martes, 26 de febrero de 2013

CF VI. La rebeldía del Dragón.


Sertan fue despedido en un emotivo funeral y sepultado a los pies del Santuario, junto al resto de Caballeros caídos con el correr de los años en nombre de Atenea. 
Tras el acto, Casyopea, todavía enferma a causa del veneno de Albafika, fue llevada por Píntocles de regreso a la Casa de Libra, para descansar y seguir peleando una silenciosa batalla por su vida. 
-Ha sido un funeral bonito, ¿verdad? El maestro Shion ha dicho cosas preciosas de Sertan. Píntocles... si yo muero en una batalla... ¿Tú dirás cosas bonitas de mí? 
-Si tu mueres yo no podré decir cosas bonitas de ti, Casyopea; estaría esperándote en los Campos Elíseos, pues yo habría muerto defendiéndote -no podía creer que se hubiese atrevido a decirle aquello... ¡Y sin tartamudear! 
Casyopea se sonrojó hasta las orejas. Hasta la máscara sentía que se iba a poner roja. Levantó la cabeza para mirarle.
-Oh, Píntocles, es lo más bonito que me han dicho nunca -se levantó la máscara para darle un beso en la mejilla.

Mientras tanto, en la casa de Piscis, Shion, Dohko y Albafika debatían sobre el estado de la muchacha. De momento no había sucumbido al veneno, pero éste le hacía vomitar y marearse y estaba débil. Tal y como estaba, tanto su muerte como su supervivencia eran igual de factibles. Cuando sus dos compañeros se retiraron, Albafika salió al umbral de su Templo, a esperar al Caballero del Dragón, que, tras el entierro de Píntocles, le había dicho que subiría a tratar con él algo importante. ¿Qué podría ser?
Dohko regresaba hacia su casa cuando vio subir a Píntocles y, sabiendo los sentimiento que albergaba por su pupila y la tensión que había presentado entre él y Piscis con anterioridad, decidió esperar allí, para ver qué pasaba, ocultando su presencia.
-Buenas noches, caballero del Dragón. 
-Buenas noches, caballero de Piscis.
-Bien, tú dirás ... 
-Vengo a preguntarle qué es lo que pretende con Casyopea. ¿Qué es para usted esa muchacha? 
-Te equivocas si piensas que soy tu rival para conseguir su corazón, Píntocles. Si eres capaz de conquistarla, no seré yo quien te lo impida, aunque -clavó su mirada en los ojos del joven caballero de bronce- más te vale no hacerle daño o acabarás enterrado de tal manera que ni los gusanos podrán devorar tu cadáver .
Píntocles se quedó perplejo unos segundos. ¿Realmente no estaba interesado en ella? 
-Puede estar seguro de que no le haré ningún daño y tampoco permitiré que se lo hagan, así que no se acerque a ella o su ponzoñosa sangre la matará.
-No voy a permitir que un miserable caballero de bronce me dé órdenes. Y ahora más te vale abandonar la casa de Piscis si no quieres que te saque yo.
Dohko se alertó. Albafika solía ser muy tranquilo y jamás amenazaba a un compañero, menos a un subordinado. Y la "amenaza" de Píntocles era algo normal. Estaba marcando su territorio con Casy. Vale, no era necesario, pero era normal.
Píntocles elevó su cosmos:
-Vas a arrepentirte de haberme amenazado -dijo corriendo hacia Albafika con la intención de atacar al Santo de Piscis-. ¡Por la cólera del Dragón! -gritó y lanzó su puño contra Albafika. Sorprendentemente, el ataque del caballero de bronce se detuvo en seco contra algo... Albafika sostenía una rosa negra.
-Vete ahora y olvidaré lo que acabas de hacer -dijo en tono serio y sin mirarle a los ojos.
Dohko dejó de ocultar su cosmos y se dejó ver. Su gesto era tan serio como el de Piscis. Miró a Píntocles. 
-Márchate. Acabas de salir de heridas graves, no creo que quieras volver a la enfermería tan pronto -esperaba que el muchacho le hiciese caso, porque si Albafika respondía, seguramente no saliese con vida de allí.
Albafika no parecía sorprendido por la repentina aparición de Dohko y se limitó a darles la espalda a ambos y alejarse de ellos con paso firme. 
Píntocles apretó los dientes mirando el gesto de Albafika:
-Está bien. Como usted diga, Señor Dohko -caminó en dirección opuesta para abandonar la casa de Piscis.
Dohko siguió a Albafika. 
-Gracias por no responder a su ataque -sabía que podría haberlo hecho y tenía motivos-. No se lo tengas en cuenta, es un chiquillo enamorado. Ve fantasmas donde no los hay.
Albafika sonrió, aunque en su interior sentía autentica rabia. 
-Tanto tú como yo sabemos que si llego a responder, ahora mismo la armadura del Dragón estaría tan vacía como la de Perseo, pero tienes razón; no es más que un niño enamorado -respiró hondo para relajarse. 
-Está en una edad complicada. Y Casy es tan dulce cuando quiere... No puedes culparle por querer mantener a cualquier otro hombre lejos de ella -meneó la cabeza. En el fondo no dejaba de ser divertido-. No te preocupes, hablaré con él, estoy seguro de que mañana mismo estará aquí, pidiendo disculpas.
-Debería estarme agradecido por haberle salvado la vida a la mujer que ama, aun a riesgo de mi propia vida. Por no mencionar la diferencia de rango que hay entre nosotros. No me habría acarreado ninguna consecuencia con el Santuario el haber acabado con él. Mis razones para no contraatacar han sido otras 
-Seguramente esté más enfadado consigo mismo que contigo. Después de todo, ella estuvo en peligro y él no estuvo allí para salvarla. Le duele el orgullo -no le preguntó por sus razones, si quería compartirlas o no, era cosa suya.

Los días pasaron. Casyopea parecía haber superado con éxito su particular batalla contra el veneno de Albafika, gracias a los cuidados recibidos en la Casa de Libra. La convalecencia se le había hecho mucho más llevadera gracias a las charlas con Píntocles. Sin embargo, para el joven Dragón, aquellas conversaciones eran un arma de doble filo. Disfrutaba de la compañía de Casyopea, pero no podía ver su rostro, que quedaba de nuevo oculto tras la máscara. Podía escuchar su voz, pero sólo para oírla hablar de lo agradecida que estaba con Albafika por haberle salvado la vida. Por mucho que intentase recordarle que era su culpa que casi hubiese muerto envenenada, que posiblemente su propia armadura fuese minando su salud, Casyopea no parecía darle importancia a esos detalles. Píntocles comenzaba a cuestionarse si había escogido bien el bando al que pertenecer.

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