sábado, 23 de febrero de 2013

CF V. El regreso al Santuario.


El regreso al Santuario fue lento y silencioso. Llevaban con ellos las armas de la diosa y los restos de la estatua en la que se había convertido Sertan, así como la armadura de plata que había vestido, para que Shion o el Maestro Hakurei pudiesen repararla.
No habían abandonado aún el Reino de Asgard cuando un cosmos les alcanzó por la retaguardia. La música flotaba en el ambiente y antes de que fueran conscientes de a quién se enfrentaban, el guerrero divino de Eta apareció ante ellos y les atacó. Al haber muerto Sertan, había quedado liberado del encantamiento del escudo de Medusa y les había seguido para atacar al más débil de ellos en primer lugar: Casyopea.
Las cuerdas del arpa se tensaron alrededor del cuerpo de la muchacha. Sin la protección de su armadura, las cuerdas hendieron con facilidad la carne, hasta que las rosas de Albafika la liberaron y cayó de rodillas en la nieve. El Guerrero Divino cayó sobre su instrumento, rompiéndolo en varios trozos.
Casyopea respiraba con dificultad. Se apoyó en Píntocles para enderezarse y quedar sentada en sus talones, aún en la nieve. Se pasó las manos por la herida, llenándose los dedos de sangre. Asintió. Estaba bien, aunque algo asustada, así que se pegó al caballero del Dragón, buscando un abrazo reconfortante.

El viaje de regreso se les estaba haciendo eterno, hasta que, por fin, vieron a lo lejos la estatua de Atenea. Ya estaban cerca del Santuario. En unas horas más, llegarían.
-Por fin en casa -dijo Albafika antes de notar un poderoso cosmos que se acercaba a ellos. Ni siquiera a un par de kilómetros del Santuario estaban a salvo. Una extraña figura hizo aparición, cuya armadura era igual a la del guerrero de Mythar, pero de color blanco.
-¿Creíais que ibais a iros de rositas? No llegareis al Santuario con vida -dijo el recién llegado, poniéndose en guardia.
Píntocles vio la oportunidad de ganar puntos con Casyopea y decidió ser él quien presentase batalla. Ya había luchado contra un gemelo, conocía sus ataques y creía tener ventaja sobre el otro. Sin embargo, las heridas y el largo camino le mermaban las fuerzas y el Guerrero de Odín casi acaba con su vida. Lo hubiese hecho si, desde lejos, no hubiese llegado un dragón de cosmos verdoso que golpeó a Dub. Dohko, que había sentido acercarse los cosmos de los Santos de Atenea, había salido a su encuentro para conocer los detalles de la primera misión de Andrómeda, ya estaba allí mismo.
Dos caballeros de oro no serian tan fáciles de derrotar y Dub lo sabía. Tal vez debería aprovechar y huir.
-Vaya, otro caballero de oro, ¿eh? Veo que los caballeros del zodiaco sois tan cobardes como recordaba. No sois capaces de enfrentaros a mi de uno en uno.
-Y los guerreros de Asgard tanto como recordaba yo, atacando a personas heridas que apenas pueden presentar batalla. ¿Quieres que luchemos nosotros dos? -Dohko esbozó una sonrisa. Así, tanto Dub como él estarían "frescos" y el combate no se vería afectado por heridas anteriores y el cansancio del viaje.
Dub sopesó aquel ofrecimiento. Se enfrentaba al caballero de oro de Libra, pero, aunque lograse vencerlo, le quedaría otro caballero de oro. Eso sin mencionar la posibilidad de que pudiesen llegar más caballeros de oro. 
-Sé reconocer cuando me encuentro en desventaja y éste es uno de esos momentos. Habéis vencido en esta batalla, pero la guerra está lejos de acabar. Nos volveremos a ver -dijo saltando hacia la luz del sol para que no pudieran seguirle.
Dohko no hizo siquiera ademán de ir tras él. Se acercó a Albafika. 
-Bienvenido, amigo mío. Y vosotros también, chicos. ¿Estáis bien? Vamos, el Santuario está cerca. En cuanto lleguemos, curaremos vuestras heridas -Cogió la lanza de manos de Casy y la ayudó a levantarse, pero ella ya no podía ponerse en pie. Nadie había reparado en ello, pero había estado presente cuando Albafika había lanzado sus espinas escarlatas y la sangre del Santo de Piscis había caído sobre ella de nuevo más tarde, cuando la había salvado junto a la estatua de Odín. Estaba envenenada.


Varios días más tarde...
Albafika se encontraba junto a Shion mientras éste reparaba las armaduras. El Santo de Aries se afanaba en reparar cada una de las piezas. La armadura del dragón le había costado mucho trabajo, pero ya estaba casi lista. La de Andromeda... era un asunto más delicado. 
-Ains... me temo que no tiene solución, no hay forma de eliminar tu sangre de la armadura. La hará más fuerte, sí, pero podría implicar un lento envenenamiento para la muchacha.
Albafika se quedó en silencio unos segundos. 
-No tuve opción. Si no llego a protegerla de aquel ataque, hoy tendríamos que celebrar dos funerales en vez de uno. 
-Normalmente el Santo de Piscis no presta su sangre para reparar armaduras, a pesar de que eso las haría, como con la sangre de cualquier caballero de oro, mucho más fuertes. Pero tú mismo sabes el problema que conlleva. Por eso, como no se ha hecho nunca, al menos que yo sepa, no sé qué alcance real pueda tener. Podría ser que no pasase nada o podría convertirse en una armadura que fuese minando poco a poco la vida de su caballero, mientras la usase. Eso sólo lo sabremos cuando Casy se recupere -si logra hacerlo- y la use de nuevo.

La joven amazona recibió estoicamente la noticia de que su armadura podía haberse convertido en un peligro para ella. Aunque apenas se quedó a sola con Píntocles, se derrumbó en llanto, buscando su abrazo. Albafika se sentía culpable por el dolor que le había causado. Por ello odiaba su sangre, por ello se mantenía siempre alejado de los demás Caballeros. Pero ya no tenía remedio. Si siquiera sabía si la muchacha sobreviviría.

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