jueves, 13 de septiembre de 2012

GS I. Prólogo. Máscaras de muerte.


En la Cámara del Patriarca, Sage se mantiene expectante con las manos enlazadas a la espalda, mirando por el gran ventanal. Mantiene el porte severo que le caracteriza, pero esta vez, agraviado por los sucesos acontecidos. Y así permanece, a la espera de que el invocado Santo de Aries le visite.
Shion ha pasado ya por los Templo de diez de sus compañeros y se dispone a atravesar el último. Ya ve ante él las escaleras cubiertas de rosas. Albafika las quita para que pueda pasar hasta la Cámara del Patriarca y una vez allí, antes incluso de cruzar la puerta, hinca la rodilla en el suelo.
-Shion de Aries se presenta, Gran Patriarca.
-Pasa, Shion –Sage no se mueve un ápice al pronunciarse, en un tono solemne y grave que hace honor a la gravedad del asunto que los ocupa. No añade nada más, hasta que Shion no esté lo suficientemente cerca.
Shion se pone en pie y abre las grandes puertas de madera que dan acceso a la cámara. Avanza en silencio, con paso firme, hasta detenerse a los pies de la escalinata sobre la que se encuentra Sage. Serio, mirando hacia su superior, espera que le diga para qué le ha mandado llamar.
Sage inspira profundamente y exhala el aire en un silbante suspiro.
-Ha ocurrido algo terrible, y es posible que tengamos una dura lucha contra Poseidón en ciernes -hace una pausa, y comprueba la reacción ante la noticia en el Santo de Aries.
Shion abre los ojos por la sorpresa. Sus labios se separan y aspira aire. Al momento se corrige, carraspeando. Había sido un instante, pero es que las palabras de Sage le habían pillado con la guardia baja. Se tensa y baja ligeramente las cejas.
-¿Qué ha ocurrido, Gran Patriarca, que puede llevarnos a una situación tan lamentable?
-Se han encontrado a dos amazonas violadas y asesinadas -acto seguido, extiende sus manos, que salen de debajo de las grandes mangas de la túnica. En cada una de sus manos, sostiene una máscara-. Me fueron enviadas esta mañana, ambas marcadas con el tridente del Dios del Mar.
Si la cara de Shion antes había reflejado sorpresa un instante, ahora es una mezcla de estupor y rabia contenidos. Inspira con profundidad antes de alargar la mano para coger una de las máscaras y observarla con ojo crítico -después de todo, se pasa el día reparando cosas de ésas, tiene deformación profesional-. Pasa los dedos sobre la marca del tridente.
-¿Pordemos entender esto como una declaración de guerra o nos conformaremos con pensar que ha sido un hecho aislado? -aunque el tono de su voz deja claro que es partidario de lo primero.
-He enviado a los santos de Pegaso y de Oso a llevar un mensaje al Reino Submarino. Quiero que los sigas. Y actúes como creas conveniente. Es posible que se trate de un hecho aislado, y podemos evitar consecuencias catastróficas.
Sage respira hondo y desciende los peldaños que le separan y distancian del Santo Dorado y camina hacia el siguiente ventanal con paso calmado y sereno.
-Pero si de lo contrario, es una declaración de guerra... -enmudece de súbito sólo de pensarlo.
-Un hecho aislado... -sopesa ambas máscaras-. No me lo parece. Si lo fuese ¿qué necesidad habría de enviar las máscaras marcadas? Ya es bastante cruel que nos encontremos con dos mujeres violadas y asesinadas -aprieta los dedos contra las máscaras, ya que no puede cerrar los puños-. Si es una declaración de guerra, tendrán guerra.
Sage esboza una triste sonrisa, apenas un remedo. No muestra la angustia y preocupación, no debe transmitir más que serenidad en Shion, que bastante tiene lo que acaba de confesarle.
-Confío en ti. Espero que tu viaje sea fructífero -y termina diciendo, girándose a mirarle fijamente a los ojos-: Y vuelve.
Shion asiente.
-Volveré con una respuesta y espero que no sea la que ambos tememos.
Se acerca para dejar las máscaras sobre el asiento del trono y vuelve a bajar los escalones para abandonar la cámara.
Sage le observa partir en silencio, y pensativo, vuelve la vista hacia las maravillosas vistas que tiene desde esa posición. Es por ese vivo y espléndido mundo por el que deben luchar y morir; por Atenea, por la libertad, la justicia, la vida. Ojalá el Santo de Oro triunfe, y no muera en el intento.

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