jueves, 14 de febrero de 2013

GS VII. Combates en los Pilares II. Albafika vs. Sirena.


Albafika llevaba ya unos minutos corriendo. No había tiempo que perder si querían volver cuanto antes al Santuario. Le resultaba de lo más extraño no haber sentido ningún cosmos en el rato que llevaba avanzando hacia el Pilar del Atlántico Sur. ¿Habrían caido en un engaño y mientras ellos estaban allí abajo, los Generales atacarían el Santuario? "No, sería de lo más imprudente dejar de defender los pilares del reino de Poseidón" pensó. No conocía la apariencia de los Generales de Poseidón, pero fueran como fuesen, solo esperaba no tener que entrar en combate antes de saber el por qué habían atacado el Santuario.
Una suave melodía se iba haciendo cada vez más intensa conforme avanzaba. Junto al pilar todo estaba tranquilo, vacío. Ni un alma. Sólo la música flotando en el aire. Unos ojos observaban al Santo de Piscis, escondidos tras la piedra impoluta de la colosal columna.
Albafika sonrió muy lévemente, primero al oir la música y, despues al ver al fin al General de Poseidón. Subió el último par de peldaños para quedar a la misma altura que aque que defendía el Pilar y lo observó un instante, aunque manteniendo la distancia. 
-¿Eres tú quien custodia este Pilar? -comenzó al fin. No apartó la vista de él, atento a cualquier movimiento. No iba a ser él quien empezase el combate, pero llegado el caso, sí que sería quien le diese fin.
-Lo soy -respondió el General. Su escama de Sirena brillaba como si estuviese expuesta al sol-. ¿No habéis tenido suficiente?
-¿Suficiente? Vaya, así que confirmas nuestras sospechas. Despues de todo fuisteis vosotros los que violásteis a ese par de amazonas, ¿eh? -frunció un poco el ceño sin dejar de mirarle-. ¿Por qué habeis cometido tal estupidez? ¿Qué demonios quereis demostrar?
-¿Amazonas? -la música había dejado de sonar apenas el general separó la flauta de sus labios-. No tengo ni idea de lo que estás hablando. Lo único que sé es que los Caballeros de Atenea habéis venido buscando guerra. Y los Generales de Poseidón os la daremos -levantó la mano derecha sobre su cabeza y la dejo caer rápidamente hacia adelante, cortando el aire. El cosmos se concentró en su mano y unos rayos azulados salieron hacia Albafika.
Aquel ataque pilló desprevenido al Santo de Piscis y, aunque reancionó rápido, aquellos rayos golperon en su hombrera derecha, dañandola visiblemente. No contraatacó, prefirió seguir indagando, aunque si su adversario atacaba de nuevo no se quedaría de brazos cruzados. Jamás entendió como Aldebarán podía luchar así.
-¿Guerra?¿Nosotros? Vosotros fuisteis los que dejásteis constancia de vuestros actos con las máscaras de las amazonas marcadas con el sello inconfundible de Poseidón.
-¡Ja! Eres rápido. Pero no te servirá de mucho -se llevó la flauta de nuevo a los labios y la música empezó a sonar otra vez, entonando las Ondas Aturdidoras. Con ellas, crearía una ilusión en la mente de Albafika que le haría pensar que se había multipicado. No podría saber cuál era el verdadero y así podría atacarle-. ¿Máscaras? No sé qué pretendes con tanta palabrería, pero no conseguirás confundirme.
-Veo que no me dejas otra opción... -cerró los ojos para concentrar su cosmos. Las rosas demoníacas no servirían en aquel instante y tampoco quería matarlo, no sin saber la razón de su ataque al Santuario. Las palabras del General le hicieron dudar. ¿Sería totalmente ajeno a aquel ataque o simplemente estaba intentando ocultarlo? ¡Espinas escarlata! -se decidió a atacar finalmente y parte de su sangre envenenada salió disparada en forma de agujas hacia las imágenes proyectadas del General del Atlántico Sur.
El General trazó un círculo delande de sí con la flauta, dibujando con ella un círculo que le serviría de escudo ante el ataque de Albafika. 
-Vas a necesitar más que... eso -sintió cómo las espinas atravesaban su defensa, pero eran muy pocas, no tenía que preocuparse. De momento. Volvió a lanzar sus Rayos de Energía.
-Buena defensa, aunque has cometido un error del que pronto te darás cuenta -aun así no debía descuidarse. El General no daba un momento de respiro al Santo de Piscis, que tuvo que echar mano de una de sus rosas negras para detener aquel ataque. Le miró fijamente, como si aun esperase una explicación de por qué habían atacado el Santuario hacía unos días.
-Los que habéis cometido un error sois vosotros, levantándoos contra Poseidón. Atenea no es tan fuerte como para disputarle sus dominios. Debería haberse conformado con la tierra.
-¡Sois vosotros los que violasteis a dos de las amazonas del Santuario y vais a pagar por ello! -estaba empezando a irritarle la actitud del guardian del Pilar del Atlántico Sur-. Bueno, ya que no quieres confesar y sigues haciendote el loco, no me queda más remedio que hacerte confesar -echó su mano derecha hacia atrás, la misma que sostenía la rosa negra con la que había detenido el ataque de su adversario-. ¡Rosas Piraña! -un puñado de rosas negras se dirigían a toda velocidad contra el General de Poseidón, aunque la que había sostenido en su mano iba directamente hacia la flauta.
Con la mayor rapidez de la que fue capaz, el General ejecutó su Ilusión de Sirena, para salir de la trayectoria de las flores y hacer creer a Albafika que se hallaba ante la legendaria sirena en verdad. Con ello pretendía confundirle para poder tocar su Sinfonia Mortal.
Albafika no tenía defensa posible contra aquel ataque. No le serviría de nada taparse los oidos, nisiquiera automutilarse perforándose los oidos, por lo que lo único que le quedaba era contraatacar, ya que no estaba seguro de que el veneno de sus espinas escarlata actuase en aquel entorno con la suficiente rapidez como para acabar con el General de Poseidón antes de que acabase de ejecutar su ataque.
-No pienso rendirme sin más. ¡Rosas ... -extendió sus brazos hacia los lados- Piraña! -levantó la cabeza hacia arriba y cerró los ojos, lanzando un torrente de rosas negras en todas direcciones dando lo mejor de sí mismo para evitar que volviese a escapar.
La ilusión pareció desvanecerse un instante. Uno apenas perceptible para una persona normal, pero no pasaría desapercibido para alguien que podía moverse a la velocidad de la luz. El veneno de Albafika había debilitado el cuerpo del General y afectaba a su técnica. Por eso las rosas piraña dieron con él y por eso perdió su preciada flauta. 
-Maldición -Albafika ya no estaba preso de la ilusión y estaban de nuevo frente a frente-. Reconozco que eres un gran rival, Caballero. Pero no os haréis con este Santuario. Y lo sabéis. Puedes justificarte acusándome de un crimen no cometido, pero ambos sabemos que no es así.
Albafika quiso hacer caso omiso al General mientras se acercaba a él paso a paso, pero la convicción en sus palabras y su mirada le hicieron dudar, ¿Estaría diciendo la verdad? 
-¿Cómo explicas entonces la marca de Poseidón en las máscara de las amazonas? -¿habrían sido engañados para hacerles abandonar el Santuario? Estaba realmente confuso, aunque esperaba con ansia la respuesta del General a su pregunta.
Albafika quiso hacer caso omiso al General mientras se acercaba a él paso a paso, pero la convicción en sus palabras y su mirada le hicieron dudar, ¿Estaría diciendo la verdad? - ¿Cómo explicas entonces la marca de Poseidón en las máscara de las amazonas? - ¿habrían sido engañados para hacerles abandonar el Santuario? Estaba realmente confuso, aunque esperaba con ansia la respuesta del General a su pregunta.
El General frunció el ceño:
-¿Qué es eso de las máscaras que tanto repites? No tengo ni idea de qué me hablas. Venís aquí, atacáis éste Santuario cuando estamos en Paz, matáis a dos de mis compañeros y ¿pretendes que crea que os estáis defendiendo?
Albafika comenzaba a creer a aquel que no tardaría en morir a causa del veneno de la sangre de Piscis.
-Hace unos días aparecieron en el Santuario un par de amazonas muertas y con signos de violación. A su lado, sus máscaras tenían grabada la marca del Dios de los mares, al cual representais los Generales Marinos, así que, como comprenderás, no íbamos a quedarnos de brazos cruzados.
-¿Amazonas violadas? No sé quién pueda haber hecho esa barbaridad, pero los Generales tenemos mujeres más hermosas mucho más cerca y no necesitamos forzarlas. Y, en el hipotético caso de que alguno lo haga, no sería tan idiota como para dejar una marca como ésa.
Albafika se quedó pensativo un instante. A decir verdad llevaba toda la razón. Si fuesen a atacar el Santuario no se limitarían a matar únicamente a dos amazonas. La marca en las máscaras era demasiado evidente. Y si el General tenía razón, tanto el Santo de Piscis como el resto de caballeros que habían bajado al reino submarino habían cometido un tremendo error.
-¿Me das tu palabra de que no habeis tenido nada que ver en todo este asunto? -dijera lo que dijese, no podría hacer nada por la vida de aquel General, algo que, de ser afirmativa su respuesta, lamentaría tremendamente.
-Por supuesto -sentenció con aplomo. Sostuvo la mirada de Albafika. No había lugar a dudas, estaba convencido de sus palabras. Tosió, cubriéndose la boca con la mano. Su palma quedó manchada de sangre. El veneno empezaba a presentar síntomás.
Albafika supo al instante que el General del Atlántico Sur estaba diciendo la verdad, algo que le cayó como si una de sus rosas sangrientas se le hubiese clavado en su propio corazón. Se agachó junto al que hasta hacía unos minutos había sido su adversario y agachó la cabeza.
-Siento no poder hacer nada por salvarte la vida, pero llegado el momento me disculparé por esto ante tu señor Poseidón -se levantó de nuevo-. Ahora debo marchar. He de impedir que haya más muertes innecesarias.
El General frunció el ceño. Se encontraba mal, como si hubiese comido algo en mal estado. Y tenía mucho sueño. ¿Realmente su vida iba a terminar así? Si era la voluntad de los dioses... Al menos había sido en batalla, protegiendo su pilar, que seguía intacto.

Albafika volvió sobre sus pasos, bajando de nuevo las escaleras que le alejaban del pilar del Atlántico Sur. No tenía tiempo que perder. Intentó detectar el cosmos de Degel o Shion para informarles de lo que acababa de descubrir. Habían cometido un tremendo error y debían volver cuanto antes al Santuario.
Sin embargo, fueron los cosmos de Yato y Yuzuriha los que notó más próximos. La amazona se adelantó un paso para hablar con él. 
-Señor Albafika... -no iba a preguntarle si estaba bien, estaba vivo y era bastante, pero sí quería saber cuál era el siguiente paso.
Albafika les miró con rostro serio y mantuvo las distancias. Uno de los ataques del General de Poseidón le había provocado una herida. Aunque fisicamente, la herida no presentaba importancia, cualquier contacto de la sangre envenenada con Yato o Yuzuriha podría ser fatal.
-Debemos darnos prisa. Hay que avisar a Shion y Degel de que se detengan. Tenemos que volver al Santuario de inmediato. No ha sido Poseidón quien atacó el Santuario.
-¿No? Pero señor, el Maestro Shion vino a comprobarlo por sí mismo -¿acaso Albafika iba a poner en duda la palabra del lemuriano? Eso era algo que a la Grulla le costaría permitir.
-Me lo acaba de confirmar el General de Sirena. No había mentira en sus ojos. Lo sé -bajó la cabeza un segundo y volvió a levantarla, mirándoles con determinación-. Yo iré a buscar a Degel de Acuario. Vosotros id a avisar a Shion de Aries. Solo espero que no sea aun demasiado tarde -echo a correr en la dirección en la que sentía, minimamente eso sí, el cosmos del Santo de la undécima casa. Mientras ellos estaban ahí abajo luchando por una causa totalmente injusta y erronea, algo mucho peor podría estar atacando el Santuario, sin tres de sus Santos Dorados protegiéndolo.
Bajo la máscara, Yuzuriha frunció el ceño. Podía notarse la tensión en su voz. 
-¿Y creerá a un general de Poseidón, un enemigo, antes que a Shion de Aries?

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