martes, 19 de febrero de 2013

CF IV. Hasta la estatua de Odín. El fin de la misión.


Píntocles corría a toda velocidad y los escasos rayos de sol de Asgard hacían relucir la armadura del Dragón, la única que, hasta ese momento, aun no había entrado en combate.
De repente, una mole humana estaba en su camino, en una explanada cubierta de nieve. -Bienvenido, caballero del Dragón... te esperaba. -era enorme, portaba un hacha en cada mano y, por su pose, no pensaba ponérselo fácil.
Píntocles tuvo que levantar la cabeza para poder verlo al completo. Aquella montaña humana le doblaba en tamaño y una punzada de temor invadió su cuerpo por un instante, aunque no tardó en desaparecer. 
-Dejame pasar, tengo una misión que cumplir y no serás tú quien me impida llegar hasta la estatua de Odín - dijo poniéndose en guardia.
-Has llegado muy lejos en el reino de Asgard, date por satisfecho y regresa por donde has venido. Es la única oportunidad que tendrás de conservar tu vida. -El guerrero de Gamma se puso en guardia, enarbolando las hachas, pero sin atacar, por si decidía darse la vuelta, aunque no lo creía.
Píntocles no sabía como iba a vencer a aquel gigante, aunque no se amedrentaría por su aspecto-
-Bien, ya que insistes, te mostraré la cólera del Dragón -dijo atacándole de frente. Quería comprobar de qué era capaz el guerrero de Gamma.
El guerrero divino se protegió sin problemas del primer ataque con sus armas, descargando una de ellas contra Píntocles, de costado.
El muchacho intentó protegerse con el escudo del dragón, pero aunque era el más solido de todos, el potente ataque de Roth le lanzó despedido varios metros hacia atrás. Comenzaba a comprender que no iba a ser fácil hacer que aquel gigante doblase las rodillas derrotado.
Aprovechando la distancia, le lanzó una de las hachas, en linea recta, para ver si lograba herirle, las armas siempre volvían a él así que no había problema en lanzarla.
Los golpes se sucedían, las fuerzas no estaban igualadas, pero el joven dragón tenía una férrea voluntad de vencer. Voluntad que flaqueó cuando el Guerrero Divino le reveló que otros Santos de Atenea ya habían entablado batalla y que uno de ellos, Casyopea de Andrómeda, había caído presa del Ataúd de Amatista. El golpe moral le dejó unos minutos a merced de su enemigo y casi le cuesta la vida. Pero las lágrimas que derramó por la amazona fueron tornando el dolor en ira. Por su mente pasaron los momentos vividos junto a ella, sus ojos verdes, la sonrisa que ocultaba la máscara y que había podido ver durante el ataque al Santuario, cuando se había partido por la mitad, y que ahora quedaba de nuevo oculta por otra máscara.
-Completaré esta misión por ella. Llevaré de vuelta al Santuario la Egida y la lanza de Atenea por ella -dijo con convicción.
La misma convicción con la que los cien dragones volaron y arrasaron a su enemigo.

Por su parte, Sertan, caballero de Perseo, continuó su camino hacia el punto más alto de Asgard, sin saber que Dys de Mythar se cruzaría en su camino. Al percibir su cosmos, se detuvo y alzó la guardia.
-Vaya, un gorrión extraviado -se burló el nórdico.
-No estoy extraviado. Sé perfectamente cuál es mi objetivo y no lograrás detenerme -lanzó el primer ataque, una feroz patada, directa al costado de su enemigo.
Dys era tan escurridizo como un felino, por lo que su velocidad era claramente mayor a la de Sertan y esquivó su ataque con facilidad. El santo de plata estaba ya resentido de su combate anterior y sus reflejos se veían mermados. Ni siquiera el escudo de Medusa pudo equilibrar la balanza. Al contrario, su ataque fue devuelto por la defensa de hielo del nórdico y quedó atrapado por su propia técnica. El guerrero divino destrozó la estatua. Sertan cayó hecho pedazos. Su cosmos se diluyó como una mota de polvo en una tormenta hasta extinguirse. Había caído en batalla. 
Por Atenea. 

Albafika y Casyopea ya veían ante ellos la imponente estatua de Odín. Era tan magnífica como la que coronaba el Santuario. Junto a ella les esperaba un cosmos muy poderoso, interponiéndose entre ellos y las armas de Atenea. 
La joven amazona, herida y sin su cadena, se mantuvo en un segundo plano, dejando que Albafika, con más poder, recursos y experiencia, entablase batalla. 

Píntocles también se dirigía hacia allí, aunque se topó con el Guerrero Divino que había vencido a Sertan en su camino. Para no alargar demasiado el combate, el Dragón hizo estallar su cosmos, estando casi a punto de inmolarse con su último y más feroz ataque. Sin embargo, los dioses o el azar quisieron que sobreviviera, quedando inconsciente sobre la nieve.

El guerrero divino tenía una enigmática sonrisa, parecía muy seguro de sí mismo. 
-Os ofrezco marcharos con vida de Asgard, no desaprovechéis la clemencia de los guerreros de Odín.
Albafika se le quedó mirando unos segundos antes de responderle:
-Claro, por supuesto. Pero antes devuélvenos la Égida y la Lanza de Atenea. Hazlo y yo también prometo dejarte con vida.
-No estás en posición de elegir. Ambos estais ya heridos y apenas os tenéis en pie. Marchaos, es la mejor opción. 
-¿Heridos? ¿Te refieres al rasguño en la comisura de mis labios? Pronto comprenderás que el derramamiento de mi sangre es más un error que un acierto para ti -una neblina rojiza comenzó a rodear a ambos combatientes.
Casyopea no sabía qué era aquella neblina, no lo había visto nunca. Se asustó. 
El guerrero divino lanzó un nuevo ataque, aquel que llamaban Espada de Odín. Un rayo azul salió de su mano hacia Albafika. 
-Derramar la sangre de un enemigo nunca es un error.
-Te demostraré que te equivocas -el Santo de Piscis amplió su sonrisa-. ¡Espinas Escarlata! -gritó y la niebla comenzó a precipitarse contra su enemigo convertida en afiladas agujas. 
Casyopea se encogió sobre sí misma, asustada cuando la espinas la rodearon a ella también. Alguna rozó su cuerpo, ahora sin la protección de la armadura. 
El guerrero divino trató de evitarlo, elevando su cosmos, pero el ataque de Albafika era demasiado potente. En un ultimo intento desesperado, les atacó a ambos con el ultimo dragón.
Albafika tuvo que emplearse a fondo y corrió a toda velocidad hacia Casyopea, lanzando por el camino hacia el guerrero divino decenas de rosas negras:
-¡Rosas Piraña! -gritó, llegando hasta el caballero de Andrómeda y cubriéndola con su propio cuerpo.
Casyopea se quedó acurrucada tras Albafika, de modo que no pudo ver cómo el guerrero divino caía bajo las rosas negras y las espinas escarlata. Ya tenían el camino libre, pero ella sólo podía mirar a Albafika sobre ella. El corazón parecía que se le iba a salir. Sólo el sonido del cuerpo al caer la hizo reaccionar. 
-Albafika...
El caballero de oro se levantó con un gesto de dolor en su rostro y escupió sangre; el ultimo ataque del Guerrero divino de Alfa había impactado en su espalda, a pocos centímetros de su corazón, aunque su vida no corría peligro... por el momento. 
Casyopea se asustó mucho al ver a Albafika escupir sangre. Eso no era bueno. 
-¿Estás bien? No te muevas, espera. Déjame ver qué te ha hecho -en ese momento, parecía que el tener las armas al alcance de la mano no le importaba.
Albafika se apartó rápidamente de ella.
-¡No te acerques! -gritó. Temía que el veneno de su sangre afectase al caballero de Andrómeda y no se perdonaría nunca que ella muriese por su culpa-. Estoy bien, no te preocupes. Solo ha sido un arañazo.
-¡¡Un arañazo!! ¡¡Por Atenea!! ¡Estás sangrando mucho! -dio un par de pasos, acortando la distancia de nuevo. Ella no tenía ni idea de que su sangre pudiese ser venenosa. Pensaba que la sensación de agotamiento era por los combates anteriores y las heridas.
Albafika volvió a alejarse de ella. 
-He dicho que no te acerques -la miró fijamente a los ojos-. No me gustaría que murieses por mi culpa -aún permanecían en su memoria las imágenes de su maestro mientras perdía la vida. 
-¿Morir por tu culpa? Eres tú el que morirá si no tapamos esas heridas -se acercó de nuevo, alargando la mano para cogerle del brazo-. Albafika, por favor. Deja que te ayude. Ya hemos perdido a Sertan.
-Casyopea, mi sangre está envenenada y un simple roce con ella te matará, ¿lo entiendes? -intentó taponarse la herida. No iba a morir por aquella herida, aunque comenzaba a sentirse un poco débil. 
-Correré el riesgo. No hemos llegado hasta aquí para que te mueras a un paso de coger las armas de Atenea y volver a casa. 
Como veía que no iba a conseguir mucho, se desgarró una manga para que al menos tuviese con qué taponarse la herida. Fue entonces cuando reparó en la presencia de Píntocles y le hizo un gesto para que se acercase. Píntocles no podía creer lo que estaba viendo. Casy estaba viva.
-¿Casyopea? -logró murmurar.
Albafika suspiró profundamente antes de responderle. 
-Esta herida no me matará, no te preocupes. ¿Qué clase de caballero de oro sería si una herida como esta acabase conmigo? -le dedicó una sonrisa mientras la miraba por primera vez desde que acabó el combate-. ¿Tú estás bien? 
Casyopea arqueó las cejas, bajo la máscara. 
-¿Seguro? -para ese instante, Píntocles había llegado a su lado. Casy, viendo que Albafika parecía estar bien, o al menos insistía en ello, fue a comprobar cómo estaba Píntocles-. Me alegro tanto de que estés bien. Me asusté mucho cuando dejé de sentir tu cosmos -y, como aquella que hace eones que no lo ve, lo abrazó.
Píntocles se sonrojó ante el gesto de Casy. 
-Yo también me alegro de que sigas viva, temía que hubieras muerto, incluso Roth me dijo que Richbela te había eliminado.
Casyopea asintió, soltanto a Píntocles. 
-Estuvo a punto de hacerlo, pero Albafika llegó justo a tiempo para echarme una mano. Si no hubiese sido por él... -hala, ahí, con confianza, ni señor, ni nada.
Pintocles lanzó una mirada furtiva a Albafika, el cual no le estaba mirando, al oir las palabras de Casy. Habría dado cualquier cosa por ser él el que la hubiese salvado. Comenzaba a no sentir demasiada simpatía hacia el santo de Piscis.
Casyopea cogió la mano de Píntocles y tiró de él hacia la estatua de Odín. 
-Ven, ayúdame, vamos a recuperar las armas de Atenea. Y tenemos que guardar bien mi armadura, mira como ha acabado la pobre y... -se detuvo y bajó la mirada-. Deberíamos buscar a Sertan y llevarle de regreso al Santuario. Debe descansar junto a Atenea, no aquí.
Albafika fue junto a los caballeros de Bronce a por las armas de Atenea y, una vez en su poder, emprendieron de nuevo el camino colina abajo. Tal y como había dicho Casy, buscarían el cuerpo de Sertan antes de abandonar Asgard para que tuviese un merecido funeral en el Santuario de Atenea.

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