyeros serán felicitados efusivamente en vuestro nombre -sonrió. Bueno, no había ido mal, pensó. -Espero poder veros con el ceñidor puesto más tarde -¿Él había dicho eso? Carraspeó un instante. -Por supuesto, os sigo, Señora.
La Diosa se pone en pie y dedica una mirada cargada de fingida inocencia a Sage, quien se limita a suspirar. Shion de Aries es quien se ocupa de retirar el cofre, cerrado de nuevo, y entregarlo a las muchachas que atienden a Atenea para que lo lleven a su alcoba.
-Por supuesto, esta misma noche, durante la cena -Se dirige, junto a Siegfried, seguidos ambos de Sage y Shion, a las puertas que se alzan tras el trono, similares a las de entrada a la sala, pero mucho más pequeñas. Ni el Patriarca, ni el Santo de Aries tocan la comida de momento, pero sí lo hace ella, para servir una copa de vino y un poco de carne y ofrecérselas al Guerrero de Alpha. -Comed, y contadme cosas de Asgard. Ahora que no somos enemigos, quiero conocer de vuestro pueblo más que su poder ofensivo.
Siegfried les sigue atento a todo, aunque sin parecer fisgón. Grecia es increíblemente distinta a Asgard, tan distintos como eran ambos Santuarios. Aunque sobre todo la que es más diferente es ella. Esa calidez y espontaneidad le son desconocidas. Cuando ella le sirve la comida, una vez más se sorprende y esboza una sonrisa.
-Me sorprendo de cuan diferentes somos. Os contaré todo lo que queráis -dijo sonriendo amablemente y se sienta a la dispuesto a disfrutar de la hospitalidad del Santuario.
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