viernes, 15 de febrero de 2013

CF III. Una flor sobre el ataúd de amatista.


Casyopea corrió por la nieve todo lo que le daban las piernas. La cadena ondeaba ligeramente tras ella por la carrera, igual que su larga melena castaña. Las heridas parecían doler menos, o tal vez sólo se estaba acostumbrando a ellas. La cadena de Andrómeda reaccionó. Peligro. Pero ella no veía nada y tampoco sentía cosmos alguno.
Richbela de Megrez advirtió una presencia y se preparó para recibirla. Ya habían caido tres de sus compañeros y la situacion comenzaba a ser un tanto alarmante.
Casyopea se detuvo y observó a sus lados. 
-¿Qué ocurre, cadena? ¿Qué percibes? -al detenerse, dejó una mancha roja más grande en la nieve, aún sangraba por la herida de la pierna. De repente la cadena apuntó a su enemigo
Éste bajó hasta su presencia y se mantuvo con los brazos cruzados.
-Vaya, un caballero de Atenea. Parece que Rinfel no murió en vano despues de todo -dijo contemplando las heridas de Casyopea. Aquello podía darle aun más ventaja sobre su adversario.
Casy clavó sus ojos en los de Richbela, aunque él no podía verlo, por la máscara. 
-Así es, soy el Caballero de Andrómeda. Y sí, Rinfel luchó bien, pero estas heridas no harán que me rinda -extendió su cadena por la nieve.
-¿Una mujer? -se sorprendió-. Eso me gusta. ¿Dices que no vas a rendirte? Bueno, veremos como se desarrolla el combate. Puede que dentro de un rato me pidas que te mate -dijo invocando la espada llameante.
-Jamás. Soy un Santo de bronce, lucharé mientras quede una ínfima parte de cosmos en mi interior. Y recuerda que el error de Rinfel fue subestimarme por ser mujer.
El Guerrero Divino se lanzó contra Casyopea y con la espada en alto. Quería asestarle un golpe mortal desde el principio y acabar el combate pronto. Al estar ella gravemente herida, no aguantaría demasiados ataques rápidos por parte del guerrero divino.
Casy extendió la cadena y ésta la protegió del primer ataque, pero no podía recomponer la defensa a la misma velocidad de antes. Era su primera misión, apenas hacía dos dias que tenía la armadura, como aquel que dice. No podía más. Y seguía perdiendo sangre.
Uno de los ataques alcanzó el hombro de Casyopea, perforando la hombrera derecha de la armadura de Andrómeda. El Guerrero de Odín había lanzado decenas de ataques y sólo uno había tenido éxito; comenzaba a cansarse de aquella de aquella molesta cadena, por lo que centró sus atáques en ella, para poder romperla y despojar a Casy de la mejor de sus defensas.
La cadena no aguantó y se partió, quedando inerte en el suelo. Casy retrocedió, asustada. ¿Y ahora qué hacía? Había perdido su arma y su defensa. Tendría que servirse de su cosmos, pero estaba tan cansada... Aún así, consiguió hacer arder su cosmos para lanzar su:
-Tormenta nebular.
Su rival salió despedido hacia atrás, aunque fué más por lo inesperado de su reacción que por la fuerza en sí del ataque de Casy. El guerrero divino se tomó unos segundos para recuperar el aliento. 
-Eres realmente molesta, pero aun no he dicho mi última palabra.
El escenario era propicio para su proximo ataque, pues estaban en mitad de un frondoso bosque. Casy sintió miedo, estaba agotada, no podria lanzar otra tormenta nebular y tampoco tenía la cadena para defenderse, además, estaba herida. Cerró los ojos y se preparó para decibir el golpe, aunque por suerte, la máscara cubría ese gesto.
-¡Espíritus de la Naturaleza! -gritó el siervo de Odín con fuerza y, para sorpresa de la muchacha, ramas y raices de los árboles cercanos a la amazona de Andrómeda rodearon sus muñecas y tobillos, dejándola totalmente incapacitada para atacar y/o defenderse-. Bien, creo que ha llegado tu hora. Probablemente te añada a mi colección de cristales -amplió su sonrisa-. ¿Últimas palabras?
Ella trató de oponer resistencia, pero era inútil. Abrió los ojos y clavó sus verdes iris en los del guerrero divino. 
-¿Últimas palabras? Que puede que me mates, pero no podrás evitar que los Santos de Atenea cumplamos nuestra misión. Al menos uno de nosotros llegará al final. Y lo único que lamentaré será no poder ver cómo te patea el culo.
-Respuesta equivocada. ¡Que el ataud de Amatista se cierre sobre tí!

El tiempo se detuvo y Casy no sintió dolor alguno. Richbela tenía los ojos abiertos de par en par y tosió sangre y miró hacia abajo, descubriendo una rosa blanca clavada en su pecho, la cual iba tiñiendose de rojo segundo a segundo.
El golpe no llegaba. Casyopea abrió primero un ojo, luego el otro. En apenas un instante abrió los ojos y la boca como si le hubiesen dado el susto de su vida. ¡Una rosa! ¿De dónde había salido? Eso sólo podia significar una cosa: Albafika de Piscis estaba cerca. Sintió que el pulso se le aceleraba, estaba a salvo.
Albafika caminó lentamente hacia Richbela sin prestar atención en un primer momento a Casyopea. Al llegar a la altura del guerrero divino, le dió una patada en el abdomen y éste cayó de espaldas aun vivo.
-¿Últimas palabras? -dijo mientras el guerrero de Alioth se ahogaba en su propia sangre, escapándosele la vida poco a poco.
Casy se vio liberada cuando el guerrero divino cayó. Corrió junto a Albafika, quería mirar a la cara a ese hombre que había estado a punto de matarla. Su respiración era agitada. No dijo nada, sólo se mantuvo allí, de pie, junto a su superior.
Éste se giró, ahora si, para preocuparse por la joven caballero de Andrómeda. 
-¿Estás bien, Casyopea? -la miró de arriba a abajo. 
-Sí, muchas gracias. Si no llega a ser por usted, no habría salido con vida. Muchas gracias. Lo siento, no he estado a la altura de lo que se me exigía como caballero -estaba tan nerviosa, por haber estado tan cerca de morir, que se puso a sollozar y hasta tuvo que meter lo dedos bajo la máscara para limpiarse los ojos.
-Nada de eso. Estoy muy orgulloso de ti, ya os dije a Píntocles y a tí que estos guerreros divinos se podían considerar como los cabelleros de oro de Asgard. No es nada fácil vencerlos y tú has conseguido vencer a uno de ellos y plantarle cara a otro, aun estando en clara desventaja y sin experiencia en combate.
-Pero... pero... mi cadena... mi armadura... -dijo entre susurros, como si le importase más eso que sus heridas-. Y ahora sólo seré una carga para usted -bajó la cabeza. Después de toda la tensión, el verse a salvo y encima que la hubiese salvado Albafika... si es que la pobre ya no sabía donde meterse.
-No te preocupes. Shion puede reparar las armaduras dañadas, y no creo que la vuestra le resulte un problema -dijo comenzando a caminar-. ¿Puedes caminar por tí misma? 
-Sí, creo que sí -intentó ponerse en pie. Se tambaleó un poco, pero se mantuvo. Cojeaba, pero podia caminar. Se alejó unos pasos, para recoger su cadena y la miró con lágrimas en los ojos-. ¿De veras el maestro Shion puede arreglarla? ¿No se enfadará el maestro Dohko?
Albafika: Tu cadena se ha roto en combate, no tiene por qué enfadarse -se acercó a ella para pasarse el brazo derecho de Casyopea por detrás de su cuello para ayudarla a caminar-. Ah, por cierto. No tienes por qué tratarme de usted. A pesar de nuestros diferentes rangos, ambos somos caballeros de Atenea -le explicó dedicándole una sonrisa.
Casy estuvo a punto de atragantarse con su propia saliva al tragar. Menuda sonrisa gastaba. Y encima le daba la confianza para tratarle de un modo más familiar... Si es que ese hombre lo tenía todo... bueno, salvo que la casa no era muy céntrica, pero se le podia perdonar. Se sonrojó y le agradeció una vez más a su maestro la máscara que le había regalado antes de partir. 
-Está bien, señ... digo... este... Albafika.

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